Don Bosco - Sueño 49
   
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LA VINA

 

 

SUEÑO 49.—AÑO DE 1865.

 

 

(M. B. Tomo VIII, págs. 11-15)

 

 

El  16  de  enero,  [San]  Juan Don Bosco habló así a los

jóvenes del Oratorio, después de las oraciones de la noche:

 

 

La mitad de enero ha pasado ya. ¿Cómo hemos

empleado el tiempo? Esta noche, si les parece bien, les

contaré un sueño que tuve anteayer.

***************************************************************

Me pareció encontrarme de viaje en compañía de

todos los jóvenes del Oratorio y de otros muchos a los

cuales no conocía. Nos detuvimos a desayunar en una viña

y todos mis acompañantes se desparramaron por acá y por

allá para comer fruta. Unos comían higos, otros uvas;

quiénes albaricoques, quiénes guindas. Yo estaba en medio

de mis muchachos y cortaba racimos de uva, cogía higos y


 

 

 

 

 

 

los distribuía entre todos, diciendo:

 

 

—Para ti; toma y come.


 

 

285


 

 

Me parecía que estaba soñando y sentía que así fuese,

pero al fin me dije:

 

 

—Sea lo que fuere, dejemos que los jóvenes coman.

 

 

Entre las hileras de las vides estaba el dueño.

 

 

Cuando restauramos nuestras fuerzas, proseguimos la

marcha atravesando la viña; el camino era difícil. La viña,

como acontece ordinariamente, ofrecía en toda su amplitud

profundos surcos, de manera que unas veces había que

subir, otras teníamos que bajar y, de cuando en cuando,

menudeaban los saltos. Los más fuertes lo hacían con

facilidad, pero los más pequeños al intentarlo caían al foso.

Esto me disgustaba sobre manera, por lo que mirando a mi

alrededor encontré un camino que bordeaba la viña.

Entonces me dirigí hacia él en compañía de todos mis

jóvenes.

 

 

Pero el dueño de la viña me detuvo y me dijo:

 

 

—Mire, no vaya por ese camino; es impracticable, está

cubierto de piedras, de espinas, de fango y de fosos;

continúe por el camino que había elegido anteriormente.

 

 

Yo le repliqué:

 

 

—Tiene razón; pero estos pequeños no pueden andar a

través de esos surcos.

 

 

—¡Oh!, eso pronto se arregla —continuó el otro—; que


 

 

 

286

 

los mayores lleven a cuestas a los menores y podrán saltar

aunque vayan cargados con tal peso.

 

 

No me convencí de lo que me acababa de decir y me

dirigí con todos mis jóvenes al límite de la viña, junto al

camino que había visto y comprobé que mi interlocutor me

había dicho la verdad. El camino era infame, impracticable.

Vuelto a Don Francesia. le dije: —Incidit in Scyllam qui vult

vitare Charibdim.

 

 

Y fue forzoso, tomando por un sendero, atravesar de la

mejor manera posible toda la viña, siguiendo el consejo del

dueño de la misma.

 

 

Al llegar al final nos encontramos con un tupido

vallado de espinas y nos abrimos en él un paso con mucha

dificultad;       bajando por           una     pendiente        nos     hallamos

después en un valle amenísimo, lleno de árboles y cubierto

de jugosos pastos. En medio de aquel prado vi a dos

jóvenes antiguos alumnos del Oratorio, los cuales, apenas

me divisaron se dirigieron a mí y me saludaron. Nos

detuvimos a hablar y uno de ellos, después de cambiar

conmigo algunas impresiones:

 

 

—¡Mira qué hermosura!— me dijo, enseñándome dos

pájaros que tenía en la mano.

 

 

—¿Qué pájaros son esos?—, le pregunté.

 

 

—Una perdiz y una codorniz que he cogido.

 

 

—¿Está viva la perdiz?—, le pregunté nuevamente.

—¡Claro! ¡Mírala!—, me dijo mientras me entregaba

una hermosísima perdiz de algunos meses.


 

 

 

 

 

 

—¿Come sola?

 

 

—Ya empieza a hacerlo.


 

 

287


 

 

Y mientras le daba de comer me di cuenta de que

tenía el pico dividido en cuatro partes. Le manifesté mi

extrañeza, preguntando a aquel joven el motivo de aquel

fenómeno.

