Don Bosco - Parte 3
   
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Han pasado cinco minutos de sermón. El sol empieza a

oscurecerse. Un retumbar inmenso se oye en el firmamento: un

trueno poderoso, otro y otro. En el tejado de la Iglesia se

escuchan caer gruesas goteras. Un murmullo de alegría recorre

todo el templo. Don Bosco se calla por un momento. Un gran

aguacero se siente caer. Los ventanales de la Iglesia retumban

ante las ondas de viento cargadas de refrescante lluvia.

 

Don Bosco sigue su sermón: un “Gracias” a la Madre de Cielo.

Está emocionado. Tiene que secar con el pañuelo las lágrimas de

gratitud que brotan de sus ojos. Y muchos de aquellos rudos

campesinos, sienten aflojar también ante sus ojos calurosos

lágrimas de acción de gracias.

 

El santo agradecido termina recordando a todos la famosa frase

que más tarde hará grabar sobre las campanas de la Iglesia de

María Auxiliadora: “CUANDO MARÍA RUEGA: TODO SE

OBTIENE. –NADA SE NIEGA”.

 

 

SANTO DOMINGO SAVIO SE APARECE , DESPUÉS DE

MUERTO , A SAN JUAN BOSCO

 

Quizás el más grande éxito de Don Bosco como educador fue el

haber logrado que un alumno suyo , Domingo Savio , en sólo tres

años de colegio alcanzara tal santidad , que hasta ahora , en 19

siglos y medio de existencia de la Iglesia Católica , ha sido el

ÚNICO COLEGIAL DECLARADO SANTO POR EL PAPA .

 

Domingo Savio , nació el 2 de abril de 1842 , de padres muy

pobres , en un pueblecito de Italia , (no muy lejos de Roma) se

encontró con San Juan Bosco en uno de los paseos que el santo

hacía con sus alumnos por los campos y pueblos de Italia ,

presentando funciones de canto y música , piezas de teatro ,

solemnizando misas y fiestas religiosas , y dando buenísimos

ejemplos de alegría y buen comportamiento . Estos paseos , al

tiempo que servían como vacaciones de los alumnos internos ,

eran una gran propaganda para la Obra de Don Bosco y muchos

jóvenes de provincia quedaban tan encantados del sistema tan

alegre y simpático del santo para educar , que ya nunca se

separaban de él . Uno de esos que apenas lo conoció , fue su

amigo hasta la muerte , fue Domingo Savio .

 

Como era muy pobre , Don Bosco le concedió una beca en su

Oratorio de Turín , y allí desde 1854 hasta 1857 Domingo hizo

sus tres primeros años de bachillerato .

En los tres años ganó por votación unánime de 800 alumnos el

premio de compañerismo cada año , y su santidad y simpatía

fueron tan grandes que por muchos años su recuerdo estuvo vivo

y vibrante entre todos sus compañeros .


31


 

 

 

 

Pero en 1857 , mientras hacía tercero de bachillerato , Domingo

Savio se enfermó gravemente y los médicos dijeron que debía ir a

su pueblo a descansar . Se despidió de Don Bosco y de sus

compañeros con inmensa nostalgia pues estaba seguro de que

ya no los volvería a ver en esta tierra y al llegar a su hogar se

agravó , y el 9 de marzo de 1857 , después de haber recibido los

santos sacramentos , murió plácidamente exclamando :

“Qué cosas tan hermosas veo” (Estaba para cumplir 15 años) .

 

Pocos días después se apareció en sueños a su padre para

avisarle que se había salvado , y ya muy pronto empezó a obrar

milagros a favor de los que se encomendaban a él . Fueron tantos

y tan grandes los milagros que hizo que el papa Pío XII lo declaró

Santo en el año de 1954 , y lo nombró Patrono de los jóvenes del

mundo entero .

 

El 6 de diciembre de 1876 DOMINGO SAVIO SE APARECIÓ A

DON BOSCO EN EL SUEÑO FAMOSO , que vamos a narrar

enseguida :

 

Dice Don Bosco :

“En un jardín de una belleza indescriptible , ví aparecer a

Domingo Savio acompañado de un gran número de jóvenes ,

muchos de los cuales yo conocía porque habían sido mis

alumnos , pero muchísimos más que nunca había visto . Todos

venían alegres a mi encuentro .

 

Los acompañaban muchos , muchísimos sacerdotes , unos

conocidos míos , ya muertos , y otros totalmente desconocidos

para mí .

Cada sacerdote guiaba un grupo de jóvenes .

 

Domingo Savio venía rodeado de músicas y resplandores .

