LA VINA
SUEÑO 49.—AÑO DE 1865.
(M. B. Tomo VIII, págs. 11-15)
El 16 de enero, [San] Juan Don Bosco habló así a los
jóvenes del Oratorio, después de las oraciones de la noche:
La mitad de enero ha pasado ya. ¿Cómo hemos
empleado el tiempo? Esta noche, si les parece bien, les
contaré un sueño que tuve anteayer.
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Me pareció encontrarme de viaje en compañía de
todos los jóvenes del Oratorio y de otros muchos a los
cuales no conocía. Nos detuvimos a desayunar en una viña
y todos mis acompañantes se desparramaron por acá y por
allá para comer fruta. Unos comían higos, otros uvas;
quiénes albaricoques, quiénes guindas. Yo estaba en medio
de mis muchachos y cortaba racimos de uva, cogía higos y
Me parecía que estaba soñando y sentía que así fuese,
pero al fin me dije:
—Sea lo que fuere, dejemos que los jóvenes coman.
Entre las hileras de las vides estaba el dueño.
Cuando restauramos nuestras fuerzas, proseguimos la
marcha atravesando la viña; el camino era difícil. La viña,
como acontece ordinariamente, ofrecía en toda su amplitud
profundos surcos, de manera que unas veces había que
subir, otras teníamos que bajar y, de cuando en cuando,
menudeaban los saltos. Los más fuertes lo hacían con
facilidad, pero los más pequeños al intentarlo caían al foso.
Esto me disgustaba sobre manera, por lo que mirando a mi
alrededor encontré un camino que bordeaba la viña.
Entonces me dirigí hacia él en compañía de todos mis
jóvenes.
Pero el dueño de la viña me detuvo y me dijo:
—Mire, no vaya por ese camino; es impracticable, está
cubierto de piedras, de espinas, de fango y de fosos;
continúe por el camino que había elegido anteriormente.
Yo le repliqué:
—Tiene razón; pero estos pequeños no pueden andar a
través de esos surcos.
—¡Oh!, eso pronto se arregla —continuó el otro—; que
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los mayores lleven a cuestas a los menores y podrán saltar
aunque vayan cargados con tal peso.
No me convencí de lo que me acababa de decir y me
dirigí con todos mis jóvenes al límite de la viña, junto al
camino que había visto y comprobé que mi interlocutor me
había dicho la verdad. El camino era infame, impracticable.
Vuelto a Don Francesia. le dije: —Incidit in Scyllam qui vult
vitare Charibdim.
Y fue forzoso, tomando por un sendero, atravesar de la
mejor manera posible toda la viña, siguiendo el consejo del
dueño de la misma.
Al llegar al final nos encontramos con un tupido
vallado de espinas y nos abrimos en él un paso con mucha
dificultad; bajando por una pendiente nos hallamos
después en un valle amenísimo, lleno de árboles y cubierto
de jugosos pastos. En medio de aquel prado vi a dos
jóvenes antiguos alumnos del Oratorio, los cuales, apenas
me divisaron se dirigieron a mí y me saludaron. Nos
detuvimos a hablar y uno de ellos, después de cambiar
conmigo algunas impresiones:
—¡Mira qué hermosura!— me dijo, enseñándome dos
pájaros que tenía en la mano.
—¿Qué pájaros son esos?—, le pregunté.
—Una perdiz y una codorniz que he cogido.
—¿Está viva la perdiz?—, le pregunté nuevamente.
—¡Claro! ¡Mírala!—, me dijo mientras me entregaba
una hermosísima perdiz de algunos meses.
Y mientras le daba de comer me di cuenta de que
tenía el pico dividido en cuatro partes. Le manifesté mi
extrañeza, preguntando a aquel joven el motivo de aquel
fenómeno.
—¿Cómo? —me replicó—. ¿[San] Juan Don Bosco no
sabe eso? Lo mismo significa el pico de la perdiz dividido en
cuatro partes, que la misma perdiz.
