Don Bosco - Sueños 37 a 39
   
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El 26 de mayo de 1862 [San] Juan Don Bosco había

prometido a sus jóvenes que les narraría algo muy

agradable en los últimos días del mes.

 

 

El 30 de mayo, pues, por la noche les contó una

parábola o semejanza según él quiso denominarla.


 

 

 

 

 

 

He aquí sus palabras:


 

 

226


************************************************************************************

«Les quiero contar un sueño. Es cierto que el que sueña

no razona; con todo, yo que les contaría a Vosotros hasta

mis pecados si no temiera que salieran huyendo asustados,

o que se cayera la casa, les lo voy a contar para su bien

espiritual. Este sueño lo tuve hace algunos días.

 

 

Figúrense que están conmigo a la orilla del mar, o

mejor, sobre un escollo aislado, desde el cual no ven más

tierra que la que tienen debajo de los pies. En toda aquella

superficie líquida se ve una multitud incontable de naves

dispuestas en orden de batalla, cuyas proas terminan en un

afilado espolón de hierro a modo de lanza que hiere y

traspasa todo aquello contra lo cual llega a chocar. Dichas

naves están armadas de cañones, cargadas de fusiles y de

armas de diferentes clases; de material incendiario y

también de libros, y se dirigen contra otra embarcación

mucho más grande y más alta, intentando clavarle el

espolón, incendiarla o al menos hacerle el mayor daño

posible.

 

 

A esta majestuosa nave, provista de todo, hacen

escolta numerosas navecillas que de ella reciben las

órdenes,        realizando         las      oportunas        maniobras        para

defenderse de la flota enemiga. El viento le es adverso y la

agitación del mar favorece a los enemigos.

 

 

En medio de la inmensidad del mar se levantan, sobre

las olas, dos robustas columnas, muy altas, poco distante la

una de la otra. Sobre una de ellas campea la estatua de la

Virgen Inmaculada, a cuyos pies se ve un amplio cartel con

esta inscripción: Auxilium Christianorum.

 

 

Sobre la otra columna, que es mucho más alta y más


 

 

 

227

 

gruesa, hay una Hostia de tamaño proporcionado al

pedestal y debajo de ella otro cartel con estas palabras:

Salus credentium.

 

 

El comandante supremo de la nave mayor, que es el

Romano Pontífice, al apreciar el furor de los enemigos y la

situación apurada en que se encuentran sus leales, piensa

en convocar a su alrededor a los pilotos de las naves

subalternas para celebrar consejo y decidir la conducta a

seguir. Todos los pilotos suben a la nave capitaneada y se

congregan alrededor del Papa. Celebran consejo; pero al

comprobar que el viento arrecia cada vez más y que la

tempestad es cada vez más violenta, son enviados a tomar

nuevamente el mando de sus naves respectivas.

 

 

Restablecida por un momento la calma, el Papa reúne

por segunda vez a los pilotos, mientras la nave capitana

continúa su curso; pero la borrasca se torna nuevamente

espantosa.

 

 

El Pontífice empuña el timón y todos sus esfuerzos van

encaminados a dirigir la nave hacia el espacio existente

entre aquellas dos columnas, de  cuya  parte  superior  todo

en redondo penden numerosas áncoras y gruesas argollas

unidas a robustas cadenas.

 

 

Las naves enemigas dispónense todas a asaltarla,

haciendo lo posible por detener su marcha y por hundirla.

Unas con los escritos, otras con los libros, con materiales

incendiarios         de      los     que      cuentan       gran      abundancia,

materiales que intentan arrojar a bordo; otras con los

cañones, con los fusiles, con los espolones: el combate se

torna cada vez más encarnizado. Las proas enemigas

chocan contra ella violentamente, pero sus esfuerzos y su

ímpetu resultan inútiles. En vano reanudan el ataque y


 

 

228

 

gastan energías y municiones: la gigantesca nave prosigue

segura y serena su camino.

