Don Bosco - Sueños 17 a 19
   
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EL GLOBO DE FUEGO

 

 

SUEÑO 17.—AÑO DE 1854.

 

 

(M. B. Tomo V. pág. 64)

 

 

Se lee en        las Memorias Biográficas, tomo             y  página

anteriormente citados:

***************************************************************

«Durante las          solemnes fiestas            religiosas        que     se

celebraban en el Oratorio de Turín del 21 al 28 de mayo, en

uno de esos días no precisado por las crónicas, San Juan

Bosco contó a los jóvenes cómo había visto un globo

luminoso, de fuego, sobre el lugar en que más tarde se

levantó la Iglesia de María Auxiliadora».

***************************************************************

Parecía que la Santísima Virgen quisiera indicar con

esta señal que no había renunciado a la toma de posesión

de aquel lugar.

 

 

José Buzzeti, testigo del relato, recordaba en 1887 a

San Juan Besco, en Lanzo, este relato, preguntándole a

renglón seguido:

 

 

¿No sería tal vez ¡a cúpula de María Auxiliadora

iluminada?


 

 

 

 

 

 

¿Y por qué no?, replicó San Juan  Bosco.


 

 

62


 

 

Hemos de hacer notar al lector que en el presente

trabajo hemos incluido bajo él nombre genérico de sueño

algunas auténticas visiones de nuestro santo.

 

 

GRANDES FUNERALES EN LA CORTE

 

 

SUEÑO 18.—AÑO DE 1854.

 

 

(TomoV, págs. 176-181) PRIMERA PARTE

 

 

El presente sueño está relacionado con la actitud del

Parlamento        Piamontés y           del      ministro      Cavour,      que

pretendían poner en vigor la ley Ratazzi, sobre supresión de

los bienes eclesiásticos y prácticamente de las Ordenes

religiosas. San Juan Bosco, previendo los males que con ello

se ocasionarían a la Iglesia, deseaba apartar de ¡a Casa

Real de Saboya las divinas amenazas que sobre ella se

cernían, y a él reveladas.                                        

 

 

Y, en consecuencia, he aquí el sueño que tuvo hacia

finales del mes de noviembre de 1854.

***************************************************************

«Le pareció encontrarse en el lugar donde se levanta

el     pórtico      central       del      Oratorio, obra entonces                   en

construcción, junto a la bomba hidráulica colocada en la

pared de la Casita Pinardi. Estaba rodeado de sacerdotes y

clérigos. De pronto vio que avanzaba hacia el centro del

patio un paje de la Corte vestido de uniforme rojo, el cual,

apresuradamente                  llegó         adonde           San        Juan        Bosco        se

encontraba, pareciéndole al Santo oírle gritar:

 

 

—¡Una gran noticia!


 

 

 

 

 

 

 

—¿Qué noticia?, —le preguntó San Juan Bosco.


 

 

63


 

 

—¡Anuncia! ¡Gran funeral en la Corte! ¡Gran funeral en

la Corte!

 

 

San Juan Bosco, ante esta imprevista aparición y al

escuchar aquel anuncio quedó como petrificado, mientras

el pajecillo volvía a repetir:

—¡Gran funeral en la Corte!

 

 

San Juan Bosco quiso entonces preguntarle algo más

sobre su fúnebre anuncio, pero al intentar hacerlo, el paje

había desaparecido.

***************************************************************

Habiéndose despertado, el Santo  estaba como fuera

de sí, y al comprender el misterio de aquella aparición,

tomó la    pluma   y  comenzó a redactar una carta dirigida a

Víctor Manuel, poniendo en ella de manifiesto cuanto le

había sido anunciado y relatando en ella el sueño con toda

sencillez.

 

 

Después del mediodía llegó al comedor con un poco de

retraso. Los jóvenes recuerdan aún cómo siendo aquel año

de un frío intensísimo, Don Bosco llevaba puestos unos

guantes muy viejos y estropeados y entre las manos un

paquete de cartas. Se formó entonces un corro a su

alrededor. Estaban presentes Don Alasonatti, Ángel Savio,

Cagliero, Francesia, Juan Turchi, Reviglio, Rúa, Afifossi,

Buzzetti, Enría, Tomatis y otros, en su mayoría clérigos. San

Juan Bosco comenzó a decir sonriendo:                    Esta mañana,

queridos hijos, he escrito tres cartas a otros tantos

personajes: Al Papa, al Rey y al verdugo.

