Don Bosco - Sueño 27
   
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SOBRE EL ESTADO DE LAS CONCIENCIAS

 

 

SUEÑO 27.—AÑO DE 1860.

 

 

(M. B. Tomo VI. pág?. 817-822)

 

 

Durante las noches correspondientes a las fechas

comprendidas entre el 28 y el 30 de diciembre de 1860, San

Juan Bosco tuvo tres sueños, como él los llama y que

nosotros, por cuanto hemos visto, oído y comprobado,

podemos calificar con toda seguridad, de auténticas

visiones celestiales.

 

 

Se trata de un mismo sueño tres veces repetido,

aunque acompañado de circunstancias diuersas.

 

 

He aquí el resumen del mismo, tal como salió de labios

del Santo en la noche postrera del año 1860, al relatarlo a

todos los jóvenes reunidos para escuchar sus buenas

noches.

***************************************************************

Me pareció estar durante tres noches en un campo, en

Rivalta, en compañía de [San] José Don Cafasso, de Silvio

Pellico y del Conde Cays.

 

 

La primera noche la pasamos discurriendo sobre

ciertos puntos de religión relacionados con los tiempos


 

 

98

 

actuales. La segunda la dedicamos a conferencias morales

en las que proponíamos y resolvíamos diversos casos de

conciencia, referentes principalmente a la dirección de la

juventud.

 

 

Al comprobar que durante dos noches consecutivas

había tenido el mismo sueño, determiné contarlo a mis

queridos hijos si por acaso volvía a soñar lo mismo por

tercera vez.

 

 

Y he aquí que en la noche del 30 al 31 de diciembre,

me pareció estar nuevamente en el mismo lugar y en

compañía de los mismos personajes.

 

 

Dejando aparte otra preocupación, me vino a la mente

el pensamiento de que el día siguiente, último del año,

tenía que dar el aguinaldo, o sea, los recuerdos a mis

queridos hijos. Por eso, dirigiéndome a [San] José Don

Cafasso, le dije-.

 

 

—Vos que sois mi gran amigo, déme el aguinaldo para

mis hijos.

 

 

El me replicó:

 

 

—¡Oh!, despacio. Si quieres que te dé el aguinaldo

para tus jóvenes, ve primero y diles que preparen y ajusten

bien sus cuentas.

 

 

Nos encontrábamos a la sazón en una gran sala, en

medio de la cual había una mesa. [San] José Don Cafasso,

Silvio Pellico y el Conde Cays fueron a sentarse junto a ella.

Yo, para obedecer al primero, salí de la habitación y fui a

llamar a mis muchachos, que estaban fuera, haciendo cada

uno una suma en un papel que tenían en la mano.


 

 

99

 

 

 

Los jóvenes comenzaron a entrar en la sala uno por

uno, llevando consigo sus papeles en los que se veían

muchas cantidades para sumar; y presentándose a los

mencionados        personajes,        les enseñaban            sus     cuentas.

Aquellos señores comprobaban el resultado, y si la suma

era exacta y los números estaban claros, se los devolvían a

cada uno. Pero si las cifras estaban emborronadas ni se

dignaban mirarlas.

 

 

Los primeros representaban a aquellos que tienen sus

cuentas       ajustadas; los            segundos,        los     de conciencia

embrollada. Estos últimos eran bastante numerosos. Los que

salían con sus cuentas aprobadas marchaban contentos de

la sala y se dirigían al patio a jugar; los otros, en cambio, se

iban tristes y angustiados.

 

 

Una gran multitud de jóvenes esperaba a la puerta de

aquel salón con el papel en la mano a que le llegase el

turno.

 

 

Largo tiempo duró esta tarea, hasta que finalmente no

se presentó nadie.

 

 

Parecía que habían desfilado por allí todos los jóvenes,

cuando [San] Juan Don Bosco, al ver a algunos que estaban

esperando y no se presentaban preguntó a [San] José Don

Cafasso:

 

 

—¿Y éstos qué hacen?

 

 

—Estos, replicó [San] José Don Cafasso, no tienen

ningún número escrito en el papel, por tanto no pueden

hacer ninguna suma; pues aquí se trata de saber el total de

lo  que  se  posee,  de  lo  que  se  ha  hecho,  por  eso  estos


 

 

100

 

jóvenes deben ir primero a llenar el papel de números y

que vengan después, que entonces podrán hacer la adición.

 

 

De esta manera terminó aquella gran revisión de

cuentas.

