

Han pasado cinco minutos de sermón. El sol empieza a
oscurecerse. Un retumbar inmenso se oye en el firmamento: un
trueno poderoso, otro y otro. En el tejado de la Iglesia se
escuchan caer gruesas goteras. Un murmullo de alegría recorre
todo el templo. Don Bosco se calla por un momento. Un gran
aguacero se siente caer. Los ventanales de la Iglesia retumban
ante las ondas de viento cargadas de refrescante lluvia.
Don Bosco sigue su sermón: un “Gracias” a la Madre de Cielo.
Está emocionado. Tiene que secar con el pañuelo las lágrimas de
gratitud que brotan de sus ojos. Y muchos de aquellos rudos
campesinos, sienten aflojar también ante sus ojos calurosos
lágrimas de acción de gracias.
El santo agradecido termina recordando a todos la famosa frase
que más tarde hará grabar sobre las campanas de la Iglesia de
María Auxiliadora: “CUANDO MARÍA RUEGA: TODO SE
OBTIENE. –NADA SE NIEGA”.
SANTO DOMINGO SAVIO SE APARECE , DESPUÉS DE
MUERTO , A SAN JUAN BOSCO
Quizás el más grande éxito de Don Bosco como educador fue el
haber logrado que un alumno suyo , Domingo Savio , en sólo tres
años de colegio alcanzara tal santidad , que hasta ahora , en 19
siglos y medio de existencia de la Iglesia Católica , ha sido el
ÚNICO COLEGIAL DECLARADO SANTO POR EL PAPA .
Domingo Savio , nació el 2 de abril de 1842 , de padres muy
pobres , en un pueblecito de Italia , (no muy lejos de Roma) se
encontró con San Juan Bosco en uno de los paseos que el santo
hacía con sus alumnos por los campos y pueblos de Italia ,
presentando funciones de canto y música , piezas de teatro ,
solemnizando misas y fiestas religiosas , y dando buenísimos
ejemplos de alegría y buen comportamiento . Estos paseos , al
tiempo que servían como vacaciones de los alumnos internos ,
eran una gran propaganda para la Obra de Don Bosco y muchos
jóvenes de provincia quedaban tan encantados del sistema tan
alegre y simpático del santo para educar , que ya nunca se
separaban de él . Uno de esos que apenas lo conoció , fue su
amigo hasta la muerte , fue Domingo Savio .
Como era muy pobre , Don Bosco le concedió una beca en su
Oratorio de Turín , y allí desde 1854 hasta 1857 Domingo hizo
sus tres primeros años de bachillerato .
En los tres años ganó por votación unánime de 800 alumnos el
premio de compañerismo cada año , y su santidad y simpatía
fueron tan grandes que por muchos años su recuerdo estuvo vivo
y vibrante entre todos sus compañeros .
31
Pero en 1857 , mientras hacía tercero de bachillerato , Domingo
Savio se enfermó gravemente y los médicos dijeron que debía ir a
su pueblo a descansar . Se despidió de Don Bosco y de sus
compañeros con inmensa nostalgia pues estaba seguro de que
ya no los volvería a ver en esta tierra y al llegar a su hogar se
agravó , y el 9 de marzo de 1857 , después de haber recibido los
santos sacramentos , murió plácidamente exclamando :
“Qué cosas tan hermosas veo” (Estaba para cumplir 15 años) .
Pocos días después se apareció en sueños a su padre para
avisarle que se había salvado , y ya muy pronto empezó a obrar
milagros a favor de los que se encomendaban a él . Fueron tantos
y tan grandes los milagros que hizo que el papa Pío XII lo declaró
Santo en el año de 1954 , y lo nombró Patrono de los jóvenes del
mundo entero .
El 6 de diciembre de 1876 DOMINGO SAVIO SE APARECIÓ A
DON BOSCO EN EL SUEÑO FAMOSO , que vamos a narrar
enseguida :
Dice Don Bosco :
“En un jardín de una belleza indescriptible , ví aparecer a
Domingo Savio acompañado de un gran número de jóvenes ,
muchos de los cuales yo conocía porque habían sido mis
alumnos , pero muchísimos más que nunca había visto . Todos
venían alegres a mi encuentro .
Los acompañaban muchos , muchísimos sacerdotes , unos
conocidos míos , ya muertos , y otros totalmente desconocidos
para mí .
Cada sacerdote guiaba un grupo de jóvenes .
Domingo Savio venía rodeado de músicas y resplandores .