 

 

La risa fue general al sentir pronunciar unidos los

nombres de estos tres personajes. En cuanto a la referencia


 

 

 

64

 

del verdugo, a nadie le cogió de sorpresa, pues todos

sabían que el Santo  tenía amistad con los empleados de la

cárcel y que precisamente el verdugo era un cristiano

ejemplar, ejerciendo la caridad para con los pobres lo

mejor que podía. Solía escribir las solicitudes que la gente

del pueblo quería hace al Rey o a las autoridades y a la

sazón le amargaba una pena muy honda, pues había tenido

que retirar de las escuelas públicas a un hijo suyo, porque

los compañeros huían de él por ser el hijo del verdugo.

 

 

En cuanto al Papa Beato Pio IX, nadie ignoraba ¡a

correspondencia que San Juan Bosco mantenía con el

Vicario de Cristo. Por tanto, lo que intrigaba a los oyentes

era el hecho de que el siervo de Dios hubiese escrito al rey,

tanto más que todos sabían lo que el santo pensaba sobre

la usurpación de los bienes de la Iglesia. San Juan Bosco no

tuvo a sus oyentes en vilo mucho tiempo y así les manifestó


de


inmediato        cuanto


había escrito al monarca


aconsejándole que no permitiese la tramitación de tan

infausta ley. Les narró, pues, el sueño que había tenido,

terminando el relato con estas palabras:

 

 

Este sueño me ha causado mucho malestar y me ha

fatigado mucho,.

 

 

San Juan Bosco parecía muy preocupado en aquella

ocasión, exclamando de vez en cuando:

 

 

¿Quién sabe?... ¿Quién sabe?... Recemos... recemos...

Sorprendidos los clérigos, al oír el relato del sueño

comenzaron a hacer cabalas y a preguntarse mutuamente

si se sabía si en el palacio real había algún noble enfermo;

todos concluyeron que nada se podía asegurar sobre el

particular.


 

 

 

65

 

San Juan Bosco, entre tanto, llamando al clérigo Ángel

Savio, le entregó una carta.

 

 

—Copíala —le dijo— y anuncia al rey: ¡Gran funeral en

la Corte!

 

 

El clérigo Savio hizo lo que se le había indicado, pero

el rey, según se supo después por los confidentes del

Monarca, leyó el escrito con indiferencia y no hizo caso de

lo que se le decía.

 

 

SEGUNDA PARTE

 

 

Habían pasado unos cinco días de este sueño                      y  San

Juan Bosco volvió soñar la noche siguiente.

***************************************************************

Le pareció estar en su habitación sentado a su

escritorio, escribiendo, cuando oyó el ruido de los cascos de

un caballo en el patio.

 

 

De  pronto  ve  que  se  abre  la puerta y que aparece el

pajecillo con su librea roja y que, yendo hasta el centro de

la habitación, se detiene y grita:

 

 

—¡Anuncia!: No gran funeral en la Corte, sino ¡grandes

funerales en la Corte!

 

 

Y repitió           estas mismas palabras                     dos      veces.

Seguidamente se retiró apresuradamente, cerrando la

puerta tras de sí. San Juan Bosco deseaba saber algo más,

quería interrogarlo, pedirle alguna explicación, para lo cual

se levantó de la mesa y corrió al balcón viendo al emisario

subir al caballo. Lo llamó, le preguntó por qué había venido

para repetirle el mismo anuncio, pero aquél sé alejó

gritando:


 

 

 

 

 

 

 

—¡Grandes funerales en la Corte!


 

 

66


***************************************************************

Al amanecer, el mismo San Juan Bosco dirigió al rey

otra  carta,  en  ¡a  que  le  contaba este segundo sueño y

concluía advirtiendo a su majestad que pensase en

conducirse de manera de poder conjurar los graves

castigos que se cernían sobre la Casa Real, pidiéndole al

mismo tiempo se opusiese a la ley en cuestión.

 

 

Por la noche, después de la cena, encontrándose San

Juan Bosco en medio de los clérigos, les dijo:

 

 

¿No sabéis que tengo que deciros algo más extraño

que lo del otro día?

 

 

Y seguidamente les contó cuanto había visto en sueños

la noche anterior. Entonces, los clérigos, sin poder disimular

su extráñela, le preguntaron qué significarían aquellos

anuncios de muerte. Es de suponer la ansiedad general a la

espera de que se cumpliesen estos vaticinios.

