Don Bosco - Sueños 20 a 26
   
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LA RUEDA DE LA FORTUNA

 

 

SUEÑO 20.—AÑO DE 1856.

 

 

(M. B. Tomo V, págs. 456-457)

 

 

«Don Boscoescribe [Beato] Miguel Rúa— estuvo

dotado en alto grado del don de profecía. Las predicciones

hechas por él sobre cosas futuras libres y contingentes que

llegaron a realizarse, son tan variadas y numerosas que

hacen suponer que el don profético fue en él una cosa


habitual.        Frecuentemente          nos      hablaba de

relacionados con su Oratorio y con su Sociedad.

Entre otros, recuerdo el siguiente:


sueños


***************************************************************

Era por el año 1856.

 

 

Soñando —nos dijo— me pareció encontrarme en una

plaza donde vi una gran rueda parecida a la llamada

"rueda de la fortuna". Inmediatamente comprendí que aquel

artefacto representaba el Oratorio, El manubrio de dicha

rueda lo manejaba un personaje que invitándome a que me

acercase me dijo:

 

 

—¡Presta atención!


 

 

 

83

 

 

 

Y así diciendo hizo dar una vuelta a la rueda. Yo sentí

un pequeño ruido que ciertamente no se dejó escuchar más

allá del límite del lugar en que me encontraba de pié. El

personaje me dijo:

 

 

—¿Has visto? ¿Has oído?      /

 

 

—Sí, repliqué; he visto girar la rueda y he oído un

pequeño ruido.

 

 

—¿Sabes qué significa una vuelta de la rueda?

 

 

—No.

 

 

—Significa diez años de existencia de tu Oratorio.

 

 

Y así repitió cuatro veces el movimiento del manubrio y

la misma pregunta.

 

 

Pero a cada vuelta, el ruido aumentaba, de forma que

al producirse por segunda vez creí que se habría oído en

Turín y en todo el Piamonte:

 

 

A la tercera, en Italia; a la cuarta, en Europa, llegando

a    percibirse       en todo         el     mundo     a    la    quinta      vuelta.

Seguidamente el personaje añadió: —Esta será la suerte

del Oratorio.

 

 

Considerando los diferentes estados de la Obra de San

Juan Bosco —continúa [Beato] Miguel Rúa— la vio en el

primer decenio limitada únicamente a la ciudad de Turín;

en el segundo, extendida a las diversas provincias del

Piamonte; en el tercero, se dilata su fama e influencia a las

distintas regiones de Italia; en el cuarto, se extiende por


 

 

84

 

diversas naciones de Europa y, finalmente, en el quinto, es

conocida y requerida su implantación en todas las partes

del mundo».

 

 

MAMA MARGARITA

 

 

SUEÑO 21 .—AÑO DE 1860.

 

 

(M. B. Tomo V, págs. 567-568)

 

 

Era el 25 de noviembre de 1856.

 

 

Aquella mañana los jóvenes del Oratorio, apenas

levantados, se enteraron de la terrible noticia: ¡Mamá

Margarita había muerto! Algunos no lo querían creer. ¡Era

una desgracia que les tocaba tan de lleno! ¿Qué podrían

hacer sin ella?

 

 

San Juan Bosco tenía los ojos enrojecidos. No parecía

el mismo... ¡Cuánto debía haber llorado!

 

 

Un grupo de jovencitos se acercó al buen Padre.

Necesitaba que lo animasen e intentaba animar a los

demás. Muchos de aquellos muchachos lloraban. San Juan

Bosco dijo algunas palabras de consuelo a los que le

rodeaban:

 

 

—¡Hemos perdido a nuestra Madre! Pero estoy seguro

de que ahora nos ayudará desde el Paraíso. ¡Era una santa!

¡Mi madre era una santa!

 

 

«San Juan Bosco abrumado por el dolor después de

los funerales de su madre, se dirigió a su casa, siendo

hospedado por su amigo el canónigo Rosaz, que le había

brindado, en tan doloroso trance, el alivio de su compañía.