Inmensamente bello y brillante . Vestía una túnica blanquísima y
estaba ceñido con una franja roja . De su cuello pendía una
cadena de flores tan bellas cual yo nunca había visto semejantes
. En la cabeza llevaba una corona de rosas . Su cabellera
ondulante descendía hasta sus espaldas … parecía un ángel .
Yo pregunté a Domingo : estamos en el paraíso ? .
- No - me respondió . - Esto que ves y oyes son sólo bellezas
naturales muy perfeccionadas por el poder de Dios . Lo que es
del cielo no lo puede ver ni oir nadie con ojos u oídos humanos ,
porque se moriría de gozo .
- Y qué gozáis vosotros en el Paraíso ? .
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- Es imposible tratar de decirlo porque la mente humana no es
capaz de comprender lo que se goza en el cielo . Pero baste decir
que gozamos de Dios . Amamos a Dios . Vemos a Dios . Somos
amados por Él …
- Y por qué tienes ese vestido tan blanco ? .
Domingo calló pero un coro de voces respondió , cantando , las
palabras de la Santa Biblia : “Estos son los que se mantuvieron
sin pecado y purificaron sus almas con la Sangre del Cordero .
Los que tienen el corazón puro , los que no cometieron pecados
de impureza , seguirán al Cordero donde quiera que Él vaya” .
(Apocalipsis) .
Luego se me explicó que aquella franja roja significaba los
sacrificios hechos , el martirio sufrido para conservar la pureza .
Los jóvenes que venían con Domingo Savio vestían también la
túnica blanca y la franja roja ; mientras yo los observaba , oí que
unas bellas voces cantaban aquellas palabras del Evangelio :
“Serán como ángeles de Dios en el cielo” .
Entonces entablamos con Domingo el siguiente diálogo :
- Vengo a traerte un mensaje del cielo .
¿Ves cuántos son los que me acompañan ? .
Son muchos , muchos . Pero serían muchísimos más si
hubieras tenido más fe . - dijo .
Suspiré con dolor y formulé este propósito :
“Procuraré tener más fe en lo por venir” .
Savio me mostró las preciosas flores que lo adornaban y me dijo :
- Dile a tus alumnos que estos son los adornos que deben
conseguirse para ir a la eternidad : las rosas significan la caridad :
amar mucho a Dios y al prójimo . La azucena : la bella virtud de la
pureza (que obtiene que se cumpla en quienes la practican lo que
dijo Jesús : “Serán como ángeles de Dios en el cielo”) .
El girasol significa la obediencia . Las espigas : la comunión
frecuente ; la genciana : la mortificación , los sacrificios ; y la
siempreviva significa que estas virtudes hay que practicarlas
siempre , cada día , sin cansarse , ni desanimarse .
- ¿Y dime , Domingo Savio , qué fue lo que más te consoló a la
hora de la muerte ? .
- LO QUE MÁS ME CONSOLÓ A LA HORA DE LA MUERTE
FUE LA ASISITENCIA DE LA PODEROSA MADRE DE DIOS .
Dile a tus discípulos que no dejen de invocarla mucho
durante toda su vida .
- ¿Y para el porvenir qué me anuncias ? .
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- El año entrante morirán seis más dos de tus colaboradores .
Será para ti una gran pena , pero el Señor te enviará muchos
colaboradores mas .
- ¿Y para mi Congregación ? . – El año entrante habrá en ella una
nueva estrella .
- A la Congregación le esperan grandes triunfos , pero con tal de
que sus sacerdotes la guíen por el sendero justo y se hagan
dignos de su alta misión . HAY UNAS CONDICIONES PARA
QUE TU CONGREGACIÓN TENGA ÉXITO : que tus discípulos
sean muy devotos de la Santísima Virgen , y que conserven la
virtud de la castidad , que tanto agrada a la Virgen .
- ¿Y mis jóvenes están todos en camino de salvación ? .
- Tus discípulos se dividen en tres clases .
Ves estas tres listas ? . Y me entregó una .
Tenía un título : “los que no han caído” .
Eran muchos . Viajaban hacia la eternidad con el alma hermosa ,
sin heridas ni manchas .
Muchos de ellos eran conocidos por mí .
Luego me entregó una segunda lista : tenía por título : “Los que
cayeron pero se han levantado” . Son los que han pecado pero se
han arrepentido y se han confesado y están corrigiéndose .
Muchos más que los de la primera lista .