 

 

San Juan Bosco manifestó claramente al clérigo

Cagliero y a algunos otros, que se trataba de las amenazas

y castigos con que el Señor daría a conocer su indignación

contra aquellos que habían acarreado males a su Iglesia y

que se estaban preparando otros mayores.

 

 

En  aquellos  días  el  siervo  de  Dios  se  mostraba

apenadísimo, oyéndosele exclamar frecuentemente:

 

 

Esta ley atraerá sobre la Casa reinante graves

desgracias.

 

 

Todas estas cosas se las manifestaba a los suyos para


 

 

 

67

 

inducirlos a rezar por el Rey, rogando a la misericordia

divina impidiese la dispersión de tantos religiosos y la

pérdida de tantas vocaciones.

 

 

Entretanto, el rey había confiado aquellas cartas al

marqués Fassati, qué después de leerlas se personó en el

Oratorio y dijo a Don Bosco;

 

 

¡Oh! ¿Le parece esta una bonita manera de poner en

vilo a toda la Corte? El rey está profundamente turbado e

impresionado, pero, sobre todo, su indignación no tiene

límites.

 

 

San Juan Bosco le replicó:

 

 

¿Pero, si lo escrito en las cartas es cierto? Siento

haber ocasionado este disgusto a mi soberano, pero, en

resumidas cuentas, se trata de su bien y del bien de la

Iglesia. 

 

 

Los avisos dados por San Juan Bosco fueron desoídos.

El 28 de noviembre de 1854, el ministro Urbano Raítazzi

presentaba a los diputados un proyecto de ley para la

supresión      de     las     Órdenes       religiosas.       El ministro        de

Finanzas, Camilo Cavour, estaba dispuesto a que dicha ley

se aprobara a todo trance. Estos señores se basaban en la

idea de que fuera del cuerpo civil no hay ni puede darse

sociedad a él superior y de él independiente. Que el Estado

lo es todo y que, por tanto, ningún ente moral, ni siquiera la

Iglesia Católica, puede existir sin el conocimiento y el

consentimiento de la autoridad civil. Por eso, dicho poder,

al no reconocer a la Iglesia Católica el derecho de dominio

sobre los bienes eclesiásticos               y  sobre las corporaciones

religiosas, defendía que éstas tenían que depender de la

autoridad civil debiendo modificarse su forma de existencia


 

 

68

 

o extinguirse por voluntad de la misma soberanía y, por

ende, el Estado, heredero de toda personalidad civil que no

tenga sucesión, se convertiría en el propietario único y

absoluto de todos sus bienes.

 

 

Error colosal, pues tales patrimonios, cuando una

Congregación u Orden religiosa dejase de existir por

cualquier motivo, no quedaban sin dueño, debiendo ser

devueltos a la Iglesia de Jesucristo, representada por el

Sumo Pontífice, aunque los adoradores del Estado se

empeñasen en negarlo.

 

 

La noticia de la presentación de este proyecto de ley

ocasionó un vivísimo dolor a los buenos católicos y a San

Juan Bosco. El, para secundar la voluntad del cielo, había

amonestado reiteradamente al soberano; proceder justo

pero peligroso, cuyas consecuencias se podían prever. Otra

persona, por serena y resuelta que fuese, en medio de

tantas adversidades, habría vivido necesariamente en un

continuo estado de inquietud.

 

 

San Juan Bosco, en cambio, permaneció siempre

imperturbable, encontrando el vigor necesario en el

Corazón Sacratísimo de Jesús Sacramentado y en el auxilio

de su celestial Madre.

 

 

Mientras se discutía la inicua ley contra los bienes

eclesiásticos, un doloroso acontecimiento vino a interrumpir

la labor de los diputados.

 

 

El 5 de enero de 1855 la reina madre María Teresa

enfermó de improviso y aunque toda la noche estuvo

atormentada por una gran sed, no quiso beber para poder

comulgar el día de la Epifanía; pero no pudo levantarse.


 

 

69

 

El rey Víctor Manuel escribía al general Alfonso La

Marmora. «Mi madre y mi esposa no hacen más que

repetirme que morirán de disgusto por mi culpa».

 

 

La augusta enferma moría el 12 de enero, poco

después del mediodía, a la edad de cincuenta y cuatro

años. La Cámara, para manifestar al rey su pesar,

suspendió sus trabajos.

