LOS SUEÑOS DE
SAN JUAN BOSCO
TRADUCCIÓN DEL
P. FRANCISCO VILLANUEVA, S.D.B.
PARTE I
SUEÑOS 1>49
1
Este primer sueño que se ha de considerar como el
«gran sueño», como el «sueño-clave», de los muchos con
que la Divina Providencia ilustró la vida de San Juan Bosco,
tuvo lugar en el año 1824, cuando el santo apenas contaba
nueve años de edad; siendo su escenario la aldeíta de
Becchi, perteneciente al partido de Castelnuovo de Asti, en
el Piamonte. Vivía a la Sazón el niño Juanito Bosco con su
madre Margarita Occhiena, con la abuela paterna y con
dos hermanos más: Antonio, fruto del primer matrimonio del
padre difunto, y José, primogénito de Margarita y de
Francisco Bosco.
He aquí el texto del sueño, tal como nos lo ofrecen las
Memorias Biográficas en el tomo y páginas arriba
indicados.
***************************************************************
[[ 1. Como observará el lector, cada «sueño» va dividido
en tres partes: La primera es una especie de introducción o
ambientación. La segunda, la narración del «sueño», y la
tercera, el cumplimiento, explicación, comentarios..., del
mismo.
El empleo de los caracteres cursivos en la primera y
tercera parte y de los redondos en la segunda, no tiene otro
fin que el hacer mas patente la separación de dichas
partes. El lector sabrá valorarlas fácilmente, si bien las
preciosas enseñanzas de los «sueños» casi siempre van
repartidas a lo largo de las tres partes. Naturalmente las
3
palabras de los misteriosos personajes y las de Don Bosco
interpretando lo visto u oído en sus «sueños» son las que
merecen la máxima atención y estudio por parte del lector.
2. Con la denominación general de «sueño», como ya
se advierte en la Introducción, exponemos no sólo los
fenómenos extraordinarios que tuvieron lugar durante el
sueño, sino también aquellos que se realizaron estando Don
Bosco despierto, mientras trabajaba en su despacho,
confesaba, viajaba, etc.
3. M. B. Memorias Biográficas de San Juan Bosco,
dieciocho tomos, por los PP. Lemoyne, Amadei, Ceria, todos
ellos salesianos. (Societá Editrice Internazionale, Torino.)
M. O. Memorias del Oratorio, por San Juan Bosco.
Las páginas citadas corresponden solamente al texto del
sueño. ]]
«Apenas contaba nueve años —dice el mismo Don
Bosco— cuando tuve un sueño que me quedó
profundamente impreso durante toda la vida.
Me pareció estar cerca de mi casa; en un amplio patio
en el que una gran muchedumbre de niños se divertía. Unos
reían, otros jugaban y no pocos blasfemaban. Al oír
aquellas blasfemias me arrojé inmediatamente en medio
de ellos, empleando mis puños y mis palabras para
hacerlos callar. En aquel momento apareció un Hombre de
aspecto venerado, de edad viril, noblemente vestido. Un
manto blanco cubría toda su persona y su rostro era tan
resplandeciente, que yo no podía mirarlo con fijeza. Me
llamó por mi nombre y me ordenó que me pusiese al frente
de aquellos muchachos añadiendo estas palabras:
4
—No con golpes, sino con la mansedumbre y la caridad
deberás ganarte a estos amigos tuyos. Ponte, pues,
inmediatamente a hacerles una instrucción sobre la fealdad
del pecado y sobre la belleza de la virtud.
Confuso y aturdido le repliqué que yo era un pobre
niño ignorante; incapaz de hablar de religión a aquellos
jovencitos. En aquel momento los muchachos cesaron en sus
riñas, gritos y blasfemias, rodeando al que hablaba. Yo, sin
saber lo que me decía, añadí:
—¿Quién es Usted que me manda cosas imposibles?
—Precisamente porque te parecen imposibles, debes
hacerlas posibles con la obediencia y con la adquisición de
la ciencia.
—¿Dónde y con qué medios podré adquirir la ciencia?
