Don Bosco - Sueños 7 a 13
   
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SACERDOTE Y SASTRE

 

 

SUEÑO 7.—AÑO DE 1836.

 

 

(M. B. Tomo I, págs. 381-382)

 

 

Mientras se entregaba al ejercicio de las más sólidas

virtudes    y a los estudios de la filosofía,  Juan  sentía  crecer

siempre más     y más en su corazón el deseo de dedicarse a


 

 

19

 

los jóvenes que acudían a su alrededor para aprender el

Catecismo    y  ejercitarse en la oración; aprovechando para

ello las ocasiones en que los superiores lo enviaban a la

Catedral para intervenir en las funciones religiosas.

 

 

La divina bondad, que tenía los ojos puestos en él con

amorosos designios, comenzó a manifestarle en forma más

detallada el género de apostolado que había de ejercer en

medio de la juventud.

Así ¡o hizo saber él mismo en el Oratorio, en forma

reservada, a algunos de los suyos, entre los que se

encontraban Don Juan Turchi y Don Domingo Ruffino.

***************************************************************

—¿Quién iba a imaginar —decía— la manera cómo me vi

cuando estudiaba el primer curso de filosofía?

 

 

Y uno de los presentes le preguntó:

 

 

—¿Dónde, en sueño o en la realidad?

 

 

—Eso no hace al caso—replicó Don Bosco.

 

 

Lo cierto es que me vi ya sacerdote, con roquete y

estola y qué así revestido trabajaba en un taller de

sastrería; pero, no haciendo prendas nuevas, sino zurciendo

algunas ropas muy deterioradas y uniendo entre sí una gran

cantidad de pequeñas piezas de paño. De momento no

pude comprender el significado de todo aquello, ni dije

nada a nadie de cuanto había visto, hasta que siendo ya

sacerdote se lo conté a mi consejero Don Cafasso.

***************************************************************

Este sueño     escribe Don Lemoyne        quedó indeleble

en la mente de Don Bosco. Con él se le quiso significar que

su misión no se limitaría simplemente a seleccionar jóvenes

virtuosos ayudándoles a conservarse en la virtud, sino que


 

 

20

 

también habría de reunir a su alrededor a otros jovencitos

descarriados y amenazados por los peligros del mundo, los

cuales, merced a sus cuidados se trocarían en buenos

cristianos, cooperando ellos, después, a la reforma de la

sociedad.

 

 

EL SUEÑO A LOS VEINTIÚN AÑOS

 

 

SUEÑO 8.—AÑO DE 1831.

(M. B. Tomo I. págs. 423-425)

 

 

Hasta llegar al sacerdocio, el clérigo Bosco solía subir

todos los días a la colina que dominaba la viña propiedad

del señor Turco, pasando muchas horas a la sombra de los

árboles que la coronaban.

 

 

En dicho lugar se dedicaba a estudiar las materias que

no     había       podido       ver     durante       el     año      escolástico;

especialmente la            Historia     del     Antiguo      y    del     Nuevo

Testamento de Calmet, la Geografía de los Santos Lugares

y    los rudimentos de la lengua hebrea, consiguiendo

notables        conocimientos        sobre       cada       una      de      estas

disciplinas.

 

 

Aún en el 1884 se recordaba de los estudios hechos

sobre dicha lengua            y   así lo oímos en Roma, con gran

estupor, discutir sobre esta materia con un sacerdote

profesor de hebreo        y  hablar sobre el valor gramatical y              el

significado de ciertas frases de los Profetas, confrontando

varios textos paralelos de diversos libros de la Biblia.

Ocupábase también de la traducción del Nuevo Testamento

del griego      y  de preparar algunos sermones. Previendo la

necesidad que tendría en el futuro de las lenguas

modernas,     se dio en este tiempo al estudio de la lengua

francesa. Después del latín               y   del italiano, profesó una


 

 

21

 

predilección especial a los idiomas hebreo, griego                                   y

francés. Muchas veces le oímos decir:

 

 

Mis estudios los hice en la viña de José Turco, en la

Renenta.

 

 

Y la finalidad que perseguía al estudiar, era hacerse

digno de su vocación, capacitándose para instruir y educar

a la juventud.

En efecto, como un día se acercase a José Turco, con el

cual le unía una estrecha amistad, mientras trabajaba en la

viña, éste comenzó a decirle:

 

 

Ahora eres clérigo y pronto             serás sacerdote. ¿Que

harás entonces?

 

 

Juan le contestó:

 

 

No siento inclinación hacia el cargo de párroco o de

vicario-coadjutor; en cambio me gustaría congregar a mí

alrededor a             muchos       jovencitos       abandonados para

instruirlos y educarlos cristianamente.