Gran desgracia fue para el Piamonte la pérdida de

María      Teresa,       que      repartía       diariamente         entre      los

necesitados limosnas sin cuenta. El luto fue universal, como

universales fueron las bendiciones que de todas                   partes se

elevaron a su memoria.

 

 

Mientras se cerraba aquel féretro llegaba a manos del

rey otra carta misteriosa que decía, sin nombrar a nadie:

«Persona iluminada a lo alto ha dicho: si la ley prosigue

adelante, nuevas desgracias acaecerán a tu familia. Esto no

es más que el preludio de los males futuros. Erunt mala

super mala in domo tua. Si              no vuelves atrás, abrirás un

abismo que no podrás salvar».

 

 

El soberano, después de leer esta carta quedó

aterrado, y presa de la más viva inquietud no hallaba

reposo en nada.

 

 

Los solemnes funerales por el alma de María Teresa se

celebraron en la mañana del 16, el féretro fue transportado

a Superga bajo una temperatura extrema que hizo

enfermar a muchos soldados y también al conde de

Sangicsto, escudero de la Reina. Aún no había regresado la

Corte de rendir los últimos honores a la madre de Víctor

Manuel, cuando la familia real fue llamada con urgencia

para que asistiese al Viático de la nuera de la difunta. La

reina María Adelaida, al sobrevenir la muerte de María


 

 

70

 

Teresa estaba en  el cuarto día del puerperio,  habiendo

dado felizmente a luz un niño. Ella, que tanto amaba a la

reina madre, sintió un tan vivo dolor al enterarse de su

muerte, que, atacada  por   una   metro-gastroenteritis, se 

vio   reducida  a   los extremos. A las tres de la tarde se le

administró el Viático, que fue llevado de la Real Capilla de

la Santa Sábana. Una multitud inmensa acudía a todos los

templos para impetrar del cielo la salud de la soberana.

Todo el Piamonte se asoció al dolor de la familia real

cumpliéndose aquel dicho de «que en el Piamonte, las

desventuras del rey son las desgracias del pueblo». Pero el

día 20 le fue administrada la Extremaunción a la enferma,

que entró en agonía, expirando a las seis de la tarde en el

beso del Señor, a la temprana edad de treinta y tres años.

 

 

Y  no  terminó  aquí  el  luto  de  la  Casa  de  Saboya.  La

misma tarde le fue dado el Viático a S. A. R. Don Fernando,

duque de Genova, enfermo desde hacía tiempo; era el

duque de Genova el único hermano del rey Víctor Manuel.

El soberano se sintió abrumado por este cúmulo de dolores.

 

 

El día 21, la Cámara de diputados se reunía a las tres

de la tarde, y al comunicársele la noticia de la muerte de la

reina, deliberó observar trece días de luto y la suspensión

de las reuniones por espacio de diez.

 

 

Los funerales de María Adelaida se celebraron el 24

de enero, siendo conducido el féretro a Superga.

 

 

Los    clérigos      del     Oratorio      estaban       aterrados       al

comprobar cómo se realizaban de una manera tan

fulminante las profecías de San Juan              Bosco, y la impresión

era tanto mayor cuanto que formaban parte de cada uno de

los cortejos fúnebres de las personas reales desaparecidas.


 

 

71

 

Circunstancia particular; el frío era tan intenso que el

gran maestro de ceremonias de la Corte, al ser trasladado

el féretro de la reina Adelaida, permitió al clero usar

abrigos especiales y cubrirse la cabeza.

 

 

Para  el  Oratorio  aquellos  acontecimientos constituían

una gran desgracia y los clérigos decían a San Juan Bosco:

 

 

Ya se ha realizado su sueño. ¡En verdad que han sido

grandes funerales, según anunciaba el pajecillo! No

sabemos si la justicia divina estará ya satisfecha.

 

 

San Juan Bosco, en efecto, debía conocer mucho más

de lo que había anunciado.

 

 

La condesa Felicita Crabosio-Anfossi —cuenta Don

Lemoyne    nos mandó el siguiente testimonio por ella

firmado: «Corría el año de 1854            y  rogué a [San] Juan Don

Bosco que aceptase en el Oratorio a un hermano de leche

de mi hijo, que había quedado huérfano de padres. [San]

Juan  Bosco  lo  aceptó  con  la  condición de que, estando yo

en la Corte como estaba, me presentase a las soberanas

para obtener de su caridad dos mil francos que el siervo de

Dios necesitaba para poder pagar una deuda urgente.

