Don Bosco - Sueño 29 Partes 2 y 3
   
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***************************************************************

En la noche del 8 de abril [San] Juan Don Bosco se

presentó ante los jóvenes que estaban deseosos de oír la

continuación del relato.

 

 

Antes de comenzar dio algunos avisos disciplinares.

 

 

El siervo de Dios se dio cuenta de la impaciencia de los

jóvenes  y       echando una mirada a su alrededor, prosiguió

después de una breve pausa con aspecto sonriente:

 

 

PARTE SEGUNDA

 

 

¡Recordarán que había un gran lago que llenar de

sangre, al fondo del valle, próximo al primer lago!

 

 

Después de haber contemplado las varias escenas

anteriormente descritas y de recorrer la altiplanicie de que

les hablé, nos encontramos ante un paso libre por el que

podemos proseguir nuestro camino.

 

 

Proseguimos, pues, adelante yo y mis jóvenes a través

de un valle que nos llevó a una gran plaza. Penetramos en

ella; la entrada de dicha plaza era ancha y espaciosa, pero

después se iba estrechando cada vez más, de forma que al

fondo, cerca ya de la montaña, terminaba en un sendero

abierto entre dos rocas por el que apenas si podía pasar un

hombre de una vez. La plaza estaba llena de gente alegre

que     se     divertía      despreocupadamente,            dirigiéndose        al


 

 

 

 

 

 

mismo tiempo al sendero que llevaba a la montaña.

 

 

Nosotros nos preguntábamos unos a otros:

 

 

—¿Será este el camino que conduce al Paraíso?


 

 

133


 

 

Entretanto, los que se encontraban en aquel lugar se

dirigían uno tras otro con la idea de pasar por aquella

angostura, y para conseguirlo tenían que recogerse bien las

ropas, encoger los miembros cuanto podían e incluso

abandonar el equipaje o cuanto llevaban consigo.

 

 

Esto me dio a entender que en realidad, aquel era el

camino del Paraíso, puesto que para ir al cielo no basta

solamente estar libre de pecado, sino también de todo

pensamiento, de todo afecto terrenal, según él dicho del

Apóstol: Nihil coinquinatum intrabit in eo.

 

 

Nosotros estuvimos observando a los que pasaban por

espacio como de una hora. Pero ¡cuan necio fui! En vez de

intentar el paso de aquel sendero, preferimos volver atrás

para ver lo que había al otro lado de la plaza. Habíamos

divisado otra muchedumbre de gente en aquel lugar y

deseábamos saber qué era lo que hacían. Atravesamos,

pues, por un camino muy ancho y cuyo fin no podía ser

apreciado por el ojo humano. Allí contemplamos un extraño

espectáculo. Vimos a numerosos hombres y también a

bastantes de nuestros jóvenes uncidos con animales de

diversas especies. Algunos estaban aparejados con bueyes. 

 

 

Yo pensaría:

 

 

—¿Qué querrá decir esto?

 

 

Entonces recordé que el buey es el símbolo de la


 

 

 

134

 

pereza y deduje que aquellos jóvenes eran los perezosos.

Los conocía a todos: eran los lentos, los flojos en el

cumplimiento de sus deberes. Y al verlos me decía a mí

mismo:

 

 

—Sí, sí; les está muy bien empleado. No quieren hacer

nada y ahora tienen que soportar la compañía de ese

animal.

Vi a otros uncidos con asnos. Eran los testarudos. Así

aparejados tenían que soportar pesadas cargas o pacer en

compañía de aquellos animales. Eran los que no hacían

caso de los consejos, ni de las órdenes de los superiores. Vi

a otros uncidos con mulos y con caballos y recordé lo que

dice el Señor: Factus est sicut equus et mulus quibus non est

intelectus.     Eran los que no quieren pensar nunca en las

cosas del alma: los desgraciados sin seso.

 

 

Vi a otros que pacían en compañía de los puercos: se

revolcaban en las inmundicias y en el fango como esos

animales y como ellos hozaban en el cieno. Eran los que se

alimentan solamente de cosas terrenas; los que viven

entregados a las bajas pasiones; los que están alejados del

Padre Celestial. ¡Oh lamentable espectáculo! Entonces me

recordé de lo que dice el Evangelio del Hijo pródigo: que

quedó reducido al más miserable de los estados                       luxuriose

vivendo.