***************************************************************

Habiéndose encontrado otro día con el mismo, Juan le

confió que había tenido un sueño en el cual se le indicaba

que al correr de los años se establecería en cierto lugar,

donde recogería un gran número de jovencitos para

instruirlos y orientarlos por el camino de la salvación. Nada

dijo del sitio que le había sido indicado, pero parece ser

que aludiese a cuanto contó por primera vez a sus hijos del

Oratorio en el año de 1858, entre los cuales se hallaban

presentes Cagliero, Rúa, Francesia y otros. Le pareció ver el

valle que se extendía al pie de la granja de Susambrino

convertido en una gran ciudad, por cuyas calles y plazas

discurrían grupos de muchachos alborotando, jugando y


 

 

 

 

 

 

blasfemando.


 

 

22


 

 

Como sentía un gran horror a la blasfemia y estaba

dotado de un carácter un poco vivo e impetuoso, se acercó

a aquellos muchachos echándoles en cara su proceder y

amenazándoles con pasar a los hechos si no cesaban de

proferir blasfemias. Y como en efecto, aquellos jovenzuelos

prosiguiesen en sus insultos contra Dios y contra la

Santísima Virgen, Juan comenzó a golpearlos. Más ellos

reaccionaron y arrojándose sobre él lo abrumaron a

pescozones y puñetazos. Juan entonces se dio a la fuga;

pero al punto le salió al encuentro un Personaje, que le

intimó a que se detuviese, ordenándole que volviese entre

aquellos rapazuelos y les persuadiese de que fuesen

buenos y evitasen el mal. Hizo después referencia a los

golpes que había recibido, objetando que si volvía entre

aquellos       muchachos       tal vez        le sucediera           algo peor.

Entonces el Personaje le presentó a una nobilísima Señora,

que en aquellos momentos se acercaba hacia ellos, y le

dijo:

 

 

—Esta es mi Madre; aconséjate con Ella.

 

 

La  Señora,  fijando  en  él  una mirada llena de bondad,

le habló así:

 

 

—Si quieres ganarte a esos rapazuelos, no debes

hacerles frente con los golpes, sino que los has de tratar

con dulzura y has de usar de la persuasión.

 

 

Y entonces, como en el primer sueño vio a los jóvenes

trasformados en fieras y después en ovejas y corderillos, al

frente de los cuales se, puso como pastor por encargo de

aquella Señora.

***************************************************************


 

 

 

23

 

Este sueño tuvo lugar en las vacaciones del 1838,

cuando Juan acababa de terminar el primer curso de

Teología; contaba, pues, entonces Don Bosco, veintiún años,

por eso a este sueño se le conoce con el nombre de "El

sueño de los veintiún años", no siendo otra cosa que ¡a

confirmación del que había tenido a los nueve años.

Manifestándole así             la Providencia           de      una      manera

superabundante la finalidad y el carácter de su futura

misión.

Don Lemoyne, después de hacer el relato del sueño,

añade estas palabras: "Probablemente fue en esta ocasión

cuando       Don     Bosco     vio     el     Oratorio       con     todas      sus

dependencias, preparadas para acoger a sus muchachos.

 

 

En efecto: Don Bosio, natural de Castagnole, párroco

de Levone Canavés, compañero de Don Bosco en el

Seminario de Chieri, habiendo visitado por primera vez el

Oratorio en 1890, al llegar al patio central del Oratorio                       y

estando rodeado de los miembros del Capítulo Superior de

la Pía Sociedad de San Francisco de Sales, girando la vista

a su alrededor         y  observando el conjunto de los edificios,

exclamó:

 

 

"De todo esto que ahora estoy viendo, nada me resulta

nuevo. Don Bosco, cuando estábamos en el Seminario me lo

describió todo, como si estuviese viendo con sus propios

ojos cuanto describía           y   como yo lo estoy viendo ahora,

comprobando        al    mismo     tiempo la exactitud               de sus

palabras». Y al decir esto se sintió presa de una profunda

emoción al recordar al compañero y al amigo.

 

 

También el teólogo Cinzano aseguraba a Don Joaquín

Berto y a otros sacerdotes, que el joven Bosco le había

asegurado, plenamente convencido de ello, que en el

porvenir tendría a su disposición numerosos sacerdotes,


 

 

24

 

clérigos, jóvenes estudiantes y artesanos y una hermosa

banda de música.

