EL GLOBO DE FUEGO
SUEÑO 17.—AÑO DE 1854.
(M. B. Tomo V. pág. 64)
Se lee en las Memorias Biográficas, tomo y página
anteriormente citados:
***************************************************************
«Durante las solemnes fiestas religiosas que se
celebraban en el Oratorio de Turín del 21 al 28 de mayo, en
uno de esos días no precisado por las crónicas, San Juan
Bosco contó a los jóvenes cómo había visto un globo
luminoso, de fuego, sobre el lugar en que más tarde se
levantó la Iglesia de María Auxiliadora».
***************************************************************
Parecía que la Santísima Virgen quisiera indicar con
esta señal que no había renunciado a la toma de posesión
de aquel lugar.
José Buzzeti, testigo del relato, recordaba en 1887 a
San Juan Besco, en Lanzo, este relato, preguntándole a
renglón seguido:
—¿No sería tal vez ¡a cúpula de María Auxiliadora
iluminada?
Hemos de hacer notar al lector que en el presente
trabajo hemos incluido bajo él nombre genérico de sueño
algunas auténticas visiones de nuestro santo.
GRANDES FUNERALES EN LA CORTE
SUEÑO 18.—AÑO DE 1854.
(TomoV, págs. 176-181) PRIMERA PARTE
El presente sueño está relacionado con la actitud del
Parlamento Piamontés y del ministro Cavour, que
pretendían poner en vigor la ley Ratazzi, sobre supresión de
los bienes eclesiásticos y prácticamente de las Ordenes
religiosas. San Juan Bosco, previendo los males que con ello
se ocasionarían a la Iglesia, deseaba apartar de ¡a Casa
Real de Saboya las divinas amenazas que sobre ella se
cernían, y a él reveladas.
Y, en consecuencia, he aquí el sueño que tuvo hacia
finales del mes de noviembre de 1854.
***************************************************************
«Le pareció encontrarse en el lugar donde se levanta
el pórtico central del Oratorio, obra entonces en
construcción, junto a la bomba hidráulica colocada en la
pared de la Casita Pinardi. Estaba rodeado de sacerdotes y
clérigos. De pronto vio que avanzaba hacia el centro del
patio un paje de la Corte vestido de uniforme rojo, el cual,
apresuradamente llegó adonde San Juan Bosco se
encontraba, pareciéndole al Santo oírle gritar:
—¡Una gran noticia!
—¡Anuncia! ¡Gran funeral en la Corte! ¡Gran funeral en
la Corte!
San Juan Bosco, ante esta imprevista aparición y al
escuchar aquel anuncio quedó como petrificado, mientras
el pajecillo volvía a repetir:
—¡Gran funeral en la Corte!
San Juan Bosco quiso entonces preguntarle algo más
sobre su fúnebre anuncio, pero al intentar hacerlo, el paje
había desaparecido.
***************************************************************
Habiéndose despertado, el Santo estaba como fuera
de sí, y al comprender el misterio de aquella aparición,
tomó la pluma y comenzó a redactar una carta dirigida a
Víctor Manuel, poniendo en ella de manifiesto cuanto le
había sido anunciado y relatando en ella el sueño con toda
sencillez.
Después del mediodía llegó al comedor con un poco de
retraso. Los jóvenes recuerdan aún cómo siendo aquel año
de un frío intensísimo, Don Bosco llevaba puestos unos
guantes muy viejos y estropeados y entre las manos un
paquete de cartas. Se formó entonces un corro a su
alrededor. Estaban presentes Don Alasonatti, Ángel Savio,
Cagliero, Francesia, Juan Turchi, Reviglio, Rúa, Afifossi,
Buzzetti, Enría, Tomatis y otros, en su mayoría clérigos. San
Juan Bosco comenzó a decir sonriendo: —Esta mañana,
queridos hijos, he escrito tres cartas a otros tantos
personajes: Al Papa, al Rey y al verdugo.