—No comprendo.
—¿Que no comprendes habiendo estudiado tanto?
¿Qué nombre se le da a la perdiz en latín?
—Perdix.
—Pues ahí tiene la clave del misterio.
—Hazme el favor de hablar claro.
—Mire: fíjese en las letras que componen el vocablo
perdix. P quiere decir perséverantia; E, Aeternitas te
expectat; R, Referí unusquisque secundum opera sua, prout
gessit, sive bonum, sive malum; D, Dempto nomine. Echada
a un lado la fama, la gloria, la ciencia, la riqueza. I,
significa ¡bit. He aquí lo que representan las cuatro partes
del pico: los novísimos.
—Tienes razón, he comprendido; pero, dime: ¿Y la X
dónde la dejas? ¿Qué quiere decir?
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—¿Cómo? ¿Habiendo estudiado tantas matemáticas no
sabe qué quiere decir la X?
—Sé que la X representa la incógnita.
—Pues bien, cambie el término y llámelo lo
desconocido: Irá a un lugar desconocido (in locum suum).
Sin salir de mi asombro y mientras atendía a estas
explicaciones, fe pregunté:
—¿Me regalas esta perdiz?
—Sí; con mucho gusto. ¿Quiere ver también la
codorniz?
—Sí; enséñamela.
E inmediatamente me presentó una hermosa codorniz,
al menos eso parecía. La tomé en mis manos, le levanté las
alas y vi que estaba toda cubierta de llagas y, poco a poco,
se fue tornando tan fea y asquerosa, despidiendo un hedor
tan pestilente que provocaba náuseas.
Entonces pregunté al joven qué significaba aquel
cambio.
Y me respondió:
—¡Vos sois sacerdote y no sabéis estas cosas! ¡Vos que
habéis estudiado Sagrada Escritura! ¿Recordad cuando los
hebreos, estando en el desierto, murmuraron de Dios y él
Señor les mandó codornices y comieron de ellas, y aún las
estaban gustando, cuando millares de ellos fueron
castigados por la mano divina? Por tanto, este animal
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quiere decir que mata más gente la gula que la espada y
que el origen de la mayor parte de los pecados proviene de
este vicio.
Entonces di las gracias al joven por sus explicaciones.
Entretanto, en los vallados, sobre los árboles, entre la
hierba, iban apareciendo perdices y codornices en gran
número; unas y otras semejantes a las que tenía en la mano
mi joven acompañante. Los muchachos comenzaron a cazar
procurándose así la comida.
Después continuamos el viaje. Todos los que comieron
perdices se tornaron robustos y pudieron seguir adelante.
Cuantos comieron codornices se quedaron en el valle,
dejaron de seguirme y, a poco, los perdí de vista, no
volviéndoles a ver más.
Pero de pronto, mientras caminaba, la escena cambió
por completo.
Me pareció estar en un inmenso salón más grande que
el Oratorio, comprendido el patio; todo aquel local estaba
ocupado por una gran multitud de personas. Miré a mi
alrededor y no conocí a nadie, no había allí ni un solo
individuo del Oratorio.
Mientras estaba contemplando todo aquello sin poder
salir de mi extrañeza, se me acercó un hombre diciéndome
que había un pobrecito que estaba gravemente enfermo, en
peligro de muerte, que tuviese la bondad de ir a confesarlo.
Yo le respondí que con sumo gusto lo haría; y sin más lo
seguí.
Entramos en una habitación y me acerqué al paciente;
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comencé a confesarlo, pero viendo que se iba debilitando
poco a poco y temiendo que se muriese sin la absolución,
corté por lo sano y se la di. Apenas lo hube hecho, el
desgraciado murió. Su cadáver comenzó inmediatamente a
despedir mal olor, hasta tal punto que era imposible
soportarlo. Entonces dije que era necesario enterrarlo
cuanto antes y pregunté por qué hedía de aquel modo. Me
fue respondido:
—El que muere tan pronto, pronto es juzgado.
