UNA MUERTE PROFETIZADA
SUEÑO 45.—AÑO DE 1863.
«El 1 de noviembre, por la noche, [San] Juan Don Bosco
contó a los jóvenes de una manera un tanto jocosa, un
breve sueño que había tenido, con estas palabras:
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No sé si fue motivado por el pensamiento de la
festividad de los Santos y de la conmemoración de los fieles
difuntos, lo cierto es que la noche pasada soñé que se
había muerto un joven y que yo lo acompañaba a la
sepultura.
No les quiero decir con esto que alguno de Vosotros
debáis morir inmediatamente; pero puedo asegurar que he
tenido varios de estos sueños y todos se han realizado..
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Dos días después [San] Juan Don Bosco volvió a hablar
sobre la muerte y dijo:
—Nosotros estamos acostumbrados a hacer un poco de
bien y a preparar un fondo de oraciones en favor de aquel
que muera primero en la casa. También ahora debemos
hacer lo mismo. No quiero decir que en breve tendremos
que lamentar el paso a la eternidad del que deba gozar de
este depósito espiritual, pero más tarde esto tendrá que
suceder. Por eso, al tal, preparémosle un capital que
produzca mucho fruto.
El que se quede en este mundo se alegrará de
permanecer entre los vivos; y el que muera se sentirá
contento de encontrarse con los sufragios preparados de
antemano».
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«[San] Juan Don Bosco —continúa la crónica de Don
Ruffino— proponía a los jovencitos todas las noches una
florecilia para practicar. La primera en aquella ocasión fue
el sufragar a las almas del Purgatorio.
El 25 de noviembre había muerto en el Colegio de
Mirabello el joven Antonio Boriglione, de oficio zapatero, de
dieciocho años de edad, el cual había sido enviado desde
el Oratorio a Mirabello para que se restableciese en su
quebrantada salud y para que al mismo tiempo se ocupase
de algún trabajo manual.
[San] Juan Don Bosco aseguró públicamente que no
era Boriglione al que había hecho referencia en el sueño y
que el que tendría que morir según había indicado a
principios de noviembre en su relato, estaba ya avisado, al
menos de una manera indirecta, de que se preparase».
La crónica de Don Ruffino continúa en otro lugar:
«Hasta hoy no supimos en el Oratorio la muerte de Luis
Prete, natural de Agliano, a la edad de veinte años. Desde
hacía algún tiempo se encontraba enfermo en su casa. Pasó
a la eternidad el cinco de diciembre.
Al comunicar la infausta nueva a la comunidad, [San]
juan Don Bosco dijo:
—¿No será el joven Prete el indicado en el sueño? Ni lo
afirmo ni lo niego. Lo único que les aseguro es que en esta
casa los muchachos mueren de dos en dos; lo que no quiere
decir que ahora vaya a suceder lo mismo, pero sí hemos de
admitir que así ha sucedido siempre. Cuando fallece un
alumno, a los quince o veinte días se nos va a la eternidad
Tal vez este segundo joven fue Francisco Besucco, que
falleció santamente el 9 de enero de 1864».
EL FOSO Y LA SERPIENTE
SUEÑO 46.—AÑO DE 1863.
(M. B. Tomo Vil, págs. 550-551)
En la noche del 13 de noviembre [San] Juan Don Bosco
habló así: » Ayer por la mañana hicimos el Ejercicio de la
Buena Muerte. Durante todo el día estuve obsesionado por
la idea del buen fruto producido por semejante práctica.