La risa fue general al sentir pronunciar unidos los
nombres de estos tres personajes. En cuanto a la referencia
de
inmediato cuanto
había escrito al monarca
aconsejándole que no permitiese la tramitación de tan
infausta ley. Les narró, pues, el sueño que había tenido,
terminando el relato con estas palabras:
—Este sueño me ha causado mucho malestar y me ha
fatigado mucho,.
San Juan Bosco parecía muy preocupado en aquella
ocasión, exclamando de vez en cuando:
¿Quién sabe?... ¿Quién sabe?... Recemos... recemos...
Sorprendidos los clérigos, al oír el relato del sueño
comenzaron a hacer cabalas y a preguntarse mutuamente
si se sabía si en el palacio real había algún noble enfermo;
todos concluyeron que nada se podía asegurar sobre el
particular.
65
San Juan Bosco, entre tanto, llamando al clérigo Ángel
Savio, le entregó una carta.
—Copíala —le dijo— y anuncia al rey: ¡Gran funeral en
la Corte!
El clérigo Savio hizo lo que se le había indicado, pero
el rey, según se supo después por los confidentes del
Monarca, leyó el escrito con indiferencia y no hizo caso de
lo que se le decía.
SEGUNDA PARTE
Habían pasado unos cinco días de este sueño y San
Juan Bosco volvió soñar la noche siguiente.
***************************************************************
Le pareció estar en su habitación sentado a su
escritorio, escribiendo, cuando oyó el ruido de los cascos de
un caballo en el patio.
De pronto ve que se abre la puerta y que aparece el
pajecillo con su librea roja y que, yendo hasta el centro de
la habitación, se detiene y grita:
—¡Anuncia!: No gran funeral en la Corte, sino ¡grandes
funerales en la Corte!
Y repitió estas mismas palabras dos veces.
Seguidamente se retiró apresuradamente, cerrando la
puerta tras de sí. San Juan Bosco deseaba saber algo más,
quería interrogarlo, pedirle alguna explicación, para lo cual
se levantó de la mesa y corrió al balcón viendo al emisario
subir al caballo. Lo llamó, le preguntó por qué había venido
para repetirle el mismo anuncio, pero aquél sé alejó
gritando:
***************************************************************
Al amanecer, el mismo San Juan Bosco dirigió al rey
otra carta, en ¡a que le contaba este segundo sueño y
concluía advirtiendo a su majestad que pensase en
conducirse de manera de poder conjurar los graves
castigos que se cernían sobre la Casa Real, pidiéndole al
mismo tiempo se opusiese a la ley en cuestión.
Por la noche, después de la cena, encontrándose San
Juan Bosco en medio de los clérigos, les dijo:
—¿No sabéis que tengo que deciros algo más extraño
que lo del otro día?
Y seguidamente les contó cuanto había visto en sueños
la noche anterior. Entonces, los clérigos, sin poder disimular
su extráñela, le preguntaron qué significarían aquellos
anuncios de muerte. Es de suponer la ansiedad general a la
espera de que se cumpliesen estos vaticinios.
San Juan Bosco manifestó claramente al clérigo
Cagliero y a algunos otros, que se trataba de las amenazas
y castigos con que el Señor daría a conocer su indignación
contra aquellos que habían acarreado males a su Iglesia y
que se estaban preparando otros mayores.
En aquellos días el siervo de Dios se mostraba
apenadísimo, oyéndosele exclamar frecuentemente:
—Esta ley atraerá sobre la Casa reinante graves
desgracias.
Todas estas cosas se las manifestaba a los suyos para
67
inducirlos a rezar por el Rey, rogando a la misericordia
divina impidiese la dispersión de tantos religiosos y la
pérdida de tantas vocaciones.
Entretanto, el rey había confiado aquellas cartas al
marqués Fassati, qué después de leerlas se personó en el
Oratorio y dijo a Don Bosco;
—¡Oh! ¿Le parece esta una bonita manera de poner en
vilo a toda la Corte? El rey está profundamente turbado e
impresionado, pero, sobre todo, su indignación no tiene
límites.