—Yo te daré la Maestra bajo cuya guía podrás llegar a
ser sabio y con la cual toda ciencia es necedad.
—Pero ¿quién es Usted que me habla de esa manera?
—Yo soy el Hijo de Aquella a quien tu madre te ha
enseñado a saludar tres veces al día.
—Mi madre me ha dicho que no me junte con quien no
conozco sin su permiso; por eso, dime tu nombre.
—Mi nombre, pregúntaselo a mi Madre.
En aquel momento vi junto a Él, a una Señora de
majestuoso aspecto, vestida con un manto que resplandecía
por todas partes como si cada punto de él fuese una
fulgidísima estrella. Al verme cada vez más confuso en mis
5
preguntas y respuestas, me indicó que me acercara a Ella; y
tomándome de la mano bondadosamente:
—¡Mira! —Me dijo.
Observé a mi alrededor y me di cuenta de que todos
aquellos niños habían desaparecido y en su lugar vi una
multitud de cabritos, perros, gatos, osos y otros animales
diversos.
He aquí el campo en el que debes trabajar —continuó
diciendo la Señora—. Hazte humilde, fuerte y robusto, y lo
que veas en este momento que sucede a estos animales,
tendrás tú que hacerlo con mis hijos.
Volví entonces a mirar y he aquí que, en lugar de los
animales feroces aparecieron otros tantos corderillos que,
retozando y balando, corrían a rodear a la Señora y al
Señor como para festejarles.
Entonces, siempre en sueños, comencé a llorar y rogué
a Aquella Señora que me explicase el significado de todo
aquello, pues yo nada comprendía. Entonces Ella,
poniéndome la mano sobre la cabeza, me dijo:
—A su tiempo lo comprenderás todo.
Dicho esto, un ruido me despertó y todo desapareció.
***************************************************************
Yo quedé desconcertado. Me parecía que me dolían
las manos por los golpes que había dado y la cara por las
bofetadas recibidas de aquéllos golfillos. Además, la
presencia de Aquel Personaje y de Aquella Señora; las
cosas dichas y oídas, me absorbieron la mente de tal modo,
6
que en toda la noche no me fue posible volver a conciliar el
sueño. A la mañana siguiente conté inmediatamente el
sueño, en primer lugar, a mis hermanos, que comenzaron a
reír; después, a mi madre y a la abuela. Cada uno lo
interpretó a su manera. Mi hermano José dijo:
—Sin duda serás pastor de cabras, de ovejas y de otros
animales.
Mi madre:
—¡Quién sabe si algún día llegarás a ser sacerdote!
Antonio dijo con acento burlón:
—Tal vez llegues a ser capitán de bandoleros.
Pero la abuela, que sabía mucha teología aunque era
analfabeta, dio la sentencia definitiva diciendo:
—No hay que hacer caso de los sueños.
Yo era del parecer de la abuela; con todo, no me fue
posible borrar de la mente aquel sueño.
Lo que expondré a continuación prestará alguna
aclaración a lo que antecede. Nunca más volví a contar
este sueño; mis parientes no le dieron importancia; pero
cuando en el año 1858 fui a Roma para tratar con el Papa
Beato Pío IX de ¡a Congregación Salesiana, él Sumo
Pontífice me hizo contarle minuciosamente todo aquello
que tuviese, aunque sólo fuese apariencias de sobrenatural.
Entonces narré por primera vez el sueño que tuve a la edad
de nueve años. El Papa me ordenó que lo consignase todo
por escrito en su sentido literal y de forma detallada, para
mayor estímulo de los hijos de la Congregación, en cuyo
El presente sueño está solamente esbozado en las
Memorias del Oratorio con estas palabras:
***************************************************************
«Por aquel tiempo tuve otro sueño, en el cual fui
severamente amonestado, por haber puesto mi esperanza
en los hombres y no en el Padre Celestial».
***************************************************************
Para comprender el significado de estas palabras,
hemos de recordar un hecho decisivo de la niñez del
soñador.