Inmensamente bello y brillante . Vestía una túnica blanquísima y

estaba ceñido con una franja roja . De su cuello pendía una

cadena de flores tan bellas cual yo nunca había visto semejantes

. En la cabeza llevaba una corona de rosas . Su cabellera

ondulante descendía hasta sus espaldas … parecía un ángel .

 

Yo pregunté a Domingo : estamos en el paraíso ? .

 

- No - me respondió . - Esto que ves y oyes son sólo bellezas

naturales muy perfeccionadas por el poder de Dios . Lo que es

del cielo no lo puede ver ni oir nadie con ojos u oídos humanos ,

porque se moriría de gozo .

 

- Y qué gozáis vosotros en el Paraíso ? .


32


 

 

 

- Es imposible tratar de decirlo porque la mente humana no es

capaz de comprender lo que se goza en el cielo . Pero baste decir

que gozamos de Dios . Amamos a Dios . Vemos a Dios . Somos

amados por Él …

 

- Y por qué tienes ese vestido tan blanco ? .

 

Domingo calló pero un coro de voces respondió , cantando , las

palabras de la Santa Biblia : “Estos son los que se mantuvieron

sin pecado y purificaron sus almas con la Sangre del Cordero .

Los que tienen el corazón puro , los que no cometieron pecados

de impureza , seguirán al Cordero donde quiera que Él vaya” .

(Apocalipsis) .

 

Luego se me explicó que aquella franja roja significaba los

sacrificios hechos , el martirio sufrido para conservar la pureza .

Los jóvenes que venían con Domingo Savio vestían también la

túnica blanca y la franja roja ; mientras yo los observaba , oí que

unas bellas voces cantaban aquellas palabras del Evangelio :

“Serán como ángeles de Dios en el cielo” .

 

Entonces entablamos con Domingo el siguiente diálogo :

- Vengo a traerte un mensaje del cielo .

¿Ves cuántos son los que me acompañan ? .

Son muchos , muchos . Pero          serían muchísimos más si

hubieras tenido más fe . - dijo .

 

Suspiré con dolor y formulé este propósito :

“Procuraré tener más fe en lo por venir” .

 

Savio me mostró las preciosas flores que lo adornaban y me dijo :

- Dile a tus alumnos que estos son los adornos que deben

conseguirse para ir a la eternidad : las rosas significan la caridad :

amar mucho a Dios y al prójimo . La azucena : la bella virtud de la

pureza (que obtiene que se cumpla en quienes la practican lo que

dijo Jesús : “Serán como ángeles de Dios en el cielo”) .

El girasol significa la obediencia . Las espigas : la comunión

frecuente ; la genciana : la mortificación , los sacrificios ; y la

siempreviva significa que estas virtudes hay que practicarlas

siempre , cada día , sin cansarse , ni desanimarse .

 

- ¿Y dime , Domingo Savio , qué fue lo que más te consoló a la

hora de la muerte ? .

 

- LO QUE MÁS ME CONSOLÓ A LA HORA DE LA MUERTE

FUE LA ASISITENCIA DE LA PODEROSA MADRE DE DIOS .

Dile a tus discípulos que no dejen de invocarla mucho

durante toda su vida .

 

- ¿Y para el porvenir qué me anuncias ? .


33


 

 

 

 

- El año entrante morirán seis más dos de tus colaboradores .

Será para ti una gran pena , pero el Señor te enviará muchos

colaboradores mas .

 

- ¿Y para mi Congregación ? . – El año entrante habrá en ella una

nueva estrella .

- A la Congregación le esperan grandes triunfos , pero con tal de

que sus sacerdotes la guíen por el sendero justo y se hagan

dignos de su alta misión . HAY UNAS CONDICIONES PARA

QUE TU CONGREGACIÓN TENGA ÉXITO : que tus discípulos

sean muy devotos de la Santísima Virgen , y que conserven la

virtud de la castidad , que tanto agrada a la Virgen .

 

- ¿Y mis jóvenes están todos en camino de salvación ? .

 

- Tus discípulos se dividen en tres clases .

Ves estas tres listas ? . Y me entregó una .

 

Tenía un título : “los que no han caído” .

Eran muchos . Viajaban hacia la eternidad con el alma hermosa ,

sin heridas ni manchas .

Muchos de ellos eran conocidos por mí .

 

Luego me entregó una segunda lista : tenía por título : “Los que

cayeron pero se han levantado” . Son los que han pecado pero se

han arrepentido y se han confesado y están corrigiéndose .

Muchos más que los de la primera lista .

 

Enseguida me entregó la tercera lista que tenía por título : “Los

que caminan por la vía de la perdición “ . Domingo me dijo : estos

son los que viven tranquilamente en pecado mortal . Al abrir la

lista tendré que retirarme porque son almas tan antipáticas por su

amor al pecado que su presencia no la podemos soportar y su

olor es insufrible .