 

 

Vi después muchísima gente y a numerosos jóvenes en

compañía de gatos, de perros, gallos, conejos, etc., etc.; o

sea, a los ladrones, a los escandalosos, a los soberbios, a

los tímidos por respeto humano, y así sucesivamente.

 

 

Al contemplar esta variedad de escenas, nos dimos

cuenta de que el gran valle representaba el mundo.

Observé detenidamente a cada uno de aquellos jóvenes y


 

 

135

 

desde allí          nos     dirigimos       a    otro     lugar      también muy

espacioso, que formaba parte de la inmensa llanura. El

terreno ofrecía un poco de pendiente, de forma que

caminábamos casi sin darnos cuenta.

 

 

A cierta distancia vimos que el paraje tomaba el

aspecto de un jardín y nos dijimos:

 

 

—¿Vamos a ver qué es aquello?

 

 

—¡Vamos!, —exclamaron todos—.

 

 

Y    comenzamos         a     encontrar        hermosísimas        rosas

encarnadas.

 

 

—¡Oh, qué bellas rosas! ¡Oh, qué bellas rosas!, —

gritaban los jóvenes mientras corrían a cogerlas—. Pero,

apenas las tuvieron en sus manos, se dieron cuenta de que

despedían         un     olor desagradable                en      extremo. Los

muchachos no pudieron disimular su desagrado. Vimos

también numerosísimas violetas, en apariencia lozanas, y

que creímos despedirían agradable fragancia; pero cuando

nos acercamos a cogerlas para formar algunos ramilletes,

nos dimos cuenta de que sus tallos estaban marchitos y que

despedían un olor hediondo.

 

 

Proseguimos siempre adelante y he aquí que nos

encontramos en unos encantadores bosquecillos cubiertos

de árboles tan cargados de frutos que era un placer el

contemplarlos. En especial, los manzanos, ¡qué deliciosa

apariencia tenían! Un joven corrió inmediatamente y cortó

de un rama una hermosa fruta de apariencia fragante y

madura, mas apenas le hubo clavado los dientes, la arrojó

indignado lejos de sí. Estaba llena de tierra y de arena y al

gustarla sintió deseos de vomitar.


 

 

 

 

 

 

 

—Pero ¿qué es esto?, —nos preguntamos—.


 

 

136


 

 

Uno de nuestros jóvenes, cuyo nombre no recuerdo,

nos dijo:

 

 

—Esto significa la belleza y la bondad aparente del

mundo. ¡Todo en él es insípido, engañoso!

Mientras estábamos pensando adonde nos conduciría

nuestro sendero, nos dimos cuenta de que el camino que

llevábamos descendía casi insensiblemente. Entonces, un

jovencito observó:

 

 

—Por aquí vamos bajando cada vez más; me parece

que no vamos bien.

 

 

—Ya veremos, —le respondí—.


 

 

Y seguidamente


 

apareció una muchedumbre


incalculable que corría por aquel mismo camino que

llevábamos nosotros. Unos iban en coche, otros a caballo,

otros a pie. Quiénes saltaban, brincaban, cantaban y

danzaban al son de la música y al compás de los tambores. 

 

 

El ruido y la algarabía eran ensordecedores.

 

 

—Vamos a detenernos un poco —nos dijimos— y

observemos a esta gente antes de proseguir en su

compañía.

 

 

Entonces un joven descubrió en medio de aquella

multitud a algunos que parecían dirigir a cada una de las

comparsas. Eran           individuos de          agradable apariencia,

vestidos de una manera elegante, pero por debajo del

sombrero asomaban los cuernos. Aquella llanura, pues, era


 

 

 

137

 

el mundo pervertido dirigido por el maligno.                    Est vía quae

videtur recta, et novissima ejus ducunt ad morten.

 

 

De pronto UNO dijo:

 

 

—Mirad cómo los hombres van a parar al infierno casi

sin darse cuenta.

 

 

Después de haber contemplado esto y de oír estas

palabras, llamé a los jóvenes que iban delante de mí, los

cuales vinieron a mi encuentro corriendo y gritando:

 

 

—¡Nosotros no queremos seguir por ahí!

 

 

Y  seguidamente volvieron precipitadamente hacia

atrás deshaciendo el camino recorrido y dejándome solo.

 

 

—Sí, tenéis razón —les dije cuando me uní a ellos—;

huyamos pronto de aquí; volvamos atrás, de otra manera,

sin darnos cuenta, iremos también nosotros a parar al

infierno.