San Juan Bosco le replicó:
—¿Pero, si lo escrito en las cartas es cierto? Siento
haber ocasionado este disgusto a mi soberano, pero, en
resumidas cuentas, se trata de su bien y del bien de la
Iglesia.
Los avisos dados por San Juan Bosco fueron desoídos.
El 28 de noviembre de 1854, el ministro Urbano Raítazzi
presentaba a los diputados un proyecto de ley para la
supresión de las Órdenes religiosas. El ministro de
Finanzas, Camilo Cavour, estaba dispuesto a que dicha ley
se aprobara a todo trance. Estos señores se basaban en la
idea de que fuera del cuerpo civil no hay ni puede darse
sociedad a él superior y de él independiente. Que el Estado
lo es todo y que, por tanto, ningún ente moral, ni siquiera la
Iglesia Católica, puede existir sin el conocimiento y el
consentimiento de la autoridad civil. Por eso, dicho poder,
al no reconocer a la Iglesia Católica el derecho de dominio
sobre los bienes eclesiásticos y sobre las corporaciones
religiosas, defendía que éstas tenían que depender de la
autoridad civil debiendo modificarse su forma de existencia
68
o extinguirse por voluntad de la misma soberanía y, por
ende, el Estado, heredero de toda personalidad civil que no
tenga sucesión, se convertiría en el propietario único y
absoluto de todos sus bienes.
Error colosal, pues tales patrimonios, cuando una
Congregación u Orden religiosa dejase de existir por
cualquier motivo, no quedaban sin dueño, debiendo ser
devueltos a la Iglesia de Jesucristo, representada por el
Sumo Pontífice, aunque los adoradores del Estado se
empeñasen en negarlo.
La noticia de la presentación de este proyecto de ley
ocasionó un vivísimo dolor a los buenos católicos y a San
Juan Bosco. El, para secundar la voluntad del cielo, había
amonestado reiteradamente al soberano; proceder justo
pero peligroso, cuyas consecuencias se podían prever. Otra
persona, por serena y resuelta que fuese, en medio de
tantas adversidades, habría vivido necesariamente en un
continuo estado de inquietud.
San Juan Bosco, en cambio, permaneció siempre
imperturbable, encontrando el vigor necesario en el
Corazón Sacratísimo de Jesús Sacramentado y en el auxilio
de su celestial Madre.
Mientras se discutía la inicua ley contra los bienes
eclesiásticos, un doloroso acontecimiento vino a interrumpir
la labor de los diputados.
El 5 de enero de 1855 la reina madre María Teresa
enfermó de improviso y aunque toda la noche estuvo
atormentada por una gran sed, no quiso beber para poder
comulgar el día de la Epifanía; pero no pudo levantarse.
69
El rey Víctor Manuel escribía al general Alfonso La
Marmora. «Mi madre y mi esposa no hacen más que
repetirme que morirán de disgusto por mi culpa».
La augusta enferma moría el 12 de enero, poco
después del mediodía, a la edad de cincuenta y cuatro
años. La Cámara, para manifestar al rey su pesar,
suspendió sus trabajos.
Gran desgracia fue para el Piamonte la pérdida de
María Teresa, que repartía diariamente entre los
necesitados limosnas sin cuenta. El luto fue universal, como
universales fueron las bendiciones que de todas partes se
elevaron a su memoria.
Mientras se cerraba aquel féretro llegaba a manos del
rey otra carta misteriosa que decía, sin nombrar a nadie:
«Persona iluminada a lo alto ha dicho: si la ley prosigue
adelante, nuevas desgracias acaecerán a tu familia. Esto no
es más que el preludio de los males futuros. Erunt mala
super mala in domo tua. Si no vuelves atrás, abrirás un
abismo que no podrás salvar».