Era una tarde del año 1825; volvía Juan de Butigliera,
alegre aldea próxima a Becchi. Había ido sólo con el
piadoso fin de asistir a una Misión que allí se daba, para
disponer a ¡os fieles a lucrar el Jubileo del Año Santo,
concedido por León XII y extendido ya al orbe católico.
Su porte era grave y sereno; su compostura y
recogimiento, llamaron poderosamente la atención de un
sacerdote que le seguía: Don José Calosso, capellán a la
sazón de la aldea de Murialdo. El sacerdote, haciendo al
niño señal de que se le acercara, le preguntó quién era, de
dónde venía y por qué siendo de tan corta edad acudía a
los sermones de la Misión, añadiendo:
—Seguramente tu madre te habría hecho una plática
Juanito afirmó que, en efecto, las pláticas de su madre
eran muy provechosas, pero que a él le agradaba oír a los
misioneros; a los cuales entendía perfectamente, y para
demostrarlo fue repitiendo al sacerdote, casi literalmente,
los sermones oídos punto por punto.
Maravillado el virtuoso capellán de las dotes de
ingenio del pequeño, le preguntó emocionado:
—¿Te gustaría estudiar?
—¡Mucho! —replicó Juanito—. Pero no puedo.
—¿Quién te lo impide?
—Mi hermano Antonio, pues dice que estudiar es
perder el tiempo; que es mejor que me dedique a las
faenas del campo.
—¿Y tú, para qué querrías estudiar?
—Para ¡legar a ser sacerdote.
—¿Y para qué deseas ser sacerdote?
—Para poder instruir a muchos de mis compañeros que
no son malos, pero que llegarán a serlo si nadie se ocupa
de ellos.
Don Calosso, conmovido ante semejante manera de
razonar, tomó bajo su protección al niño, dándole clase
durante ¡os inviernos de 1827 y 1828.
Mas una mañana de otoño de 1830, mientras Juan se
9
encontraba en su aldea nativa visitando a su madre, recibe
aviso de volver rápidamente a Murialdo, pues su buen
maestro Don Calosso, atacado repentinamente de
enfermedad mortal, le llama con urgencia. Voló Juan al
lado de su bienhechor, al que encontró desgraciadamente
en el lecho, perdido ya el uso de la palabra. El moribundo
pudo reconocer al amado discípulo a quien hizo señal de
aproximarse, y haciendo un esfuerzo supremo le consignó
una llave que guardaba debajo de ¡a almohada, señalando
a ¡a vez la mesa de su escritorio. El discípulo tomó la llave,
se arrodilló junto al lecho de su bienhechor y allí
permaneció afligido y suplicante hasta que el maestro, el
amigo de su alma hubo espirado, sin haber podido articular
palabra.
Muerto Don Calosso, llegaron los sobrinos; Juan les
entregó la llave recibida de su maestro diciendo:
—Vuestro tío me entregó esta llave indicándome que
no se la diera a nadie. Varias personas me aseguran que es
mío cuanto bajo ella se contiene, pero Don Calosso nada
me dijo expresamente. Prefiero mi pobreza a ser causa de
disgustos. Ellos tomaron la llave y cuanto bajo ella había.
La muerte del bienhechor fue un verdadero desastre
para Juan. Amaba a Don Calosso tiernamente. Su recuerdo
quedó grabado para siempre en su alma, dejando
consignados estos sentimientos en sus Memorias con estas
palabras:
«Siempre he rogado a Dios por este bienhechor mío, y,
mientras viva, no dejaré de rezar por él».
Conocido este episodio y el estado de ánimo del joven
estudiante, es fácil comprender el significado y alcance de
(M. B. Tomo I, págs. 243-244.—M. O. Década 1, pág. 4.)
Estando Juan como estudiante en Castelnuovo, entabló
relaciones amistosas con un joven llamado José Turco, que
lo puso en contacto con su familia. Esta poseía una viña
situada en un paraje denominado Renenta, próximo a la
aldehuela de Susambrino. A dicha viña solíase retirar Juan
con frecuencia, por ser lugar apartado del camino que
atravesaba el valle y, por tanto, más tranquilo. Desde un
altozano podía darse cuenta de quién entraba en la viña de
los Turco, y, sin ser visto, defendía las uvas contra cualquier
agresión, sin dejar por eso los libros de ¡a mano.