Enseguida me entregó la tercera lista que tenía por título : “Los
que caminan por la vía de la perdición “ . Domingo me dijo : estos
son los que viven tranquilamente en pecado mortal . Al abrir la
lista tendré que retirarme porque son almas tan antipáticas por su
amor al pecado que su presencia no la podemos soportar y su
olor es insufrible .
- Me voy , recuérdales a todos la lista de flores que deben
conseguir .
Domingo y sus compañeros se retiraron bastante cuando yo
empecé a abrir la lista de los que están y viven en pecado mortal .
Apenas abrí el papel ví aparecer delante de mí una gran cantidad
de jóvenes y con inmensa amargura me dí cuenta de que
bastantes de ellos estudiaban con nosotros . Ví a muchos que
parecían buenos y hasta óptimos en lo exterior y en cambio su
vida estaba llena de pecados mortales consentidos .
Parecen buenos y no lo son en realidad .
Mas en el momento de abrir la lista se esparció un olor tan
insoportable que creí morir . La hermosa visión de Domingo Savio
y sus amigos , desapareció . La atmósfera se oscureció , y al
mismo tiempo hendió los aires un relámpago , y un formidable
trueno se dejó oír , de tal manera que me desperté asustadísimo .
34
Aquel olor penetró en todas las paredes y se me infiltró en los
vestidos de tal manera , que mucho tiempo después me parecía
sentir aquella hediondez terrible . Aún ahora , con solo acordarme
me vienen náuseas , me siento asfixiado y con el estómago
revuelto .
Al día siguiente empecé a interrogar a los jóvenes para saber si el
estado de sus almas era realmente como yo lo había visto en la
Visión nocturna y me convencí de que aquel Sueño no me
había engañado . Ha sido pues una gracia del Señor que me
ha hecho conocer el estado del alma de cada uno de mis alumnos
, y a cada uno le iré diciendo en particular cómo lo ví en el Sueño
. Hasta ahora todos los que he llamado me han dicho que su
situación espiritual es tal cual como yo la ví en las listas que
Domingo Savio me presentó (MB , 12 , 580) .
CUMPLIMIENTO DE LO ANUNCIADO : Al año siguiente murieron
seis mas dos , de los amigos de Don Bosco : seis alumnos y dos
salesianos .
Al año siguiente apareció una nueva estrella en la Comunidad
Salesiana : el Boletín Salesiano , la famosa revista fundada por
Don Bosco en 1877 , que se publica hoy en 18 idiomas y edita
más de un millón de ejemplares mensuales y ha sido el gran
medio de propagar por todo el mundo las ideas de Don Bosco ,
hacer conocer sus obras y conseguir numerosas vocaciones .
De este Sueño , que es uno de los más bellos y admirables de
Don Bosco , nuestro Santo repitió después frecuentemente tres
35
ideas
claves
que
se
quedaron
grabadas:
La primera :
Lo que más me agradó a la hora de la muerte fue la asistencia de
la poderosa Madre de Dios . Dile a todos que no dejen de
invocarla mucho durante toda su vida .
La Segunda :
Recuérdales a todos la lista de flores que deben conseguir : rosa:
caridad . Azucena: pureza . Girasol: obediencia etc. etc.
La Tercera :
La simpatía inmensa que irradiaban los que tenían el alma sin
mancha de pecado , y en cambio la asquerosidad y la
repugnancia indescriptible de quienes viven tranquilamente en
sus pecados . Esto lo recalcó mucho en sus sermones y en sus
cartas .



UN ALUMNO DE SAN JUAN BOSCO ES EL ÚNICO COLEGIAL
DECLARADO SANTO POR LA IGLESIA CATÓLICA . Santo
Domingo Savio .
Don Bosco lo educó en su colegio para niños pobres . Cuando
estaba empezando Tercero de Bachillerato se murió , y han sido
tantos los milagros que ha obtenido del Señor , que el Papa Pío
XII lo declaró Santo .
Su biografía , escrita por su profesor , Don Bosco , ha sido
traducida a todos los idiomas importantes del mundo y lleva ya 54
ediciones .
