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La atención que prestaban los jóvenes a sus palabras
causaba sorpresa e imponía en gran manera.
Entretanto [San] Juan Don Bosco, haciendo gala de una
prodigiosa memoria y de una extraordinaria lucidez mental,
al ser interrogado sobre el particular reservadamente,
sabía indicar el nombre del interesado y el oficio que en el
campo de trigo desempeñábamos muchísimos de nosotros,
dando al mismo tiempo la oportuna explicación.
Empleó el [Santo] en contar este sueño tres noches
consecutivas, sirviendo su relato para nuestros comentarios
generales y dando pie para frecuentes conversaciones
entre los jóvenes del Oratorio y nuestro buen padre,
quedando todos persuadidos de que en él se le había
manifestado, no sólo el porvenir del Oratorio, sino también
de toda la Congregación. [San] Juan Don Bosco se
complacía en repetir a sus íntimos las descripciones del
campo cubierto de mieses ondulantes, de las diversas
actitudes de los segadores y de los que distribuían las
herramientas.
Aseguraba entonces que nuestra Pía Sociedad, tan
combatida y obstaculizada, sería aprobada a pesar de
todas las probabilidades en contra y que contra el parecer
de muchos, considerados como personas doctas y
prudentes,
subsistiría,
progresaría
grandemente
alcanzando un gran incremento; cosas todas que yo oí a mis
compañeros y repetidas veces al mismo [Santo].»
***************************************************************
Respecto a los tres jóvenes que tenían el monazo
sobre las espaldas, Don Francisco Dalmazzo atestiguaba
con juramento: «Recuerdo muy bien que [San] Juan Don
Bosco, hablando de éstos, añadía que si deseaban saber
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algo más concreto, se apresurasen a entrevistarse con él.
Más de cincuenta muchachos del Oratorio se presentaron
al buen padre, temerosos de tener en la conciencia alguna
cosa oculta; pero [San] Juan Don Bosco dijo a cada uno de
ellos:
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—No eres tú.
Habiéndose encontrado después, casualmente, en el
patio, en ocasiones distintas, con aquellos tres infelices, les
advirtió de la realidad del desgraciado estado en que se
encontraban. Uno de ellos era condiscípulo mío y me lo dijo
a mí confidencialmente, manifestándome su admiración de
que [San] Juan Don Bosco pudiese conocer aquellas cosas.
Por otra parte, yo también tuve algunas pruebas
personales sobre la facilidad con que [San] Juan Don Bosco
escudriñaba los corazones, pues repetidas veces me reveló
el estado de mi conciencia sin que yo le hubiese
preguntado nada. La misma impresión tenían algunos de
mis compañeros, los cuales confesaron ingenuamente que,
a pesar de haber callado en la confesión pecados graves,
[San] Juan Don Bosco había sabido ponerles de manifiesto
con toda precisión, el estado en que se encontraban.»
De uno de los cuatro encadenados tuvimos noticias por
el teólogo Borel.
Habiendo ido dicho teólogo en 1866 a ejercer su
ministerio a las cárceles, al regresar al Oratorio traía a
[San] Juan Don Bosco un encargo de parte del joven Bec...
di...; condenado por desertor del ejército. El prisionero
pedía al [Santo] "El joven instruido" y al mismo tiempo le
mandaba a decir:
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—¿Recuerda que me dijo que en el sueño de la rueda
me había visto encadenado? Ciertamente yo era uno de los
cuatro; pero he de comunicarle para su consuelo, que me
encuentro en la prisión, no por haber cometido un delito,
sino por haber huido del cuartel por serme insoportable la
rigidez de la vida militar.
[San] Juan Don Bosco fue a visitarlo llevándolo al
mismo tiempo el libro que le había pedido.
Además de la prisión, el [Santo], después de aquel
sueño, le pronosticó que sufriría otras vicisitudes. Al
terminar sus estudios se había despedido del buen padre,
diciéndole que tenía intención de entrar en una
Congregación religiosa.
—¡Quédate con nosotros!, —le aconsejó Don Bosco,
queriéndole inducir a formar parte de la familia del
Oratorio—. No te alejes de mí; aquí tendrás lo que deseas.
Pero el joven estaba resuelto a marcharse.