El padre de José Turco, que profesaba gran estima al
amigo de su hijo, encontrándose en cierta ocasión con Juan,
le dijo mientras le ponía una mano sobre la cabeza:
—Animo, Juanito, sé bueno y estudioso y verás cómo la
Virgen te protege.
—En Ella he puesto toda mi confianza —replicó el
muchacho— ; pero me asaltan frecuentes dudas. Desearía
seguir los cursos de latín y hacerme sacerdote, pero mi
madre no tiene medios para ayudarme.
—No temas, muchacho, ya verás cómo el Señor te
allana el camino.
—Así lo espero —concluyó Juan—. Y despidiéndose de
11
su interlocutor fue a ocupar su puesto, en actitud pensativa,
mientras iba repitiendo:
—¿Quién sabe si...?
Mas he aquí que algunos días después, el señor Turco
y su hijito vieron a Juan atravesar la viña y venir alegre y
presuroso al encuentro de ambos dando visibles muestras
de satisfacción.
—¿Qué novedades hay?, —preguntóle el propietario—;
pues estás tan alegre, siendo así que hace algunos días te
mostrabas tan preocupado.
—¡Buenas noticias! ¡Buenas noticias!, —exclamó Juan—.
***************************************************************
Esta noche he tenido un sueño, según el cual continuaré mis
estudios, llegaré a ser sacerdote y me pondré al frente de
numerosos niños, dedicándome a la educación de los
mismos durante toda la vida.
***************************************************************
—Así que todo está arreglado y pronto seré sacerdote.
—Pero, eso no es más que un sueño —observó el señor
Turco— y ya sabes que del dicho al hecho hay un gran
trecho.
—¡Oh! Lo demás nada me interesa. Sí; —concluyó
Juan—, seré sacerdote; me pondré al frente de muchísimos
jovencitos, a ¡os que haré mucho bien.
Y así diciendo, muy contento, se dirigió a ocupar su
puesto de vigía.
A ¡a mañana siguiente, a¡ regresar de ¡a parroquia,
12
donde había estado oyendo Misa, fue a visitar a ¡a familia
de Turco; y la señora Lucía, llamando a sus hermanos, con
los cuales Juan solía hablar frecuentemente, preguntó al
muchacho sobre el motivo de la alegría que se le reflejaba
en el semblante. Juan entonces aseguró a sus oyentes que
había tenido un hermoso sueño. Como le pidiesen que lo
contase dijo:
***************************************************************
Que había visto venir hacia sí a una majestuosa Señora que
conducía un rebaño numerosísimo y que acercándosele y
llamándole por su nombre, le había dicho:
—Juanito, aquí tienes este rebaño; a tus cuidados lo
confío.
—¿Y cómo haré yo para guardar y cuidar tantas ovejas
y tantos corderillos? ¿Dónde encontraré pastos suficientes?
La Señora le respondió:
—No temas; yo estaré contigo.
Y desapareció.
***************************************************************
Don Juan Bautista Lemoyne, biógrafo de San Juan Bosco,
escribe en las Memorias: «Esta narración la oímos de labios
del señor Turco y está perfectamente de acuerdo con la
siguiente declaración consignada por Don Bosco en las
Memorias del Oratorio:
«A los dieciséis años tuve otro sueño».
Y concluye don Lemoyne: «Tengo la seguridad de que
supo y vio muchas cosas de las narradas por él y que
conservaba en su corazón como premio de su perseverante
confianza. En efecto: la asistencia que la Madre Celestial le
prodigó en este mismo año, hubo de hacerse muy sensible».
Durante sus cuatro años de estudiante en Chieri, Juan
dio muestras de que, además de su prodigiosa memoria y
de su ingenio, ayudaba le en sus estudios alguna otra
secreta virtud. Tal es la opinión de muchos de sus antiguos
condiscípulos que dieron fe del hecho siguiente:
***************************************************************
Una noche soñó que el profesor había señalado el
tema para determinar los puestos de mérito de la clase y
que él estaba haciéndolo.