Del Libro: LOS SUEÑOS DE SAN JUAN BOSCO
P. Eliécer Sálesman
Apostolado Bíblico Católico
3° Edición Diciembre de 2001
Editorial Centro Don Bosco
Av. Eldorado N° 65-96
Bogotá , D.C. -Colombia
LIBRERÍA SAN PEDRO CLAVER
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Sueños de
sobre la Virgen María
Don
Bosco
Sus compañeros estudiantes le apodaron "el soñador" y
con razón. Pues desde el año nueve de su vida al
setenta y uno, Don Bosco contó un número muy grande
de sueños. Se comprueba como su vida y sus
actividades no se explican sin sus sueños. Si los sueños
son un medio para conocer la vida espiritual íntima de
Don Bosco, y marcan pautas en la religiosidad de la
Familia Salesiana, su función aplicada a sus queridos
jóvenes es también evidente. A continuación se
expondrán los sueños de Don Bosco en relación a la
Santísima Virgen María, cuya devoción propagó durante
toda su vida, asegurando que los devotos de María eran
objetos de gracias especiales.
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Cuando yo tenía unos nueve años, tuve un sueño que
me quedó profundamente grabado en la mente para
toda la vida. En el sueño me pareció estar junto a mi
casa, en un paraje bastante espacioso, donde había
reunida una muchedumbre de chiquillos en pleno juego.
Unos reían, otros jugaban, muchos blasfemaban. Al oír
aquellas blasfemias, me metí en medio de ellos para
hacerlos callar a puñetazos e insultos. En aquel
momento apareció un hombre muy respetable, de
varonil aspecto, noblemente vestido. Un blanco manto le
cubría de arriba a abajo, pero su rostro era luminoso,
tanto que no se podía fijar en él la mirada. Me llamó por
mi nombre y me mandó ponerme al frente de aquellos
muchachos, añadiendo estas palabras:
No con golpes, sino con la mansedumbre y la caridad,
deberás ganarte a estos amigos. Ponte, pues, ahora
mismo a enseñarles la fealdad del pecado y la
hermosura de la virtud.
Aturdido y espantado, dije que yo era un pobre
muchacho ignorante, incapaz de hablar de religión a
aquellos jovencitos. En aquel momento, los muchachos
cesaron en sus riñas, alborotos y blasfemias y rodearon
al que hablaba. Sin saber casi lo que me decía, añadí:
¿Quién sois para mandarme estos imposibles?
Precisamente porque esto te parece imposible, deberás
convertirlo en posible por la obediencia y la adquisición
¿En dónde? ¿Cómo podré adquirir la ciencia?
Yo te daré la Maestra, bajo cuya disciplina podrás llegar
a ser sabio y, sin la cual, toda sabiduría se convierte en
necedad.
Pero, ¿quién sois vos que me habláis de este modo?
Yo soy el Hijo de Aquella a quien tu madre te
acostumbró
a
saludar
tres
veces
al día.
Mi madre me dice que no me junte con los que no
conozco sin su permiso; decidme, por tanto vuestro
nombre.
Mi nombre pregúntaselo a mi Madre.
En aquel momento vi junto a él una Señora de aspecto
majestuoso, vestida con un manto que resplandecía por
todas partes, como si cada uno de sus puntos fuera una
estrella refulgente. La cual, viéndome cada vez más
desconcertado en mis preguntas y respuestas, me indicó
que me acercase a ella, y tomándome bondadosamente
de la mano, me dijo:
Mira.
Al mirar me di cuenta de que aquellos muchachos
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habían escapado, y vi en su lugar una multitud de
cabritos, perros, gatos, osos y varios otros animales.
He aquí tu campo, he aquí en donde debes trabajar.
Hazte humilde, fuerte y robusto, y lo que veas que
ocurre en estos momentos con estos animales, lo
deberás tú hacer con mis hijos.
Volví entonces la mirada y, en vez de los animales
feroces, aparecieron otros tantos mansos corderillos
que, haciendo fiestas al Hombre y a la Señora, seguían
saltando y bailando a su alrededor.
En aquel momento, siempre en sueños, me eché a llorar.
Pedí que se me hablase de modo que pudiera
comprender, pues no alcanzaba a entender que quería
representar todo aquello. Entonces Ella me puso la
mano sobre la cabeza y me dijo:
A su debido tiempo, todo lo comprenderás.
Dicho esto, un ruido me despertó y desapareció la
visión. Quedé muy aturdido. Me parecía que tenía
deshechas las manos por los puñetazos que había dado
y que me dolía la cara por las bofetadas recibidas; y
después, aquel personaje y aquella señora de tal modo
llenaron mi mente, por lo dicho y oído, que ya no pude
reanudar
el
sueño aquella noche.
Por la mañana conté en seguida aquel sueño; primero a
mis hermanos, que se echaron a reír, y luego a mi
madre y a la abuela. Cada uno lo interpretaba a su
manera.