 

 

—¿Cómo? —me replicó—. ¿[San] Juan Don Bosco no

sabe eso? Lo mismo significa el pico de la perdiz dividido en

cuatro partes, que la misma perdiz.

 

 

—No comprendo.

 

 

—¿Que no comprendes habiendo estudiado tanto?

¿Qué nombre se le da a la perdiz en latín?

 

 

Perdix.

 

 

—Pues ahí tiene la clave del misterio. 

 

 

—Hazme el favor de hablar claro.

 

 

—Mire: fíjese en las letras que componen el vocablo

perdix. P quiere decir                 perséverantia;        E,   Aeternitas te

expectat;     R, Referí unusquisque secundum opera sua, prout

gessit, sive bonum, sive malum;          D, Dempto nomine.      Echada

a un lado la fama, la gloria, la ciencia, la riqueza. I,

significa     ¡bit.  He aquí lo que representan las cuatro partes

del pico: los novísimos.

 

 

—Tienes razón, he comprendido; pero, dime: ¿Y la X

dónde la dejas? ¿Qué quiere decir?


 

 

 

288

 

—¿Cómo? ¿Habiendo estudiado tantas matemáticas no

sabe qué quiere decir la X?

 

 

—Sé que la X representa la incógnita.

 

 

—Pues      bien,       cambie       el     término       y llámelo           lo

desconocido: Irá a  un lugar desconocido (in locum suum).

 

 

Sin salir de mi asombro y mientras atendía a estas

explicaciones, fe pregunté:

 

 

—¿Me regalas esta perdiz?

 

 

—Sí;    con     mucho      gusto.     ¿Quiere       ver     también       la

codorniz?

 

 

—Sí; enséñamela.

 

 

E inmediatamente me presentó una hermosa codorniz,

al menos eso parecía. La tomé en mis manos, le levanté las

alas y vi que estaba toda cubierta de llagas y, poco a poco,

se fue tornando tan fea y asquerosa, despidiendo un hedor

tan pestilente que provocaba náuseas.

 

 

Entonces pregunté al joven qué significaba aquel

cambio.

 

 

Y me respondió:

 

 

—¡Vos sois sacerdote y no sabéis estas cosas! ¡Vos que

habéis estudiado Sagrada Escritura! ¿Recordad cuando los

hebreos, estando en el desierto, murmuraron de Dios y él

Señor les mandó codornices y comieron de ellas, y aún las

estaban gustando, cuando millares                          de     ellos      fueron

castigados por la mano divina? Por tanto, este animal


 

 

289

 

quiere decir que mata más gente la gula que la espada y

que el origen de la mayor parte de los pecados proviene de

este vicio.

 

 

Entonces di las gracias al joven por sus explicaciones.

 

 

Entretanto, en los vallados, sobre los árboles, entre la

hierba, iban apareciendo perdices y codornices en gran

número; unas y otras semejantes a las que tenía en la mano

mi joven acompañante. Los muchachos comenzaron a cazar

procurándose así la comida.

 

 

Después continuamos el viaje. Todos los que comieron

perdices se tornaron robustos y pudieron seguir adelante.

Cuantos comieron codornices se quedaron en el valle,

dejaron de seguirme y, a poco, los perdí de vista, no

volviéndoles a ver más.

 

 

Pero de pronto, mientras caminaba, la escena cambió

por completo.

 

 

Me pareció estar en un inmenso salón más grande que

el Oratorio, comprendido el patio; todo aquel local estaba

ocupado por una gran multitud de personas. Miré a mi

alrededor y no conocí a nadie,  no  había  allí  ni  un  solo

individuo del Oratorio.

 

 

Mientras estaba contemplando todo aquello sin poder

salir de mi extrañeza, se me acercó un hombre diciéndome

que había un pobrecito que estaba gravemente enfermo, en

peligro de muerte, que tuviese la bondad de ir a confesarlo.

Yo le respondí que con sumo gusto lo haría; y sin más lo

seguí.