***************************************************************
Apenas se despertó, saltó del lecho y escribió el
trabajo señalado, que era un dictado en lengua latina;
después, comenzó a traducirlo, haciéndose ayudar de un
sacerdote amigo suyo. A la mañana siguiente el profesor
dictó el tema en la clase para señalar el orden de mérito
entre los alumnos, trabajo que era precisamente el mismo
con que Juan había soñado; de forma que, sin necesidad
del diccionario y en muy breve tiempo, lo escribió
inmediatamente tal como recordaba haberlo hecho en el
sueño, con las oportunas correcciones que le hiciera el
amigo, consiguiendo un completo éxito. Interrogado por el
maestro, expuso ingenuamente lo sucedido, causando en
éste verdadera admiración.
En otra ocasión Juan entregó la página de su trabajo
tan pronto, que al profesor no le parecía posible que
hubiese podido superar, en tan breve tiempo, tantas,
dificultades de orden gramatical; por eso leyó atentamente
el tema que Juan le había entregado. Dudando del origen
14
de aquel trabajo, le pidió que le presentase el borrador.
Juan obedeció causando nuevo estupor en el profesor. Este
había preparado el tema la tarde anterior y como lo
considerase demasiado largo, había dictado a los alumnos
solamente la mitad. En el cuaderno de Juan lo encontra
completo; ni una sílaba más, ni una sílaba menos. ¿Cómo se
podía explicar aquel fenómeno? No era posible que en tan
poco tiempo el alumno hubiese copiado el original, ni que
hubiese penetrado en su habitación, pues ¡a pensión en que
se hospedaba Juan estaba muy lejos de la casa del
profesor. ¿Por tanto? Bosco puso las cosas en claro:
—He tenido un sueño en el que vi el tema.
Por éste y por otros acontecimientos semejantes, los
compañeros de la pensión le llamaban el soñador.
ENFERMEDAD DE ANTONIO BOSCO
SUEÑO 5.—AÑO DE 1832.
(M. B. Tomo I, pág. 269)
En una ocasión Don Bosco soñó que su hermano
Antonio, mientras hacía el pan en casa de la señora
Damevino, próxima a la suya, fue asaltado por la fiebre, y
que habiéndolo encontrado en el camino y al preguntarle
sobre el particular, le había dicho:
—Hace un momento ha comenzado a darme fiebre; no
puedo mantenerme en pie. Tendré que irme a la cama.
***************************************************************
Al día siguiente contó este sueño a sus compañeros,
que exclamaron:
15
—Puedes tener la seguridad de que ha sucedido como nos
has referido.
Y así fue, en efecto. En la tarde siguiente llegó a Chieri
el hermano José, al cual preguntó Juan inmediatamente:
—¿Y Antonio, está mejor?
José, maravillado de aquella pregunta, replicó:
—Pero ¿sabías que estaba enfermo?
—Sí, que lo sabía —contestó Juan.
—Creo que no es cosa de importancia —continuó
José—. Ayer comenzó a darle un poco de fiebre mientras
hacía el pan en casa de ¡a señora Damevino; pero ya está
mejor.
Sin dar gran importancia a este sueño, haremos notar
cómo en él el Santo de Dios pone de manifiesto los
sentimientos más íntimos de su corazón; más adelante dio
nuevas pruebas interesándose por la familia de su
hermanastro, apenas tuvo oportunidad de hacerlo, según
atestigua Don Rúa.
SOBRE LA ELECCIÓN DE ESTADO
SUEÑO 6.—AÑO DE 1834.