 

 

Entonces salí de la sala con los tres personajes,

dirigiéndonos al patio, donde vi un gran número de jóvenes:

eran aquellos cuyos papeles estaban llenos de cifras

colocadas en orden. Se entretenían en correr, saltar y jugar

en medio de una alegría extraordinaria. Eran tan felices

como otros tantos príncipes. No se pueden imaginar la

alegría que yo experimentaba al verlos tan gozosos.

 

 

Pero había un cierto número de jóvenes que no

participaban de los juegos de los demás sino que se

distraían contemplando a sus compañeros. Entre ellos,

había unos que tenían una venda en los ojos, otros una

densa niebla, otros una nube oscura alrededor de la

cabeza. Algunos echaban humo por la cabeza, otros tenían

el corazón lleno de tierra, otros vacío de las cosas de Dios.

Yo  los  vi  y  los  conocí  perfectamente; de forma que podría

nombrarlos uno a uno desde el primero al último.

 

 

Entretanto me di cuenta de que en el patio faltaban

muchos de mis muchachos y me dije para mí después de

haber reflexionado un poco: ¿Dónde están aquellos que

tenían el papel completamente en blanco?

 

 

Mirando hacia una y otra parte, al fin fijé la vista en un

rincón del patio y ¡oh, terrible espectáculo! Vi a uno de los

jóvenes tendido en el suelo y pálido como la muerte. Otros

estaban sentados sobre un escaño bajo y sucio, otros

echados sobre un jergón de paja, otros tirados sobre el

desnudo suelo, otros recostados sobre las mismas piedras.


 

 

101

 

Eran todos aquellos que no tenían sus cuentas ajustadas.

Les aquejaba una grave enfermedad que les afectaba bien

a los ojos, a la lengua, a los oídos; los órganos atacados

aparecían roídos de gusanos. Había uno que tenía la

lengua completamente podrida, otro con la boca llena de

fango y otro de cuya garganta salía un hedor insoportable.

Diversas eran las enfermedades de algunos infelices. Quién

tenía el corazón carcomido, débil, corrompido; quién

padecía una úlcera, quién otra; había uno en un completo

estado de descomposición. Aquello parecía un verdadero

hospital. En presencia de semejante espectáculo quedé

completamente desconcertado, sin poder dar crédito a

cuanto estaba viendo. Entonces exclamé:

 

 

—¡Oh! Pero ¿qué es esto?

 

 

Y acercándome a uno de aquellos desgraciados, le

pregunté:

 

 

—Pero ¿no eres tú N. N.?

 

 

—Sí —me replicó— yo soy.

 

 

—¿Y cómo es que te encuentras en un tan deplorable

estado?

 

 

—¿Qué quieres?, —me dijo—. Harina de mi costal. ¡Ya

ves! Este es el fruto de mis desórdenes.

 

 

Me acerqué a otro y obtuve la misma respuesta. Tal

espectáculo me producía en el corazón el efecto de una

agudísima espina, cuyo dolor se me hizo más tolerable al

contemplar lo que seguidamente les voy a contar.

 

 

Con el corazón lleno de dolor me dirigí a [San] José


 

 

 

 

 

 

Don Cafasso y le pregunté en tono de súplica:


 

 

102


 

 

—¿Qué remedio debo emplear para curar a estos mis

pobres hijos?

 

 

—Usted sabe como yo lo que se debe hacer —me

replicó [San] José Don Cafasso—. No necesita que se lo

diga. Medite un poco. Ingeníese.

Después          me       hizo       señal         de       que        le      siguiese          y

acercándose al palacio del cual habíamos salido, abrió una

puerta. He aquí que entonces me encontré en un magnífico

salón, adornado de oro, de plata y de toda suerte de

filigranas; iluminado por millares de lámparas cada una de

las cuales despedía una luz tal que mi vista no podía

resistir su resplandor.

 

 

Tanto la anchura como la longitud de aquel local eran,

considerables. En medio de aquel salón, verdaderamente

regio, había una amplia mesa colmada de confituras de

todas las especies.

 

 

Había almendras recubiertas de azúcar de un tamaño

extraordinario; bizcochos descomunales, de manera que

uno solo habría sido suficiente para saciar a un joven. Al ver

esto intenté salir precipitadamente para llamar a mis

jóvenes e invitarles a que viniesen a ver aquella mesa, y

para que contemplasen el magnífico espectáculo que

ofrecía aquel salón. Pero [San] José Don Cafasso me detuvo

inmediatamente exclamando:

 

 

—¡Despacio!       No     todos pueden            comer      de     estos

bizcochos y de estas almendras. Llamad solamente a los

que tienen sus cuentas en orden.