 

 

A veces sucede que por efecto de las acometidas de

que se le hace objeto, muestra en sus flancos una larga y

profunda hendidura; pero apenas producido el daño, sopla

un viento suave de las dos columnas y las vías de agua se

cierran y las brechas desaparecen.

 

 

Disparan entretanto los cañones de los asaltantes, y al

hacerlo revientan, se rompen los fusiles, lo mismo que las

demás armas y espolones. Muchas naves se abren y se

hunden en el mar. Entonces, los enemigos, encendidos de

furor comienzan a luchar empleando el arma corta, las

manos, los puños, las injurias, las blasfemias, maldiciones, y

así continúa el combate.

 

 

Cuando he aquí que el Papa cae herido gravemente.

Inmediatamente los que le acompañan acuden a ayudarle y

le levantan. El Pontífice es herido una segunda vez, cae

nuevamente y muere. Un grito de victoria y de alegría

resuena entre los enemigos; sobre las cubiertas de sus

naves reina un júbilo indecible. Pero apenas muerto el

Pontífice, otro ocupa el puesto vacante. Los pilotos reunidos

lo han elegido inmediatamente; de suerte que la noticia de

la muerte del Papa llega con la de la elección de su

sucesor. Los enemigos comienzan a desanimarse.

 

 

El nuevo Pontífice, venciendo y superando todos los

obstáculos, guía la nave hacia las dos columnas, y al llegar

al espacio comprendido entre ambas, la amarra con una

cadena que pende de la proa a un áncora de la columna

que ostenta la Hostia; y con otra cadena que pende de la

popa la sujeta de la parte opuesta a otra áncora colgada

de     la     columna      que     sirve     de pedestal           a     la Virgen


 

 

229

 

Inmaculada. Entonces se produce una gran confusión. Todas

las naves que hasta aquel momento habían luchado contra

la embarcación capitaneada por el Papa, se dan a la huida,

se dispersan, chocan entre sí y se destruyen mutuamente.

Unas al hundirse procuran hundir a las demás. Otras

navecillas que han combatido valerosamente a las órdenes

del Papa, son las primeras en llegar a las columnas donde

quedan amarradas.

 

 

Otras naves, que por miedo al combate se habían

retirado y que se encuentran muy distantes, continúan

observando prudentemente los acontecimientos, hasta que,

al desaparecer en los abismos del mar los restos de las

naves destruidas, bogan aceleradamente hacia las dos

columnas, llegando a las cuales se aseguran a los garfios

pendientes de las mismas y allí permanecen tranquilas y

seguras, en compañía de la nave capitana ocupada por el

Papa. En el mar reina una calma absoluta.

***************************************************************

Al llegar a este punto del relato, [San] Juan Don Bosco

preguntó a [Beato] Miguel Don Rúa:

 

 

¿Qué piensas de esta narración?

 

 

[Beato] Miguel Don Rúa contestó:

 

 

Me parece que la nave del Papa es la Iglesia de la

que es Cabeza: las otras naves representan a los hombres y

el mar al mundo. Los que defienden a la embarcación del

Pontífice son los leales a la Santa Sede; los otros, sus

enemigos,       que     con     toda      suerte      de     armas      intentan

aniquilarla. Las dos columnas salvadoras me parece que

son     la devoción          a     María     Santísima      y    al     Santísimo

Sacramento de la Eucaristía.


 

 

230

 

[Beato] Miguel Don Rúa no hizo referencia al Papa

caído y muerto y [San] Juan Don Bosco nada dijo tampoco

sobre este particular. Solamente añadió:

 

 

Has dicho bien. Solamente habría que corregir una

expresión. Las naves de los enemigos son las persecuciones.

Se preparan días difíciles para ¡a Iglesia. Lo que hasta

ahora ha sucedido es casi nada en comparación a lo que

tiene que suceder. Los enemigos de la Iglesia están

representados por las naves que intentan hundir la nave

principal y aniquilarla si pudiesen. ¡Sólo quedan dos medios

para salvarse en medio de tanto desconcierto! Devoción a

María. Frecuencia de Sacramentos: Comunión frecuente,

empleando todos los recursos para practicarlos nosotros y

para hacerlos practicar a los demás siempre y en todo

momento. ¡Buenas noches!