Si es así, márchate —concluyó el [Santo]—. Te harás
jesuita, pero te mandarán a tu casa. Entrarás en los
Capuchinos y no perseverarás. Finalmente, acuciado por el
hambre y después de varias peripecias, volverás al Oratorio
en demanda de un trozo de pan.
Todo esto parecía poco verosímil, pues el joven en
cuestión disponía de un patrimonio de unas 60,000 liras y su
familia era la más acomodada del pueblo. Mas a pesar de
todo, sucedió al pie de la letra cuanto [San] Juan Don Bosco
le había predicho.
Habiendo entrado primeramente en los jesuitas y
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después en los Capuchinos, no pudo adaptarse a las reglas
siendo despedido tras un breve lapso de tiempo. Gastó el
dinero de que disponía y después de algunos años apareció
en el Oratorio en un estado de la más extrema miseria. Fue
amablemente acogido, permaneció en él un año y se volvió
a marchar, pues era muy amante de la vida bohemia. El
mismo interesado contaba el cumplimiento de esta profecía
en e¡ año 1901.
Entretanto, clérigos y alumnos habían comenzado a
asediar a [San] Juan Don Bosco desde el cuatro de mayo,
preguntándole en qué parte del campo les había visto, si
entre los que cavaban o entre los segadores y la ocupación
que desempeñaban. El buen padre satisfizo a todos. Al
exponer el sueño hemos dado a conocer algunas de sus
respuestas; no pocas de ellas, como se pudo constatar
después, fueron verdaderas predicciones.
[San] Juan Don Bosco había visto a¡ clérigo Molino,
ocioso, con la hoz en la mano, observando cómo trabajaban
los demás; después pudo apreciar cómo se acercaba al
foso que rodeaba el campo y después de saltarlo y arrojar
el sombrero, le vio salir corriendo. Molino pidió a [San] Juan
Don Bosco explicación de todo aquello y escuchó de sus
labios esta respuesta:
—Tú cursarás, no cinco, sino seis años de teología y
después dejaras la sotana.
Molino quedó estupefacto al escuchar estas palabras,
que le parecieron extrañas y lejos de la realidad; pero los
hechos comprobaron que [San] Juan Don Bosco tenía razón.
Dicho joven cursó cuatro años de teología en el Oratorio y
otros dos en Asti y después de hacer los ejercicios
espirituales para la ordenación, habiendo ido a San Damián
de Asti, que era su pueblo natal para pasar solamente un
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día y poner en claro cierto asunto, dejó la sotana y no volvió
más.
El clérigo Vaschetti era considerado con toda razón
como una de las columnas del Colegio de Giaveno. Cuando
[San] Juan Don Bosco le dijo que lo había visto salir del
campo y saltar el foso, le respondió con despecho:
—¡Se ve que ha soñado!
En efecto, por entonces no pensaba abandonar a [San]
Juan Don Bosco. Habiendo salido del Oratorio, pues era
libre de hacerlo, y como visitase a [San] Juan Don Bosco
siendo ya joven sacerdote, el siervo de Dios le recordó su
respuesta brusca pero filial.
—¡Me recuerdo, es cierto?—, replicó Vaschetti.
Y [San] Juan Don Bosco:
—Era aquí al Oratorio adonde Dios te llamaba. Por lo
demás espero que el Señor te dará sus gracias; pero
tendrás que luchar.
Y en efecto, Dios ayudó a Vaschetti, el cual hizo mucho
bien como párroco.
El clérigo Fagnano no quería preguntar a [San] Juan
Don Bosco el lugar que ocupaba en el sueño, bien por
cortedad, bien porque habiendo llegado al Oratorio hacia
pocos meses del Seminario de Asti, no creía mucho en
aquellas revelaciones. Acuciado, sin embargo, por los
compañeros, se acercó al siervo de Dios y le preguntó qué
había visto a través de aquella lente relacionado con él.
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—Te vi en el campo, pero tan distante que apenas si te
podía reconocer. Estabas trabajando en medio de hombres
desnudos.
El clérigo Fagnano no dio demasiada importancia a
aquellas palabras, pero las recordó cuando en un día de
María Auxiliadora se vio en una playa en el Estrecho de
Magallanes comiendo moluscos durante dos días y con el
barco a la vista que no se podía aproximar a causa de la
tempestad. Y vio a los hombres desnudos de la Tierra del
Fuego, lugar en que plantó la Cruz y levantó su misión.