El soberano, después de leer esta carta quedó
aterrado, y presa de la más viva inquietud no hallaba
reposo en nada.
Los solemnes funerales por el alma de María Teresa se
celebraron en la mañana del 16, el féretro fue transportado
a Superga bajo una temperatura extrema que hizo
enfermar a muchos soldados y también al conde de
Sangicsto, escudero de la Reina. Aún no había regresado la
Corte de rendir los últimos honores a la madre de Víctor
Manuel, cuando la familia real fue llamada con urgencia
para que asistiese al Viático de la nuera de la difunta. La
reina María Adelaida, al sobrevenir la muerte de María
70
Teresa estaba en el cuarto día del puerperio, habiendo
dado felizmente a luz un niño. Ella, que tanto amaba a la
reina madre, sintió un tan vivo dolor al enterarse de su
muerte, que, atacada por una metro-gastroenteritis, se
vio reducida a los extremos. A las tres de la tarde se le
administró el Viático, que fue llevado de la Real Capilla de
la Santa Sábana. Una multitud inmensa acudía a todos los
templos para impetrar del cielo la salud de la soberana.
Todo el Piamonte se asoció al dolor de la familia real
cumpliéndose aquel dicho de «que en el Piamonte, las
desventuras del rey son las desgracias del pueblo». Pero el
día 20 le fue administrada la Extremaunción a la enferma,
que entró en agonía, expirando a las seis de la tarde en el
beso del Señor, a la temprana edad de treinta y tres años.
Y no terminó aquí el luto de la Casa de Saboya. La
misma tarde le fue dado el Viático a S. A. R. Don Fernando,
duque de Genova, enfermo desde hacía tiempo; era el
duque de Genova el único hermano del rey Víctor Manuel.
El soberano se sintió abrumado por este cúmulo de dolores.
El día 21, la Cámara de diputados se reunía a las tres
de la tarde, y al comunicársele la noticia de la muerte de la
reina, deliberó observar trece días de luto y la suspensión
de las reuniones por espacio de diez.
Los funerales de María Adelaida se celebraron el 24
de enero, siendo conducido el féretro a Superga.
Los clérigos del Oratorio estaban aterrados al
comprobar cómo se realizaban de una manera tan
fulminante las profecías de San Juan Bosco, y la impresión
era tanto mayor cuanto que formaban parte de cada uno de
los cortejos fúnebres de las personas reales desaparecidas.
71
Circunstancia particular; el frío era tan intenso que el
gran maestro de ceremonias de la Corte, al ser trasladado
el féretro de la reina Adelaida, permitió al clero usar
abrigos especiales y cubrirse la cabeza.
Para el Oratorio aquellos acontecimientos constituían
una gran desgracia y los clérigos decían a San Juan Bosco:
—Ya se ha realizado su sueño. ¡En verdad que han sido
grandes funerales, según anunciaba el pajecillo! No
sabemos si la justicia divina estará ya satisfecha.
San Juan Bosco, en efecto, debía conocer mucho más
de lo que había anunciado.
La condesa Felicita Crabosio-Anfossi —cuenta Don
Lemoyne— nos mandó el siguiente testimonio por ella
firmado: «Corría el año de 1854 y rogué a [San] Juan Don
Bosco que aceptase en el Oratorio a un hermano de leche
de mi hijo, que había quedado huérfano de padres. [San]
Juan Bosco lo aceptó con la condición de que, estando yo
en la Corte como estaba, me presentase a las soberanas
para obtener de su caridad dos mil francos que el siervo de
Dios necesitaba para poder pagar una deuda urgente.
Yo le prometí hacerlo, y en efecto, estaba resuelta a
cumplir mi promesa; pero, después surgieron algunas
dificultades que me hicieron diferir las visitas a las
augustas señoras, las cuales, en aquel tiempo, se habían
ausentado de Turín, viviendo en una finca del conde Cays
de Giletta.