 

 

Quisimos, pues, volver a la plaza de la que habíamos

partido y seguir el sendero que nos conduciría a la montaña

del Paraíso; pero cual no sería nuestra sorpresa cuando,

tras un largo caminar, nos encontramos en un prado. Nos

volvimos a una y otra parte sin lograr orientarnos.

 

 

Algunos decían:

 

 

—Hemos equivocado el camino.

 

 

Otros gritaban:

 

 

—No; no nos hemos equivocado: el camino es este.


 

 

138

 

 

 

Mientras los jóvenes discutían entre sí y cada uno

quería mantener el propio parecer, yo me desperté.

***************************************************************

Esta es ¡a segunda parte del sueño correspondiente a

¡a segunda noche. Más, antes que se retiren, escuchen. No

quiero que den importancia a mi sueño, pero recordad que

los placeres que conducen a la perdición no son más que

aparentes; sólo ofrecen una belleza exterior. Estén en

guardia contra aquellos vicios que nos hacen semejantes a

los animales, hasta el punto de emparejarnos con ellos;

especialmente ¡cuidado con ciertos pecados que nos

asemejan a los animales inmundos! ¡Oh, cuan deshonroso

es para una criatura racional, tener que ser comparada a

los bueyes y a los asnos! ¡Cuan abominable es para quien

fue creado a imagen y semejanza de Dios y constituido

heredero del Paraíso, revolcarse en el fango como los

cerdos al cometer aquellos pecados que la Escritura señala

al decir: Luxuriose vivendo.

 

 

Solamente        les      he contado             las      circunstancias

principales del sueño y de forma resumida; pues, si se los

hubiese expuesto tal y como fue, hubiera sido demasiado

largo. Igualmente, ayer por la noche solamente les hice un

resumen de cuanto vi. Mañana les contaré la tercera parte.

 

 

En efecto en la noche del sábado 9 de abril, [San] Juan

Don Bosco continuaba:

 

 

PARTE TERCERA

 

 

No quería contarles mis sueños. Antes de ayer, apenas

hube comenzado mi narración, me arrepentí de la promesa

que les hice; y hoy habría deseado no haber dado principio

a la exposición de lo que desean saber. Pero he de decir


 

 

139

 

que si guardo silencio, conservando mi secreto para mí,

sufro mucho, y, en cambio, publicándolo, me proporciono un

desahogo que me hace mucho bien. Por tanto, proseguiré el

relato.

 

 

Mas     antes      he     de     advertir      que     en     las     noches

precedentes tuve que suprimir muchas cosas, de las que no

era conveniente hablarles, pasando por alto otras, que se

pueden ver con los ojos, pero que no se pueden expresar

con palabras.

***************************************************************

Después de contemplar, pues, como de corrida, todas

aquellas escenas ya descritas; después dé haber visto

lugares diversos y las maneras de ir al infierno, nosotros

queríamos a toda costa llegar al Paraíso. Pero yendo de

una parte a otra, nos desviamos del camino atraídos por

otras cosas. Finalmente, después de adivinar la senda que

debíamos seguir, llegamos a la plaza en la que había

concentrada tanta gente, toda ella dispuesta a llegar a la

montaña; me refiero a aquella plaza de tan colosales

proporciones que terminaba en un paso estrecho y difícil

entre dos rocas. El que lo atravesaba, apenas había salido

a la otra parte, debía pasar un puente bastante largo, muy

estrecho y sin barandilla, debajo del cual se abría un

espantoso abismo.

 

 

—¡Oh! Allá está el camino que conduce al Paraíso —

nos dijimos—; aquel es. ¡Vamos!

 

 

Y nos dirigimos hacia él. Algunos jóvenes comenzaron

a correr dejándonos atrás. Yo hubiera querido que me

esperaran, pero ellos estaban empeñados en llegar antes

que nosotros; mas al llegar al paso estrecho se detuvieron

asustados sin atreverse a seguir adelante. Yo les animaba

incitándoles a pasar:


 

 

 

 

 

 

 

—¡Adelante! ¡Adelante! ¿Qué hacen?


 

 

140


 

 

—Sí, sí —me replicaron—; vengáis Vos y hagáis la

prueba. Nos estremece la idea de tener que pasar por un

lugar tan estrecho y después tener que atravesar el puente;

si diéramos un paso en falso, caeríamos dentro de aquellas

aguas turbulentas encajonadas en el abismo y nadie daría

más con nosotros.