A Don Ángel Savio, [San] Juan Don Bosco le aseguró
que le había visto en países muy lejanos.
A las preguntas de Domingo Belmonte, contesto:
—Tú darás gloria a Dios con la música.
Y seguidamente añadió una palabra que causó en el
joven profunda impresión; pero después que se hubo
alejado unos pasos se borró por completo de su memoria, y,
por mucho que recapacitó, no volvió a recordarla. [San]
Juan Don Bosco lo había visto conduciendo un carro tirado
por cinco mulos. El fruto de sus fatigas sería prodigioso.
Maestro y asistente general en el Colegio de Mirabello,
profesor en el de Atassio, primeramente prefecto y después
director en Borgo San Martino; director y párroco en
Sampierdarena,
con
todos estos
cargos
también
desempeñó el de maestro de música, contribuyendo al
esplendor y decoro de las funciones religiosas. Finalmente,
fue prefecto general de la Sociedad y director del Oratorio
de Turín, contando siempre con el afecto y la confianza de
los hermanos y de ¡os alumnos.
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[San] Juan Don Bosco —leemos en la Crónica— dijo
también a Avanzino el oficio que desempeñaba en el sueño;
después añadió:
—Dios quiere que hagas eso.
Avanzino, que no manifestó a nadie el oficio o misión a
que según el sueño estaba destinado, porque no quería
someterse a ella, decía después confidencialmente a
algunos de sus íntimos:
—[San] Juan Don Bosco me descubrió cosas que yo no
había dicho a nadie en el mundo.
A Go... le dijo también [San] Juan Don Bosco:
—Tú serías llamado al estado eclesiástico, pero te
faltan tres virtudes: humildad, caridad, castidad.
Añadió que la hoz no se la proporcionaría Don Provera.
El joven Ferrari, que decía querer abrazar el estado
eclesiástico, no fue a preguntar el porvenir que le
aguardaba según el sueño; por el contrario, seguía
tomándolo a broma a pesar de que muchos le insistían para
que se presentase al [Santo]. Al fin, se encontró en
circunstancias tales que no pudo evitar el encuentro con
[San] Juan Don Bosco, el cual le dijo que lo había visto en el
campo de trigo y que a despecho de aquellos que lo habían
enviado a coger flores, comenzó a segar con entusiasmo,
pero que al final volvió la vista atrás y pudo comprobar que
no había hecho nada.
—¿Qué quiere decir esto?—, preguntó entonces el
joven.
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—Pues, quiere decir —replicó [San] Juan Don Bosco—
que si no cambias de estilo, esto es, si sigues obrando
según tu capricho, llegarás a ser un sacerdote negligente o
un religioso despreocupado.
Pero los jóvenes del Oratorio no se contentaban con
las noticias dadas a cada uno en particular. Deseaban
tener más amplias explicaciones del sueño, que se les
resolviesen ciertas dificultades que no habían comprendido,
que se les satisficiese plenamente la curiosidad que
sentían, cosas todas que les mantenía en cierto estado de
nerviosismo.
Había algunos dotados de gran ingenio, inteligencia y
tan listos que habrían puesto en un gran aprieto a otro que
no hubiese estado tan seguro de la realidad de su relato,
como el [Santo].
[San] Juan Don Bosco, por su parte, no temía caer en
contradicción y en la noche del cuatro de mayo —dice la
Crónica— habló dando facultad a cada uno de los alumnos
para que preguntaran cuanto quisieran, pues él mismo
deseaba aclarar algunas cosas referentes al sueño, que no
hubieran entendido bien.
En la noche del cinco de mayo muchos manifestaron
sus dificultades.
—En primer lugar: ¿qué representa la noche?,
preguntaron algunos.
[San] Juan Don Bosco respondió:
—La noche representa la muerte que se acerca: Venit
nox quando nemo potest operari, ha dicho Nuestro Señor.
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Los jóvenes entendieron que estaban próximos los
últimos días del buen padre y, después de unos minutos de
penoso silencio, requirieron de él que les dijera los medios
que tenían que poner en práctica para que aquella noche
se alejase lo más posible.
Hay dos medios para conseguirlo —replicó [San] Juan
Don Bosco—. El primero sería no tener más esta clase de
sueños, pues me arruinan extraordinariamente la salud. Y el
segundo, que los empedernidos en el mal no obligaran en
cierta manera al Señor a obrar de una forma violenta para
librarlos del pecado.