Mas temo que alguno de Vosotros no lo haya hecho bien;
esta noche pasada tuve un sueño que les voy a contar:
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Me encontraba en el patio con todos los jóvenes de la
casa, que se entretenían en saltar y correr por él. Salimos
del Oratorio para ir de paseo y después de algún tiempo
nos detuvimos en un prado. En él los muchachos reanudaron
sus juegos y cada uno iba en competencia con los demás
para ver quién era el que más saltaba; cuando descubrí en
medio del prado un pozo sin brocal. Me acerco para
examinarlo y asegurarme de que no ofrecía peligro alguno,
cuando veo en el fondo una horrible serpiente. Su grosor
era como el de un caballo, mejor dicho, como el de un
elefante; su cuerpo informe y todo recubierto de manchas
amarillentas. Inmediatamente me retiré lleno de horror y
comencé a observar a los jóvenes que en buen número
habían comenzado a saltar de una a otra parte del pozo y
¡cosa extraña!, sin que me viniese a la mente la idea de
prohibírselo o de avisarles del peligro a que se exponían. Vi
a algunos pequeños tan ágiles que lo saltaban sin dificultad
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alguna. Otros, mayores, como eran más pesados, iniciaban
el salto con mayor brío, pero alcanzaban menor altura y a
veces iban a caer en el mismo borde; y he aquí que
entonces asomaba y volvía a desaparecer la cabeza de
serpiente de aquel horrible monstruo mordiendo a unos en
un pie, a otros en una pierna, a otros en diversos miembros
del cuerpo. A pesar de esto, aquellos incautos eran tan
temerarios que seguían saltando sin parar, no quedando
nunca ilesos. Entonces un joven me dijo, señalando a un
compañero:
—Mira, este saltará una vez y lo hará mal; saltará la
segunda y se quedará ahí.
Me daba lástima entretanto ver a muchos jóvenes
tendidos por los suelos, este con una llaga en una pierna,
aquél con un brazo malherido y otro con la misma dolencia
en el corazón. Yo les pregunté:
—¿Por qué corrían a saltar sobre aquel pozo
exponiéndose a tan gran peligro? ¿Por qué después de
haber sido mordidos una y otra vez volvían a repetir ese
juego funesto?
Y ellos respondieron mientras suspiraban:
—No estamos todavía acostumbrados a saltar.
Y yo:
—No había necesidad alguna de hacerlo.
Y ellos replicaron:
—¿Qué quieres? No estamos acostumbrados. No
Pero entre todos me llamó la atención uno que me hizo
temblar de horror: era el que me había sido señalado.
Intento saltar y cayó dentro del pozo. Después de unos
instantes el monstruo lo escupió fuera, negro como el
carbón, pero aun no estaba muerto, pues continuaba
hablando. Yo y otros estábamos allí haciéndole preguntas
mientras temblábamos de espanto.
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Hasta aquí Don Ruffino, cuya crónica no añade más
sobre el particular.
Nada dice sobre la interpretación del sueño ni de los
avisos dados por [San] Juan Don Bosco a buen seguro a los
jóvenes en general y a algunos en particular, avisos tanto
más necesarios cuanto que comenzaba el curso. Y ¿qué
diremos nosotros? ¿Nos aventuraremos a dar una
explicación? —Añade Don Lemoyne—.
El pozo es el mismo lugar al que el libro de los
Proverbios denomina: Fovea profunda, puteus angustus y
que termina en puteum interitus, como asegura el Salmo
LIV. Fosa profunda, pozo estrecho, pozo de perdición. En él
el demonio de la impureza, como explica San Jerónimo en
la Homilía XI in Corinthios.
En el sueño no parece que se trate de almas esclavas
ya del pecado, sino de las que se exponen al peligro de
cometerlo. Comienza con la bagatela y con la alegría de
una recreación, pero pronto cambia la escena.
Los pequeños saltan sin dificultad y con toda
seguridad, porque en ellos aún no están vivas las pasiones,
nada entienden del mal, la diversión absorbe todos sus
un
afecto
demasiado
vehemente.
Es
un
salto,
acostumbrarse a ciertos tratos demasiado libres; el alejarse
de los buenos compañeros; el faltar a ciertas reglas o
avisos a los que los superiores conceden mucha
importancia para las buenas costumbres.
Pero el primer salto ocasiona la primera herida de la
serpiente
venenosa.
Algunos
saltan
incólumes,
y
adoctrinados por la prudencia no repetían la prueba; pero
había también quienes, despreciando el peligro, volvían a
afrontarlo, para su daño, de una manera temeraria.
El que cayó en el pozo y fue arrojado fuera, parece
simbolizar la caída en pecado mortal, quedando la
esperanza de volver á sanar mediante los Sacramentos.
Del que queda en el pozo sólo hay que decir: qui amat
periculum in illo peribit.
LOS CUERVOS Y LOS NIÑOS
SUEÑO 47.—AÑO DE 1864.
(M. B. Tomo Vil, págs. 649-650)
«El día 14 de abril, [San] Juan Don Bosco habló por la
noche a los estudiantes y, al día siguiente, a los artesanos,
también después de las oraciones.