 

 

Pero, finalmente, hubo uno que se decidió a ser el

primero en avanzar, siguiéndole después otro y así, todos

pasamos del lado de allá, encontrándonos al pie de la

montaña.        Dispuestos        a      emprender la               subida        no

encontramos sendero alguno que nos la facilitase, y al

bordear la           falda      nos salieron al              paso     multitud      de

dificultades e impedimentos. Unas veces era una serie de

macizos desordenadamente dispuestos; otras, una roca que

era necesario salvar; ahora un precipicio, ya un seto

espinoso que se oponía a nuestro paso. La subida se ofrecía

cada vez más empinada, por lo que nos dimos cuenta de

que era grande la fatiga que nos aguardaba. A pesar de

ello, no nos desanimamos, comenzando lo escalada con la

mayor valentía. Después de un corto espacio de penosa

ascensión en la que lo mismo nos servíamos de las manos

que      de      los     pies,      ayudándonos         recíprocamente,           los

obstáculos       comenzaron        a desaparecer             y,    al     fin    nos

encontramos ante un sendero practicable por el que

pudimos subir cómodamente.

 

 

Cuando he aquí que llegamos a cierto lugar de la

montaña en el que vimos a numerosa gente que sufría de

manera horrible; grande fue nuestra sorpresa y compasión

al observar tan extraño espectáculo. No les puedo decir lo

que vi, porque les causaría una pena demasiado intensa y,


 

 

 

141

 

por otra parte, no serían capaces de resistir mi descripción.

Nada, pues, les diré sobre esto, prosiguiendo adelante mi

relato.

 

 

Entretanto vimos también a otras numerosas personas

que subían por las laderas de la montaña hasta llegar a la

cumbre, donde eran acogidas por los que las aguardaban

con manifestaciones de júbilo y grandes aplausos. Al mismo

tiempo, oímos una música verdaderamente divina: un

conjunto de voces dulcísimas que modulaban suavísimos

himnos. Esto nos animaba más y más a continuar la subida.

Mientras proseguíamos adelante yo pensaba y le decía a

mis jóvenes:

 

 

—Pero, nosotros que queremos llegar al Paraíso

¿estamos ya muertos? Siempre he oído decir que antes es

necesario ser juzgado. ¿Y nosotros hemos sido juzgados?

 

 

—No —me respondieron—. Nosotros estamos todavía

vivos; aun no hemos sido juzgados. Y reíamos al hacer tales

comentarios.

 

 

—Sea como fuere —volví a decir—; vivos o muertos

prosigamos adelante para poder ver lo que hay allá arriba:

algo habrá.

 

 

Y aceleramos la marcha.

 

 

A fuerza de caminar, llegamos por fin a la cumbre de

la montaña. Los que estaban ya en la cima, se aprestaban a

festejar nuestra llegada, cuando me volví hacia atrás para

comprobar si estaban conmigo todos los jóvenes; pero con

gran dolor pude constatar que me encontraba casi solo. De

todos      mis     compañeros,         sólo tres          o     cuatro habían

permanecido junto a mí.


 

 

142

 

 

 

—¿Y los demás?, —pregunté mientras me detenía

bastante contrariado.

 

 

—¡Oh! —me dijeron—; se han quedado por el camino,

quiénes en una parte, quiénes en otra; pero tal vez lleguen

aquí.

 

 

Miré hacia abajo y los vi esparcidos por la montaña,

entretenidos unos en buscar caracoles entre las piedras;

otros, en hacer ramos de flores silvestres; éstos, en coger

frutas verdes; aquéllos, en perseguir mariposas; algunos, en

perseguir grillos; no faltando quienes se habían sentado a

descansar sobre un matorral bajo la sombra de una planta.

 

 

Entonces comencé a gritar con todas mis fuerzas,

mientras me descoyuntaba los brazos por atraer la atención

de aquellos muchachos, llamándoles al mismo tiempo a

cada uno por su nombre, incitándoles a que se dieran prisa,

pues     no    era     aquel      el     momento      más     oportuno      para

detenerse.