- Me voy , recuérdales a todos la lista de flores que deben

conseguir .

Domingo y sus compañeros se retiraron bastante cuando yo

empecé a abrir la lista de los que están y viven en pecado mortal .

Apenas abrí el papel ví aparecer delante de mí una gran cantidad

de jóvenes y con inmensa amargura me dí cuenta de que

bastantes de ellos estudiaban con nosotros . Ví a muchos que

parecían buenos y hasta óptimos en lo exterior y en cambio su

vida estaba llena de pecados mortales consentidos .

Parecen buenos y no lo son en realidad .

Mas en el momento de abrir la lista se esparció un olor tan

insoportable que creí morir . La hermosa visión de Domingo Savio

y sus amigos , desapareció . La atmósfera se oscureció , y al

mismo tiempo hendió los aires un relámpago , y un formidable

trueno se dejó oír , de tal manera que me desperté asustadísimo .


34


 

 

 

 

Aquel olor penetró en todas las paredes y se me infiltró en los

vestidos de tal manera , que mucho tiempo después me parecía

sentir aquella hediondez terrible . Aún ahora , con solo acordarme

me vienen náuseas , me siento asfixiado y con el estómago

revuelto .

Al día siguiente empecé a interrogar a los jóvenes para saber si el

estado de sus almas era realmente como yo lo había visto en la

Visión nocturna y   me convencí de que aquel Sueño no me

había engañado . Ha sido pues una gracia del Señor que me

ha hecho conocer el estado del alma de cada uno de mis alumnos

, y a cada uno le iré diciendo en particular cómo lo ví en el Sueño

. Hasta ahora todos los que he llamado me han dicho que su

situación espiritual es tal cual como yo la ví en las listas que

Domingo Savio me presentó (MB , 12 , 580) .

 

CUMPLIMIENTO DE LO ANUNCIADO : Al año siguiente murieron

seis mas dos , de los amigos de Don Bosco : seis alumnos y dos

salesianos .

 

Al año siguiente apareció una nueva estrella en la Comunidad

Salesiana : el Boletín Salesiano , la famosa revista fundada por

Don Bosco en 1877 , que se publica hoy en 18 idiomas y edita

más de un millón de ejemplares mensuales y ha sido el gran

medio de propagar por todo el mundo las ideas de Don Bosco ,

hacer conocer sus obras y conseguir numerosas vocaciones .

 

De este Sueño , que es uno de los más bellos y admirables de

Don Bosco , nuestro Santo repitió después frecuentemente tres


35


ideas


claves


que


se


quedaron


grabadas:


 

La primera :

Lo que más me agradó a la hora de la muerte fue la asistencia de

la poderosa Madre de Dios . Dile a todos que no dejen de

invocarla mucho durante toda su vida .

 

La Segunda :

Recuérdales a todos la lista de flores que deben conseguir : rosa:

caridad . Azucena: pureza . Girasol: obediencia etc. etc.

 

La Tercera :

La simpatía inmensa que irradiaban los que tenían el alma sin

mancha de pecado , y en cambio la asquerosidad y la

repugnancia indescriptible de quienes viven tranquilamente en

sus pecados . Esto lo recalcó mucho en sus sermones y en sus

cartas .


 

 

 

UN ALUMNO DE SAN JUAN BOSCO ES EL ÚNICO COLEGIAL

DECLARADO SANTO POR LA IGLESIA CATÓLICA . Santo

Domingo Savio .

 

Don Bosco lo educó en su colegio para niños pobres . Cuando

estaba empezando Tercero de Bachillerato se murió , y han sido

tantos los milagros que ha obtenido del Señor , que el Papa Pío

XII lo declaró Santo .

 

Su biografía , escrita por su profesor , Don Bosco , ha sido

traducida a todos los idiomas importantes del mundo y lleva ya 54

ediciones .

 

 

Del Libro: LOS SUEÑOS DE SAN JUAN BOSCO

P. Eliécer Sálesman

Apostolado Bíblico Católico

3° Edición Diciembre de 2001

Editorial Centro Don Bosco

Av. Eldorado N° 65-96

Bogotá , D.C. -Colombia

LIBRERÍA SAN PEDRO CLAVER


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Sueños de

sobre la Virgen María


 

 

 

 

 

 

Don


 

 

 

 

 

 

Bosco


 

 

Sus compañeros estudiantes le apodaron "el soñador" y

con razón. Pues desde el año nueve de su vida al

setenta y uno, Don Bosco contó un número muy grande

de sueños. Se comprueba como su vida y sus

actividades no se explican sin sus sueños. Si los sueños

son un medio para conocer la vida espiritual íntima de

Don Bosco, y marcan pautas en la religiosidad de la

Familia Salesiana, su función aplicada a sus queridos

jóvenes          es       también          evidente.           A     continuación            se

expondrán los sueños de Don Bosco en relación a la

Santísima Virgen María, cuya devoción propagó durante

toda su vida, asegurando que los devotos de María eran

objetos                           de                       gracias                          especiales.