 

 

85

 

Pero  no  se  detuvo  con  él  más  que un día, y al regresar a

Turín, continuó rezando fervorosamente y haciendo rezar

mucho por el alma de su madre. De ella hablaba siempre

con afecto filial, haciendo resaltar, tanto en público como

en privado, sus raras virtudes. Dispuso que uno de sus

sacerdotes recogiese los hechos edificantes de su vida y los

publicase en su recuerdo, para edificación de todos.

 

 

En los últimos años de su vida, aun daba muestras el

Santo de lo vivo que se conservaba en su corazón el amor

hacia la madre, pues al evocarla lloraba de emoción y ¡os

que le asistían de noche recordaban que en sus horas de

somnolencia, con frecuencia se le oía llamar a la madre.

 

 

Varias veces la vio en sueños; sueños que quedaron

profundamente grabados en su mente y que a veces nos

solía narrar».

***************************************************************

En el mes de agosto de 1860, le pareció encontrarla

cerca del Santuario de la Consolata, a lo largo de la cerca

del Convento de Santa Ana, en la misma esquina de la

calle, mientras él regresaba al Oratorio. Su aspecto era

bellísimo.

 

 

—¿Cómo? ¿Vos aquí?, —le dijo San Juan Bosco—. Pero

¿no habéis muerto?

 

 

—He muerto, pero vivo —replicó Margarita—.

 

 

—¿Y es feliz?

 

 

—Felicísima.

 

 

San Juan Bosco, después de algunas otras cosas, le

preguntó si había ido al Paraíso inmediatamente después


 

 

86

 

de su muerte. Margarita respondió que no. Después quiso

que le dijese si en el Paraíso estaban algunos jóvenes cuyos


nombres le indicó, respondiendo

afirmativamente.


Margarita


 

 

—Y ahora dígame —continuó San Juan Bosco—, ¿qué es

lo que goza en el Paraíso?

 

 

—Aunque te lo dijese no lo comprenderías.

 

 

—Déme al menos una prueba de su felicidad. Hágame

siquiera saborear una gota de ella.

 

 

Entonces vio         a     su madre toda resplandeciente,

adornada con una preciosa vestidura, con un aspecto de

maravillosa majestad y seguida de un coro numeroso.

Margarita comenzó a cantar. Su canto de amor de Dios, de

una inefable dulzura, inundaba el corazón de dicha

elevándolo suavemente a las alturas. Era una armonía

expresada como por millares y millares de voces que

hacían incontables modulaciones, desde las más graves y

profundas, hasta las más altas y agudas, con una variedad

de tonalidades y vibraciones, desde las más fuertes hasta

las     casi imperceptibles,              combinadas        con un arte y

delicadeza tal               que lograban              formar un            conjunto

maravilloso.

 

 

San     Juan      Bosco,     al     percibir       aquellas        finísimas

melodías, quedó tan embelesado que le pareció estar como

fuera de sí, y ya no supo qué decir ni qué preguntar a su

madre.

 

 

Cuando hubo terminado el canto, Margarita se volvió a

su hijo diciéndole:


 

 

 

87

 

—Te espero en el Paraíso, porque nosotros dos hemos

de estar siempre juntos.

 

 

Proferidas éstas palabras, desapareció.

 

 

LOS PANES

 

 

SUEÑO 22.—AÑO 1857.

(M. B. Tomo V, págs. 723-724)

 

 

He aquí —escribe           Don Lemoyne— lo que nos contaron

en cierta ocasión Don Domingo Bongiovanni, [Beato] Miguel

Rúa y Mons. Cagliero.


 

 


 

«Un día [San] Juan Don Bosco dijo en público que nos


había visto a todos nosotros comiendo, distribuidos en

cuatro grupos distintos. Los jóvenes que integraban cada

grupo tenían en la mano un pan de diferente calidad. Unos

comían un panecillo reciente, fino, sabroso; otros, un pan

ordinario; quienes un pan negro, de salvado, y, por último,

los postreros un pan cubierto de moho y agusanado.