 

 

Las conjeturas que hicieron los jóvenes sobre este

sueño fueron muchísimas, especialmente en lo referente al

Papa; pero [San] Juan Don Bosco no añadió ninguna otra

explicación.

 

 

Cuarenta y ocho años después en 1907— el antiguo

alumno,      canónigo Don          Juan Ma.         Bourlot,     recordaba

perfectamente las palabras de [San] Juan Don Bosco.

 

 

Hemos de concluir diciendo que César Chiala y sus

compañeros, consideraron este sueño como una verdadera

visión o profecía, aunque [San] Juan Don Bosco al narrarlo

parece que no se propuso otra cosa que, inducir a los

jóvenes a rezar por la Iglesia y por e¡ Sumo Pontífice

inculcándoles al mismo tiempo la devoción al Santísimo

Sacramento y a María Santísima.

 

 

EL SACRILEGIO


 

 

 

 

 

 

 

SUEÑO 38.—AÑO DE 1862.

 

 

(M. B. Tomo Vil, págs. 193-194)


 

 

231


 

 

En la primera semana de julio de 1862, hablando [San]

Juan Don Bosco a sus sacerdotes les recomendaba una gran

caridad y paciencia al confesar a los jóvenes para no

perder su confianza; y al mismo            tiempo les aseguraba que

la prudencia necesaria y la eficacia de palabra para ganar

los corazones, eran dones del Señor que se obtenían con la

oración frecuente, con la más perfecta pureza de intención

y con actos de penitencia y sacrificio, como hacen los

confesores celosos.

 

 

Después,        siguió       hablando de              las      confesiones

sacrílegas de los jóvenes al callar de propósito cosas que

se han de manifestar necesariamente y les contaba el

siguiente hecho que le había sucedido a él mismo.

*************************************************************♦

Una noche soñé y vi en el sueño a un joven que tenía el

corazón roído por los gusanos y que él mismo se quitaba y

arrojaba de sí aquellos animales con la mano. No hice caso

del sueño. Mas he aquí que a la noche siguiente veo al

mismo joven, que tenía junto a sí un perro que le mordía el

corazón. No dudé de que el Señor quería conceder alguna

gracia a aquel muchacho y que el pobrecito tenía algún

embrollo en la conciencia.

***************************************************************

«Cierto día le dije de improviso:

 

 

¿Quieres hacerme un favor?

 

 

—Sí, sí... Si de mí depende.


 

 

 

 

 

 

 

—-Si quieres, puedes hacérmelo.

 

 

—Pues bien; dígame lo que desea, que lo haré.

 

 

¿Estás seguro?

 

 

¡Seguro!


 

 

232


 

 

—Dime:     ¿no     has callado           ningún      pecado       en     la

confesión?

 

 

Quiso negármelo, pero inmediatamente añadí:                      ¿Y

esto y esto otro, por qué no lo confesaste? Entonces me miró

al rostro, comenzó a llorar           y  me dijo:    Tiene usted razón:

hace dos años que me quiero confesar de eso                   y  dejándolo

de una vez para otra no me he atrevido a hacerlo.

 

 

Entonces lo animé y le dije lo que tenía que hacer para

ponerse en paz con Dios».

 

 

Así habló [San] Juan Don Bosco en aquella ocasión

dando sabios consejos a sus colaboradores, para que

ejerciesen con éxito el difícil arte de salvar las almas; por

su parte se dedicaba en cuerpo                  y   alma a hacer de sus

jóvenes otros tantos hijos de Dios.

 

 

EL CABALLO ROJO

 

 

SUEÑO 39.—AÑO DE 1862.

 

 

(M. B. Tomo Vil, págs. 217-218)

Las crónicas del mes de julio relatan nuevas maravillas

sobre [San] Juan Don Bosco.