 

 

Así lo hice y en un instante la sala se vio llena de


 

 

 

 

 

 

 

muchachos.


 

 

103


 

 

Entonces me dispuse a partir y distribuir aquellos

bizcochos y aquellas pastas y almendras artísticamente

confeccionados. Pero [San] José Don Cafasso se opuso

diciendo:

 

 

—¡Calma, calma! No todos los que están aquí son

dignos de gustar estos confites; no todos pueden participar

de ellos. Y me indicó quiénes eran los indignos.

 

 

Entre éstos nombró en primer lugar a los que estaban

cubiertos de llagas, los cuales no se encontraban en la sala

con los demás porque no tenían sus cuentas ajustadas.

Después me indicó los que, a pesar de tener sus cuentas en

orden, tenían una niebla delante de los ojos, o el corazón

lleno de tierra o vacío de las cosas del cielo.

 

 

Yo le dije inmediatamente con aire de súplica:

 

 

—Dejad que dé un poco a estos últimos; también son

hijos míos muy queridos, tanto más que hay mucha

abundancia de confites y no hay peligro alguno de que

lleguen a faltar.

 

 

—No, no —continuó diciendo—, sólo los que tienen la

boca sana pueden gustarlos; los demás, no; no están en

condiciones de saborear tales dulzuras; pues como tienen

la boca enferma y llena de amargura, las cosas dulces les

producirían repugnancia y, por tanto, no las pueden comer.

 

 

Me resigné a hacer lo que me decía y seguidamente

comencé a distribuir los dulces sólo entre aquellos que me

habían sido indicados. Una vez que hube repartido entre

ellos bizcochos y almendrados en abundancia, comencé


 

 

 

104

 

nuevamente la distribución, dando a cada uno una buena

cantidad. Os aseguro que sentía gran complacencia al ver

a mis jóvenes comer con tanto gusto aquellas golosinas. En

el rostro de cada uno se reflejaba una gran alegría; no

parecían los muchachos del Oratorio; tan transfigurados

estaban.

 

 

Los que permaneciendo en la sala se habían quedado

sin dulces, estaban en un rincón de la misma, tristes y

disgustados. Lleno de compasión hacia ellos, me dirigí

nuevamente a [San] José Don Cafasso y le rogué con

insistencia me permitiese distribuir también algunos dulces

entre éstos, para que los pudiesen probar.

 

 

—No, no —replicó Don Cafasso—, éstos no pueden

comerlos. Haced primero que sanen de sus dolencias y los

podrán saborear también ellos.

 

 

Yo miraba a aquellos pobrecillos. También observaba

a    los    muchos      que     habían      quedado       fuera      llenos      de

melancolía y a los cuales no se les había dado nada. Los

reconocí a todos y para mayor tormento mío me di cuenta

de que algunos tenían el corazón carcomido.

 

 

Continué, pues, diciendo a [San] José Don Cafasso:

 

 

—Dígame, ¿qué remedio debo emplear; qué debo

hacer para curar a estos mis hijitos?

 

 

Nuevamente me replicó:

 

 

—¡Reflexione, ingeníeselas; Vos sabéis lo que tenéis

que hacer!

 

 

Entonces le pedí que me diese el aguinaldo prometido


 

 

 

 

 

 

para mis jóvenes.

 

 

—¡Bien —replicó—, se lo daré!


 

 

105


 

 

Y adoptando la actitud de una persona que se dispone

a partir, dijo tres veces en tono cada vez más elevado:

 

 

—¡Estén atentos, estén atentos, estén atentos!

Y diciendo esto desapareció con sus compañeros y se

desvaneció el sueño.

***************************************************************

Sí en todo esto hay algo que pueda ser útil a nuestras

almas —continuó [San] Juan Don Bosco—,                  aprovechémoslo.

No me agradaría con todo, que alguno contara algo fuera

de casa. Yo se los he referido a Vosotros porque son mis

hijos, pero no quiero que Vosotros lo deis a conocer a los

demás. Entretanto os puedo asegurar que os tengo todavía

presente a cada uno de Vosotros tal como os vi en el sueño;

sabría decir quién estaba enfermo, quién no; quién comía,

quién no. Ahora no quiero ponerme a manifestar aquí en

público el estado de cada uno, sino que lo diré en particular

a quien así lo desee.

 

 

El aguinaldo que les doy en general a todos los del

Oratorio, es el siguiente: Frecuente y sincera confesión;

frecuente y devota Comunión.

 

 

Permítasenos       escribe Don Lemoyne            hacer tres

reflexiones sobre este sueño.