Salí de allí. Me sentía muy cansado y pedí que me
dejasen descansar.
Me aseguraron que inmediatamente sería complacido
y me hicieron subir por una escalera que conducía a otra
habitación.
Al entrar en ella vi a dos jóvenes del Oratorio que
hablaban entre sí; uno de ellos tenía un envoltorio. Les
pregunté:
—¿Qué tienes ahí? ¿ Qué haces aquí?
Me pidieron excusas por encontrarse en aquel lugar,
pero no me respondieron a lo que les había preguntado. Yo
les volví a decir:
—Les he preguntado que por qué se encuentran aquí.
Ellos se miraron y después me dijeron que prestase
atención.
Seguidamente abrieron el envoltorio y sacaron de él,
extendiéndolo, un paño fúnebre. Yo miré a mi alrededor y vi
en un rincón tendido y muerto a un joven del Oratorio. Pero
Pregunté a los dos jóvenes quién era, pero se
excusaron y no me lo quisieron decir. Me acerqué al
cadáver; observé su rostro: por un lado me parecía
conocerlo, y por otro, no; así que no pude identificarlo.
Decidido entonces a saber quién era, fuere como
fuere, bajé de nuevo la escalera y me encontré en el gran
salón. La multitud de gente desconocida había
desaparecido y en su lugar estaban los jóvenes del
Oratorio. Apenas éstos me vieron se apiñaron a mi
alrededor diciéndome:
—Don Bosco, Don Bosco, ¿no sabe? Ha muerto un joven
del Oratorio.
Yo les pregunté el nombre del difunto y ninguno quiso
contestarme; los unos me mandaban a los otros, nadie
quería hablar. Pregunté con mayor insistencia, pero se
excusaban y no me lo querían decir. En tal estado de
inquietud, después de haber fracasado en mi intento, me
desperté encontrándome en mi lecho.
El sueño había durado toda la noche, y por la mañana
me encontré tan cansado y maltrecho que en realidad
parecía que había estado viajando toda la noche.
Deseo que las cosas que les cuento no salgan del
Oratorio; hablen de ellas entre Vosotros todo cuanto
quieran, pero que queden siempre en casa.
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Al día siguiente de haber contado este sueño, [San]
Juan Don Bosco marchó a Lanzo para visitar el Colegio allí
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existente, y habiendo regresado el 18 al Oratorio, después
de las oraciones, dijo a los jóvenes, entre otras cosas:
«Ciertamente que desearán saber algo sobre el sueño
que les conté antes de mi marcha. Solamente les voy a
explicar el significado de la perdiz y de la codorniz. La
perdiz es la representación de la virtud, y la codorniz, del
vicio. Esto último lo pueden deducir del hecho de que la
codorniz fuera tan bella exteriormente y después, vista de
cerca, apareciera cubierta de llagas debajo de las alas y
despidiera un hedor insoportable: todas estas cosas
representan las acciones deshonestas. Entre los jóvenes,
unos comían con avidez y glotonería la carne de la
codorniz, a pesar de estar en mal estado; son los que se
entregan al vicio del pecado. Los que preferían la perdiz
son los que tienten temor a la virtud y la practican. Algunos
tenían en una mano la perdiz y en la otra la codorniz, y
comían de esta última; son los que conociendo la belleza de
la virtud no quieren aprovecharse de la gracia de Dios para
hacerse buenos. Otros, teniendo en una mano la perdiz y en
la otra la codorniz, comían la perdiz, lanzando miradas
codiciosas a la codorniz; tales son los que siguen la virtud
pero con desgana, como por fuerza; de éstos se puede
asegurar que si no cambian de proceder, una vez u otra
caerán. Otros comían la perdiz mientras veían a la codorniz
saltar delante de ellos sin darle importancia ni hacer caso;
son ¡os que siguen la senda de la virtud y aborrecen el vicio,
considerándolo con desprecio. Otros comían un poco de
codorniz y un poco de perdiz, y son los que alternan entre el
vicio y la virtud y así se engañan con la esperanza de no ser
tan malos.