Habiendo ido yo también al campo, volví a ¡a ciudad
ya muy avanzado el otoño y seguidamente fui a
entrevistarme con [San] Juan Don Bosco, el cual me dijo
—He aceptado a su protegido, pero usted no ha
cumplido aún su promesa; no habló a las soberanas de mi
deuda con el panadero.
—Es cierto —repliqué un poco confusa—, pero tenga la
seguridad de que apenas las augustas señoras estén de
regreso en Turín, no dejaré de cumplir lo prometido.
Mientras yo hablaba, [San] Juan Don Bosco hacía con
la cabeza un movimiento como indicando que no, y con una
sonrisa un tanto triste, me dijo:
—¡Paciencia! Pueden suceder tantas cosas que, a lo
mejor, a usted no le es posible hablar más con las
soberanas.
—¿Por qué dice eso?
—Porque es así; usted no verá más a las reinas.
Quince días después, encontrándome en la casa de
unos nobles, supe el regreso de las soberanas a Turín y que
la reina María Teresa estaba tan enferma que le habían
administrado los Santos Sacramentos. Pronto recibimos la
noticia de su fallecimiento. Ocho días más tarde moría la
joven reina María Adelaida, ambas lloradas y veneradas
como dos soberanas santas.
Solamente entonces recordé las palabras de [San]
Juan Bosco, no dudando de su espíritu verdaderamente
profético.
LAS 22 LUNAS
En marzo de 1854, día de fiesta, San Juan Bosco,
después de la función de Vísperas, reunió a todos los
alumnos internos en un local situado detrás de la sacristía y
les anunció que les quería narrar un sueño. Estaban
presentes, entre otros, el joven Cagliero, Turchi, Anfossi y
los clérigos Reviglio y Buzzetti, de cuyos labios oímos la
narración que seguidamente vamos a transcribir. Todos
estaban persuadidos de que bajo el nombre de sueño, San
Juan Bosco solía ocultar las manifestaciones y enseñanzas
que recibía del cielo.
He aquí el texto del sueño:
***************************************************************
Me encontraba en medio de vosotros en el patio y me
alegraba en mi corazón al veros tan vivarachos, alegres y
contentos. Quiénes saltaban, quiénes gritaban, otros
corrían. De pronto veo que uno de vosotros salió por una
puerta de la casa y comenzó a pasear entre los compañeros
con una especie de chistera o turbante en la cabeza. Era el
tal turbante transparente, estando iluminado por dentro,
ostentando en el centro una hermosa luna en la que
aparecía grabada la cifra 22. Yo, admirado, procuré
inmediatamente acercarme al joven en cuestión para
decirle que dejase aquel disfraz carnavalesco; pero he aquí
que entre tanto el ambiente comenzó a oscurecerse y como
a toque de campana el patio quedó desierto, yendo todos
los jóvenes a reunirse en fila debajo de los pórticos. Todos
reflejaban en sus rostros un gran temor y diez o doce tenían
la cara cubierta de mortal palidez. Yo pasé por delante de
todos para examinarlos y entre los tales descubrí al que
74
llevaba la luna sobre la cabeza, el cual estaba más pálido
que los demás; de sus hombros pendía un manto fúnebre.
Me dirijo a él para preguntarle el significado de todo
aquello, cuando una mano me detiene y veo a un
desconocido de aspecto grave y noble continente, que me
dice:
—Antes de acercarte a él, escúchame; todavía tiene 22
lunas de tiempo; antes de que hayan pasado, este joven
morirá. No le pierdas de vista y prepáralo.
Yo quise pedir a aquel personaje alguna otra
explicación sobre lo que me acababa de decir y sobre su
repentina aparición, pero no logré verle más.
El joven en cuestión, mis queridos hijos, me es
conocido y está en medio de vosotros.