 

 

Don Ruffino escribió en la suya: «1 de julio. [San] Juan


 

 

 

233

 

Don Bosco dijo a algunos que le rodeaban después del

almuerzo:

 

 

—Este mes tendremos que asistir a un funeral.

 

 

En distintas ocasiones repitió lo mismo una y               otra vez,

pero siempre ante un reducido número de oyentes.

 

 

Estas confidencias despertaban en los clérigos una

gran curiosidad, de forma que, en las horas de recreo,

cuando las ocupaciones se lo permitían, rodeaban al

[Santo] con la esperanza de oír de sus labios alguna

novedad,     y  una de ellas fue, como lo comprendieron más

tarde, la intención de [San] Juan Don Bosco de fundar un

instituto para atender a las niñas. En efecto, así lo

consignaron por escrito Don Bonetti y Don César Chiala.

 

 

El 6 de julio el buen padre narró a algunos de sus hijos

el siguiente sueño que tuvo en la noche del 5 al 6 de dicho

mes. Estaban presentes Francesia, Savio, [Beato] Miguel

Rúa, Cerrutti, Fusero, Bonetti el Caballero Oreglia, Anfossi,

Durando, Provera y algún otro.

***************************************************************

Esta noche —comenzó [San] Juan Don Bosco— tuve un

sueño singular. Soñé que me encontraba con la marquesa

Barolo y que paseábamos por una placita situada delante

de una llanura extensísima. Veía a los jóvenes del Oratorio

correr, saltar, jugar alegremente. Yo quería dar la derecha

a  la  marquesa,  pero  ella  me  dijo:  —No;  quédese  donde

está.

 

 

Después comenzó a hablar de mis jóvenes y me decía:

 

 

—¡Es tan buena cosa que se ocupe de los jóvenes! Pero

déjeme a mí el cuidado de las jóvenes; así iremos de


 

 

 

 

 

 

acuerdo. Yo le repliqué:


 

 

234


 

 

—Pero, dígame: ¿Nuestro Señor Jesucristo vino al

mundo para redimir solamente a los jovencitos o también a

las jovencitas?

 

 

—Sé —replicó— que nuestro Señor ha redimido a

todos: niños y niñas.

 

 

—Pues bien; yo debo procurar que su sangre no se

haya derramado inútilmente, tanto para las jóvenes como

para los jóvenes.

 

 

Mientras estábamos ocupados en esta conversación,

he aquí que entre mis jóvenes que estaban en la placita

comenzó a reinar un extraño silencio. Dejaron todos sus

entretenimientos y se dieron a la huida, quiénes hacia una

parte, quiénes hacia otra, llenos de espanto.

 

 

La marquesa y yo detuvimos el paso y quedamos

durante unos momentos inmóviles. Buscando la causa de

aquel terror dimos unos pasos hacia adelante. Levanto un

poco la vista y he aquí que al fondo de la llanura veo


descender


hasta la


tierra un caballo


grande...


tremendamente grande... La sangre se me heló en las

venas.          —¿Sería          como         esta         habitación?—,              preguntó

Francesia. —¡Oh, mucho más grande! —replicó [San] Juan

Don Bosco—. Sería de grande y de alto como tres o cuatro

veces más que este local, y más que el palacio Madama. En

resumidas       cuentas,       que     era     una     bestia      descomunal.

Mientras yo quería huir temiendo la inminencia de una

catástrofe, la marquesa Barolo perdió el sentido y cayó al

suelo. Yo casi no podía tenerme de pie, tanto me temblaban

las rodillas. Corrí a esconderme detrás de una casa que

había a mucha distancia, pero  de  allá  me  echaron


 

 

 

 

 

 

 

diciéndome:

 

 

—¡Márchese, márchese; aquí no tiene que venir!