 

 

La primera empleando palabras de Don Ruffino: "[San]

Juan Don Bosco      dice   cuenta solamente el resumen de

sus sueños, lo que se refiere e interesa a los jóvenes, si

hubiese querido           narrar      el    sueño      completo      en     cada

circunstancia, habría necesitado de un grueso volumen.


 

 

 

106

 

Todas las veces que se le preguntó prudentemente sobre

alguno de            sus      sueños       o     visiones       se obtuvieron

numerosísimas        ideas      nuevas y          nuevos detalles            que

duplicaban o triplicaban la materia. E incluso, cuando no

era interrogado, en ciertas ocasiones dejaba escapar

palabras que indicaban sus conocimientos sobre muchos

acontecimientos futuros, de una manera confusa, sin saber

dar más explicaciones sobre los mismos».

Estas palabras fueron escritas por Don Ruffino en fecha

de 30 de enero de 1861                      y     de ellas se infiere que

anteriormente [San] Juan Don Bosco había narrado otros

muchos sueños, cuyos textos originales se perdieron, o, al

menos, que los que hemos esbozado en los volúmenes

precedentes, fueron por él desarrollados con mucha

amplitud y abundancia de pensamientos y amonestaciones.

Por lo demás, hemos de hacer nuestras estas afirmaciones,

pues nosotros mismos, más de cien veces al escuchar estos

relatos de labios de [San] Juan Don Bosco, llegamos a las

mismas conclusiones.

 

 

La segunda sugerencia es de [Beato] Miguel Don Rúa y

se refiere a la realidad de los conocimientos que [San] Juan

Don Bosco adquiría durante tales sueños, sobre el estado

de las conciencias de sus jóvenes.

 

 

«Tal vez alguno escribe               podría suponer que [San]

Juan  Don  Bosco,  al  poner  de  manifiesto  la  conducta  de  los

jóvenes      y    otras      cosas      ocultas,      pudiese servirse            de

revelaciones hechas por los mismos jóvenes o por los

asistentes. Yo, en cambio, puedo asegurar con toda certeza

que jamás, en los muchos años que viví a su lado, que ni yo,

ni ninguno de mis compañeros pudimos darnos cuenta de

tal cosa. Por otra parte, siendo nosotros entonces jóvenes y

estando en medio de los jóvenes, al cabo de breve tiempo

podríamos haber descubierto con mucha facilidad que el


 

 

107

 

[Santo] hacía uso de confidencias hechas por alguno de la

casa, ya que los muchachos difícilmente saben guardar un

secreto.

 

 

Era tan común entre nosotros la persuasión de que

[San] Juan Don Bosco nos leía los pecados en la frente, que

cuando alguno cometía una falta procuraba evitar el

encuentro con él, hasta después de haberse confesado; y

esto sucedía mucho más frecuentemente después de la

narración de un sueño. Tal persuasión nacía en los alumnos

del hecho que yéndose a confesar con él, aunque se tratase

de jóvenes que le eran desconocidos, encontraba en ellos y

ponía de manifiesto culpas en las que no habían reparado o

que pretendían ocultar.

 

 

Finalmente haré observar que además del estado de

las conciencias, [San] Juan Don Bosco anunciaba en los

sueños cosas que era imposible conocer naturalmente con

sólo los medios humanos; por ejemplo, la predicción de

algunas muertes y otros hechos futuros. Por mi parte, a

medida que avanzaba en edad, al considerar estos hechos

y   revelaciones de [san] Juan Don Bosco, tanto más me

convencía de que estuvo dotado por el Señor del espíritu de

profecía.

 

 

La tercera          reflexión      es la         nuestra       dice     Don

Lemoyne— y es que de este sueño se deduce que [San] José

Don Cafasso hacía el papel de juez de todo lo referente a

la religión y a la moralidad; Silvio Pellico dictaminaba

sobre la diligencia en el cumplimiento de los deberes

escolásticos y profesionales, y                  el Conde Cays, sobre

obediencia y disciplina.

 

 

En los dulces nos parece descubrir el alimento de

aquellos que comienzan a andar por los caminos del Señor,


 

 

108

 

y en la pasta de almendras a los que están ya en vía de

mayor perfección. De unos y de otros se podría decir con el

Salmista: "Los alimentó con el mejor de los trigos y los sació

con la miel que salía de la piedra".

 

 

El sueño que acabamos de ofrecer a los lectores está

tomado de la Crónica de Don Ruffino y de las Memorias

personales de Don Bonetti.