 

 

He aquí las palabras con que cierra Don Lemoyne el

Capítulo XLVII del primer tomo de las Memorias Biográficas:

"Al llegar aquí no podemos por menos de echar una mirada

retrospectiva al progresivo y racional sucederse de los

varios y sorprendentes sueños. A los nueve años se le da a

conocer la grandiosa misión que le será confiada; a los

dieciséis        se le           prometen los medios                   materiales,

indispensables para albergar y               alimentar a innumerables

jovencitos; a los diecinueve, una orden imperiosa le hace

saber que no es libre de aceptar o rechazar la misión que

se le encomienda; a los veintiuno se le manifiesta

claramente la clase de jóvenes de cuyo bien espiritual

deberá cuidarse; a ¡os veintidós se le señala una gran

ciudad, Turín, en la cual deberá iniciar sus apostólicas

tareas       y    sus     funciones.       No finalizando           aquí estas

misteriosas indicaciones, sino que continuarán de una

manera intermitente hasta que la obra de Dios quede

establecida".

 

 

LA PASTORCILLA Y EL REBANO

 

 

SUEÑO 9.—AÑO DE 1844.

 

 

(Tomo II, págs. 243-245. —M. O. Déc. II, págs. 134-136)

 

 

Cuenta Don Bosco en sus Memorias:

 

 

«El segundo domingo de octubre de aquel año de

1884, tenía que comunicar a mis muchachos que el Oratorio

había de ser trasladado a Valdocco. Pero la incertidumbre

del lugar, de las personas, de los medios con que había de

contar me tenían grandemente preocupado. La noche


 

 

25

 

precedente fui a descansar con el corazón lleno de

inquietud. Durante toda ella tuve un sueño que me pareció

como un apéndice del que tuve por primera vez en Becchi

cuando apenas contaba nueve años.

 

 

Mi deseo es exponerlo aquí literalmente».

 

 

«Soñé que me encontraba en medio de una gran

cantidad de lobos, de cabras, cabritos, corderos, ovejas,

cameros, pájaros, perros... Todos al mismo tiempo hacían

un ruido, un estrépito, o mejor dicho, un estruendo

diabólico, capaz de infundir espanto al más animoso. Yo

quise huir, cuando una Señora, admirablemente vestida de

pastorcilla, me indicó que siguiese y acompañase a aquella

extraña       grey,      mientras Ella           iba     delante.        Anduvimos

vagando de un lugar a otro: hicimos tres estaciones o

paradas; en cada una de ellas muchos de aquellos

animales se trocaban en corderos, cuyo número iba

progresivamente en aumento. Después de haber caminado

mucho,  me  encontré  en  un  prado,  en  el  que  aquellas

bestezuelas comenzaron a triscar y a comer al mismo

tiempo, sin que las unas molestasen a las otras.

 

 

Abrumado por el cansancio, quise sentarme al borde

de  un  camino  cercano,  pero  la Pastorcilla me invitó a que

prosiguiese        adelante.        Después      de recorrer un breve

espacio de terreno, me encontré en un amplio patio con un

pórtico alrededor, en cuyo extremo había una iglesia.

Entonces me di cuenta de que las cuatro quintas partes de

aquellos animales se habían convertido en corderos. Su

número se había hecho grandísimo. En aquel momento

llegaron algunos             pastorcillos para            custodiarlos, pero

después de detenerse un poco, se marcharon. Después

sucedió algo maravilloso. Muchos corderos se trocaban en

pastores, que, al crecer en número, cuidaban de los demás.


 

 

26

 

Al aumentar tan considerablemente el número de los

pastores, se dividieron en grupos y marcharon a diversos

lugares, para reunir á otros animales extraños y guiarlos a

distintos rediles.

 

 

Yo quise marcharme porque me parecía que era la

hora de celebrar la Santa Misa, pero la Pastorcilla me

invitó a dirigir la mirada al mediodía. Entonces vi un campo

sembrado de maíz, patatas, repollos, remolachas, lechugas

y otras hortalizas.

 

 

—Mira otra vez, —me dijo la Pastorcilla.

 

 

Y al dirigir mi vista a aquel mismo lugar, vi una

magnífica iglesia.

 

 

Una orquesta y una banda de música instrumental y

una agrupación coral me invitaron a cantar la Misa. En el

interior de aquella iglesia se veía una franja blanca, en la

cual se leía escrito con caracteres cubitales:                          Hic domus

mea, inde gloria mea.

 

 

Continuando el sueño, quise preguntar a la Pastora

dónde me encontraba; qué significaban aquella caminata,

las paradas, la casa, la primera iglesia y la segunda.

 

 

—Todo lo comprenderás —me dijo— cuando con los

ojos materiales veas cuanto has podido apreciar con los

ojos de la mente.

 

 

Pero, pareciéndome que estaba despierto, dije:

 

 

—Yo lo veo todo claramente con mis ojos materiales;

sé adonde voy y lo que hago.