 

 

Yo le prometí hacerlo, y en efecto, estaba resuelta a

cumplir mi promesa; pero, después surgieron algunas

dificultades que me hicieron diferir las visitas a las

augustas señoras, las cuales, en aquel tiempo, se habían

ausentado de Turín, viviendo en una finca del conde Cays

de Giletta.

 

 

Habiendo ido yo también al campo, volví a ¡a ciudad

ya     muy     avanzado el           otoño      y    seguidamente fui            a

entrevistarme con [San] Juan Don Bosco, el cual me dijo


 

 

 

 

 

 

inmediatamente:


 

 

72


 

 

He aceptado a su protegido, pero usted no ha

cumplido aún su promesa; no habló a las soberanas de mi

deuda con el panadero.

 

 

Es cierto repliqué un poco confusa—, pero tenga la

seguridad de que apenas las augustas señoras estén de

regreso en Turín, no dejaré de cumplir lo prometido.

 

 

Mientras yo hablaba, [San] Juan Don Bosco hacía con

la cabeza un movimiento como indicando que no, y con una

sonrisa un tanto triste, me dijo:

 

 

—¡Paciencia! Pueden suceder tantas cosas que, a lo

mejor, a usted no le es posible hablar más con las

soberanas.

 

 

¿Por qué dice eso?

 

 

—Porque es así; usted no verá más a las reinas.

 

 

Quince días después, encontrándome en la casa de

unos nobles, supe el regreso de las soberanas a Turín y que

la reina María Teresa estaba tan enferma que le habían

administrado los Santos Sacramentos. Pronto recibimos la

noticia de su fallecimiento. Ocho días más tarde moría la

joven reina María Adelaida, ambas lloradas y veneradas

como dos soberanas santas.

 

 

Solamente entonces recordé las palabras de [San]

Juan Bosco, no dudando de su espíritu verdaderamente

profético.

 

 

LAS 22 LUNAS


 

 

 

 

 

 

 

 

SUEÑO 19.—AÑO DE 1854.

 

 

(M. B. Tomo V, págs. 377-378)


 

 

73


 

 

En marzo de 1854, día de fiesta, San Juan Bosco,

después de la función de Vísperas, reunió a todos los

alumnos internos en un local situado detrás de la sacristía y

les anunció que les quería narrar un sueño. Estaban

presentes, entre otros, el joven Cagliero, Turchi, Anfossi y

los clérigos Reviglio y Buzzetti, de cuyos labios oímos la

narración que seguidamente vamos a transcribir. Todos

estaban persuadidos de que bajo el nombre de sueño, San

Juan Bosco solía ocultar las manifestaciones y enseñanzas

que recibía del cielo.

 

 

He aquí el texto del sueño:

***************************************************************

Me encontraba en medio de vosotros en el patio y me

alegraba en mi corazón al veros tan vivarachos, alegres y

contentos.       Quiénes       saltaban,        quiénes gritaban,             otros

corrían. De pronto veo que uno de vosotros salió por una

puerta de la casa y comenzó a pasear entre los compañeros

con una especie de chistera o turbante en la cabeza. Era el

tal turbante transparente, estando iluminado por dentro,

ostentando en el centro una hermosa luna en la que

aparecía grabada la cifra 22. Yo, admirado, procuré

inmediatamente acercarme al joven en cuestión para

decirle que dejase aquel disfraz carnavalesco; pero he aquí

que entre tanto el ambiente comenzó a oscurecerse y como

a toque de campana el patio quedó desierto, yendo todos

los jóvenes a reunirse en fila debajo de los pórticos. Todos

reflejaban en sus rostros un gran temor y diez o doce tenían

la cara cubierta de mortal palidez. Yo pasé por delante de

todos para examinarlos y entre los tales descubrí al que


 

 

 

74

 

llevaba la luna sobre la cabeza, el cual estaba más pálido

que los demás; de sus hombros pendía un manto fúnebre.

Me dirijo a él para preguntarle el significado de todo

aquello, cuando una mano me detiene y veo a un

desconocido de aspecto grave y noble continente, que me

dice:

 

 

—Antes de acercarte a él, escúchame; todavía tiene 22

lunas de tiempo; antes de que hayan pasado, este joven

morirá. No le pierdas de vista y prepáralo.