 

 

Entramos en una habitación y me acerqué al paciente;


 

 

290

 

comencé a confesarlo, pero viendo que se iba debilitando

poco a poco y temiendo que se muriese sin la absolución,

corté  por  lo  sano  y  se  la  di.  Apenas  lo  hube  hecho,  el

desgraciado murió. Su cadáver comenzó inmediatamente a

despedir mal olor, hasta tal punto que era imposible

soportarlo. Entonces dije que era necesario enterrarlo

cuanto antes y pregunté por qué hedía de aquel modo. Me

fue respondido:

 

 

—El que muere tan pronto, pronto es juzgado.

 

 

Salí de allí. Me sentía muy cansado y pedí que me

dejasen descansar.

 

 

Me aseguraron que inmediatamente sería complacido

y me hicieron subir por una escalera que conducía a otra

habitación.

 

 

Al entrar en ella vi a dos jóvenes del Oratorio que

hablaban entre sí; uno de ellos tenía un envoltorio. Les

pregunté:

 

 

—¿Qué tienes ahí? ¿ Qué haces aquí?

 

 

Me pidieron excusas por encontrarse en aquel lugar,

pero no me respondieron a lo que les había preguntado. Yo

les volví a decir:

 

 

—Les he preguntado que por qué se encuentran aquí.

 

 

Ellos se miraron y después me dijeron que prestase

atención.

Seguidamente abrieron el envoltorio y sacaron de él,

extendiéndolo, un paño fúnebre. Yo miré a mi alrededor y vi

en un rincón tendido y muerto a un joven del Oratorio. Pero


 

 

 

 

 

 

no lo reconocí.


 

 

291


 

 

Pregunté a los dos jóvenes quién era, pero se

excusaron y no me lo quisieron decir. Me acerqué al

cadáver; observé su rostro: por un lado me parecía

conocerlo, y por otro, no; así que no pude identificarlo. 

 

 

Decidido entonces a saber quién era, fuere como

fuere, bajé de nuevo la escalera y me encontré en el gran

salón.       La multitud            de       gente        desconocida          había

desaparecido y en su lugar estaban los jóvenes del

Oratorio. Apenas éstos me vieron se apiñaron a mi

alrededor diciéndome:

 

 

—Don Bosco, Don Bosco, ¿no sabe? Ha muerto un joven

del Oratorio.

 

 

Yo les pregunté el nombre del difunto y ninguno quiso

contestarme; los unos me mandaban a los otros, nadie

quería hablar. Pregunté con mayor insistencia, pero se

excusaban y no me lo querían decir. En tal estado de

inquietud, después de haber fracasado en mi intento, me

desperté encontrándome en mi lecho.

 

 

El sueño había durado toda la noche, y por la mañana

me encontré tan cansado y maltrecho que en realidad

parecía que había estado viajando toda la noche.

 

 

Deseo que las cosas que les cuento no salgan del

Oratorio; hablen de ellas entre Vosotros todo cuanto

quieran, pero que queden siempre en casa.

***************************************************************

 

 

Al día siguiente de haber contado este sueño, [San]

Juan Don Bosco marchó a Lanzo para visitar el Colegio allí


 

 

 

292

 

existente, y     habiendo regresado el 18 al Oratorio, después

de las oraciones, dijo a los jóvenes, entre otras cosas:

 

 

«Ciertamente que desearán saber algo sobre el sueño

que les conté antes de mi marcha. Solamente les voy a

explicar el significado de la perdiz                 y  de la codorniz. La

perdiz es la representación de la virtud, y la codorniz, del

vicio.  Esto  último  lo  pueden deducir del hecho de que la

codorniz fuera tan bella exteriormente y               después, vista de

cerca, apareciera cubierta de llagas debajo de las alas y

despidiera un hedor insoportable: todas estas cosas

representan las acciones deshonestas. Entre los jóvenes,

unos comían con avidez y glotonería la carne de la

codorniz, a pesar de estar en mal estado; son los que se

entregan al vicio del pecado. Los que preferían la perdiz

son los que tienten temor a la virtud y la practican. Algunos

tenían en una mano la perdiz               y  en la otra la codorniz,           y

comían de esta última; son los que conociendo la belleza de

la virtud no quieren aprovecharse de la gracia de Dios para

hacerse buenos. Otros, teniendo en una mano la perdiz y en

la otra la codorniz, comían la perdiz, lanzando miradas

codiciosas a la codorniz; tales son los que siguen la virtud

pero con desgana, como por fuerza; de éstos se puede

asegurar que si no cambian de proceder, una vez u otra

caerán. Otros comían la perdiz mientras veían a la codorniz

saltar delante de ellos sin darle importancia ni hacer caso;

son ¡os que siguen la senda de la virtud y aborrecen el vicio,

considerándolo con desprecio. Otros comían un poco de

codorniz y un poco de perdiz, y son los que alternan entre el

vicio y la virtud y así se engañan con la esperanza de no ser

tan malos.