 

 

27

 

En aquel momento sonó la campana del Ángelus de la

iglesia de San Francisco de Asís y me desperté.

***************************************************************

Este sueño me ocupó casi toda la noche; vi durante él

otros muchos detalles. Entonces comprendí poco de su

significado, pues, desconfiando de mí daba poco crédito a

cuanto había visto; pero todo ¡o fui comprendiendo cuando

se impuso la realidad de los hechos.

Las tres paradas indicadas en este sueño representan

el traslado del Oratorio al Refugio de la Marquesa Barolo,

donde se instaló la primera capilla dedicada a San

Francisco de Sales; la marcha de este lugar a San Martín de

los Molinos Dora y, por último, la ida a la Casa Moretta,

alquilada por San Juan Bosco en noviembre del 1845 y

ocupada hasta la primavera del año siguiente.

 

 

El patio con sus pórticos y con la iglesia que vio                 en   el

sueño, son     los del Oratorio instalado ya definitivamente en

el cobertizo Pinardi; nos referirnos a la primera iglesia

contemplada en la visión.

 

 

La segunda iglesia, a laque califica de magnífica, no

es otra que lá de San Francisco de Sales, consagrada el 20

de junio de 1852.

 

 

La frase latina que aparece en el sueño, fue vista por

San Juan Bosco en tres ocasiones y formas distintas.

 

 

La primera en la "magnífica iglesia" del sueño que

acabamos de narrar en la que pudo ver escrito en

caracteres cubitales            «HlC DOMUS MEA, INDE GLORIA

MEA».   La segunda vez le pareció contemplar un mote

parecido en la Capilla Pinardi:               «HAEC EST DOMUS MEA,

INDE GLORIA MEA».    La tercera vez leyó en la fachada de

una casa capaz para dar acogida a varios centenares de


 

 

28

 

jovencitos, casa que aún no existía:                 «HlC NOMEN MEUM,

HINC INDE EXIBIT GLORIA MEA». 

 

 

EL PORVENIR DEL ORATORIO

 

 

SUEÑO 10.--- AÑO DE 1845.

 

 

(M. B. Tomo II, págs. 298-300)

Al presente sueño se le conoce también con el título de

"El sueño de ¡a cinta mágica". He aquí el texto del mismo tal

como nos lo ofrecen las Memorias Biográficas en el tomo y

página anteriormente citados:

***************************************************************

Pareció encontrarme en una gran llanura ocupada por

una inmensa multitud de jóvenes. Unos reñían entre sí, otros

blasfemaban.

 

 

Acá      se robaba,            allá      se     ofendían        las      buenas

costumbres. Una nube de piedras surcaba los aires,

lanzadas por los que hacían guerrillas los unos contra los

otros. Eran, pues, jóvenes corrompidos, abandonados por

sus padres. Yo estaba para alejarme de aquel lugar cuando

vi junto a mí a una Señora que me dijo:

 

 

—Ponte en medio de esos jóvenes y trabaja.

 

 

Yo obedecí, pero ¿qué hacer? No había local alguno

para acogerlos; deseaba hacerles un poco de bien y me

dirigí a algunas personas que me contemplaban desde

lejos y que me habrían podido ayudar muy eficazmente;

pero nadie me hacía caso, ni me quería socorrer. Entonces

me dirigí a aquella Matrona, la cual me dijo:

 

 

—Aquí tienes el local, —y me señaló un prado.


 

 

 

 

 

 

—Pero, esto no es más que un prado —observé yo.

Ella me respondió:


 

 

29


 

 

—Mi Hijo y los Apóstoles no tuvieron un palmo de

terreno donde reclinar la cabeza.

 

 

Comencé, pues,              a      trabajar en             aquel       prado,

amonestando, predicando, confesando, pero comprobé que

con la mayor parte de aquellos jóvenes mis esfuerzos eran

inútiles si no encontraba un lugar cerrado y algunos

edificios para albergarlos; sobre todo para los que habían

sido     abandonados         por     sus     padres y          repudiados        y

despreciados por la sociedad. Entonces aquella Señora me

condujo un poco más hacia el septentrión y me dijo:

 

 

—¡Mira!

 

 

Y al dirigir mi vista hacia el lugar indicado, vi una

iglesia pequeña y baja, un trozo de patio y muchos jóvenes.

Recomencé mi labor. Pero como la iglesia era insuficiente,

recurrí de nuevo a la Señora y Ella me hizo ver un templo

mayor y junto a él una casa. Después, llevándome hacia un

lado, a un trozo de terreno cultivado, casi frente a la

fachada de la segunda iglesia, añadió:

 

 

—En este lugar, donde los Santos Mártires de Turín,

Aventor y Octavio sufrieron el martirio, sobre esta tierra

bañada y santificada ron su sangre, deseo que Dios sea

honrado de un modo especialísimo.