 

 

Yo quise        pedir      a     aquel      personaje        alguna       otra

explicación sobre lo que me acababa de decir y sobre su

repentina aparición, pero no logré verle más.

 

 

El joven en cuestión, mis queridos hijos, me es

conocido y está en medio de vosotros.

***************************************************************

Un vivo terror se apoderó de los oyentes, tanto más

siendo la primera vez que San Juan Bosco anunciaba en

público y con cierta solemnidad la muerte de uno de los de

casa. El buen padre no pudo por menos de notarlo y

prosiguió:

 

 

Yo conozco al de las lunas, está en medio de

vosotros. Pero no quiero que os asustéis. Como os he dicho,

se trata de un sueño y sabéis que no siempre se debe

prestar fe a los sueños. De todas maneras, sea como fuere,

la cierto es que debemos estar siempre preparados como

nos lo recomienda el Divino Salvador en el Evangelio y no

cometer pecados; entonces la muerte no nos causará

espanto. Sed todos buenos, no ofendan al Señor y yo

entretanto estaré alerta y no perderé de vista al del

número 22, el de las 22 lunas o 22 meses, que eso quiere

decir, y espero que tendrá una buena muerte.


 

 

75

 

 

 

Esta noticia, si bien asustó mucho al principio a los

jóvenes, hizo inmediatamente un grandísimo bien entre

ellos, pues todos procuraban mantenerse en gracia de Dios,

con el pensamiento de la muerte, mientras contaban las

lunas que se iban sucediendo.

 

 

San Juan Bosco, de vez en cuando, les preguntaba:

¿Cuántas lunas faltan aún?

 

 

Y los jóvenes respondían:

 

 

Veinte, dieciocho, quince, etc.

 

 

A veces, algunos que no perdían una sola de sus

palabras, se le acercaban para decirle el número de lunas

que     habían      pasado       e     intentaban        hacer      pronósticos,

adivinar... pero Don Bosco guardaba silencio.

 

El joven Piano, que había entrado en el Oratorio en el

mes de noviembre, oyó hablar de la luna novena y por los

superiores y compañeros vino a saber la predicción de San

Juan Bosco. Y también como los demás comenzó a prestar

atención a ¡os acontecimientos.

 

 

Finalizó el año de 1854; pasaron algunos meses del

1855 y llegó el mes de octubre, esto es, el correspondiente

a la luna vigésima. Cagliero, ya clérigo, había sido

encargado de vigilar tres habitaciones situadas cerca de la

Casa Pinardi, que servían de dormitorio a algunos jóvenes.

Entre ellos había un tal Segundo Gurgo que contaba unos

diecisiete años, bien desarrollado y robusto, prototipo del

joven saludable, que ofrecía garantía por su aspecto de

vivir larga vida hasta alcanzar una extrema vejez.


 

 

76

 

Su padre lo había recomendado a San Juan Bosco para

que lo aceptase como pensionista. Pianista excelente y

buen organista, estudiaba música desde la mañana hasta

la noche y ganaba un buen dinero dando clases en Turín.

 

 

San  Juan  Bosco,  a  lo  largo  del año, había pedido de

vez en cuando al clérigo Cagliero informes sobre la

conducta de sus asistidos con particular interés. En el mes

de octubre ¡o llamó y le dijo:

 

 

¿Dónde duermes?

 

 

—En la última habitación y desde ella asisto a las otras

dos replicó Cagliero—.

 

 

¿Y no sería mejor que trasladaras tu cama a la

habitación del centro?

 

 

—Como usted quiera; pero le hago saber que las otras

dos habitaciones no tienen humedad, mientras que una de

las paredes de la segunda corresponde al muro del

campanario de la iglesia recientemente construido. Por

tanto, hay en ella un poco de humedad: se acerca el

invierno y podría acarrearme alguna enfermedad. Por otra

parte, desde donde estoy instalado ahora, puedo asistir

muy bien a todos ¡os jóvenes de mi dormitorio.

 

 

En cuanto a asistirlos, sé que lo puedes hacer Bien;

pero es mejor replicó San Juan Bosco que te traslades a

la habitación del centro.

 

 

Cagliero obedeció, pero después de algún tiempo

pidió permiso a San Juan Bosco para llevar su cama

nuevamente a la primera habitación.