 

 

Los primeros eran los inocentes, los segundos los

buenos; los del pan de salvado, los que se encontraban en

desgracia de Dios, pero que no estaban habitualmente en

pecado, y los del último círculo o grupo, los que, estancados

en el mal, no hacían esfuerzo alguno para cambiar de

vida».

«[San] Juan Don Bosco, después de explicar la causa y

los efectos de tales alimentos, aseguró que recordaba

perfectamente qué clase de pan comía cada uno de

nosotros, añadiendo que          si  íbamos a preguntarle nos diría

particularmente la forma en que nos vio. Muchos, en efecto,

se presentaron a él y el Santo les fue manifestando el lugar


 

 

 

88

 

que ocupaba en el sueño, dando tales observaciones y

detalles sobre el estado de las conciencias de los

demandantes, que todos quedaron persuadidos de que lo

que [San] Juan Don Bosco había visto no era una ilusión, ni

mucho menos una suposición temeraria, sino la mas

completa realidad.

 

 

Los secretos más ocultos, los pecados callados en la

confesión, las intenciones menos rectas al obrar, las

consecuencias de una conducta poco recatada; como las

virtudes, el estado de gracia, la vocación, en suma, todo

cuanto se refería a cada una de las almas de                     sus jóvenes,

quedaba manifiesto y profetizado. Los jóvenes al escucharle

quedaban como fuera de sí por el estupor, y después de sus

entrevistas con el Santo, exclamaban como la Samaritana:

Dixit mihi omnia quaecumque feci.  Estas afirmaciones ¡as

hemos oído repetir mil y mil veces durante años y años».

 

 

Los jóvenes manifestaban a veces a algún compañero

de mayor confianza el aviso o confidencia que San Juan

Bosco les hacía-, pero el Santo jamás descubría estos

secretos a los demás.

 

 

El sueño anteriormente expuesto, que se repitió varias

veces en formas diversas, mientras le ocasionaba alguna

pena al hacerle ver algún espectáculo desagradable, le

ofrecía también la seguridad de que un gran número de sus

jóvenes vivía habitualmente en gracia de Dios.

 

 

LA MARMOTITA

 

 

SUEÑO 23.—AÑO DE 1859.

 

 

(M. B. Tomo VI, pág. 301)


 

 

89

 

Por este tiempo solía San Juan Bosco dirigir todas las

tardes unas palabras a la Comunidad, en forma de

conferencia.

 

 

Un viejo amigo de aquellos tiempos                   escribe Don

Lemoyne nos contaba lo siguiente:

***************************************************************

«Una de las primeras palabras que oí a [San] Juan Don

Bosco en 1859, fue sobre la frecuencia de los Santos

Sacramentos. Los jóvenes recién-llegados de sus casas no

se habituaban a ello. San Juan Bosco entonces les contó un

sueño. Le pareció hallarse cerca de la puerta del Oratorio

observando a los jóvenes a medida que entraban en él.

 

 

Veía el estado de alma en que cada uno se hallaba

delante de Dios.

 

 

Cuando, he aquí que penetró en el patio un hombre

con una cajita metiéndose entre los muchachos. Llegada la

hora señalada para las confesiones, saco de la caja un

marmotita haciéndola bailar. Los jóvenes, en vez de entrar

en la iglesia, formaron un corro a su alrededor, riendo y

aplaudiendo sus dicharachos, mientras el tal se iba

retirando cada vez más de la capilla.

***************************************************************

San Juan Bosco describió en primer término, sin

nombrar a nadie, el estado de la conciencia de algunos

jóvenes; después puso de relieve los esfuerzos e insidias

empleadas por el demonio para distraerlos y apartarlos de

la confesión.