Mi
hermano
José
decía:
Tú serás pastor de cabras, ovejas y otros animales.
Mi madre:
¡Quién
sabe si
un
día
serás
sacerdote!
Tal
vez,
capitán
de
bandoleros.
Pero la abuela, analfabeta del todo, con ribetes de
teólogo, dio
la
sentencia
definitiva:
No
hay
que hacer
caso
de
los sueños.
Yo era de la opinión de mi abuela, pero nunca pude
echar en olvido aquel sueño. Lo que expondré a
continuación dará explicación de ello. Yo no hablé más
de esto, y mis parientes no le dieron la menor
importancia. Pero cuando en el año 1858 fuí a Roma
para tratar con el Papa sobre la Congregación salesiana,
él me hizo exponerle con todo detalle todas las cosas
que tuvieran alguna apariencia de sobrenatural.
Entonces conté, por primera vez, el sueño que tuve de
los nueve a los diez años. El Papa mandó que lo
escribiera literal y detalladamente y lo dejara para
alentar a los hijos de la Congregación; ésta era
precisamente la finalidad de aquel viaje a Roma.
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Un día del año 1847, después de haber meditado mucho
sobre la manera de hacer el bien a la juventud, se me
apareció la Reina del Cielo y me llevó a un jardín
encantador. Había un rústico, pero hermosísimo y
amplio soportal en forma de vestíbulo. Enredaderas
cargadas de hojas y de flores envolvían y adornaban las
columnas, trepando hacia arriba, y se entrecruzaban
formando un gracioso toldo. Daba este soportal a un
camino hermoso sobre el cual, a todo el alcance de la
mirada, se extendía una pérgola encantadora,
flanqueada y cubierta de maravillosos rosales en plena
floración. Todo el suelo estaba cubierto de rosas. La
bienaventurada Virgen María me dijo:
Quítate los zapatos.
Y cuando me los hube quitado agregó:
Échate a andar bajo la pérgola: es el camino que debes
seguir. Me gustó quitarme los zapatos: me hubiera
sabido muy mal ajar aquellas rosas tan hermosas.
Empecé a andar y advertí en seguida que las rosas
escondían agudísimas espinas que hacían sangrar mis
pies. Así que me tuve que parar a los pocos pasos y
volverme atrás.
Aquí hacen falta los zapatos, dije a mi guía.
Ciertamente, me respondió; hacen falta buenos zapatos.
Me calcé y me puse de nuevo en camino con cierto
número de compañeros que aparecieron en aquel
momento,
pidiendo
caminar
conmigo.
Ellos me seguían bajo la pérgola, que era de una
hermosura increíble. Pero, según avanzábamos, se hacía
más estrecha y baja. Colgaban muchas ramas de lo alto
y volvían a levantarse como festones; otras caían
perpendicularmente sobre el camino. De los troncos de
los rosales salían ramas que, a intervalos, avanzaban
horizontalmente de acá para allá; otras, formando un
tupido seto, invadían una parte del camino; algunas
serpenteaban a poca altura del suelo. Todas estaban
cubiertas de rosas y yo no veía más que rosas por todas
partes: rosas por encima, rosas a los lados, rosas bajo
40
mis pies. Yo, aunque experimentaba agudos dolores en
los pies y hacía contorsiones, tocaba las rosas de una u
otra parte y sentí que todavía había espinas más
punzantes escondidas por debajo. Pero seguí
caminando. Mis piernas se enredaban en los mismos
ramos extendidos por el suelo y se llenaban de
rasguños; movía un ramo transversal, que me impedía
el paso o me agachaba para esquivarlo y me pinchaba,
me sangraban las manos y toda mi persona. Todas las
rosas escondían una enorme cantidad de espinas. A
pesar de todo, animado por la Virgen, proseguí mi
camino. De vez en cuando, sin embargo recibía
pinchazos más punzantes que me producían dolorosos
espasmos.
Los que me veían, y eran muchísimos, caminar bajo
aquella pérgola, decían: "Don Bosco marcha siempre
entre rosas" "Todo le va bien" No veían como las
espinas herían mi pobre cuerpo.
Muchos clérigos, sacerdotes y seglares, invitados por
mí, s e habían puesto a seguirme alegres, por la belleza
de las flores; pero al darse cuenta de que había que
caminar sobre las espinas y que éstas pinchaban por
todas partes, empezaron a gritar: "Nos hemos
equivocado".
El que quiera caminar deliciosamente sobre rosas,
vuélvase
atrás
y síganme
los
demás.