 

 

Sueño de


 

los


 

nueve años


 

37

 

Cuando yo tenía unos nueve años, tuve un sueño que

me quedó profundamente grabado en la mente para

toda la vida. En el sueño me pareció estar junto a mi

casa, en un paraje bastante espacioso, donde había

reunida una muchedumbre de chiquillos en pleno juego.

Unos reían, otros jugaban, muchos blasfemaban. Al oír

aquellas blasfemias, me metí en medio de ellos para

hacerlos callar a puñetazos e insultos. En aquel

momento apareció un hombre muy respetable, de

varonil aspecto, noblemente vestido. Un blanco manto le

cubría de arriba a abajo, pero su rostro era luminoso,

tanto que no se podía fijar en él la mirada. Me llamó por

mi nombre y me mandó ponerme al frente de aquellos

muchachos,                      añadiendo                     estas palabras:

No con golpes, sino con la mansedumbre y la caridad,

deberás ganarte a estos amigos. Ponte, pues, ahora

mismo a enseñarles la fealdad del pecado y la

hermosura                                de                            la                            virtud.

Aturdido y espantado, dije que yo era un pobre

muchacho ignorante, incapaz de hablar de religión a

aquellos jovencitos. En aquel momento, los muchachos

cesaron en sus riñas, alborotos y blasfemias y rodearon

al que hablaba. Sin saber casi lo que me decía, añadí:

¿Quién          sois         para         mandarme            estos          imposibles?

Precisamente porque esto te parece imposible, deberás

convertirlo en posible por la obediencia y la adquisición


de


la


ciencia.


¿En       dónde?          ¿Cómo         podré         adquirir          la       ciencia?

Yo te daré la Maestra, bajo cuya disciplina podrás llegar

a ser sabio y, sin la cual, toda sabiduría se convierte en

necedad.

Pero, ¿quién sois vos que me habláis de este modo?

Yo soy el Hijo de Aquella a quien tu madre te


acostumbró


a


saludar


tres


veces


al día.


Mi madre me dice que no me junte con los que no

conozco sin su permiso; decidme, por tanto vuestro

nombre.

Mi           nombre               pregúntaselo                  a           mi            Madre.

En aquel momento vi junto a él una Señora de aspecto

majestuoso, vestida con un manto que resplandecía por

todas partes, como si cada uno de sus puntos fuera una

estrella refulgente. La cual, viéndome cada vez más

desconcertado en mis preguntas y respuestas, me indicó

que me acercase a ella, y tomándome bondadosamente

de                       la                       mano,                          me dijo:

Mira.

Al mirar me di cuenta de que aquellos muchachos


 

38

 

habían escapado, y vi en su lugar una multitud de

cabritos, perros, gatos, osos y varios otros animales.

He aquí tu campo, he aquí en donde debes trabajar.

Hazte humilde, fuerte y robusto, y lo que veas que

ocurre en estos momentos con estos animales, lo

deberás                                hacer                con               mis               hijos.

Volví entonces la mirada y, en vez de los animales

feroces, aparecieron otros tantos mansos corderillos

que, haciendo fiestas al Hombre y a la Señora, seguían

saltando                y            bailando                a            su             alrededor.

En aquel momento, siempre en sueños, me eché a llorar.

Pedí que se me hablase de modo que pudiera

comprender, pues no alcanzaba a entender que quería

representar todo aquello. Entonces  Ella  me  puso  la

mano              sobre              la            cabeza               y           me             dijo:

A       su        debido          tiempo,           todo         lo        comprenderás.

Dicho esto, un ruido me despertó y desapareció la

visión. Quedé muy aturdido. Me parecía que tenía

deshechas las manos por los puñetazos que había dado

y que me dolía la cara por las bofetadas recibidas; y

después, aquel personaje y aquella señora de tal modo

llenaron mi mente, por lo dicho y oído, que ya no pude


reanudar


el


sueño aquella noche.


Por la mañana conté en seguida aquel sueño; primero a

mis hermanos, que se echaron a reír, y luego a mi

madre y a la abuela. Cada uno lo interpretaba a su


manera.


Mi


hermano


José


decía:


Tú serás pastor de cabras, ovejas y otros animales.

Mi                                                                                                           madre:


¡Quién


sabe si


un


día


serás


sacerdote!


Antonio, con


dureza:


Tal


vez,


capitán


de


bandoleros.