—Y los higos y las uvas, ¿qué simbolizan?
—Las uvas y los higos, que en parte estaban maduros y
en parte no, quiere decir que algunos hechos que
precedieron a la noche se cumplieron ya y que otros se
cumplirán. A su tiempo les diré cuáles son los hechos ya
cumplidos. Los higos indican grandes acontecimientos que
tendrán lugar muy pronto en el Oratorio. A este respecto
tendría muchas cosas que decirles, pero no es conveniente
que se las comunique por ahora, lo haré más adelante. Les
puedo añadir que los higos, como símbolo de los jóvenes,
pueden significar también dos cosas: o maduros por
haberse ofrecido a Dios en el sagrado ministerio, o maduros
para ofrecerse a Dios en la eternidad.
Séanos permitido —comenta Don Lemoyne— exponer
una idea nuestra personal, a saber, que entre los higos
ciertamente habría algunos amargos al paladar, por eso
[San] Juan Don Bosco no los quiso escoger aunque se
excusase de hacerlo aduciendo un pretexto diferente.
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Que el Valle de Valcappone representase el Oratorio
nos parece muy lógico, pues en él tuvo origen, o al menos
en la región en que está enclavado, la Obra de [San] Juan
Don Bosco. Lo mismo representan el carro del hermano José
que fue siempre un generoso bienhechor del siervo de Dios
y la rueda con la lente a través de la cual el siervo de Dios
vio todo lo anteriormente descrito.
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Los alumnos continuaron haciendo sus preguntas.
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Prosigue Don Ruffino:
—¿Y los que tenían los monos sobre las espaldas, qué
quiere decir?
—Representa —respondió [San] Juan Don Bosco— el
demonio de la deshonestidad. Este demonio, cuando quiere
arrojarse encima de alguno, no se presenta por delante,
sino por la espalda, esto es, oculta la fealdad del pecado,
no la deja ver, lo hace aparecer como cosa de nada. Estos
monos gigantescos aprietan el cuello de sus víctimas,
ahogando la palabra cuando los tales desgraciados
quisieran confesarse. Aquellos infelices tenían ¡os ojos
desorbitados para indicar que, quien es victima de este
pecado, no puede ver las cosas del cielo. Mis queridos
jóvenes: No olviden aquellas tres palabras: Labor, sudor,
fervor, y podrán alcanzar la más completa victoria sobre
todos los demonios que les vengan a tentar contra la virtud
de la modestia.
—¡Y qué medios hay para quitar el candado de la
boca?
[San] Juan Don Bosco respondió las misma palabras
que le había dicho aquel amigo misterioso: Auferatur
Le hicieron otras preguntas respecto el trabajo que
cada uno realizaba, pidiéndole las correspondientes
explicaciones:
—¿Qué más nos puede decir sobre el campo de trigo?
—Los que en el trabajan son ¡os llamados al estado
eclesiástico; de forma que sé quién se hará sacerdote y
quién no. Mas no piensen que los que estaban cavando
eran los excluidos absolutamente del ministerio. ¡Oh, no! Vi
a algunos artesanos segar el trigo con los demás. A los
tales los reconocí y los dedicaré a estudiar. Algún otro iba a
coger la hoz, pero el que las distribuía no se la quiso dar,
porque le faltaba alguna virtud. Si la adquiere, el Señor le
llamará si no se hace indigno de la vocación. Pero, tanto los
que cavaban como los que segaban, cumplían la voluntad
de Dios y estaban en el camino de la salvación.
—¿Qué significaban los bocados de comida y las
flores?
—Había quienes iban al campo y deseaban segar,
pero Provera no les quería proporcionar la herramienta,
porque no estaban aún capacitados para trabajar y, en
cambio, les decía:
—A ti te falta una flor. O bien: te faltan dos flores.
Debes tomar todavía un par de bocados.
Estas flores simbolizaban, bien la virtud de la caridad,
bien la virtud de la humildad, bien la pureza. Los bocados
de alimento significan el estudio y la piedad. Al oír esto, los
jóvenes iban a coger las flores indicadas o a comer los
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bocados que les habían dicho y después volvían en busca
de la hoz.
También le preguntaron sobre las escenas que había
visto cada vez que daba diez vueltas a la rueda,
relacionadas con el desarrollo de la Pía Sociedad.