 

 

Hablando de aquel animalito,  el  siervo  de  Dios  hizo

reír     mucho     su    auditorio,      pero     también le          obligó a

reflexionar seriamente sobre las cosas del alma. Tanto más

que, después manifestaba privadamente a los que se lo


 

 

90

 

pedían, lo que ellos creían que nadie sabía. Y todo cuanto

[San] Juan Bosco decía y manifestaba era cierto».

 

 

Este sueño indujo a la mayor parte de los jóvenes a

confesarse con frecuencia, llegando a ser las comuniones

muy nemorosas.

 

 

EL GIGANTE FATAL

SUEÑO 24.—AÑO DE 1859.

 

 

(M. B. Tomo VI, pág. 300)

 

 

En aquellos días —asegura Don Ruffino-—, refiriéndose

a las postrimerías del año anteriormente citado, [San] Juan

Don Bosco parecía más preocupado que de costumbre.

***************************************************************

Santo dijo a algunos de los suyos que había tenido un

sueño en el cual había visto a un hombre de elevada

estatura, el cual, dando vueltas por las calles de Turín,

tocaba con dos de sus dedos el rostro de algunos de los

transeúntes. Los así señalados se tornaban negros y caían

muertos al suelo.

***************************************************************

¿Se trataba quizás de una epidemia moral?

 

 

DOCUMENTOS COMPROMETEDORES

 

 

SUEÑO 25.—AÑO DE 1860.

 

 

(M. B. Tomo VI, págs. 546-547)

 

 

Habiendo escrito desde Lyón una carta a San Juan

Bosco Mons. Fransoni, Arzobispo de Turín, dicha carta no

llegó a su destino.


 

 

91

 

Poco tiempo después, le fue entregada al Santo una

nota del mismo Arzobispo por mediación de un amigo, en la

cual el prelado se lamentaba de que [San] Juan Don Bosco

no    le hubiese           contestado,        añadiendo        que      ya     nada

necesitaba sobre el favor solicitado, pues se había dirigido

a otras personas para hacer llegar a su destino ciertas

instrucciones.

 

 

Sólo algunos años después pudo conocer San Juan

Bosco esta nueva prueba de confianza que le había dado su

prelado.

 

 

Pero ¿cómo se había perdido aquella carta? La habían

reconocido en el Correo, abriéndola y secuestrándola por

orden ministerial.

 

 

San Juan Bosco, como no tenía idea de semejante

carta, estaba tranquilo cuando tres días antes del registro

dictado contra él, en la noche del miércoles al jueves, tuvo

un sueño, que le fue de mucho provecho. He aquí cómo lo

contó él mismo:

***************************************************************

«Me pareció ver entrar en mi habitación una cuadrilla

de salteadores que se adueñaron de mi persona y después

de revisar todas mis cartas y papeles, registraron todos los

armarios y revolvieron todos los escritos.

 

 

Entonces, uno de ellos, con aire bondadoso me dijo: —

¿Por qué no quitó de en medio tal y tal escrito? ¿Le gustaría

que se encontraran aquellas cartas del Arzobispo, que nos

podrían proporcionar serios disgustos a usted y a él? ¿Y

aquellas otras de Roma que ya casi olvidadas están aquí —

e indicaba el sitio— y aquellas otras que están allá? Si las

hubiera hecho desaparecer se habría librado de muchas

molestias».


 

 

92

 

***************************************************************

«Al hacerse de día            continuaba San Juan Bosco

como en plan de broma conté este sueño, que considero

como un engendro de mi fantasía. Mas a pesar de ello,

puse en orden algunas cosas y quité de en medio algunos

escritos, cuya lectura me podía perjudicar.

 

 

Tales escritos eran algunas cartas confidenciales, que

en realidad nada tenían que ver con la política ni con el

gobierno. Pero los enemigos de la Iglesia podían considerar

como delito toda instrucción recibida del Papa o del

Arzobispo sobre el modo de conducirse de los sacerdotes

en ciertas dudas de conciencia.

 

 

Por tanto, cuando comenzaron los registros yo había

trasladado ya a otra parte todo cuanto hubiera podido dar

el menor matiz de relaciones políticas a nuestros asuntos».