Pero la abuela, analfabeta del todo, con ribetes de


teólogo, dio


la


sentencia


definitiva:


No


hay


que hacer


caso


de


los sueños.


Yo era de la opinión de mi abuela, pero nunca pude

echar en olvido aquel sueño. Lo que expondré a

continuación dará explicación de ello. Yo no hablé más

de esto, y mis parientes no le dieron la menor

importancia. Pero cuando en el año 1858 fuí a Roma

para tratar con el Papa sobre la Congregación salesiana,

él me hizo exponerle con todo detalle todas las cosas

que       tuvieran          alguna         apariencia           de       sobrenatural.

Entonces conté, por primera vez, el sueño que tuve de

los nueve a los diez años. El Papa mandó que lo

escribiera literal y detalladamente y lo dejara para

alentar a los hijos de la Congregación; ésta era


 

 

 

 

precisamente la finalidad de aquel viaje a Roma.


39


 

 

 

 

 

 

 

 

El


 

 

 

 

 

 

 

emparrado


 

Un día del año 1847, después de haber meditado mucho

sobre la manera de hacer el bien a la juventud, se me

apareció la Reina del Cielo y me llevó a un jardín

encantador. Había un rústico, pero hermosísimo y

amplio soportal en forma de vestíbulo. Enredaderas

cargadas de hojas y de flores envolvían y adornaban las

columnas, trepando hacia arriba, y se entrecruzaban

formando un gracioso toldo. Daba este soportal a un

camino hermoso sobre el cual, a todo el alcance de la

mirada,          se        extendía            una        pérgola           encantadora,

flanqueada y cubierta de maravillosos rosales en plena

floración. Todo el suelo estaba cubierto de rosas. La

bienaventurada                     Virgen               María me                           dijo:

Quítate                                               los                                             zapatos.

Y        cuando            me           los          hube           quitado             agregó:

Échate a andar bajo la pérgola: es el camino que debes

seguir. Me gustó quitarme los zapatos: me hubiera

sabido muy mal ajar aquellas rosas tan hermosas.

Empecé a andar y advertí en seguida que las rosas

escondían agudísimas espinas que hacían sangrar mis

pies. Así que me tuve que parar a los pocos pasos y

volverme                                                                                                    atrás.

Aquí       hacen         falta        los zapatos,                dije       a      mi       guía.

Ciertamente, me respondió; hacen falta buenos zapatos.

Me calcé y me puse de nuevo en camino con cierto

número de compañeros que aparecieron en aquel


momento,


pidiendo


caminar


conmigo.


Ellos me seguían bajo la pérgola, que era de una

hermosura increíble. Pero, según avanzábamos, se hacía

más estrecha y baja. Colgaban muchas ramas de lo alto

y volvían a levantarse como festones; otras caían

perpendicularmente sobre el camino. De los troncos de

los rosales salían ramas que, a intervalos, avanzaban

horizontalmente de acá para allá; otras, formando un

tupido seto, invadían una parte del camino; algunas

serpenteaban a poca altura del suelo. Todas estaban

cubiertas de rosas y yo no veía más que rosas por todas

partes: rosas por encima, rosas a los lados, rosas bajo


 

40

 

mis pies. Yo, aunque experimentaba agudos dolores en

los pies y hacía contorsiones, tocaba las rosas de una u

otra parte y sentí que todavía había espinas más

punzantes             escondidas              por        debajo.           Pero         seguí

caminando. Mis piernas se enredaban en los mismos

ramos extendidos por el suelo y se llenaban de

rasguños; movía un ramo transversal, que me impedía

el paso o me agachaba para esquivarlo y me pinchaba,

me sangraban las manos y toda mi persona. Todas las

rosas escondían una enorme cantidad de espinas. A

pesar de todo, animado por la Virgen, proseguí mi

camino. De vez en cuando, sin embargo recibía

pinchazos más punzantes que me producían dolorosos

espasmos.

Los que me veían, y eran muchísimos, caminar bajo

aquella pérgola, decían: "Don Bosco marcha siempre

entre rosas" "Todo le va bien" No veían como las

espinas                    herían                   mi                 pobre                  cuerpo.

Muchos clérigos, sacerdotes y seglares, invitados por

mí, s e habían puesto a seguirme alegres, por la belleza

de las flores; pero al darse cuenta de que había que

caminar sobre las espinas y que éstas pinchaban por

todas         partes,          empezaron            a gritar:              "Nos hemos

equivocado".


Yo les


respondí:


El que quiera caminar deliciosamente sobre rosas,


vuélvase


atrás


y síganme


los


demás.