[San] Juan Don Bosco respondió:
—Un largo intervalo de tiempo separaba a cada diez
vueltas de la rueda, para que yo pudiera examinar
tranquilamente todos los detalles de las escenas que se
ofrecían a mi vista. Desde el principio, después de las
primeras vueltas, contemplé a la Congregación ya formada
y bien ordenada y a un buen número de hermanos y de
jóvenes ocupando las distintas casas. Al sucederse las
vueltas, apreciaba vez por vez un nuevo espectáculo. Ya no
veía a muchos de los que había contemplado
anteriormente; después aparecían otros individuos para mi
completamente desconocidos, y los que una vez viera
jóvenes, los veía más tarde viejos y decrépitos. El número
de los muchachos crecía cada vez de una manera más
rápida y desorbitada.
Los alumnos le recordaron también que el personaje
del sueño le había dicho:
—Verás cosas que te servirán de consuelo y otras que
te llenarán de angustia. Por eso le preguntaron si a cada
diez vueltas había visto a sus hijos en la misma condición,
en el mismo oficio, siguiendo una misma línea de conducta
o si habían cambiado a peor en las escenas sucesivas. [San]
Juan Don Bosco no quiso decirlo; con todo, exclamó:
—Causa pena y llena el alma de desolación el ver las
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muchas vicisitudes a que uno ha de someterse en el curso
de la vida. Les aseguro que si en mi juventud hubiera
previsto las peripecias que habría tenido que soportar
desde hace algunos años a esta parte, me habría dejado
ganar por la desanimación.
Los alumnos se mostraban también maravillados por el
número de casas y colegios que el [Santo] aseguró tendría
en el futuro, ya que al presente sólo contaba con el
Oratorio de Valdocco. Pero el buen padre repetía:
—¡Ya verán, ya verán!
[San] Juan Don Bosco hablaba de esta forma tan
familiar a toda la comunidad, pero se reservó algunas cosas
para decirlas solamente a sus clérigos. En efecto, les
manifestó que entre los que estaban trabajando en el
campo de trigo, había visto a dos que llegarían a ser
obispos. Esta noticia cundió por el Oratorio en un abrir y
cerrar de ojos. Los alumnos comenzaron a hacer cabalas,
intentando adivinar los nombres de los candidatos. [San]
Juan Don Bosco no había querido ser más explícito,
mientras ¡os muchachos pasaban revista a los nombres de
todos los clérigos. Al fin se pusieron de acuerdo en que el
primer obispo sería el clérigo Juan Cagliero, y manifestaron
sus sospechas de que el segundo fuese Pablo Albera. Estas
voces corrieron por la casa durante mucho tiempo. Hasta
aquí Don Ruffino.
Nosotros podemos añadir que nadie pensó en el
estudiante Santiago Costamagna, ni sospechó lo más
mínimo que a él le reservaba el Señor una mitra.
[San] Juan Don Bosco, entretanto —continúa la
Crónica— dijo que pondría a estudiar a algunas artesanos
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que había visto segando o recogiendo espigas en el campo,
y, en efecto, desde el día que contó el sueño el joven
artesano Craverio comenzó a estudiar. Otro artesano, a la
sazón encuadernador, pasó también a la sección de los
estudiantes.
El [Santo] no dio a conocer su nombre.
El cuarto fue un alumno que había entrado en el
Oratorio como artesano y que estaba aprendiendo el oficio
de sastre; a este lo vio [San] Juan Don Bosco en el sueño
arrancando la hierba nociva. El mismo joven manifestó
confidencialmente al clérigo Ruffino que su conducta
pasada había dejado algo que desear, pero que en poco
tiempo demostró tal espíritu de piedad que fue propuesto
como modelo y se le vio practicar actos de virtud difíciles
de olvidar, sobresaliendo especialmente por su profunda
humildad. Estando en los estudiantes sucedió por dos veces
que habiendo otro joven que llevaba el mismo nombre, en
la nota semanal del estudio, por error del encargado,
recibió un bene y un fere optime. Cuando se dan estas
casos de equivocación, sucede casi siempre que los
jóvenes, incluso los mejores, suelen reclamar contra la
injusticia involuntaria, y si no se lamentan, al menos
procuran hacer reconocer su inocencia y la rectificación de
la nota.