Causa verdadero estupor continúa Don Lemoyne el

comprobar los efectos producidos en los alumnos de [San]

Juan Don Bosco durante meses y meses, por el sueño que

acabamos de transcribir».

 

 

Don Ruffino y Don Bonetti conservaron recuerdo de ello

en sus respectivas Memorias, las cuales se complementan

recíprocamente. Su lectura refleja lo que sucedió entonces

en el Oratorio en el terreno espiritual; las luchas continuas

mantenidas entre la virtud             y   el vicio, entre el espíritu de

Dios y el espíritu de las tinieblas; el sucederse alterno en el

campo de ¡as almas, de ¡as victorias               y  de ¡as derrotas, de

las caídas y del resurgir de las mismas; de la labor de un

sacerdote dotado de un celo ardiente y que sostenido por

uña luz especial y por una energía divina, en medio de

aquellas formidables y misteriosas batallas, infunde valor y

fuerza a quienes luchan varonilmente, socorre a los

vencidos y aleja al enemigo obstinado.

 

 

He aquí ¡o que nos dice la Crónica de Bonetti en fecha

de 1 de enero de 1861.

 

 

«[San] Juan Don Bosco no podía quitarse a los jóvenes

de encima. El uno quería que le dijese si se encontraba

entre los enfermos; el otro, si le había visto con el corazón

lleno de tierra; un tercero, si sus cuentas estaban en regla o

si se encontraba en el número de aquellos que comían ¡os


 

 

109

 

bizcochos y las pastas de almendra. El, cual padre amoroso,

deseoso de complacer a todos, pasó casi todo el día

atendiendo a los que, uno tras otro, fueron a preguntarle

confidencialmente el estado de la propia alma. Y el [Santo]

les indicaba el lugar que ocupaban en e¡ sueño dándoles un

aguinaldo particular. El que dio al clérigo Juan Bonetti, fue

el siguiente:         "Quaere animas, et dabis animan tuam

Domino"        ¡Cuánto bien produjera este sueño entre los

jóvenes no se puede calcular! Baste saber que incluso

aquellos que, hasta entonces, no habían cambiado de

manera de pensar, ni se habían dejado influenciar por los

buenos ejemplos de los compañeros, ni por los saludables

avisos y consejos de los superiores, ni por varias tandas de

ejercicios espirituales, al oír este sueño no pudieron resistir

más, y todos fueron con empeño a hacer su confesión

general con el mismo [San] Juan Don Bosco, el cual sentía

su corazón inundado de alegría a¡ comprobar cómo el

Señor favorecía de aquella manera a sus queridos hijos.

 

En esta ocasión, llevado del deseo de que todos los

jovencitos se aprovechasen de aquel favor del cielo, nos

dijo tales cosas, que no nos quedó lugar a duda de que

aquel sueño misterioso era uno de los que el Señor suele

infundir de vez en cuando a ¡as almas elegidas».

 

 

Y continúa ¡a Crónica de Don Bonetti en ¡a fecha del 10

de enero.

 

 

«En el día de hoy un nuevo acontecimiento ha venido a

afirmar a los jóvenes en su creencia de que con aquel sueño

misterioso, el Señor quiso revelar a [San] Juan Don Bosco el

estado de las conciencias de sus hijos.

 

 

He aquí una prueba contundente de ello: "Un joven

había callado varias veces un pecado en la confesión. En


 

 

110

 

estos días de salud, atormentado por el pensamiento del

estado lamentable de su alma, determinó hacer una

confesión general, y para ello se presentó a Don Picco el

cual, precisamente en aquellos días comenzaba a acudir al

Oratorio para ayudar a [San] Juan Don Bosco en las

confesiones de los jóvenes. E¡ muchacho en cuestión hizo

una confesión de toda su vida pasada, pero al llegar a

aquel pecado que había callado ya varias veces, no se

atrevió a confesarlo y lo calló nuevamente. Esta mañana, al

bajar [San] Juan Don Bosco de su habitación para ir a la

sacristía, se encontró en la escalera al pobre joven y le dijo:

 

 

¿Cuándo vendrás a hacer tu confesión general?

 

 

—Ya la he hecho le respondió—.

 

 

—¡No me digas!, replicó [San] Juan Don Bosco—.

 

 

—Sí, la hice anteayer con Don Picco.

 

 

—No, no has hecho tu confesión general. Y si no dime:

¿Por qué has callado tal pecado?

 

 

Al oír estas palabras, el jovencito bajó la cabeza y se

le llenaron ¡os ojos de lágrimas; después comenzó a llorar

desconsoladamente y habiendo bajado a la sacristía hizo

su confesión de la manera más consoladora».