Muchos se volvieron atrás. Después de un buen trecho
de camino, me volví para echar un vistazo a mis
compañeros. Que pena tuve al ver que unos habían
desaparecido y otros me volvían las espaldas y se
alejaban. Volví yo también hacia atrás para llamarlos,
pero fue inútil; ni siquiera me escuchaban. Entonces me
eché a llorar. ¿Es posible que tenga que andar este
camino yo solo?
Pero pronto hallé consuelo. Vi llegar hacia mí un tropel
de sacerdotes, clérigos y seglares, los cuales me
dijeron: "Somos tuyos, estamos dispuestos a seguirte".
Poniéndome a la cabeza reemprendí el camino.
Solamente algunos se descorazonaron y se detuvieron.
Una gran parte de ellos, llegó conmigo hasta la meta.
Después de pasar la pérgola, me encontré en un
hermosísimo jardín. Mis pocos seguidores habían
enflaquecido, estaban desgreñados, ensangrentados. Se
levantó entonces una brisa ligera y, a su soplo, todos
quedaron sanos. Corrió otro viento y, como por encanto,
me encontré rodeado de un número inmenso de jóvenes
y clérigos, seglares, coadjutores y también sacerdotes
41
que se pusieron a trabajar conmigo guiando a aquellos
jóvenes. Conocí a varios por la fisonomía, pero a muchos
no.
Mientras tanto, habiendo llegado a un lugar elevado del
jardín, me encontré frente a un edificio monumental,
sorprendente por la magnificencia de su arte. Atravesé
el umbral y entré en una sala espaciosísima cuya
riqueza no podía igualar ningún palacio del mundo. Toda
ella estaba cubierta y adornada por rosas fresquísimas y
sin espinas que exhalaban un suavísimo aroma.
Entonces la Santísima Virgen que había sido mi guía, me
preguntó:
¿Sabes que significa lo que ahora ves y lo que has visto
antes?
No, le respondí: os ruego que me lo expliquéis.
Entonces Ella me dijo:
Has de saber, que el camino por ti recorrido, entre rosas
y espinas, significa el trabajo que deberás realizar en
favor de los jóvenes. Tendrás que andar con los zapatos
de la mortificación. Las espinas del suelo significan los
afectos sensibles, las simpatías o antipatías humanas
que distraen al educador de su verdadero fin, y lo
hieren, y lo detienen en su misión, impidiéndole caminar
y tejer coronas para la vida eterna.
Las rosas son el símbolo de la caridad ardiente que debe
ser tu distintivo y el de todos tus colaboradores. Las
otras espinas significan los obstáculos, los sufrimientos,
los disgustos que os esperan. Pero no perdáis el ánimo.
Con la caridad y la mortificación, lo superaréis todo y
llegaréis
a
las
rosas
sin
espinas.
Apenas terminó de hablar la Madre de Dios, volví en mí
y
El
me
encontré
pañuelo
en
de
mi
la
habitación.
Virgen
Era la noche del 14 al 15 de junio. Después que me hube
acostado, apenas había comenzado a dormirme, sentí un
gran golpe en la cabecera, algo así como si alguien diese
en ella con un bastón. Me incorporé rápidamente y me
acordé en seguida del rayo; miré hacia una y otra parte
y nada ví. Por eso, persuadido de que había sido una
ilusión y de que nada había de real en todo aquello,
volví a acostarme.
Pero apenas había comenzado a conciliar el sueño,
cuando, he aquí que el ruido de un segundo golpe, hirió
mis oídos despertándome de nuevo. Me incorporé otra
42
vez, bajé del lecho, busqué, observé debajo de la cama y
de la mesa de trabajo, escudriñé los rincones de la
habitación,
pero
nada
ví.
Entonces, me puse en las manos del Señor; tomé agua
bendita y me volví a acostar. Fue entonces cuando mi
imaginación, yendo de una parte a otra, vio lo que ahora
Me pareció encontrarme en el púlpito de nuestra iglesia
dispuesto a comenzar una plática. Los jóvenes estaban
todos sentados en sus sitios con la mirada fija en mí,
esperando con toda atención que yo les hablase. Más yo
no sabía de que tema hablar y cómo comenzar el
sermón. Por más esfuerzos de memoria que hacía, ésta
permanecía en un estado de completa pasividad. Así
estuve por espacio de un poco de tiempo, confundido y
angustiado, no habiéndome ocurrido cosas semejante
en tantos años de predicación. Más he aquí que poco
después veo la iglesia convertida en un gran valle. Yo
buscaba con la vista los muros de la misma y no los
veía, como tampoco a ningún joven. Estaba fuera de mí
por la admiración, sin saberme explicar aquel cambio de
escena.Pero ¿qué significa todo esto? me dije a mí
mismo. Hace un momento estaba en el púlpito y ahora
me encuentro en este valle. ¿es que sueño? ¿qué
hago?Entonces me decidí a caminar por aquel valle.