 

 

Esta es la causa de la desaparición de ciertas cartas

autógrafas de los primeros tiempos del Oratorio continúa

Don Lemoyne—.     Para este traslado de papeles [San] Juan

Don Bosco hubo de servirse de los jóvenes de su mayor

confianza, los cuales, en su precipitación, no habiendo

entendido bien las órdenes recibidas, quemaron parte de

los escritos, parte los escondieron y             otros ¡os entregaron a

personas de confianza de Turín. Por eso, la mayor parte de

los preciosos documentos que se refieren a las relaciones

con la Sede Apostólica; algunas Cartas de Beato  Pío Pp. IX;

las copias de ¡as cartas de San Juan Bosco a Papa Beato Pio

IX; la correspondencia del 1851 con e¡ Arzobispo de Turín;

las relaciones epistolares con algunos hombres de Estado,

especialmente con los ministros; las Memorias y apuntes

sobre los sueños, que San Juan Bosco solía escribir y

conservar para su consuelo; la narración de gracias

concedidas por la Virgen, de hechos milagrosos y de


 

 

93

 

acciones extraordinarias de los jóvenes, como también

datos de pura curiosidad se perdieron para siempre.

 

 

No hubo tiempo para hacer una juiciosa selección

antes del traslado.

 

 

Varios de estos               documentos        más     antiguos los

conservaba consigo José Buzzetti y, sin pensar en nada

más, los destruyó preocupado únicamente de la seguridad

personal de [San] Juan Don Bosco.

 

 

Se llegó incluso a olvidar el lugar donde fueron

escondidos muchos de estos papeles, y años después fueron

encontrados bajo una viga de la Iglesia de San Francisco de

Sales.

 

 

No debe maravillarnos este lamentable despilfarro,

pues los hechos nos demuestran que tal celeridad en el

obrar fue cosa obligada; y lo que más llamó la atención de

[San] juan Don Bosco, fue que los allanadores buscaron y

hurgaron especialmente, en aquellos sitios en los que antes

habían estado dichas cartas; esto es, en los lugares

indicados en el sueño.

 

 

LAS CATORCE MESAS

 

 

SUEÑO 26.—AÑO DE 1860.

 

 

(M. B. Tomo VI, págs. 708-709)

 

 

El 5 de agosto de 1860 se celebró en el Oratorio con

toda solemnidad la festividad de Nuestra Señora de las

Nieves.

 

 

San Juan Bosco cerró ¡a jornada narrando después de


 

 

 

 

 

 

¡as oraciones de la noche, el siguiente sueño:


 

 

94


***************************************************************

«Se encontraban todos mis jóvenes en un lugar tan

ameno como el más hermoso de los jardines, sentados ante

unas mesas que ascendiendo desde la tierra en forma de

gradas, se elevaban tanto que casi no se divisaban las

últimas. Dichas mesas, largas y espaciosas, eran catorce,

dispuestas en un amplio anfiteatro y divididas en tres

órdenes, sostenido cada uno por una especie de muro en

forma de terraplén.

 

 

En !a parte baja, alrededor de  una  mesa  colocada  en

el suelo desnudo y desprovista de todo adorno y sin vajilla

alguna, vi a cierto número de jóvenes. Estaban tristes;

comían de mala gana y tenían delante de sí un pan

semejante al de munición que le dan a los soldados, pero

tan rancio y lleno de moho que daba asco. Este pan estaba

en el centro de la mesa mezclado con suciedades e

inmundicias.        Aquellos       pobrecitos        estaban como los

animales inmundos en las pocilgas. Yo les quise decir que

arrojasen lejos aquel pan, pero me hube de contentar con

preguntar       por    qué     tenían ante sí              tan     nauseabundo

alimento.

 

 

Me respondieron:

 

 

—Hemos de comer el pan que nosotros mismos nos

hemos preparado, pues no tenemos otro.