 

 

El Clérigo Juan Cagliero, que había estado presente

cuando [San] Juan Don Bosco relataba el sueño y era amigo

de todos los alumnos, habló con este alumno, el cual,

aunque de mala gana, le contó cuanto [San] Juan Don

Bosco le había dicho.

 

 

El [Santo] jamás revelaba a nadie más que al


 

 

111

 

interesado cuanto sabía o conocía por medio de los sueños;

pero de las mutuas confidencias que se hacían los jóvenes

que habían sido objeto de su exquisita caridad, se ponía

siempre en claro que Dios hablaba por su boca.

 

 

En la crónica de Don Ruffino correspondiente al 11 de

enero se lee:

 

 

«Muchos jóvenes están preocupados; bastantes se

preparan para hacer una confesión general. Muchísimos

desean hablar con [San] Juan Don Bosco, el cual comunica

a cada uno de ellos cosas importantísimas relacionadas con

lo más íntimo de sus conciencias. A algunos, yo mismo los

he visto llorar, como si se les hubiese comunicado una gran

desgracia. Otros están contentos porque han podido oír una

palabra de seguridad sobre su estado.

 

 

Un clérigo, al cual conozco muy bien, le pidió le dijese

algo sobre el estado de conciencia en que se encontraba y

[San] Juan Don Bosco se lo expuso así:

 

 

No te desanimes, procura apartar tu corazón de las

cosas del mundo. Abre bien los                     ojos    para alejar las

tinieblas de tu mente y para conocer la verdadera piedad

que se opone a la propia gloria. Procura con la medicina de

la Confesión remover todo obstáculo que pudiera hacerlo

enfermar. Reaviva tu fe, la cual te hará conocer y amar la

vida de piedad. Aquí tienes descrito tu estado.

 

 

En el Oratorio se siente un gran bienestar. [San] Juan

Don Bosco dijo en medio de un gran corro de muchachos en

tiempo de recreo:

 

 

Hay jóvenes en la casa que aventajan en piedad a

[Santo] Domingo Savio. Uno especialmente, poco conocido,


 

 

112

 

me supo decir después de la Misa, los pensamientos y

distracciones que yo tuve durante la misma».

 

 

Las crónicas de Bonetti y Ruffino, en fecha 13 de enero

continúan:

 

 

Un buen número de artesanos, especialmente los

encuadernadores, han ido a hacer su confesión general, sin

que nadie les incite a ello.

 

 

Un alumno, habiéndose encontrado con [San] Juan Don

Bosco en el patio, le preguntó:

 

 

Dígame, ¿cómo es que habiéndose confesado casi

todos el día de Navidad vio usted a tantos en el sueño en

tan deplorable estado?

 

 

Me has preguntado una cosa              replicó el [Santo]

que no te puedo aclarar; yo lo sé, pero, aunque no estoy

obligado a secreto, en público no la diré nunca; hay con

todo muchas otras que no puedo decirlas ni en privado.

 

 

Ese mismo día dijo [San] Juan Don Bosco después de

las oraciones:

 

 

Al punto a que han llegado  las  cosas,  me  veo

obligado a hablar y a descorrer el velo de este sueño. Les

dije que ¡o tuve durante tres noches consecutivas. La

primera vez en la noche del 28 de diciembre, repitiéndose

en las fechas del 29 y del 30. En la primera noche se

trataron puntos y cuestiones de teología referentes al

tiempo presente, o sea, cosas de actualidad y les aseguro

que recibí muchas ilustraciones del cielo.

 

 

La segunda noche hablamos sobre diversos temas de


 

 

113

 

moral, también relacionados con casos de conciencia

referentes a jóvenes del Oratorio.

 

 

La tercera noche se trataron casos prácticos, por los cuales

conocí el estado moral de cada joven en particular.

 

 

El primer día no quise hacer caso del sueño porque el

Señor nos lo prohíbe en la Sagrada Escritura. Pero en estos

días       pasados,         después        de      haber hecho              algunas

experiencias, tras haber hablado con varios jóvenes en

particular y de haberles expuesto las cosas tal y como las

vi, y de que ellos me asegurasen que todo era como yo les

decía, ya no pude seguir dudando, llegando a la convicción

de que se trataba de una gracia extraordinaria que el

Señor concede a todos los hijos del Oratorio.

 

 

Por eso me encuentro en la obligación de decirles que

el Señor los llama y les hace sentir su voz y ¡ay de aquellos

que cierren sus oídos a sus reclamos!