 

 

 

 

 

 

Don Bosco no se ¡o consintió.


 

 

77


 

 

Continúa    le dijo     donde estás y está tranquilo

porque tu salud no se resentirá lo más mínimo.

 

 

Cagliero se tranquilizó y algunos días después fue

llamado nuevamente por Don Bosco.

 

 

¿Cuántos son en tu nueva habitación?

 

 

Tres    replicó—;     yo, el joven Segundo Gurgo y

Garovaglia, y el piano que hace el número cuatro.

 

 

Bien  dijo Don Bosco muy bien. Son tres pianistas

y Gurgo les podrá dar lecciones de música. Tú procura no

perderlo de vista.

 

 

Y no añadió nada más. El clérigo, acuciado por la

curiosidad y sospechando algo, comenzó a hacerle algunas

preguntas, pero San Juan Bosco le interrumpió diciéndole:

 

 

El por qué de todo esto lo sabrás a su tiempo.

 

 

El secreto no era otro sino que en aquella habitación

estaba el joven de las 22 ¡unas.

 

 

A principios de diciembre no había ningún enfermo en

el Oratorio y San Juan Bosco, subiendo a su tribuna después

de las oraciones de la noche, anunció que uno de los

jóvenes presentes moriría antes de la fiesta de Navidad.

 

 

Ante esta nueva predicción y el próximo cumplimiento

de las 22 lunas en la casa reinaba una gran preocupación;

los jóvenes recordaban frecuentemente las palabras de San

Juan Bosco y temían el cumplimiento de lo anunciado.


 

 

 

78

 

 

 

San Juan Bosco en aquellos días llamó nuevamente a

Cagliero preguntándole si Gurgo se portaba bien y si

después de dar las clases de música en ¡a ciudad,

regresaba a casa temprano. Cagliero le respondió que todo

procedía normalmente, no habiendo novedad alguna entre

sus compañeros.

 

 

Muy bien        añadió el Santo—,             estoy contento;

procura que todos observen buena conducta y avísame si

sucediese cualquier inconveniente.

 

 

Y dicho esto no añadió más.

 

 

Mas he aquí que hacia la mitad de diciembre Gurgo se

siente asaltado por un cólico violento y tan pernicioso que,

habiendo sido  llamado el médico con toda urgencia, por

consejo de este, se le administraron al paciente los últimos

Sacramentos. Ocho días duró la penosa enfermedad y

Gurgo fue mejorando gracias a los cuidados del doctor

Debernardi, de forma que pronto pudo levantarse del lecho

convaleciente. El mal había sido conjurado y el médico

aseguraba que el joven se había librado de buena. Entre

tanto se había avisado al padre del muchacho, pues no

habiendo muerto hasta entonces nadie en el Oratorio, San

Juan Bosco quería librar a sus jóvenes de tan desagradable

espectáculo.

 

 

La novena de Navidad había comenzado y Segundo

Gurgo pensaba ir su pueblo natal para pasar las Pascuas

con     sus     parientes', puesto que                 se     encontraba        casi

restablecido de su dolencia. A pesar de ello, cuando se le

daban buenas noticias a San Juan Bosco sobre este joven,

parecía que el buen padre se resistía a creerlas.


 

 

79

 

Una vez se hubo personado en el Oratorio el señor

Gurgo, al encontrar a su hijo en tan buen estado de salud,

obtenido el permiso correspondiente, fue a reservar dos

asientos en la diligencia para marchar con él al día

siguiente a Novara y de aquí a Pettinengo, donde se

repondría del todo, disfrutando de los aires nativos.

 

 

Era el domingo 23 de diciembre; Gurgo manifestó

aquella tarde deseos de comer un poco de carne, alimento

que le había sido prohibido por el médico. El padre por

complacerlo fue a buscarla y le hizo cocer en una

maquinilla de café. El joven se bebió el caldo y comió ¡a

carne, que ciertamente debía estar medio cruda, en

cantidad  un  poco  excesiva.  El  padre  se  marchó  y  en  la

habitación quedaron Cagliero y el enfermo. Mas he aquí

que, a cierta hora de la noche el paciente comienza a

quejarse de fuertes dolores de vientre. El cólico se le había

repetido de un modo más alarmante. Gurgo llamó por su

nombre al asistente:

 

 

¡Caghero, Cagliero!. ¡Ya terminé de darte las clases

de piano!