(M. B. Tomo I, págs. 301-302. —M. O. Década 1,14;
págs. 79-81)
Se acercaba el final del Curso de humanidades 1833-
34, época en la que los estudiantes que terminan dichos
«El sueño de Murialdo —escribe Don Bosco en sus
Memorias— perduraba grabado en mi mente, de tal
manera que la visión del mismo se renovaba en mí, cada
vez con mayor claridad. Por tanto, si quería prestarle fe,
debía elegir el estado eclesiástico, al cual sentía verdadera
inclinación; mas al encontrarme falto de las virtudes
necesarias, mi decisión se hacía difícil y dudosa. ¡Oh, si
hubiese tenido entonces un guía que se cuidase de mi
vocación! Disponía de un confesor que quería hacer de mí
un buen cristiano, pero quejamos quiso mezclarse en los
asuntos de mi vocación.
Consultando conmigo mismo y después de leer algún
libro que trataba sobre la elección de estado, me decidí a
entrar en la Orden Franciscana. Si me hago clérigo secular
—me decía a mí mismo— mi vocación corre grande riesgo
de naufragio. Abrazaré el estado religioso, renunciaré al
mundo, entraré en un claustro, me entregaré al estudio, a la
meditación y en el retiro podré combatir las pasiones,
especialmente la soberbia, que había echado hondas
raíces en mi corazón. Hice, por tanto, la petición al
Convento de Reformados; sufrí examen; fui aceptado,
quedando todo preparado para mi ingreso en el Convento
de La Paz, en Chieri.
Pocos días antes de la fecha establecida para mi
entrada, tuve un sueño de lo más extraño».
***************************************************************
Me pareció ver una multitud de religiosos de dicha
Orden con los hábitos sucios y desgarrados, corriendo en
sentido contrario unos de otros. Uno de ellos se acercó a mí
para decirme:
17
—Tú buscas la paz y aquí no encontraras la paz. Ya ves
la situación de tus hermanos. Dios te tiene preparado otro
lugar y otra mies.
Quise hacer algunas preguntas a aquel religioso, pero
un ruido me despertó y no volví a ver cosa alguna.
Lo expuse todo a mi director que no quiso oír hablar ni
de sueños ni de frailes:
—En este asunto —me dijo— es necesario que cada
uno siga sus inclinaciones y no los consejos de los demás.
***************************************************************
Tal es la traducción del texto de las Memorias de Don
Bosco.
Don Lemovne se expresa en estos términos en las
Memorias Biográficas al relatar el mismo sueño:
«Aproximándose la fiesta de Pascua, cuenta el mismo
Don Bosco, que en aquel año de 1834 cayó en 30 de marzo,
hice la petición para ser admitido entre los Franciscanos
Reformados. Mientras aguardaba la respuesta y sin haber
manifestado a nadie mis propósitos, he aquí que un buen
día se me presenta un compañero llamado Eugenio Meco,
con el cual tenía poca familiaridad y me pregunta:
—¿Qué, has decidido hacerte franciscano?
Lo miré maravillado y le dije:
—¿Quién te ha dicho eso?
Y enseñándome una carta, replicó:
—Me comunican que te aguardan en Turín para rendir
18
examen juntamente conmigo, pues yo también he decidido
abrazar el estado religioso en esta Orden.
Fui pues, al Convento de Santa María de los Ángeles,
de Turín; hice el examen y fui aceptado para la mitad de
abril, quedando todo preparado para ingresar en el
Convento de La Paz, de Chieri. Pero poco antes de la fecha
señalada para mi ingreso en dicho Convento, tuve un sueño
de lo más extraño».
Y a continuación sigue el relato del mismo tal y como
lo hemos consignado anteriormente, traducido de las
Memorias personales de Don Bosco.
Los Padres Franciscanos conservan un certificado
relacionado con este hecho que dice así:
***************************************************************
«Anno 1834 receptus fuit in conventu S. Mariae
Angelorum Ord. Reformat. S. Francisci, juvenis Joannes
Bosco, a Castronovo, natus die 17 augusti 1815, baptizatus,
et confirmatus. Habet requisita et vota omnia.—Die 18
aprilis.
Ex libro II, in quo describuntur juvenes postulantes ad
Ordinem acceptati et aprobati ab anno 1638 ad annum
1838. Padre Constantino de Valcamonica».