Muchos se volvieron atrás. Después de un buen trecho

de camino, me volví para echar un vistazo a mis

compañeros. Que pena tuve al ver que unos habían

desaparecido y otros me volvían las espaldas y se

alejaban. Volví yo también hacia atrás para llamarlos,

pero fue inútil; ni siquiera me escuchaban. Entonces me

eché a llorar. ¿Es posible que tenga que andar este

camino                                                   yo                                                 solo?

Pero pronto hallé consuelo. Vi llegar hacia mí un tropel

de sacerdotes, clérigos y seglares, los cuales me

dijeron: "Somos tuyos, estamos dispuestos a seguirte".

Poniéndome  a  la  cabeza  reemprendí                                    el      camino.

Solamente algunos se descorazonaron y se detuvieron.

Una gran parte de ellos, llegó conmigo hasta la meta.

Después de pasar la pérgola, me encontré en un

hermosísimo jardín. Mis pocos seguidores habían

enflaquecido, estaban desgreñados, ensangrentados. Se

levantó entonces una brisa ligera y, a su soplo, todos

quedaron sanos. Corrió otro viento y, como por encanto,

me encontré rodeado de un número inmenso de jóvenes

y clérigos, seglares, coadjutores y también sacerdotes


 

41

 

que se pusieron a trabajar conmigo guiando a aquellos

jóvenes. Conocí a varios por la fisonomía, pero a muchos

no.

Mientras tanto, habiendo llegado a un lugar elevado del

jardín, me encontré frente a un edificio monumental,

sorprendente por la magnificencia de su arte. Atravesé

el umbral y entré en una sala espaciosísima cuya

riqueza no podía igualar ningún palacio del mundo. Toda

ella estaba cubierta y adornada por rosas fresquísimas y

sin espinas que exhalaban un suavísimo aroma.

Entonces la Santísima Virgen que había sido mi guía, me

preguntó:

¿Sabes que significa lo que ahora ves y lo que has visto

antes?

No, le respondí: os ruego que me lo expliquéis.

Entonces                                Ella                             me dijo:

Has de saber, que el camino por ti recorrido, entre rosas

y espinas, significa el trabajo que deberás realizar en

favor de los jóvenes. Tendrás que andar con los zapatos

de la mortificación. Las espinas del suelo significan los

afectos sensibles, las simpatías o antipatías humanas

que distraen al educador de su verdadero fin, y lo

hieren, y lo detienen en su misión, impidiéndole caminar

y          tejer             coronas              para            la           vida            eterna.

Las rosas son el símbolo de la caridad ardiente que debe

ser tu distintivo y el de todos tus colaboradores. Las

otras espinas significan los obstáculos, los sufrimientos,

los disgustos que os esperan. Pero no perdáis el ánimo.

Con la caridad y la mortificación, lo superaréis todo y


llegaréis


a


las


rosas


sin


espinas.


Apenas terminó de hablar la Madre de Dios, volví en mí


y

 

 

 

 

El


me


encontré

 

 

 

 

pañuelo


en

 

 

 

 

de


mi

 

 

 

 

la


habitación.

 

 

 

 

Virgen


 

Era la noche del 14 al 15 de junio. Después que me hube

acostado, apenas había comenzado a dormirme, sentí un

gran golpe en la cabecera, algo así como si alguien diese

en ella con un bastón. Me incorporé rápidamente y me

acordé en seguida del rayo; miré hacia una y otra parte

y nada ví. Por eso, persuadido de que había sido una

ilusión y de que nada había de real en todo aquello,

volví                                                a                                              acostarme.

Pero apenas había comenzado a conciliar el sueño,

cuando, he aquí que el ruido de un segundo golpe, hirió

mis oídos despertándome de nuevo. Me incorporé otra


 

42

 

vez, bajé del lecho, busqué, observé debajo de la cama y

de la mesa de trabajo, escudriñé los rincones de la


habitación,


pero


nada


ví.


Entonces, me puse en las manos del Señor; tomé agua

bendita y me volví a acostar. Fue entonces cuando mi

imaginación, yendo de una parte a otra, vio lo que ahora


os


voy


a


contar.


Me pareció encontrarme en el púlpito de nuestra iglesia

dispuesto a comenzar una plática. Los jóvenes estaban

todos sentados en sus sitios con  la  mirada  fija  en  mí,

esperando con toda atención que yo les hablase. Más yo

no sabía de que tema hablar y cómo comenzar el

sermón. Por más esfuerzos de memoria que hacía, ésta

permanecía en un estado de completa pasividad. Así

estuve por espacio de un poco de tiempo, confundido y

angustiado, no habiéndome ocurrido cosas semejante

en tantos años de predicación. Más he aquí que poco

después veo la iglesia convertida en un gran valle. Yo

buscaba con la vista los muros de la misma y no los

veía, como tampoco a ningún joven. Estaba fuera de mí

por la admiración, sin saberme explicar aquel cambio de

escena.Pero ¿qué significa todo esto? me dije a mí

mismo. Hace un momento estaba en el púlpito y ahora

me encuentro en este valle. ¿es que sueño? ¿qué

hago?Entonces me decidí a caminar por aquel valle.