 

 

Y al decir esto, adelantó un pie señalando el lugar

donde dichos santos fueron martirizados, indicándomelo

con toda precisión. Yo quise colocar alguna señal para

recordarlo cuando volviese a aquel lugar, pero no encontré

nada a mi alrededor; ni un palo, ni una piedra; con todo, se


 

 

 

30

 

me     quedó      fijo     en     la     memoria       con     toda      precisión.

Corresponde dicho lugar exactamente al ángulo interno de

la capilla de los Santos Mártires, antes de Santa Ana,

situada al lado del Evangelio en la iglesia de María

Auxiliadora.

 

 

Entretanto me vi rodeado de un número cada vez más

creciente de jovencitos; pero dirigiendo la mirada a aquella

Señora, aumentaban también los medios y el local. Vi

después una grandísima iglesia, precisamente en el lugar

en que me había dicho haber sufrido el martirio los santos

de la Legión Tebea y alrededor de ella numerosos edificios

y un monumento en el centro.

 

 

Mientras sucedían estas cosas, yo siempre en sueños,

vi que me ayudaban en mi labor algunos sacerdotes y

clérigos, que después de estar conmigo algún tiempo, me

abandonaban. Yo procuraba con gran empeño atraérmelos,

pero ellos poco a poco se marchaban dejándome solo.

 

 

Entonces me dirigí a la Señora nuevamente, la cual me

dijo:

 

 

—¿Quieres saber lo que has de hacer para que no te

abandonen? Toma esta cinta y átales con ella la frente.

 

 

Tomé con toda reverencia una cinta blanca de la mano

de la Señora y vi que en ella estaba escrita esta palabra:

OBEDIENCIA.

 

 

Probé a hacer inmediatamente lo que Ella me había

indicado y comencé a atar la cabeza de mis auxiliares

voluntarios con la cinta, comprobando que se producía

seguidamente un efecto maravilloso; efecto que iba en

aumento mientras yo continuaba entregado a la misión que


 

 

31

 

me había sido señalada, pues aquellos sacerdotes y

clérigos desechaban el pensamiento de marcharse a otra

parte, quedándose conmigo ayudándome en mi labor. Así

quedó constituida la Congregación.

 

 

Vi también otras muchas cosas que no es del caso

relatar en estos momentos; baste decir que desde entonces

proseguí la ruta emprendida con seguridad, ya respecto al

Oratorio, ya respecto a la Congregación; bien sobre la

manera de conducirme en mis relaciones con las personas

externas revestidas de alguna autoridad. Las grandes

dificultades que sobrevendrán están todas previstas y

conozco los medios que he de emplear para superarlas. He

visto detalladamente cuanto nos sucederá                             y    prosigo

adelante a plena luz. Después de haber contemplado

iglesias, casas, patios, jóvenes en gran número, clérigos y

sacerdotes que me ayudaban y la manera de llevarlo todo

adelante, comencé a dar a conocer a algunos ciertas cosas

como si ya existiesen, por eso muchos llegaron a creer que

yo había perdido la cabeza.

 

 

Uno de los detalles que más llama la atención en este

sueño es el relacionado con el lugar indicado por la

Santísima Virgen como escenario del martirio de ¡os Santos

Adventor y Octavio. Nuestra Señora no menciona a Solutor,

porque parece ser que este santo mártir al ser herido por

una lanza logró escapar, yendo después a morir a Ivrea.

 

 

Sobre esta circunstancia de la designación del sitio

preciso en que sufrieron el martirio Adventor y Octavio, San

Juan Bosco dejó consignado lo siguiente: «Jamás quise

contar este sueño a nadie y mucho menos dar a conocer mi

fundada opinión sobre el lugar exacto del glorioso martirio

de Adventor y Octavio».


 

 

32

 

«Más tarde, en 1865, sugerí al Canónigo Gastaldi la

idea de que escribiese las vidas de los tres santos mártires

de la Legión Tebea e hiciese indagaciones para encontrar

el lugar preciso de su martirio, sirviéndose de los datos

suministrados por la historia, la tradición y la topografía. El

docto eclesiástico aceptó la idea; redactó y dio a la

imprenta unas memorias sobre el martirio de los intrépidos

confesores de la fe, sacando como conclusión de su

documentado estudio que se ignoraba el lugar preciso del

mismo, pero que se sabía con toda certeza que se habían

refugiado fuera de la ciudad, cerca del río Dora y que

fueron descubiertos y sacrificados por sus perseguidores en

las proximidades del lugar en que se habían escondido.