***************************************************************
Un vivo terror se apoderó de los oyentes, tanto más
siendo la primera vez que San Juan Bosco anunciaba en
público y con cierta solemnidad la muerte de uno de los de
casa. El buen padre no pudo por menos de notarlo y
prosiguió:
—Yo conozco al de las lunas, está en medio de
vosotros. Pero no quiero que os asustéis. Como os he dicho,
se trata de un sueño y sabéis que no siempre se debe
prestar fe a los sueños. De todas maneras, sea como fuere,
la cierto es que debemos estar siempre preparados como
nos lo recomienda el Divino Salvador en el Evangelio y no
cometer pecados; entonces la muerte no nos causará
espanto. Sed todos buenos, no ofendan al Señor y yo
entretanto estaré alerta y no perderé de vista al del
número 22, el de las 22 lunas o 22 meses, que eso quiere
decir, y espero que tendrá una buena muerte.
75
Esta noticia, si bien asustó mucho al principio a los
jóvenes, hizo inmediatamente un grandísimo bien entre
ellos, pues todos procuraban mantenerse en gracia de Dios,
con el pensamiento de la muerte, mientras contaban las
lunas que se iban sucediendo.
San Juan Bosco, de vez en cuando, les preguntaba:
—¿Cuántas lunas faltan aún?
Y los jóvenes respondían:
—Veinte, dieciocho, quince, etc.
A veces, algunos que no perdían una sola de sus
palabras, se le acercaban para decirle el número de lunas
que habían pasado e intentaban hacer pronósticos,
adivinar... pero Don Bosco guardaba silencio.
El joven Piano, que había entrado en el Oratorio en el
mes de noviembre, oyó hablar de la luna novena y por los
superiores y compañeros vino a saber la predicción de San
Juan Bosco. Y también como los demás comenzó a prestar
atención a ¡os acontecimientos.
Finalizó el año de 1854; pasaron algunos meses del
1855 y llegó el mes de octubre, esto es, el correspondiente
a la luna vigésima. Cagliero, ya clérigo, había sido
encargado de vigilar tres habitaciones situadas cerca de la
Casa Pinardi, que servían de dormitorio a algunos jóvenes.
Entre ellos había un tal Segundo Gurgo que contaba unos
diecisiete años, bien desarrollado y robusto, prototipo del
joven saludable, que ofrecía garantía por su aspecto de
vivir larga vida hasta alcanzar una extrema vejez.
76
Su padre lo había recomendado a San Juan Bosco para
que lo aceptase como pensionista. Pianista excelente y
buen organista, estudiaba música desde la mañana hasta
la noche y ganaba un buen dinero dando clases en Turín.
San Juan Bosco, a lo largo del año, había pedido de
vez en cuando al clérigo Cagliero informes sobre la
conducta de sus asistidos con particular interés. En el mes
de octubre ¡o llamó y le dijo:
—¿Dónde duermes?
—En la última habitación y desde ella asisto a las otras
dos —replicó Cagliero—.
—¿Y no sería mejor que trasladaras tu cama a la
habitación del centro?
—Como usted quiera; pero le hago saber que las otras
dos habitaciones no tienen humedad, mientras que una de
las paredes de la segunda corresponde al muro del
campanario de la iglesia recientemente construido. Por
tanto, hay en ella un poco de humedad: se acerca el
invierno y podría acarrearme alguna enfermedad. Por otra
parte, desde donde estoy instalado ahora, puedo asistir
muy bien a todos ¡os jóvenes de mi dormitorio.
—En cuanto a asistirlos, sé que lo puedes hacer Bien;
pero es mejor —replicó San Juan Bosco— que te traslades a
la habitación del centro.
Cagliero obedeció, pero después de algún tiempo
pidió permiso a San Juan Bosco para llevar su cama
nuevamente a la primera habitación.
—Continúa —le dijo— donde estás y está tranquilo
porque tu salud no se resentirá lo más mínimo.
Cagliero se tranquilizó y algunos días después fue
llamado nuevamente por Don Bosco.
—¿Cuántos son en tu nueva habitación?