 

 

Vosotros me diréis: ¿Quién de nosotros comió la

codorniz y quién la perdiz? A muchos ya se lo he dicho; los

demás, si quieren saberlo, que vengan a verme                         y  se lo


 

 

 

 

 

 

diré».

 

 

He aquí el comentario de Don Lemoyne:


 

 

293


 

 

«¿Qué diremos nosotros del sueño anteriormente

referido?

 

 

[San] Juan Don Bosco, según su costumbre, no refirió

todas sus circunstancias; no dio todas las explicaciones,

limitándose a lo relacionado con la conducta de sus

jovencitos    y a    alguna previsión sobre el porvenir. Y, con

todo, estudiando sus palabras, si no nos equivocamos,

vemos que en ellas resaltan tres ideas; El Oratorio, la Pía

Sociedad y las Ordenes Religiosas.

 

 

Vamos a exponer algunos de nuestros pensamientos,

remitiéndonos al juicio de los más expertos:

 

 

  La viña es el Oratorio. [San] Juan Don Bosco, en

efecto, distribuye como dueño, toda suerte de frutas a los

jóvenes. Se trata de una de aquellas viñas espirituales

predichas por Isaías en el Capítulo XLV: "Plantarán las viñas

y  comerán el fruto. Plantabunt vineas et comedent fructus

earum.       La    escena       sucede       evidentemente         en     plena

vendimia.

 

 

  El viaje de [San] Juan Don Bosco; el consejo del

dueño de la viña, a saber, que los más robustos, o sea los

Salesianos, llevasen sobre sus hombros a los más pequeños,

¿no podría indicar la necesidad de que el tirocinio

espiritual de los congregantes no estuviese del todo

separado de la vida activa?

 

 

Y el sendero de la viña que bordea el camino,

siguiendo la misma dirección e idéntica meta, ¿no puede


 

 

 

294

 

simbolizar el nuevo instituto fundado por [San] Juan Don

Bosco?

 

 

3º —La perdiz. Uno de los caracteres de este animal es

la astucia. Cornelio a Lapide comentando el capítulo XVII

de Jeremías, cita la epístola XLVII de San Ambrosio, en la

que se describen la astucia y artes, a veces afortunadas, de

la perdiz para huir del cazador y                para salvar su nido. La

frase que con frecuencia solía [San] Juan Don Bosco repetir

a sus hijos, era precisamente ésta ¡Sed astutos! Con esto les

quería indicar, como medio para huir de los lazos del

demonio, el recuerdo de la eternidad.

 

 

La codorniz. El vicio de la gula es la muerte de las

vocaciones.

 

 

    La gran sala y            la multitud que la ocupaba,

personas todas desconocidas para el [Santo], debían tener

un significado especial y alguna particularidad interesante.

[San] Juan Don Bosco no creyó oportuno decir palabra

alguna sobre ello. ¿No podría tener relación con la futura

obra de los Cooperadores Salesianos?

 

 

  En cuanto al enfermo moribundo, [San] Juan Don

Bosco nos dijo algún tiempo después a nosotros los

sacerdotes: «Era un ex alumno del Oratorio de! que quiero

pedir informes para ver si en realidad ha muerto».

 

 

  ¿Y el joven muerto? Parece que se trata de Don

Ruffino, tan amado por [San] Juan Don Bosco; lo que

explicaría la actitud de los jóvenes al no querer comunicar

la noticia. El [Santo] no lo reconoció; en cambio, el sueño lo

preparaba para tan sentida pérdida, sin amargarle con una

doloroso realidad.  Don Ruffino era un ángel de virtud y en

aquellos días se encontraba bien. Pero murió el 16 de julio


 

 

295

 

de aquel mismo año.                Expuestas nuestras opiniones

concluye Don Lemoyne—, dejando que unusquisque abundet

in sensu suo,  continuemos        fe lectura de cuanto nos ofrecen

las crónicas.

 


 
   
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