 

 

El gran trecho existente entre los muros de la ciudad y

el río Dora, hacia el occidente del barrio de este nombre,

fue conocido en la antigüedad con la denominación latina

de   Vallis  o Vallum occisorum,  que se transformó con el

tiempo en Val d'occo, aludiendo quizá a los mártires allí

sacrificados.

 

 

Según el Canónigo Gastaldi, teniendo a la vista la

topografía de la ciudad de Turín, el Oratorio de San

Francisco de Sales se levanta precisamente en el lugar

bendito regado con la sangre de los confesores de Cristo».

 

 

San Juan Bosco se alegró mucho de esta opinión que

venía     a    confirmar      cuanto      había visto         en     el     sueño;

profesando desde entonces una gran devoción a los santos

mártires. Todos ¡os años, en la festividad de San Mauricio,

incorporando el nombre y la gloria del jefe al de los

componentes de la Legión Tebea y de una manera especial

a sus tres esclarecidos soldados, Adventor, Solutor y

Octavio, quiso que se celebrase dicha festividad con

solemnes actos religiosos.


 

 

 

 

 

 

 

LOS MÁRTIRES DE TURIN

 

 

SUEÑO 11 .—AÑO DE 1845.

 

 

(M. B. Tomo I!, págs. 342-343)


 

 

33


 

 

Un nuevo sueño había de ilustrar la mente de San Juan

Bpsco sobre el fin glorioso de los esclarecidos mártires de

Turín, Adventor, Octavio y Solutor, cuyo martirio había

tenido como escenario, según lo indicara la Señora de sus

pensamientos,         el     mismo      lugar      en      que      sus     obras

comenzaban a incrementarse prodigiosamente.

 

 

He aquí lo que nos dice Lemoyne, que recogió el relato

de labios del Santo:

***************************************************************

Le pareció encontrarse en el extremo septentrional del

Rondó o Círculo Valdocco y dirigiendo la mirada hacia el

Dora, entre los esbeltos árboles que en aquel tiempo

adornaban,        perfectamente          alineados,        la     avenida       hoy

denominada Regina Margherita, vio hacia la parte baja, a

una distancia de unos setenta metros de la contigua calle

Cottolengo, en un campo sembrado de patatas, maíz,


fréjoles


y


repollos,


a


tres bellísimos


jóvenes


resplandecientes de luz. Estaban a pie firme en el mismo

espacio que le había sido indicado en el sueño precedente,

como  teatro  de  su  glorioso  martirio. Los tres le invitaron a

bajar y a unirse a ellos. San Juan Bosco se apresuró a

hacerlo, y cuando, estuvo en su compañía le condujeron

amablemente hasta el extremo del lugar en el que ahora se

eleva la majestuosa iglesia de María Auxiliadora. El Santo,

después de recorrer un breve espacio, yendo de maravilla

en maravilla, se encontró en presencia de una Matrona

magníficamente ataviada y de una indecible hermosura, de


 

 

 

34

 

extraordinario esplendor y majestad, junto a la cual se veía

un venerable senado de ancianos con aspecto de príncipes.

A Ella como a Reina formábanle cortejo innumerables

personajes de una belleza y de una gracia deslumbradoras.

La Matrona, que había aparecido en el lugar que hoy ocupa

el altar mayor de la iglesia grande, invitó a San Juan Bosco

a que se le acercara. Cuando lo tuvo junto a sí, le manifestó

que aquellos tres jóvenes que le habían conducido a su

presencia, eran los Mártires Solutor, Adventor y Octavio, y

con esto parecía quererle indicar que ellos serían los

patronos especiales de aquel lugar.

 

 

Después,       con      una      encantadora          sonrisa       y     con

afectuosas palabras lo animó a que no abandonara a sus

jóvenes y a proseguir cada vez con mayor entusiasmo la

obra emprendida; le anunció que encontraría obstáculos al

parecer insuperables, pero que todos serían vencidos y

allanados si ponía su confianza en la Madre de Dios y en su

Divino Hijo.

 

 

Finalmente le mostró a poca distancia una casa, que

realmente existía y que después supo ser propiedad de un

tal señor Pinardi, y una pequeña iglesia en el sitio preciso

en el que ahora se encuentra la de San Francisco de Sales

con los edificios anexos. Levantando la diestra, la Señora

exclamó con voz inefablemente armoniosa: «HAEC EST

DOMUS MEA: INDE GLORIA MEA».

 

 

Al oír estas palabras, San Juan Bosco se sintió tan

emocionado que se estremeció y entonces la figura de la

Virgen, que tal era aquella Señora y toda aquella visión

desapareció como la niebla en presencia del sol. El, entre

tanto, confiado en la bondad y en la misericordia divina,

renovó a los pies de la Santísima Virgen la consagración de

sí mismo a la obra a la cual había sido llamado.