Relató en tal ocasión los dos sueños siguientes que
tuvo, el uno antes y el otro después de los Ejercicios
Espirituales. Aseguraba el [Santo] que aquellos sueños le
produjeron un profundo terror.
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Érala noche precedente a la Dominica in Albis, y me
pareció encontrarme en el balcón de mi habitación viendo
cómo los jóvenes se divertían. Cuando he aquí que veo
aparecer un enorme lienzo blanco que cubría todo el patio,
debajo del cual los jóvenes continuaban sus juegos.
Mientras contemplaba aquella escena, veo una gran
cantidad de cuervos que comenzaron a volar sobre el
lienzo, a girar por una parte y por otra hasta que
introduciéndose por la extremidad del mismo, se arrojaron
sobre los muchachos para picarles.
El espectáculo que se ofreció a mi vista fue desolador:
a unos les sacaban los ojos; a otros les picaban la lengua,
haciéndosela mil pedazos; a éste le daban picotazos en la
frente y a aquel otro le herían el corazón. Pero, lo que más
admiración causaba, era, como yo me decía a mí mismo,
que ninguno de los jóvenes gritaba o se lamentaba, sino
que todos permanecían indiferentes, como insensibles, sin
intentar siquiera defenderse.
—¿Estoy soñando —me decía a mí mismo— o estoy
despierto? ¿Es posible que éstos se dejen herir sin lanzar un
grito de dolor?
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Pero al rato sentí un clamor general y después veo a
los heridos que comienzan a agitarse, que gritan, que
haciendo gran ruido se separan los unos de los otros.
Maravillado ante aquel espectáculo, comencé a pensar en
el significado de cuanto veía.
—Tal vez, —pensaba entre mí— como es el sábado in
Albis, el Señor me quiere dar a entender su deseo de
cubrirnos a todos con su gracia. Esos cuervos serán los
demonios que asaltan a los jóvenes.
Pero, cuál no sería mi sorpresa, al comprobar que el
lunes disminuían las Comuniones, el martes mucho más y el
miércoles de una manera alarmante; hasta el punto de que,
mediada la Misa, ya había terminado de confesar.
Nada quise decir, pues estando próximos los Ejercicios
Espirituales esperaba que todo quedaría solucionado.
Ayer, 13 de abril, tuve otro sueño. A lo largo del día
había estado confesando; por tanto, mi imaginación estaba
ocupada con el pensamiento de las almas de los jóvenes,
como lo está casi siempre. Por la noche fui a descansar,
pero no podía lograrlo; estaba medio dormido, medio
despierto, hasta que al fin me quede dormido.
Entonces, me pareció encontrarme otra vez en el
balcón siguiendo con la vista el recreo de los jóvenes.
Vi a todos aquellos que habían sido heridos por los
cuervos y los observé atentamente. Más, de pronto,
apareció un personaje con un vasito lleno de un bálsamo en
una mano. Iba acompañado de otro que llevaba un pañito.
Ambos se dedicaron a curar las heridas de los jóvenes, las
cuales,
al
contacto con
el bálsamo,
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quedaban
inmediatamente cicatrizadas. Hubo, sin embargo, algunos
que al ver a aquellos dos personajes acercarse, se
apartaron de ellos y no quisieron ser curados. Y, lo que más
me desagradó, fue que los tales formaban un número
bastante respetable. Me preocupé de escribir sus nombre
en un trozo de papel, pues los conocía a todos, pero
mientras lo hacía me desperté y me encontré sin el papel.
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Con todo, hice un esfuerzo para retenerlos en la
memoria, y al presente los recuerdo a casi todos. Tal vez
me podría olvidar de alguno, pero creo que serían
contados. A hora iré hablando, poco a poco, con los
interesados y procuraré inducirles a sanar de sus heridas.
Denle la importancia que queráis a este sueño; lo que
les puedo asegurar es que si le prestan plena fe no
causarán perjuicio alguno a sus almas.
Les recomiendo encarecidamente que estas cosas no
salgan del Oratorio.
Yo se lo cuento todo, pero deseo que todo permanezca
en casa.
El Cronista no hace comentario alguno sobre este
sueño, ni ofrece ninguna otra explicación, tal vez
considerando que las palabras del relato expuesto por
[San] Juan Don Bosco ofrecen ya en sí una interpretación.