 

 

[San] José Don Cafasso, pues, hizo entrar a todos en

una sala y a todos proporcionó un pliego. Algunos tenían

sus cuentas ajustadas por completo. Otros nada más que

los números, pero les faltaba por hacer la suma.

 

 

¿Y todos aceptaron el pliego que se les ofrecía?,                  

preguntó el mismo [San] Juan Don Bosco—.                          No    —se

respondió a sí mismo        porque muchos se habían quedado

fuera, recostados en las yacijas de paja, otros sentados en

los escaños; otros tendidos por el suelo o echados sobre el

fango: algunos estaban tan cubiertos de heridas y de llagas

que causaban repugnancia.

 

 

Los que recibieron el papel de manos de [San] José

Don Cafasso con las cuentas aprobadas, salieron a hacer


 

 

114

 

recreo, pero no todos jugaban, pues muchos de ellos tenían

los ojos rodeados de una niebla que les impedía ver claro;

otros los tenían vendados, no faltando quienes mostraban el

corazón carcomido.

 

 

Los que tenían sus cuentas ajustadas representan a los

de conciencia recta.

 

 

Los que tenían el papel con los números escritos, pero

sin la suma hecha, con los que tienen la conciencia en

regla, pero les falta la adición de la última confesión.

 

 

Los que tenían los ojos circundados de niebla o

vendados, son los que se dejan dominar por el espíritu de

soberbia y por el amor propio. Los que estaban tirados por

los suelos podría nombrarlos uno a              uno y decirles por qué

se encontraban sobre las yacijas de                paja,    sentados en los

escaños o en el mismo suelo. Vi también el interior de los

corazones. Muchos los tenían llenos de cosas bellas: de

rosas, de azucenas, de fragantísimas violetas. Estas flores

simbolizan ¡as distintas virtudes. ¡Otros en cambio!... El

corazón carcomido representa a ¡os que alimentan odios,

rencores, envidias, antipatías, etc., etc.

 

 

Algunos tenían el corazón lleno de víboras, símbolo de

los pecados mortales; otros lleno de tierra, representación

del apego a las cosas del mundo y a los placeres sensuales.

Bastantes eran también los de corazón vacío, o sea los que

a pesar de estar en gracia de Dios y alejados de ¡as cosas

del mundo y de ¡os placeres sensuales, al mismo tiempo no

procuran llenar e¡ corazón con la piedad y con el santo

temor de Dios. Estos tales viven a la buena y si no caen en

el primer lazo que les tiende el demonio no tardarán mucho

en malearse.


 

 

115

 

Por tanto, todos aquellos que no tienen aún en orden

las cosas de su alma, ¡ah!, que no aguarden más tiempo a

ajustarías. Que vengan a mí y me prometan responder

sinceramente a cuanto les pregunte y si no se sienten con

ánimo para hablar, hablaré yo por ellos. Por fortuna me

encuentro en condiciones de poder decir a cada uno su

pasado, su presente y algo del futuro.

 

 

Les estoy diciendo cosas que no debiera decir. ¡Ah,

queridos jóvenes! Hay un pensamiento que me llena de

horror. Les aseguro que jamás habría creído que hubiese en

nuestra casa un tan crecido número de jóvenes con ¡as

conciencias tan desordenadas, tan desarregladas. ¡Jamás

lo hubiera creído!

 

 

¡Cuántos con el cuerpo cubierto de llagas y tendidos

por los suelos! Créanme que pasé noches y días terribles.

 

 

Una palabra de pláceme a aquellos que han pensado

ya en arreglar su conciencia; pero, aun hay muchos que no

se han determinado a hacerlo.

 

 

Al decir esto, se notaba en su voz la emoción que le

embargaba y gruesas lágrimas rodaban de sus ojos. No

pocos de los jóvenes lloraban también. Las palabras del

[Santo] consiguieron el efecto deseado.

 

 

En su crónica del 15 de enero, Don Ruffino dejó

consignado:

 

 

«Los    artesanos       continúan       haciendo su          confesión

general.

 

 

Hoy, algunos hicieron a [San] Juan Don Bosco la

siguiente pregunta:


 

 

116

 

 

 

¿Cómo es que habiendo tenido este sueño en

vísperas de la fiesta de Navidad, tardó tanto en contarlo en

público?

 

 

Repetiré  lo  que  les  dije  en  otra  ocasión  replicó

[San] Juan Don Bosco—.

 

 

Después de tener este sueño, no quise por una parte

dar importancia a cuanto en él había visto, pero por otra

me parecía que la tenía, por eso hube de reflexionar

durante algunos días sobre la conducta que debía seguir.