 

 

Entre tanto yo me decía a mí mismo:


 

 

235


 

 

—¡Quién sabe qué diablo será este caballo! No huiré,

me adelantaré para examinarlo más de cerca. Y aunque

temblaba de pies a cabeza, me armé de valor, volví atrás y

me acerqué.

 

 

—¡Ah! ¡Qué horror! ¡Aquellas orejas tiesas! ¡Aquel

hocico descomunal!

 

 

A veces me parecía ver mucha gente encima de él;

otras veces, que tenía alas, de forma que exclamé:

 

 

—Pero ¡esto es un demonio!

 

 

Mientras lo contemplaba, como estaba en compañía

de algunos, pregunté a uno de los presentes:

 

 

—¿Qué quiere decir este enorme caballo?

 

 

El tal me respondió:

 

 

—Este es el caballo rojo: Equus rufus, del Apocalipsis.

 

 

Después me desperté y me encontré en la cama muy

asustado y durante toda la mañana, mientras decía Misa;

en el confesionario tenía delante a aquel animal.

Ahora deseo que alguno averigüe si este                    "equus rufus",     se

nombra verdaderamente en las Sagradas Escrituras, y cuál

es su significado.

***************************************************************


 

 

 

236

 

Y encargó a Durando de que buscase la manera de

resolver el problema. [Beato] Miguel Don Rúa hizo observar

que, realmente en el Apocalipsis, capítulo VI, versículo IV,

se habla del caballo rojo, símbolo de ¡a persecución

sangrienta contra la Iglesia, como explica en las notas de

la Sagrada Escritura, Mons. Martini. He aquí las palabras

textuaíes del libro sagrado:

 

 

Et cum aperuisset sigillum secundum, audivi secundum

animal, dicens: Veni et vide. Et exivit alius equus rufus: et

qui sedebat super illum datum est ei ut sumeret pacem de

térra,  et  ut  invicem  se  interficiant et datus est ei gladius

magnus.

 

 

En el sueño de [San] Juan Don Bosco parece que el

caballo      representase a            la     democracia       sectaria,       que

procediendo furiosamente contra ¡a Iglesia avanzaba

alentando contra el orden social, sin detenerse ni un solo

paso; se imponía a los gobiernos, en las escuelas, en los

municipios, en los tribunales, anhelando realizar la obra

destructora comenzada con el apoyo               y  complicidad de       las

autoridades constituidas, en perjuicio de la sociedad

religiosa  y de todo piadoso instituto y del derecho común

de propiedad.

 

 

[San] Juan Don Bosco dijo:

 

 

Sería necesario que todos los buenos y nosotros en

nuestra pequeñez procurásemos con celo y entusiasmo

poner un freno a esta bestia que irrumpe por doquier

alocadamente.

¿De qué manera? Poniendo en guardia a los pueblos

mediante el ejercicio de la caridad y con la buena prensa

que      contrarreste        las     falsas      doctrinas       de semejante

monstruo, orientando el pensamiento de los pueblos y                      los


 

 

237

 

corazones hacia la Cátedra de Pedro. En ella está el

fundamento indudable de toda autoridad que procede de

Dios, la llave maestra que conserva todo orden social; el

código inmutable de los deberes                 y   los derechos de los

hombres; la luz divina que disipa los errores de las más

enconadas pasiones; aquí el fiel guardián                     y  el defensor

poderoso de la moral evangélica y de la ley natural; aquí la

confirmación de la sanción inmutable de los premios

eternos reservados a quienes observan la ley del Señor y

las penas igualmente eternas para los transgresores de la

misma.

 

 

Pero la Iglesia, la Cátedra de San Pedro y el Papa, son

una misma cosa. Por tanto, para que estas verdades fuesen

acatadas por todos, [San] Juan Don Bosco quería que se

hiciesen toda suerte de esfuerzos por deshacer las

calumnias contra el Pontificado y que se diesen a conocer

los inmensos beneficios que Roma reporta a la vida social y

se procurase avivar en todos los corazones, sentimientos de

gratitud, fidelidad y amor hacia la Cátedra de Pedro.

 


 
   
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