 

 

Algunos atendieron a mis indicaciones, llegando a

ocho los que se juntaron a mí, pero los demás no me

hicieron       caso      y     continuaron ocupados en                   aquellas

bagatelas sin preocuparse de momento por escalar la

cumbre. Yo no quería de ninguna manera llegar al Paraíso

con tan exiguo acompañamiento; por eso, resuelto a ir en

busca de los remisos, dije a los que me acompañaban:

 

 

—Voy a bajar en busca de aquéllos; ustedes quédense

aquí.

 

 

Dicho y hecho. A cuantos encontraba en mi bajada les

ordenaba proseguir hacia arriba. A unos les hacía una


 

 

143

 

advertencia, a otros un amable reproche; a este, le daba

una reprimenda; a aquél, una palmada; al otro, un empujón.


—Sigan


para


arriba,


por caridad


—les decía


afanosamente—; no se detengan con esas bagatelas.

 

 

De esta manera al encontrarme de nuevo al pie de la

montaña ya había avisado a casi todos. Vi a algunos que,

cansados por la fatiga de la ascensión y desanimados por

lo que aún les quedaba por escalar, habían resuelto volver

hacia abajo. Por mi parte, determiné emprender de nuevo

la subida para reunirme con los jóvenes que habían

quedado en la cumbre, pero tropecé con una piedra y me

desperté.

***************************************************************

«Ya tienen hecho el relato del sueño. Sólo deseo de

Vosotros dos cosas. Les vuelvo a repetir que no cuenten

fuera de casa a ninguna persona extraña, nada de cuanto

les he dicho, pues si alguien del mundo oyera estas cosas,

tal vez las tomaría a risa. Yo se las cuento para hacerlos

pasar un rato agradable. Comenten, pues, el sueño entre

Vosotros cuanto quieran, pero deseo que no le den más

importancia que la que se puede dar a los sueños. Además

quieto recomendarles otra cosa y             es, que ninguno venga a

preguntarme si estaba o no estaba, quién era o quién no

era; qué hacía o qué dejaba de hacer, si se hallaba entre

los pocos o entre los muchos, qué lugar ocupaba, etc., etc.;

porque sería repetir la música de este invierno. Al contestar

a tantas preguntas podría ser para algunos más perjudicial

que útil y yo no quiero inquietar las conciencias.

 

 

Solamente les quiero hacer presente que si el sueño no

hubiera sido un sueño, sino una realidad y en verdad

hubiéramos tenido que morir entonces, entre tantos jóvenes

como están aquí reunidos, si nos hubiéramos dirigido al

Paraíso sólo un número insignificante habría llegado a la


 

 

 

144

 

meta. De setecientos o tal vez de ochocientos, quizás tres o

cuatro. Pero, no se alarmen; entendámonos. Les explicaré

esta exorbitante desproporción: Quiero decir que sólo tres

o cuatro habrían llegado directamente al Paraíso sin pasar

algún tiempo por las llamas del Purgatorio. Algunos

permanecerían en esté lugar de expiación algunos minutos,

otros tal vez un día, otros varios días o varias semanas; en

resumen, que casi todos tenían que pasar un período más o

menos largo allí.

 

 

¿Quieren saber qué es lo que hay que hacer para

evitar el Purgatorio? Procuren ganar todos ¡as indulgencias

que puedan. Si practican aquellas devociones a ¡as que van

anexas indulgencias, tras cumplir los requisitos señalados

se entiende; si               ganan       indulgencias        plenarias, irán

directamente al Paraíso».

 

 

[San] Juan Don Bosco no dio de este sueño explicación

alguna personal y práctica a cada uno de ¡os alumnos,

como      en     otras      ocasiones;        haciendo       muy     contadas

reflexiones sobre las distintas escenas presenciadas en el

mismo. No era cosa fácil el hacerlo.

 

 

He aquí las aclaraciones que de este sueño hace Don

Lemoyne como fruto de sus propias reflexiones y sirviéndose

a veces de las mismas palabras de [San] Juan Don Bosco.

 

 

1. --- La colina que [San] Juan Don Bosco encuentra al

principio parece que representa el Oratorio. Prevalece en

ella una vegetación joven. No existen árboles añosos de

tronco alto y grueso. En todas las estaciones se recogen

flores y frutos; lo mismo sucederá en el Oratorio. Este, como

todas las obras de Dios, se mantiene de la beneficencia, de

la cual dice el Eclesiástico en el Capítulo XL, que es como

un jardín bendecido por Dios que da preciosos frutos; frutos


 

 

145

 

de inmortalidad, semejante al Paraíso terrenal, entre los

demás árboles estaba el árbol de la vida.