Mientras lo recorría busqué a alguien a quien
manifestarle mi extrañeza y pedirle al mismo tiempo
alguna explicación. Pronto vi ante mí un hermoso
palacio con grandes balcones y amplias terrazas o como
se quieran llamar, que formaban un conjunto admirable.
Delante del palacio se extendía una plaza. En ángulo a
ella, a la derecha, descubrí un gran número de jóvenes
agrupados, los cuales rodeaban a una Señora que
estaba entregando un pañuelo a cada uno de
ellos.Aquellos jóvenes, después de recibir el pañuelo,
subían y se disponían en fila detrás de otro en la terraza
que estaba cercada por una balaustrada.Yo también me
acerqué a la Señora y pude oír que, en el momento de
entregar los pañuelos, decía a todos y a cada uno de los
jóvenes estas palabras:No lo abráis cuando sople el
viento y si éste os sorprende, mientras lo estáis
extendiendo, volvemos inmediatamente hacia la
derecha, nunca a la izquierda.Yo observaba a todos
aquellos jóvenes, pero por el momento no conocí a
ninguno. Terminada la distribución de los pañuelos,
cuando todos los muchachos estuvieron en la terraza,
formaron unos detrás de otros una larga fila,
permaneciendo derechos sin decir una palabra. Yo
43
continué observando y vi a un joven que comenzaba a
sacar su pañuelo extendiéndolo; después comprobé
como también los demás jóvenes iban sacando poco a
poco los suyos y los desdoblaban, hasta que todos
tuvieron el pañuelo extendido. Eran los pañuelos muy
anchos, bordados en oro, con unas labores de
elevadísimo precio y se leían en ellos estas palabras,
también bordadas en oro: Regían virtutum.Cuando he
aquí que del septentrión, esto es, de la izquierda,
comenzó a soplar nuevamente un poco de aire, que fue
arreciando cada vez más hasta convertirse en un viento
impetuoso. Apenas comenzó a soplar este viento, vi que
algunos jóvenes doblaban el pañuelo y lo guardaban:
otros se volvían del lado derecho. Pero una parte
permaneció impasible con el pañuelo desplegado.
Cuando el viento se hizo más impetuoso comenzó a
aparecer y a extenderse una nube que pronto cubrió
todo el cielo. Seguidamente se desencadenó un furioso
temporal, oyéndose el fragoroso rodar del trueno:
después comenzó a caer granizo, a llover y finalmente a
nevar.Entretanto muchos jóvenes permanecían con el
pañuelo extendido y el granizo cayendo sobre él, lo
agujereaba traspasándolo de parte a parte: el mismo
efecto producía la lluvia, cuyas gotas parecía que
tuviesen punta; el mismo daño causaban los copos de
nieve. En un momento todos aquellos pañuelos
quedaron estropeados y acribillados, perdieron toda su
hermosura.
Este hecho despertó en mí tal estupor que no sabía qué
explicación dar a lo que había visto. Lo peor fue que,
habiéndome acercado a aquellos jóvenes a los cuales no
había conocido antes, ahora al mirarlos con mayor
atención, los reconocí a todos distintamente. Eran mis
jóvenes del Oratorio. Aproximándome aún más, les
pregunté:
¿Qué haces tú aquí? ¿eres tú fulano?
Sí, aquí estoy. Mire, también está fulano y el otro y el
otro.
Fui entonces adonde estaba la Señora que distribuía los
pañuelos; cerca de Ella había algunos hombres a los
cuales dije:
¿Qué significa
todo esto?
La Señora,
volviéndose a mí, me contestó:
¿No leíste lo que estaba escrito en aquellos pañuelos?
Sí; Regina virtutum.
¿No
Si
sabes
que
po
lo
r
qué?
sé.