 

 

Ten paciencia, ¡ánimo!, respondió Cagliero—.

 

 

—Ya no iré más a casa. Ruega por mí; no sabes lo mal

que me siento. Pide por mí a la Santísima Virgen.

 

 

Sí, lo haré; tú invócala también.

 

 

Seguidamente Cagliero comenzó a rezar por el

enfermo, pero vencido por el sueño se quedó dormido. Mas

he aquí que de pronto el enfermero lo zamarrea e

indicando a Gurgo corre a llamar inmediatamente a Don

Alasonatti, que dormía en la habitación contigua.


 

 

80

 

 

 

La desolación en la casa fue general. Cagliero se

encontró a la mañana siguiente a San Juan Bosco que

bajaba las escaleras para ir a celebrar; el buen padre

estaba hondamente apenado porque ya                               le habían

comunicado la doloroso noticia.

 

 

En el Oratorio se comentó mucho esta muerte. Era la

luna vigésima segunda aún no cumplida; y Gurgo, al morir

el día 24 de diciembre antes de la aurora, había hecho que

se cumpliese la segunda predicción  de  San  Juan  Bosco,  a

saber, que no habría asistido a la fiesta de Navidad.

 

 

Después de la comida, jóvenes                y   clérigos rodearon

silenciosos al Santo.

 

 

De pronto el clérigo Turchi le preguntó si Gurgo era el

de las lunas.

 

—Sí —replicó San Juan Bosco él era; e¡ mismo que vi

en el sueño.

 

 

Seguidamente añadió:

 

 

Os daríais cuenta de que yo, hace tiempo, lo puse a

dormir en una habitación especial, recomendando a uno de

los mejores asistentes que llevase su cama a la misma

habitación para que lo tuviese bajo su vigilancia, El

asistente fue el clérigo Juan Cagliero.

 

 

Y volviéndose al aludido, le dijo:

 

 

Otra vez no hagas tantas observaciones a lo que te

diga     Bosco. ¿Comprendes ahora por qué yo no quería que

abandonases la habitación en que estaba aquel pobrecito?


 

 

81

 

Tú me lo pediste insistentemente, pero yo no te atendía

porque quería que Gurgo tuviese junto a sí a alguien que

velase por él. --- Si él viviese aún, podría dar testimonio de

las muchas veces que le hablé, como quien no quiere la

cosa, de la muerte y de los cuidados que le prodigué para

prepararlo a un feliz tránsito.

 

 

«Entonces      escribe Don Cagliero             comprendí el

motivo de las especiales recomendaciones que me hizo

[San] Juan Don Bosco y aprendí a conocer y apreciar mejor

la importancia de sus palabras y de sus paternales avisos».

 

 

«La noche anterior a la fiesta de Navidad                        narra

Pedro Enría     aún me recuerdo que [San] Juan Don Bosco

subió a la tribuna mirando a su alrededor como si buscase a

alguien. Y dijo:

 

 

—Es el primer joven que muere en el Oratorio. Ha

hecho las cosas bien y esperamos que esté ya en el Paraíso.

Os recomiendo a todos que estéis siempre preparados... Y

no pudo proseguir porque su corazón estaba muy dolido. La

muerte le había arrebatado un hijo».

 

 

Habiendo sido Gurgo el primer alumno que moría en la

casa desde la fundación del Oratorio, San Juan Bosco quiso

hacerle un funeral solemne, aun sin llegar al máximo

esplendor. En esta ocasión             el siervo de Dios trató con el

párroco de Borgo Dora sobre los derechos parroquiales, por

si otros jóvenes eran llamados a la eternidad. El preveía

con certeza que acaecerían otras defunciones, a las cuales

aludía el sueño, aunque no consta que las anunciase a los

alumnos.

 

 

El párroco fue muy deferente con el Oratorio al

establecer las condiciones para la conducción de nuestros


 

 

82

 

difuntos, señalando el coste de las diferentes clases de

funerales y concediendo grandes ventajas en los pagos,

que eran sufragados, no por los padres de los fallecidos,

sino por San Juan Bosco.

 

 

Entretanto, durante las fiestas navideñas, San Juan

Bosco recomendaba insistentemente a los jóvenes internos

y externos, que aplicasen por el alma del pobre Gurgo

todas las comuniones que hiciesen.


 
   
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