—Tres —replicó—; yo, el joven Segundo Gurgo y
Garovaglia, y el piano que hace el número cuatro.
—Bien —dijo Don Bosco— muy bien. Son tres pianistas
y Gurgo les podrá dar lecciones de música. Tú procura no
perderlo de vista.
Y no añadió nada más. El clérigo, acuciado por la
curiosidad y sospechando algo, comenzó a hacerle algunas
preguntas, pero San Juan Bosco le interrumpió diciéndole:
—El por qué de todo esto lo sabrás a su tiempo.
El secreto no era otro sino que en aquella habitación
estaba el joven de las 22 ¡unas.
A principios de diciembre no había ningún enfermo en
el Oratorio y San Juan Bosco, subiendo a su tribuna después
de las oraciones de la noche, anunció que uno de los
jóvenes presentes moriría antes de la fiesta de Navidad.
Ante esta nueva predicción y el próximo cumplimiento
de las 22 lunas en la casa reinaba una gran preocupación;
los jóvenes recordaban frecuentemente las palabras de San
Juan Bosco y temían el cumplimiento de lo anunciado.
78
San Juan Bosco en aquellos días llamó nuevamente a
Cagliero preguntándole si Gurgo se portaba bien y si
después de dar las clases de música en ¡a ciudad,
regresaba a casa temprano. Cagliero le respondió que todo
procedía normalmente, no habiendo novedad alguna entre
sus compañeros.
—Muy bien —añadió el Santo—, estoy contento;
procura que todos observen buena conducta y avísame si
sucediese cualquier inconveniente.
Y dicho esto no añadió más.
Mas he aquí que hacia la mitad de diciembre Gurgo se
siente asaltado por un cólico violento y tan pernicioso que,
habiendo sido llamado el médico con toda urgencia, por
consejo de este, se le administraron al paciente los últimos
Sacramentos. Ocho días duró la penosa enfermedad y
Gurgo fue mejorando gracias a los cuidados del doctor
Debernardi, de forma que pronto pudo levantarse del lecho
convaleciente. El mal había sido conjurado y el médico
aseguraba que el joven se había librado de buena. Entre
tanto se había avisado al padre del muchacho, pues no
habiendo muerto hasta entonces nadie en el Oratorio, San
Juan Bosco quería librar a sus jóvenes de tan desagradable
espectáculo.
La novena de Navidad había comenzado y Segundo
Gurgo pensaba ir su pueblo natal para pasar las Pascuas
con sus parientes', puesto que se encontraba casi
restablecido de su dolencia. A pesar de ello, cuando se le
daban buenas noticias a San Juan Bosco sobre este joven,
parecía que el buen padre se resistía a creerlas.
79
Una vez se hubo personado en el Oratorio el señor
Gurgo, al encontrar a su hijo en tan buen estado de salud,
obtenido el permiso correspondiente, fue a reservar dos
asientos en la diligencia para marchar con él al día
siguiente a Novara y de aquí a Pettinengo, donde se
repondría del todo, disfrutando de los aires nativos.
Era el domingo 23 de diciembre; Gurgo manifestó
aquella tarde deseos de comer un poco de carne, alimento
que le había sido prohibido por el médico. El padre por
complacerlo fue a buscarla y le hizo cocer en una
maquinilla de café. El joven se bebió el caldo y comió ¡a
carne, que ciertamente debía estar medio cruda, en
cantidad un poco excesiva. El padre se marchó y en la
habitación quedaron Cagliero y el enfermo. Mas he aquí
que, a cierta hora de la noche el paciente comienza a
quejarse de fuertes dolores de vientre. El cólico se le había
repetido de un modo más alarmante. Gurgo llamó por su
nombre al asistente:
—¡Caghero, Cagliero!. ¡Ya terminé de darte las clases
de piano!
—Ten paciencia, ¡ánimo!, —respondió Cagliero—.