 

 

35

 

***************************************************************

A la mañana siguiente, muy contento por el sueño que

había tenido ¡a noche anterior, Don Bosco se apresuró a

visitar la casa que la Virgen le había indicado.

 

 

Al salir de su habitación dijo al teólogo Borel:

 

 

Voy a ver una casa a propósito para nuestro

Oratorio.

 

 

Pero, cual no sería su sorpresa cuando, al ¡legar al

lugar indicado, en vez de encontrar una casa con una

iglesia, halló una morada de gente de mala vida.

 

 

Al regresar al Refugio y habiendo sido interrogado por

el mismo teólogo, sin más explicación, le dijo que la casa

sobre la cual había fundado sus proyectos, no le servía para

el fin propuesto.

 

En otro sueño recibió de la Virgen la explicación, y el

sitio le sirvió.

 

 

SUERTE DE DOS JÓVENES QUE ABANDONAN EL

ORATORIO

 

 

SUEÑO 12.—AÑO DE 1846.

 

 

(M. B. Tomo II, pág. 511)

 

 

Ante los peligros y pérdidas de las almas y frente a la

ofensa de Dios, San Juan Bosco nunca pudo permanecer

indiferente.

***************************************************************

En aquellos días San Juan Bosco tuvo un sueño que le

causó un dolor profundo. Vio a dos jovencitos, a los cuales


 

 

36

 

conocía, saliendo de Turín para dirigirse a Becchi; pero

cuando llegaron al puente del Po se les echó encima una

bestia      de     aspecto       feroz. Esta,         después       de haberlos

embadurnado         con     su baba, los arrojó                   al     suelo      y

revoleándolos largo tiempo en el fango los dejó recubiertos

de tal suciedad que sólo el mirarlos causaba náuseas.

***************************************************************

San Juan Bosco narró este sueño a algunos de los que

estaban con él, diciendo los nombres de los dos jóvenes que

había visto en el mismo; y los hechos demostraron que no se

trataba de         mera fantasía, pues aquellos dos infelices,

después de abandonar el Oratorio se dieron a toda clase

de desórdenes.

 

 

Testigo del relato de este sueño fue el fiel Buzzetti, una

de las primeras figuras del Oratorio a pesar de su condición

de coadjutor, vocación que siguió por imposición de los

hechos.

 

Nacido       en      Caronno       Ghiringhelio,        provincia       de

Lombardia, el 7 de febrero de 1832, vivió con San Juan

Bosco hasta la edad de cincuenta                 y  nueve años, en que

murió en el Oratorio un 13 de julio.

 

 

Fue uno de los cuatro escogidos por el Santo para

fundar la Congregación Salesiana, recibiendo el hábito

talar el día de la Purificación de Nuestra Señora de 1851,

fecha en la que en el Oratorio se celebraba también ¡a

fiesta de San Francisco de Sales.

 

 

En marzo del año siguiente, como consecuencia de un

accidente pirotécnico, perdió el dedo índice de la mano

izquierda, accidente que le obligó a dejar la sotana.

Continuó viviendo con San Juan Bosco                y  durante muchos

años, debido a su gran delicadeza de conciencia, no se


 

 

37

 

atrevió a profesar, hasta que en 1878, dio definitivamente

su nombre a la Congregación.

 

 

ENTREVISTA CON COMOLLO Y PRECIO DE UN CÁLIZ

 

 

SUEÑO 13.—AÑO DE 1847.

 

 

(M. B. Tomo III, págs. 30-31)

Luis Comollo fue compañero de San Juan Bosco en el

Seminario de Chieri; joven de raras virtudes, pronto entabló

estrecha amistad con el Santo.

 

 

Luis era el monitor de Juan y viceversa. Amistad pura,

desinteresada, de noble, de verdadera emulación. De salud

enfermiza, Comollo ¡legó a desmejorar visiblemente y

acentuándose el mal, murió santamente el 2 de abril de

1839. Esto afligió profundamente el corazón sensibilísimo

de Juan, causándole al mismo tiempo graves trastornos en

la salud.

 

 

Los dos amigos        y   émulos en la virtud, discurrieron


sobre       cosas       espirituales,


llegaron     a      prometerse


recíprocamente,  entre              broma     y   serio, el comunicarse

después de la muerte la suerte corrida al pasar los

umbrales de la eternidad; promesa que conocían muchos

otros de sus compañeros.