Vosotros me diréis: ¿Quién de nosotros comió la
codorniz y quién la perdiz? A muchos ya se lo he dicho; los
demás, si quieren saberlo, que vengan a verme y se lo
«¿Qué diremos nosotros del sueño anteriormente
referido?
[San] Juan Don Bosco, según su costumbre, no refirió
todas sus circunstancias; no dio todas las explicaciones,
limitándose a lo relacionado con la conducta de sus
jovencitos y a alguna previsión sobre el porvenir. Y, con
todo, estudiando sus palabras, si no nos equivocamos,
vemos que en ellas resaltan tres ideas; El Oratorio, la Pía
Sociedad y las Ordenes Religiosas.
Vamos a exponer algunos de nuestros pensamientos,
remitiéndonos al juicio de los más expertos:
1º —La viña es el Oratorio. [San] Juan Don Bosco, en
efecto, distribuye como dueño, toda suerte de frutas a los
jóvenes. Se trata de una de aquellas viñas espirituales
predichas por Isaías en el Capítulo XLV: "Plantarán las viñas
y comerán el fruto. Plantabunt vineas et comedent fructus
earum. La escena sucede evidentemente en plena
vendimia.
2º —El viaje de [San] Juan Don Bosco; el consejo del
dueño de la viña, a saber, que los más robustos, o sea los
Salesianos, llevasen sobre sus hombros a los más pequeños,
¿no podría indicar la necesidad de que el tirocinio
espiritual de los congregantes no estuviese del todo
separado de la vida activa?
Y el sendero de la viña que bordea el camino,
siguiendo la misma dirección e idéntica meta, ¿no puede
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simbolizar el nuevo instituto fundado por [San] Juan Don
Bosco?
3º —La perdiz. Uno de los caracteres de este animal es
la astucia. Cornelio a Lapide comentando el capítulo XVII
de Jeremías, cita la epístola XLVII de San Ambrosio, en la
que se describen la astucia y artes, a veces afortunadas, de
la perdiz para huir del cazador y para salvar su nido. La
frase que con frecuencia solía [San] Juan Don Bosco repetir
a sus hijos, era precisamente ésta ¡Sed astutos! Con esto les
quería indicar, como medio para huir de los lazos del
demonio, el recuerdo de la eternidad.
4º —La codorniz. El vicio de la gula es la muerte de las
vocaciones.
5º —La gran sala y la multitud que la ocupaba,
personas todas desconocidas para el [Santo], debían tener
un significado especial y alguna particularidad interesante.
[San] Juan Don Bosco no creyó oportuno decir palabra
alguna sobre ello. ¿No podría tener relación con la futura
obra de los Cooperadores Salesianos?
6º —En cuanto al enfermo moribundo, [San] Juan Don
Bosco nos dijo algún tiempo después a nosotros los
sacerdotes: «Era un ex alumno del Oratorio de! que quiero
pedir informes para ver si en realidad ha muerto».
7º —¿Y el joven muerto? Parece que se trata de Don
Ruffino, tan amado por [San] Juan Don Bosco; lo que
explicaría la actitud de los jóvenes al no querer comunicar
la noticia. El [Santo] no lo reconoció; en cambio, el sueño lo
preparaba para tan sentida pérdida, sin amargarle con una
doloroso realidad. Don Ruffino era un ángel de virtud y en
aquellos días se encontraba bien. Pero murió el 16 de julio
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de aquel mismo año. Expuestas nuestras opiniones —
concluye Don Lemoyne—, dejando que unusquisque abundet
in sensu suo, continuemos fe lectura de cuanto nos ofrecen
las crónicas.