Mientras          lo      recorría         busqué         a      alguien         a      quien

manifestarle mi extrañeza y pedirle al mismo tiempo

alguna explicación. Pronto vi ante mí un hermoso

palacio con grandes balcones y amplias terrazas o como

se quieran llamar, que formaban un conjunto admirable.

Delante del palacio se extendía una plaza. En ángulo a

ella, a la derecha, descubrí un gran número de jóvenes

agrupados, los cuales rodeaban a una Señora que

estaba          entregando            un       pañuelo          a      cada        uno       de

ellos.Aquellos jóvenes, después de recibir el pañuelo,

subían y se disponían en fila detrás de otro en la terraza

que estaba cercada por una balaustrada.Yo también me

acerqué a la Señora y pude oír que, en el momento de

entregar los pañuelos, decía a todos y a cada uno de los

jóvenes estas palabras:No lo abráis cuando sople el

viento y si éste os sorprende, mientras lo estáis

extendiendo,              volvemos            inmediatamente                hacia         la

derecha, nunca a la izquierda.Yo observaba a todos

aquellos jóvenes, pero por el momento no conocí a

ninguno. Terminada la distribución de los pañuelos,

cuando todos los muchachos estuvieron en la terraza,

formaron unos                  detrás         de       otros         una        larga        fila,

permaneciendo derechos sin decir una palabra. Yo


 

43

 

continué observando y vi a un joven que comenzaba a

sacar su pañuelo extendiéndolo; después comprobé

como también los demás jóvenes iban sacando poco a

poco los suyos y los desdoblaban, hasta que todos

tuvieron el pañuelo extendido. Eran los pañuelos muy

anchos,          bordados          en       oro,       con       unas        labores         de

elevadísimo precio y se leían en ellos estas palabras,

también bordadas en oro: Regían virtutum.Cuando he

aquí que del septentrión, esto es, de la izquierda,

comenzó a soplar nuevamente un poco de aire, que fue

arreciando cada vez más hasta convertirse en un viento

impetuoso. Apenas comenzó a soplar este viento, vi que

algunos jóvenes doblaban el pañuelo y lo guardaban:

otros se volvían del lado derecho. Pero una parte

permaneció impasible con el pañuelo desplegado.

Cuando el viento se hizo más impetuoso comenzó a

aparecer y a extenderse una nube que pronto cubrió

todo el cielo. Seguidamente se desencadenó un furioso

temporal, oyéndose el fragoroso rodar del trueno:

después comenzó a caer granizo, a llover y finalmente a

nevar.Entretanto muchos jóvenes permanecían con el

pañuelo extendido y el granizo cayendo sobre él, lo

agujereaba traspasándolo de parte a parte: el mismo

efecto producía la lluvia, cuyas gotas parecía que

tuviesen punta; el mismo daño causaban los copos de

nieve.         En      un      momento           todos         aquellos          pañuelos

quedaron estropeados y acribillados, perdieron toda su

hermosura.

Este hecho despertó en mí tal estupor que no sabía qué

explicación dar a lo que había visto. Lo peor fue que,

habiéndome acercado a aquellos jóvenes a los cuales no

había conocido antes, ahora al mirarlos con mayor

atención, los reconocí a todos distintamente. Eran mis

jóvenes del Oratorio. Aproximándome aún más, les

pregunté:

¿Qué           haces                       aquí?            ¿eres                      fulano?

Sí, aquí estoy. Mire, también está fulano y el otro y el

otro.

Fui entonces adonde estaba la Señora que distribuía los

pañuelos; cerca de Ella había algunos hombres a los

cuales                                                                                                            dije:


¿Qué significa


todo esto?


La       Señora,


volviéndose              a        mí,         me         contestó:


¿No leíste lo que estaba escrito en aquellos pañuelos?

Sí; Regina virtutum.


¿No

Si


sabes

que


po


lo


r


qué?

sé.


Pues bien, aquellos jóvenes expusieron la virtud de la


 

44

 

pureza al viento de las tentaciones. Los primeros,

apenas se dieron cuenta del peligro huyeron, son los

que guardaron el pañuelo; otros, sorprendidos y no

habiendo tenido tiempo de guardarlo, se volvieron a la

derecha; son los que en peligro recurren al Señor

volviendo la espalda al enemigo. Otros permanecieron

con el pañuelo extendido ante el ímpetu de la tentación

que             les              hizo             caer              en             el             pecado.

