Don Bosco - Sueños 45 a 47
   
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UNA MUERTE PROFETIZADA

 

 

SUEÑO 45.—AÑO DE 1863.


 

 

 

 

 

 

 

(M. B. Tomo Vil, pág. 550)

 

 

Copiamos de la crónica de Don Ruffino:


 

 

266


 

 

«El 1 de noviembre, por la noche, [San] Juan Don Bosco

contó a los jóvenes de una manera un tanto jocosa, un

breve sueño que había tenido, con estas palabras:

***************************************************************

No sé si fue motivado por el pensamiento de la

festividad de los Santos y de la conmemoración de los fieles

difuntos, lo cierto es que la noche pasada soñé que se

había muerto un joven y que yo lo acompañaba a la

sepultura.

 

 

No les quiero decir con esto que alguno de Vosotros

debáis morir inmediatamente; pero puedo asegurar que he

tenido varios de estos sueños y todos se han realizado..

***************************************************************

Dos días después [San] Juan Don Bosco volvió a hablar

sobre la muerte y dijo:

 

 

Nosotros estamos acostumbrados a hacer un poco de

bien y a preparar un fondo de oraciones en favor de aquel

que muera primero          en la casa. También ahora debemos

hacer lo mismo. No quiero decir que en breve tendremos

que lamentar el paso a la eternidad del que deba gozar de

este depósito espiritual, pero más tarde esto tendrá que

suceder. Por eso, al tal, preparémosle un capital que

produzca mucho fruto.

 

 

El que se quede en este mundo se alegrará de

permanecer entre los vivos; y el que muera se sentirá

contento de encontrarse con los sufragios preparados de

antemano».


 

 

 

267

 

 

 

«[San] Juan Don Bosco         continúa la crónica de Don

Ruffino   proponía a los jovencitos todas las noches una

florecilia para practicar. La primera en aquella ocasión fue

el sufragar a las almas del Purgatorio.

 

 

El 25 de noviembre había muerto en el Colegio de

Mirabello el joven Antonio Boriglione, de oficio zapatero, de

dieciocho años de edad, el cual había sido enviado desde

el Oratorio a Mirabello para que se restableciese en su

quebrantada salud y para que al mismo tiempo se ocupase

de algún trabajo manual.

 

 

[San] Juan Don Bosco aseguró públicamente que no

era Boriglione al que había hecho referencia en el sueño y

que el que tendría que morir según había indicado a

principios de noviembre en su relato, estaba ya avisado, al

menos de una manera  indirecta, de que se preparase».

 

La crónica de Don Ruffino continúa en otro lugar:

 

 

«Hasta hoy no supimos en el Oratorio la muerte de Luis

Prete, natural de Agliano, a la edad de veinte años. Desde

hacía algún tiempo se encontraba enfermo en su casa. Pasó

a la eternidad el cinco de diciembre.

 

 

Al comunicar la infausta nueva a la comunidad, [San]

juan Don Bosco dijo:

 

 

¿No será el joven Prete el indicado en el sueño? Ni lo

afirmo ni lo niego. Lo único que les aseguro es que en esta

casa los muchachos mueren de dos en dos; lo que no quiere

decir que ahora vaya a suceder lo mismo, pero sí hemos de

admitir que así ha sucedido siempre. Cuando fallece un

alumno, a los quince o veinte días se nos va a la eternidad


 

 

 

 

 

 

otro. Ahora veremos si sucede lo mismo.


 

 

268


 

 

Tal vez este segundo joven fue Francisco Besucco, que

falleció santamente el 9 de enero de 1864».

 

 

EL FOSO Y LA SERPIENTE

 

 

SUEÑO 46.—AÑO DE 1863.

 

 

(M. B. Tomo Vil, págs. 550-551)

 

 

En la noche del 13 de noviembre [San] Juan Don Bosco

habló así:     »  Ayer por la mañana hicimos el Ejercicio de la

Buena Muerte. Durante todo el día estuve obsesionado por

la idea del buen fruto producido por semejante práctica.

Mas  temo  que  alguno  de  Vosotros  no  lo  haya  hecho  bien;

esta noche pasada tuve un sueño que les voy a contar:

***************************************************************

Me encontraba en el patio con todos los jóvenes de la

casa, que se entretenían en saltar y correr por él. Salimos

del Oratorio para ir de paseo y después de algún tiempo

nos detuvimos en un prado. En él los muchachos reanudaron

sus juegos y cada uno iba en competencia con los demás

para ver quién era el que más saltaba; cuando descubrí en

medio del prado un pozo sin brocal. Me acerco para

examinarlo y asegurarme de que no ofrecía peligro alguno,

cuando veo en el fondo una horrible serpiente. Su grosor

era como el de un caballo, mejor dicho, como el de un

elefante; su cuerpo informe y todo recubierto de manchas

amarillentas. Inmediatamente me retiré lleno de horror y

comencé a observar a los jóvenes que en buen número

habían comenzado a saltar de una a otra parte del pozo y

¡cosa extraña!, sin que me viniese a la mente la idea de

prohibírselo o de avisarles del peligro a que se exponían. Vi

a algunos pequeños tan ágiles que lo saltaban sin dificultad


 