Pero nuestro jovencito, sin inmutarse por nada, a los
que le manifestaban su extrañeza, pues el error había sido
manifiesto, induciéndole, por tanto, a reclamar, les decía
simplemente:
—¡Me lo mereceré!
Y nada hizo para que se rectificase aquella nota;
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estando dispuesto a someterse a la privación del premio
prometido a quienes a largo del año hubiesen sacado
óptime todas las semanas.
Como complemento de cuanto nos brindan las
Memorias Biográficas y ¡as Crónicas particulares sobre el
sueño que acabamos de exponer, ofrecemos a continuación
algunos datos biográficos sobre los personajes más
importantes que intervienen en él.
El profesor Oreglia, de San Esteban, profesó en la
Sociedad Salesiana el 14 de mayo de 1862. Habiendo
hecho los Ejercicios Espirituales según el método Ignaciano
en 1860, abrazó el estado religioso, permaneciendo con
[San] Juan Don Bosco hasta 1869, en que entró en la
Compañía de Jesús.
Don Francisco Provera, natural de Mirabello, entró en
el Oratorio el 14 de octubre de 1858. [San] Juan Don Bosco,
al recibirle entre sus jóvenes, exclamó: "El Señor nos ha
mandado otro [Santo] Domingo Savio".
El año que tuvo lugar el sueño de la rueda era simple
clérigo, ocupando el cargo de Consejero del Capítulo
Superior dos años antes de su muerte, ocurrida el 13 de
abril de 1874.
Figura destacada en el campo literario fue el clérigo
Juan Francesia. Emitió su primera profesión el 14 de mayo
de 1862. Al erigirse las tres primeras inspectorías de ¡a
Congregación, Don Francesia se encargó de ¡a Piamontesa,
permaneciendo en el cargo de Inspector durante
veinticuatro años.
El 29 de octubre de 1865 fue nombrado Director
195
Espiritual de la Congregación. Murió el 17 de enero de
1930, a la edad de noventa y un años. Asistió, en 1929, a la
Beatificación de [San] Juan Don Bosco. Y en esa ocasión
varios Antiguos Alumnos, colombianos y argentinos
especialmente, le presentaron varios retratos del Beato,
rogándole les dijera cuál era el más parecido. El se decidió
por el de Rollini. Y, entretanto, se cumplía al pie de la letra
el pronóstico de cómo lo había visto en el Sueño. El
Cardenal Cagliero había muerto poco antes.
Don Francisco Cerrutti entró en el Oratoria de
Valdocco el 11 de noviembre de 1856 hizo los votos
perpetuos en manos de [Beato] Miguel Don Rúa el 11 de
enero de 1886. Fue Prefecto General de la Congregación
desde el 7 de noviembre de 1886. Murió en Alasio el 25 de
marzo de 1917, a los setenta y tres años de edad. Estuvo
dotado de extraordinaria cultura y esclarecido ingenio.
Don José Bongiovani ingresó en el Oratorio en 1854;
fue contemporáneo de [Santo] Domingo Savio, con el que
trabó estrecha amistad. Fue, además, uno de los primeros
en dar su nombre a la Compañía de la Inmaculada, siendo
fundador de la del Santísimo Sacramento y del Clero
Infantil. Ordenado sacerdote, murió a la temprana edad de
treinta y tres años.
Don Domingo Belmonte nació en Genola el siete de
septiembre de 1843, ingresando en el Oratorio a ¡os
diecisiete años de edad. Hizo la profesión perpetua el 29
de octubre de 1871. Al celebrarse el IV Capítulo General de
la Congregación Salesiana sucedió a [Beato] Miguel Don
Rúa en el cargo de Prefecto General el 1º de octubre de
1871. Murió el 18 de febrero de 1901.
Don Pablo Albera fue recibido por el mismo [San] Juan
Don Bosco en el Oratorio, a la edad de trece años. Sucedió
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a Don Francesia en el cargo de Director Espiritual de la
Congregación en 1869. En el año 1892 es elegido
Catequista General, visitando las Casas de América desde
el 1900 al 1903. En 1910 es nombrado segundo sucesor de
[San] Juan Don Bosco, visitando las Casas de Europa de
1911 a 1915.
Ocupando el cargo de Rector Mayor, fue elevado a la
Púrpura Cardenalicia Mons. Cagliero.