 

 

Aquello representaba a los que están en pecado

mortal.

 

 

Dicen los Proverbios en el Capítulo I: "Odiaron la

disciplina y no abrazaron el temor de Dios y no prestaron

atención a mis consejos, y se mofaron de todas mis


 

 

 

95

 

correcciones. Comerán, por tanto, el fruto de sus obras y se

saciarán de sus pensamientos".

 

 

Más a medida que las mesas subían, los jóvenes se

mostraban más alegres y comían un pan de mejor calidad.

Eran los comensales hermosísimos; dotados de una belleza

cada vez más esplendorosa. Las riquísimas mesas a las

cuales estaban sentados, estaban cubiertas de manteles

raramente          trabajados,          sobre       los      cuales        brillaban

candeleros,          ánforas,        tazas, floreros              de un           valor

indescriptible, platos con viandas exquisitas, objetos de un

precio      inestimable.        El número         de     estos      jóvenes era

crecidísimo.

 

 

Representaba aquello a los pecadores convertidos.

 

 

Finalmente, las últimas mesas colocadas en lo más

alto, tenían un pan que no sabría describir. Parecía

amarillo... rojo... y el mismo color del pan era el de los

vestidos y el de la cara de los jóvenes que resplandecía

circundada de una luz suavísima. Estos gozaban de una

alegría extraordinaria                y    cada      uno     procuraba        hacer

partícipe de su gozo al compañero. Por su belleza,

luminosidad y esplendor superaban en mucho a cuantos

ocupaban puestos inferiores.

 

 

Esto representaba el estado de inocencia.

 

 

De los inocentes y de los convertidos afirma el Espíritu

Santo en el Capítulo I de los Proverbios: "El que me escucha

gozará de un sereno reposo, vivirá en la abundancia, libre

del temor de los malos".

 

 

Pero lo más sorprendente es que reconocí a todos

aquellos jóvenes, desde el primero al último, de forma que


 

 

96

 

al ver ahora a cada uno de ellos me parece contemplarlo

allá sentado en su sitio de la mesa que le correspondía.

Mientras       no     podía       ocultar mi           maravilla ante tal

espectáculo, imposible de comprender, vi a un hombre allá

a lo lejos.

 

 

Corrí a hacerle algunas preguntas, pero tropecé con

algo y me desperté, encontrándome en el lecho.

***************************************************************

Vosotros me habéis pedido que les contara el sueño y

yo os he complacido, pero al mismo tiempo les recomiendo

que no le hagan más caso que el que los sueños se

merecen.

 

 

Al día siguiente, San Juan Bosco indicó a cada uno el

lugar que ocupaba en las mesas. Al hacerlo comenzaron a

contar desde la más alta hasta llegar a la más baja.

 

 

Se le preguntó si uno podía subir de una mesa inferior

a otra superior. Respondió que sí, menos a aquella que

estaba por encima de todas, pues los                  que   descendían de

ella no podían volver a ocupar más aquel lugar de

privilegio. Era el puesto reservado a los que conservaban la

inocencia bautismal. El número de los éstos era tan exiguo

como grande el de los segundos y terceros.

 

 

Don Domingo Ruffino y Don Juan Turchi que estaban

presentes y que oyeron el relato del sueño, nos legaron

testimonio     del mismo y los nombres de algunos de los que

estaban sentados en la primera mesa.

 

 

Más que agradecidos, consignaremos algunos datos

sobre los dos afortunados testigos y coetáneos de San Juan

Bosco, que nos legaron el texto del sueño que acabamos de

relatar.


 

 

97

 

 

 

Don Domingo Ruffino era natural de Giaveno y fue uno

de los primeros profesos de la Sociedad de San Francisco

de Sales, el 14 de mayo de 1862.

 

 

Según datos que nos ofrecen las Memorias Biográficas,

Don Juan Turchi fue ordenado de sacerdote en 1861,

cantando su primera Misa el 26 de mayo del mismo año.


 
   
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