 

 

269

 

alguna. Otros, mayores, como eran más pesados, iniciaban

el salto con mayor brío, pero alcanzaban menor altura y a

veces iban a caer en el mismo borde; y he aquí que

entonces asomaba y volvía a desaparecer la cabeza de

serpiente de aquel horrible monstruo mordiendo a unos en

un pie, a otros en una pierna, a otros en diversos miembros

del cuerpo. A pesar de esto, aquellos incautos eran tan

temerarios que seguían saltando sin parar, no quedando

nunca ilesos. Entonces un joven me dijo, señalando a un

compañero:

 

 

—Mira, este saltará una vez y lo hará mal; saltará la

segunda y se quedará ahí.

 

 

Me daba lástima entretanto ver a muchos jóvenes

tendidos por los suelos, este con una llaga en una pierna,

aquél con un brazo malherido y otro con la misma dolencia

en el corazón. Yo les pregunté:

 

 

—¿Por qué          corrían      a     saltar      sobre      aquel       pozo

exponiéndose a tan gran peligro? ¿Por qué después de

haber sido mordidos una y otra vez volvían a repetir ese

juego funesto?

 

 

Y ellos respondieron mientras suspiraban:

 

 

—No estamos todavía acostumbrados a saltar.

 

 

Y yo:

 

 

—No había necesidad alguna de hacerlo.

 

 

Y ellos replicaron:

 

 

—¿Qué     quieres?       No    estamos       acostumbrados.         No


 

 

 

 

 

 

creíamos que íbamos a padecer este mal.


 

 

270


 

 

Pero entre todos me llamó la atención uno que me hizo

temblar de horror: era el que me había sido señalado.

Intento saltar y cayó dentro del pozo. Después de unos

instantes el monstruo lo escupió fuera, negro como el

carbón, pero aun no estaba muerto, pues continuaba

hablando. Yo y otros estábamos allí haciéndole preguntas

mientras temblábamos de espanto.

***************************************************************

Hasta aquí Don Ruffino, cuya crónica no añade más

sobre el particular.

 

 

Nada dice sobre la interpretación del sueño ni de los

avisos dados por [San] Juan Don Bosco a buen seguro a los

jóvenes en general y a           algunos en particular, avisos tanto

más necesarios cuanto que comenzaba el curso. Y ¿qué

diremos       nosotros?       ¿Nos      aventuraremos         a     dar      una

explicación? Añade Don Lemoyne—.

 

 

El  pozo es el mismo lugar al que el libro de los

Proverbios denomina:         Fovea profunda, puteus angustus  y

que termina en        puteum interitus,  como asegura el Salmo

LIV. Fosa profunda, pozo estrecho, pozo de perdición. En él

el demonio de la impureza, como explica San Jerónimo en

la Homilía XI in Corinthios.

 

 

En el sueño no parece que se trate de almas esclavas

ya del pecado, sino de las que se exponen al peligro de

cometerlo. Comienza con la bagatela y con la alegría de

una recreación, pero pronto cambia la escena.

 

 

Los    pequeños       saltan      sin     dificultad      y    con     toda

seguridad, porque en ellos aún no están vivas las pasiones,

nada entienden del mal, la diversión absorbe todos sus


 

 

 

271

 

pensamientos y el Ángel del Señor protege su inocencia y

sencillez. Pero no se dice que volvieran a saltar, pues tal

vez oyeron sumisos el aviso de un amigo. Los otros jóvenes

mayores      se     disponían       también       a     saltar.      No     tenían

experiencia. No eran ágiles como los pequeños; sentían el

peso de las primeras luchas para conservar la virtud: la

serpiente está escondida. Parece que se preguntaran:

¿acaso existe un peligra mortal en pretender saltar el pozo?

Y sin más, comienzan a saltar. Un primer brinco consiste en

contraer ciertas amistades particulares; en aceptar un libro

no aprobado por la censura; en dar cabida en el corazón a


un


afecto


demasiado


vehemente.


Es


un


salto,


acostumbrarse a ciertos tratos demasiado libres; el alejarse

de los buenos compañeros; el faltar a ciertas reglas o

avisos      a     los     que      los superiores            conceden        mucha

importancia para las buenas costumbres.

 

 

Pero el primer salto ocasiona la primera herida de la


serpiente


venenosa.


Algunos


saltan


incólumes,


y


adoctrinados por la prudencia no repetían la prueba; pero

había también quienes, despreciando el peligro, volvían a

afrontarlo, para su daño, de una manera temeraria.

 

 

El que cayó en el pozo y fue arrojado fuera, parece

simbolizar la caída en pecado mortal, quedando la

esperanza de volver á sanar mediante los Sacramentos.

 

 

Del que queda en el pozo sólo hay que decir: qui amat

periculum in illo peribit.

 

 

LOS CUERVOS Y LOS NIÑOS

 

 

SUEÑO 47.—AÑO DE 1864.