Después llamé a un joven de los que había visto en el

mismo horriblemente cubierto de llagas y le dije:

 

 

Tú te encuentras en tal estado de conciencia. Lo

deducía del estado en que lo había visto.

 

 

El tal me respondió que, efectivamente, era así como

yo decía. Llamé a otro y me dio la misma respuesta;

coincidiendo       su     contestación        con     lo    que      yo     había

observado. Vi que también se cumplía en un tercero cuanto

yo había visto. Entonces no me cupo ya la menor duda. En

aquel sueño se me había manifestado el estado de las

conciencias de todos los jóvenes; el estado presente y hasta

e¡ futuro de muchos de ellos.

 

 

[San] Juan Don Bosco aseguró también a algunos de

sus íntimos:

 

 

Adquirí      mayores       conocimientos        teológicos        en

aquellas tres noches, que durante todo el tiempo de estudio

en el Seminario».

 

 

Don Ruffino prosigue en su crónica correspondiente al


 

 

 

 

 

 

16 de enero:


 

 

117


 

 

«Hablando [san] Juan Don Bosco con algunos después

de la comida, les decía:

 

 

Cuando se trata de la ofensa de Dios, no hay que

tener nada en consideración con tal de que se llegue a

impedirla.

 [Beato] Miguel Don Rúa entonces le preguntó:

 

 

¿Lo que nos ha contado es sueño o realidad?

 

 

Ni yo mismo lo sabría precisar replicó el Santo— .

Lo  cierto  es  que  cuando  hubo  terminado,  me  encontraba

sentado en la cama y por cierto que sentía mucho frío.

 

 

Y al decir esto, sonreía.

 

 

Que cuanto [San] Juan Don Bosco contaba no eran

simples sueños, lo demuestran los efectos de sus relatos.

 

 

Cuando Francisco Dalmazzo llegó al Oratorio, Don

Bosco le preguntó:

 

 

¿Qué quieres ser cuando hayas terminado aquí tus

estudios?

 

 

Farmacéutico        o     algo      parecido       respondió       el

jovencito—

 

 

¿No te agradaría ser sacerdote?

 

 

No, no.

 

 

Con todo, quiero hacerte sacerdote.


 

 

 

118

 

 

 

Dalmazzo miró a [San] Juan Don Bosco sonriendo y

replicó:

 

 

¡Oh! No lo conseguirá.

 

 

Han pasado ya tres largos meses del curso y Dalmazzo

es uno de los más aficionados a [San] Juan Don Bosco, al

que dice ya reiteradamente:

 

 

Si a Vos le place, me haré sacerdote».

 

 

Continúa la crónica de Don Ruffino en fecha del 26 de

enero:

 

 

«Parece ser que [San] Juan Don Bosco vio en sueños a

otros jóvenes que ahora no están en el Oratorio.

 

 

Como     le     rodeasen       algunos      de     sus     confidentes,

recordando el [Santo] a ciertos jóvenes que habían estado

en el Oratorio y que al presente llevaban mala vida,

exclamó:

 

 

¡Oh, si les pudiese hablar! Yo creo que al ver sus

faltas puestas al descubierto se enmendarían. Por ejemplo,

a Ard... jamás lo he conocido y, sin embargo, le podría decir

el estado de su conciencia.

 

 

Dicho esto, guardó silencio y después de permanecer

algún tiempo pensativo, continuó:

 

 

  por la noche pudiese ver como por la mañana,

confesaría a un triple número de jóvenes. Por la mañana,

mientras confieso a uno, tengo a muchos delante de mi

aguardando turno. A todos los tengo confesados, aunque no


 

 

 

 

 

 

me hayan hablado.


 

 

119


 

 

A    este conocimiento sobre el                      estado de            las

conciencias, se añadía la bondad con que acogía a los

penitentes.

 

 

En cierta ocasión fue a confesarse con él cierto joven.

Una vez terminada la confesión, el penitente le dijo:         

Tendría todavía una cosa que decirle.

 

 

—¿Qué? ¡Habla!

 

 

Desearía que me permitiera besarle los pies.

 

 

No hace falta. Bésame solamente la mano según se

acostumbra al sacerdote.

 

 

El joven comenzó a llorar copiosamente añadiendo:

 

¡Feliz de mi si en el pasado hubiese abierto los ojos

como  al  presente!  Vos  me  habeis hecho ver claro esta

noche.

 

 

Y se marchó sollozando. Cuando se serenó volvió para

tratar con [San] Juan Don Bosco sobre las cosas de su

alma».


 
   
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