Ante semejante espectáculo, me sentí profundamente

abatido          y       estaba           para        dejarme           llevar          de        la

desesperación, al comprobar cuán pocos eran los que

habían conservado la bella virtud, cuando prorrumpí en

un doloroso llanto. Después de haberme serenado un

tanto, proseguí:

Pero ¿cómo es que los pañuelos fueron agujereados no

sólo por la tempestad sino también por la lluvia y por la

nieve? ¿Las gotas de agua y los copos de nieve no

indican acaso los pecados pequeños, o sea, las faltas

veniales?

Con todo, no te aflijas tanto, ven a ver. Uno de aquellos

hombres avanzó entonces hacia el balcón, hizo una

señal          con        la mano                a       los         jóvenes           y gritó:

¡A la                                                                                                    derecha!

Casi todos los muchachos se volvieron a la derecha,

pero algunos no se movieron de su sitio y su pañuelo

terminó           por        quedar          completamente                destrozado.

Entonces ví el pañuelo de los que se había vuelto hacia

la derecha disminuir de tamaño, con zurcidos y

remiendos, pero sin agujero alguno. Con todo, estaban

en tan deplorable estado que daba compasión el verlos;

habían perdido su forma regular. Unos medían tres


palmos,

La


otros


dos,

Señora


otros


uno.

añadió:


Estos son los que tuvieron la desgracia de perder la

bella virtud, pero remedian sus caídas con la confesión.

Los que no se movieron son los que continúan en

pecado, y tal vez, caminan irremediablemente a su

perdición.

Al fin dijo: No lo digas a nadie, solamente amonesta.


 

 

 

 

La


 

 

 

serpiente


 

 

 

y


 

 

 

el


 

 

 

Avemaría


 

Soñé  que  me  encontraba  en  compañía  de  todos  los

jóvenes en Castelnuovo de Asti, en casa de mi hermano.

Mientras todos hacían recreo, vino hacia mí un

desconocido y me invitó a acompañarle. Le seguí y me


 

45

 

condujo a un prado próximo al patio y allí me señaló

entre la hierba una enorme serpiente de siete u ocho

metros de longitud y de un grosor extraordinario.


Horrorizado


al


contemplarla,


quise


huir.


No, no, me dijo mi acompañante; no huya; venga


conmigo


y


vea.


Y ¿cómo quiere -respondí- que yo me atreva a

acercarme a                                                         esa                             bestia?

No tenga miedo, no le hará ningún mal; venga conmigo.

Ah! exclamé, no soy tan necio como para exponerme a

tal                                                                                                           peligro.

Entonces -continuó mi acompañante- aguarde aquí.

Y seguidamente fue en busca de una cuerda y con ella

en       la       mano         volvió junto a                              y       me        dijo:

Tome esta cuerda por una punta y sujétela bien; yo

agarré el otro extremo y me pondré en la parte opuesta

y así la mantendremos suspendida sobre la serpiente.

¿Y                                                                                                      después?

Después la dejaremos caer sobre su espina dorsal.

Ah! No; por favor. ¡Ay de nosotros si lo hacemos! La

serpiente           saltará          enfurecida           y      nos        despedazará.

No, no; déjeme a mí -añadió el desconocido- yo sé lo

que                                                    me                                                    hago.

No, de ninguna manera; no quiero hacer una experiencia

que                me                pueda                  costar                  la               vida.

Y ya me disponía a huir. Pero él insistió de nuevo,

asegurándome que no había nada que temer; que la

serpiente no me haría el menor daño. Y tanto me dijo

que me quedé donde estaba, dispuesto a hacer lo que

me decía.

El, entretanto, pasó al otro lado del monstruo, levantó la

cuerda y con ella dio un latigazo sobre el lomo del

animal. La serpiente dio un salto volviendo la cabeza

hacia atrás para morder el objeto que la había herido,

pero en lugar de clavar los dientes en la cuerda, quedó

enlazada en ella como por un nudo corredizo. Entonces


el


desconocido


me


gritó:


Sujete bien la cuerda, sujétela bien, que no se le escape.

Y corrió a un peral que había allí cerca y ató a su tronco

el extremo que tenía en la mano; corrió después hacia

mí, tomó la otra punta y fue a amarrarla a la reja de una

ventana                                  de                               la                               casa.

Entretanto la serpiente se agitaba, movía furiosamente

sus anillos y daba tales golpes con la cabeza y anillos en

el suelo, que sus carnes se rompían saltando a pedazos

a gran distancia. Así continuó mientras tuvo vida; y una

vez que hubo muerto, no quedó de ella más que el


esqueleto


descarnado.


 


   
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