 

 

(M. B. Tomo Vil, págs. 649-650)


 

 

 

 

 

 

 

 

Cuenta la Crónica de Don Ruffino:


 

 

272


 

 

«El día 14 de abril, [San] Juan Don Bosco habló por la

noche a los estudiantes y, al día siguiente, a los artesanos,

también después de las oraciones.

 

 

Relató en tal ocasión los dos sueños siguientes que

tuvo, el uno antes            y   el otro después de los Ejercicios

Espirituales. Aseguraba el [Santo] que aquellos sueños le

produjeron un profundo terror.

***************************************************************

Érala noche precedente a la               Dominica in Albis, y me

pareció encontrarme en el balcón de mi habitación viendo

cómo los jóvenes se divertían. Cuando he aquí que veo

aparecer un enorme lienzo blanco que cubría todo el patio,

debajo del cual los jóvenes continuaban sus juegos.

Mientras contemplaba aquella escena, veo una gran

cantidad de cuervos que comenzaron a volar sobre el

lienzo, a girar por una parte y por otra hasta que

introduciéndose por la extremidad del mismo, se arrojaron

sobre los muchachos para picarles.

 

 

El espectáculo que se ofreció a mi vista fue desolador:

a unos les sacaban los ojos; a otros les picaban la lengua,

haciéndosela mil pedazos; a éste le daban picotazos en la

frente y a aquel otro le herían el corazón. Pero, lo que más

admiración causaba, era, como yo me decía a mí mismo,

que ninguno de los jóvenes gritaba o se lamentaba, sino

que todos permanecían indiferentes, como insensibles, sin

intentar siquiera defenderse.

 

 

—¿Estoy soñando —me decía a mí mismo— o estoy

despierto? ¿Es posible que éstos se dejen herir sin lanzar un

grito de dolor?


 

 

 

273

 

 

 

Pero al rato sentí un clamor general y después veo a

los heridos que comienzan a agitarse, que gritan, que

haciendo gran ruido se separan los unos de los otros.

Maravillado ante aquel espectáculo, comencé a pensar en

el significado de cuanto veía.

 

 

—Tal vez, —pensaba entre mí— como es el sábado                    in

Albis,  el Señor me quiere dar a entender su deseo de

cubrirnos a todos con su gracia. Esos cuervos serán los

demonios que asaltan a los jóvenes.

 

 

Pero, cuál no sería mi sorpresa, al comprobar que el

lunes disminuían las Comuniones, el martes mucho más y el

miércoles de una manera alarmante; hasta el punto de que,

mediada la Misa, ya había terminado de confesar.

 

 

Nada quise decir, pues estando próximos los Ejercicios

Espirituales esperaba que todo quedaría solucionado.

 

 

Ayer,  13  de  abril,  tuve  otro sueño. A lo largo del día

había estado confesando; por tanto, mi imaginación estaba

ocupada con el pensamiento de las almas de los jóvenes,

como lo está casi siempre. Por la noche fui a descansar,

pero no podía lograrlo; estaba medio dormido, medio

despierto, hasta que al fin me quede dormido.

 

 

Entonces, me pareció encontrarme otra vez en el

balcón siguiendo con la vista el recreo de los jóvenes.

 

 

Vi a todos aquellos que habían sido heridos por los

cuervos y los observé atentamente. Más, de pronto,

apareció un personaje con un vasito lleno de un bálsamo en

una mano. Iba acompañado de otro que llevaba un pañito.

Ambos se dedicaron a curar las heridas de los jóvenes, las


 

 

 

 

 

 

cuales,


 

 

 

 

 

 

al


 

 

 

 

 

 

contacto con


 

 

 

 

 

 

el bálsamo,


 

 

274

 

quedaban


inmediatamente cicatrizadas. Hubo, sin embargo, algunos

que al ver a aquellos dos personajes acercarse, se

apartaron de ellos y no quisieron ser curados. Y, lo que más

me desagradó, fue que los tales formaban un número

bastante respetable. Me preocupé de escribir sus nombre

en un trozo de papel, pues los conocía a todos, pero

mientras lo hacía me desperté y me encontré sin el papel.

*************************************************************♦

Con todo, hice un esfuerzo para retenerlos en la

memoria,    y  al presente los recuerdo a casi todos. Tal vez

me podría olvidar de alguno, pero creo que serían

contados. A hora iré hablando, poco a poco, con los

interesados y procuraré inducirles a sanar de sus heridas.

 

 

Denle la importancia que queráis a este sueño; lo que

les puedo asegurar es que si le prestan plena fe no

causarán perjuicio alguno a sus almas.

 

Les recomiendo encarecidamente que estas cosas no

salgan del Oratorio.

 

 

Yo se lo cuento todo, pero deseo que todo permanezca

en casa.

 

 

El Cronista no hace comentario alguno sobre este

sueño, ni          ofrece      ninguna otra           explicación,       tal     vez

considerando que las palabras del relato expuesto por

[San] Juan Don Bosco ofrecen ya en sí una interpretación.


 
   
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