 

 

2. --- El que sube a la montaña es el hombre dichoso

descrito en el Salmo LXXXIII, cuya fortaleza radica toda en

el Señor. A pesar de encontrarse en esta tierra, en este

valle de lágrimas,        ascensiones in corde suo disposuit,  está

dispuesto        a      subir      continuamente         hasta       llegar       al

tabernáculo del Altísimo o sea, al cielo. Y en su compañía

otros muchos. Y el legislador Jesucristo le bendecirá, le

colmará de gracias celestiales, e irá de virtud en virtud y

llegará a ver a Dios en la bienaventurada Sión                           y   será

eternamente feliz.

 

 

3. --- Los lagos son como el compendio de la historia de

la Iglesia. Aquellos miembros innumerables que se veían

descuartizados a las orillas de los mismos, pertenecen a los

perseguidores de la Iglesia, a los herejes, a los cismáticos y

a los cristianos rebeldes.

 

 

De ciertas palabras del sueño se deduce que [San]

Juan Don Bosco había visto algunos acontecimientos

presentes y futuros.

 

 

«A unos cuantos en privado                dice la crónica         al

hablarles el [Santo] de aquel valle vacío que estaba del

lado allá del lago de sangre, les dijo. Ese valle se ha de

llenar especialmente de la sangre de los sacerdotes y

pudiera ser que muy pronto».

 

 

«Estos días      continúa el cronista          [San] Juan      Don

Bosco ha ido a visitar al Cardenal De Angelis. Su Eminencia

le dijo:

 

 

Cuénteme algo que me cause alegría.


 

 

146

 

 

 

—Le   contaré un sueño,          le replicó [San] Juan Don

Bosco—.

 

 

Le escucharé con sumo gusto.

El [Santo] comenzó a narrar lo que anteriormente hemos

descrito       pero con           mayor       número       de      detalles        y

consideraciones; pero al llegar a la descripción del lago de

sangre, el Cardenal se tornó serio y melancólico. Entonces

[San] Juan Don Bosco interrumpió el relato diciendo:

 

 

¡Aquí termino!

 

 

Prosiga, prosiga, le dijo el Cardenal—.

 

 

Basta, ya basta concluyó [San] Juan Don Bosco— y

prosiguió hablando de cosas amenas.

 

 

La escena que representa el paso estrechísimo entre

las dos rocas el puentecillo de madera, símbolo de la Cruz

de Jesucristo, la seguridad de pasar a la otra parte en

quien está sostenido por la fe, el peligro de caer en el

precipicio      al     avanzar sin          rectitud      de     intención,      los

obstáculos de toda suerte hasta llegar al lugar en que el

sendero se hace más practicable; todo esto, si no estamos

en un error, se refiere a las vocaciones religiosas.

 

 

Los que estaban en la plaza debían ser jovencitos

llamados por Dios a servirle en la Sociedad Salesiana. En

efecto, se hace constar que la gente que estaba esperando

el momento de entrar por el sendero que conducía al

Paraíso, estaba contenta, parecía feliz y se divertía:

características todas aplicables de una manera, especial a

la juventud. Añadamos que al subir la montaña, unos se

detenían y otros volvían atrás. ¿No representa esto el


 

 

147

 

enfriamiento en la propia vocación? [San] Juan Don Bosco

dio a          esta      parte       del      sueño      un      significado       que

indirectamente podía aplicarse a la vocación, pero no creyó

oportuno hablar más explícitamente de ello.

 

 

5. --- En la montaña, apenas vencidos los obstáculos

que se ofrecieron en su falda, el siervo de Dios vio una

multitud víctima del sufrimiento.

«Algunos le preguntaron privadamente               escribe Don

Bonetti— y      él les respondió: Este lugar representa el

Purgatorio. Si tuviese qué hacer una plática sobre dicho

tema, no haría otra cosa que describir lo que vi».

 

 

Añadamos una postrera e importante observación,

aplicable a este sueño y a todos los demás. En estos sueños

o visiones, que así las podemos llamar, entra casi siempre

en escena un personaje misterioso que hace de guía y                       de

intérprete.

 

¿Quién podrá ser?

 

 

He aquí la parte más sorprendente                 y  bella de estos

sueños      que      [San]      Juan      Don     Bosco,     tras      narrarlos,

conservaba en el secreto de su corazón.

 

 
   
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