—Ya no iré más a casa. Ruega por mí; no sabes lo mal
que me siento. Pide por mí a la Santísima Virgen.
—Sí, lo haré; tú invócala también.
Seguidamente Cagliero comenzó a rezar por el
enfermo, pero vencido por el sueño se quedó dormido. Mas
he aquí que de pronto el enfermero lo zamarrea e
indicando a Gurgo corre a llamar inmediatamente a Don
Alasonatti, que dormía en la habitación contigua.
80
La desolación en la casa fue general. Cagliero se
encontró a la mañana siguiente a San Juan Bosco que
bajaba las escaleras para ir a celebrar; el buen padre
estaba hondamente apenado porque ya le habían
comunicado la doloroso noticia.
En el Oratorio se comentó mucho esta muerte. Era la
luna vigésima segunda aún no cumplida; y Gurgo, al morir
el día 24 de diciembre antes de la aurora, había hecho que
se cumpliese la segunda predicción de San Juan Bosco, a
saber, que no habría asistido a la fiesta de Navidad.
Después de la comida, jóvenes y clérigos rodearon
silenciosos al Santo.
De pronto el clérigo Turchi le preguntó si Gurgo era el
de las lunas.
—Sí —replicó San Juan Bosco— él era; e¡ mismo que vi
en el sueño.
Seguidamente añadió:
—Os daríais cuenta de que yo, hace tiempo, lo puse a
dormir en una habitación especial, recomendando a uno de
los mejores asistentes que llevase su cama a la misma
habitación para que lo tuviese bajo su vigilancia, El
asistente fue el clérigo Juan Cagliero.
Y volviéndose al aludido, le dijo:
—Otra vez no hagas tantas observaciones a lo que te
diga Bosco. ¿Comprendes ahora por qué yo no quería que
abandonases la habitación en que estaba aquel pobrecito?
81
Tú me lo pediste insistentemente, pero yo no te atendía
porque quería que Gurgo tuviese junto a sí a alguien que
velase por él. --- Si él viviese aún, podría dar testimonio de
las muchas veces que le hablé, como quien no quiere la
cosa, de la muerte y de los cuidados que le prodigué para
prepararlo a un feliz tránsito.
«Entonces —escribe Don Cagliero— comprendí el
motivo de las especiales recomendaciones que me hizo
[San] Juan Don Bosco y aprendí a conocer y apreciar mejor
la importancia de sus palabras y de sus paternales avisos».
«La noche anterior a la fiesta de Navidad —narra
Pedro Enría— aún me recuerdo que [San] Juan Don Bosco
subió a la tribuna mirando a su alrededor como si buscase a
alguien. Y dijo:
—Es el primer joven que muere en el Oratorio. Ha
hecho las cosas bien y esperamos que esté ya en el Paraíso.
Os recomiendo a todos que estéis siempre preparados... Y
no pudo proseguir porque su corazón estaba muy dolido. La
muerte le había arrebatado un hijo».
Habiendo sido Gurgo el primer alumno que moría en la
casa desde la fundación del Oratorio, San Juan Bosco quiso
hacerle un funeral solemne, aun sin llegar al máximo
esplendor. En esta ocasión el siervo de Dios trató con el
párroco de Borgo Dora sobre los derechos parroquiales, por
si otros jóvenes eran llamados a la eternidad. El preveía
con certeza que acaecerían otras defunciones, a las cuales
aludía el sueño, aunque no consta que las anunciase a los
alumnos.
El párroco fue muy deferente con el Oratorio al
establecer las condiciones para la conducción de nuestros
82
difuntos, señalando el coste de las diferentes clases de
funerales y concediendo grandes ventajas en los pagos,
que eran sufragados, no por los padres de los fallecidos,
sino por San Juan Bosco.
Entretanto, durante las fiestas navideñas, San Juan
Bosco recomendaba insistentemente a los jóvenes internos
y externos, que aplicasen por el alma del pobre Gurgo
todas las comuniones que hiciesen.