 

 

Y precisamente la noche del 3 al 4 de abril o la

inmediata siguiente al sepelio de Comollo, hacia la

madrugada,       y   cuando todos dormían, oyóse un estruendo

formidable en el dormitorio de Juan, mientras una luz

vivísima avanzaba hacia su cama y una voz le decía clara y

distintamente:

 

 

—¡Bosco, Bosco, me he salvado!         Cesó seguidamente el


 

 

 

 

 

 

 

ruido y poco a poco desapareció la luz.


 

 

38


 

 

Juan, incorporado en el lecho                  y   sobrecogido ante

aquella visión, distinguió perfectamente la voz de su amigo,

quien había venido a cumplir ¡a palabra empeñada.

 

 

Los seminaristas que ocupaban las camas inmediatas,

también lo oyeron.

Los más, aterrados, saltaron del lecho y agrupados en

torno al vigilante pasaron levantados el resto de la noche,

no faltando quienes fueron a refugiarse a la Capilla.

 

 

El hecho produjo el consiguiente revuelo, pero todo

sirvió para poner de relieve la recia personalidad del

seminarista de Becchi.

 

 

Este llevó, sin embargo, la peor parte, pues el

acontecimiento le costó una enfermedad larga                     y  penosa.

Después, amaestrado por esta experiencia, solía aconsejar

que no se hicieran tales pactos; pues no es fácil a la

flaqueza        humana        soportar        ¡as      relaciones        con      lo

sobrenatural.

 

 

Al producirse, pues, el sueño que vamos a exponer a

continuación y en el que aparece nuevamente Luis Comollo,

habían pasado ya más de seis años de la muerte de éste.

 

 

He aquí lo que narra Don Lemoyne:

 

 

«La habitación ocupada por San Juan Bosco fue

siempre considerada por los jóvenes como el santuario de

las más bellas virtudes; como un tabernáculo en el cual la

Santísima Virgen se complacía en manifestarle la voluntad

divina; como un vestíbulo que ponía al Oratorio en

comunicación con ¡as regiones celestes. Y cuantos se


 

 

 

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personaban en ella, no podían por menos de experimentar

un sentimiento de profunda reverencia.

 

 

Mamá Margarita no pensaba diversamente. Ella

misma había trasladado su propio lecho a la habitación

más próxima a la de su hijo. Estaba persuadida, pues así se

lo habían demostrado algunos detalles, de que su hijo

pasaba en oración gran parte de la noche y de                           que en

aquellos días sucedía algo sorprendente que ella no se

sabía explicar.

 

 

En efecto: Margarita contaba al joven Santiago Bellia

que en cierta ocasión, algunas horas antes del amanecer,

había oído hablar a [San] Juan Bosco en su habitación.

Unas veces parecía que contestase a las preguntas que se

le hacían     y  otras, que respondía a su interlocutor. A pesar

de la atención de la buena mujer, no pudo entender ni una

sola palabra de aquel extraño diálogo. Por la mañana,

aunque tenía la seguridad de que nadie podía entrar en la

habitación de [San] Juan Bosco sin que ella lo notase,

preguntó a su hijo con quién había estado hablando. Este le

contestó:

 

 

He hablado con Luis Comollo.

 

 

Pero     Comollo     hace años que              murió,     replicó

Margarita.

 

 

—Y con todo, es así. He hablado con él.

 

 

San Juan Bosco no añadió explicación alguna, dando

muestras de que una gran idea le preocupaba. Encendido

el rostro como una brasa y con los ojos extraordinariamente

brillantes, fue presa de una emoción que le duró varios

días.


 

 

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El joven Santiago Bellia, que figura en este relato, fue

uno de ¡os afortunados elegidos por San Juan Bosco en 1849

para formar la Congregación Salesiana. Vistió el hábito

clerical de manos del fundador el 2 de febrero de.1851.

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«Poco tiempo después —continúa Don Lemoyne— [San]

Juan Bosco necesitaba un cáliz y no sabía cómo adquirirlo,

pues no disponía de la cantidad necesaria para comprarlo.

Cuando he aquí que una noche le fue indicado en un sueño

que en su baúl había una cantidad suficiente para tal

objeto. A la mañana siguiente fue a Turín para varios

asuntos y mientras caminaba con la mente fija en el sueño

que había tenido la noche precedente, pensaba al mismo

tiempo en la satisfacción que sentiría si aquel sueño se

hubiese trocado en realidad; de forma que se decidió a

volver a casa para registrar el baúl. Al hacerlo, se encontró

en     él     ocho     escudos.       Precisamente         la     cantidad       que

necesitaba para la compra del cáliz. Ningún extraño podía

haber puesto aquella suma allí, porque la casa estaba

siempre cerrada. Su madre no disponía  de  dinero  como

para      proporcionarle         semejantes         sorpresas,        quedando

también ella gratamente sorprendida cuando supo lo

sucedido».

 


 
   
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