Pues bien, aquellos jóvenes expusieron la virtud de la
44
pureza al viento de las tentaciones. Los primeros,
apenas se dieron cuenta del peligro huyeron, son los
que guardaron el pañuelo; otros, sorprendidos y no
habiendo tenido tiempo de guardarlo, se volvieron a la
derecha; son los que en peligro recurren al Señor
volviendo la espalda al enemigo. Otros permanecieron
con el pañuelo extendido ante el ímpetu de la tentación
que les hizo caer en el pecado.
Ante semejante espectáculo, me sentí profundamente
abatido y estaba para dejarme llevar de la
desesperación, al comprobar cuán pocos eran los que
habían conservado la bella virtud, cuando prorrumpí en
un doloroso llanto. Después de haberme serenado un
tanto, proseguí:
Pero ¿cómo es que los pañuelos fueron agujereados no
sólo por la tempestad sino también por la lluvia y por la
nieve? ¿Las gotas de agua y los copos de nieve no
indican acaso los pecados pequeños, o sea, las faltas
veniales?
Con todo, no te aflijas tanto, ven a ver. Uno de aquellos
hombres avanzó entonces hacia el balcón, hizo una
señal con la mano a los jóvenes y gritó:
¡A la derecha!
Casi todos los muchachos se volvieron a la derecha,
pero algunos no se movieron de su sitio y su pañuelo
terminó por quedar completamente destrozado.
Entonces ví el pañuelo de los que se había vuelto hacia
la derecha disminuir de tamaño, con zurcidos y
remiendos, pero sin agujero alguno. Con todo, estaban
en tan deplorable estado que daba compasión el verlos;
habían perdido su forma regular. Unos medían tres
palmos,
La
otros
dos,
Señora
otros
uno.
añadió:
Estos son los que tuvieron la desgracia de perder la
bella virtud, pero remedian sus caídas con la confesión.
Los que no se movieron son los que continúan en
pecado, y tal vez, caminan irremediablemente a su
perdición.
Al fin dijo: No lo digas a nadie, solamente amonesta.
La
serpiente
y
el
Avemaría
Soñé que me encontraba en compañía de todos los
jóvenes en Castelnuovo de Asti, en casa de mi hermano.
Mientras todos hacían recreo, vino hacia mí un
desconocido y me invitó a acompañarle. Le seguí y me
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condujo a un prado próximo al patio y allí me señaló
entre la hierba una enorme serpiente de siete u ocho
metros de longitud y de un grosor extraordinario.
Horrorizado
al
contemplarla,
quise
huir.
No, no, me dijo mi acompañante; no huya; venga
Y ¿cómo quiere -respondí- que yo me atreva a
acercarme a esa bestia?
No tenga miedo, no le hará ningún mal; venga conmigo.
Ah! exclamé, no soy tan necio como para exponerme a
tal peligro.
Entonces -continuó mi acompañante- aguarde aquí.
Y seguidamente fue en busca de una cuerda y con ella
en la mano volvió junto a mí y me dijo:
Tome esta cuerda por una punta y sujétela bien; yo
agarré el otro extremo y me pondré en la parte opuesta
y así la mantendremos suspendida sobre la serpiente.
¿Y después?
Después la dejaremos caer sobre su espina dorsal.
Ah! No; por favor. ¡Ay de nosotros si lo hacemos! La
serpiente saltará enfurecida y nos despedazará.
No, no; déjeme a mí -añadió el desconocido- yo sé lo
que me hago.
No, de ninguna manera; no quiero hacer una experiencia
que me pueda costar la vida.
Y ya me disponía a huir. Pero él insistió de nuevo,
asegurándome que no había nada que temer; que la
serpiente no me haría el menor daño. Y tanto me dijo
que me quedé donde estaba, dispuesto a hacer lo que
me decía.
El, entretanto, pasó al otro lado del monstruo, levantó la
cuerda y con ella dio un latigazo sobre el lomo del
animal. La serpiente dio un salto volviendo la cabeza
hacia atrás para morder el objeto que la había herido,
pero en lugar de clavar los dientes en la cuerda, quedó
enlazada en ella como por un nudo corredizo. Entonces
Sujete bien la cuerda, sujétela bien, que no se le escape.
Y corrió a un peral que había allí cerca y ató a su tronco
el extremo que tenía en la mano; corrió después hacia
mí, tomó la otra punta y fue a amarrarla a la reja de una
ventana de la casa.
Entretanto la serpiente se agitaba, movía furiosamente
sus anillos y daba tales golpes con la cabeza y anillos en
el suelo, que sus carnes se rompían saltando a pedazos
a gran distancia. Así continuó mientras tuvo vida; y una
vez que hubo muerto, no quedó de ella más que el