SACERDOTE Y SASTRE
SUEÑO 7.—AÑO DE 1836.
(M. B. Tomo I, págs. 381-382)
Mientras se entregaba al ejercicio de las más sólidas
virtudes y a los estudios de la filosofía, Juan sentía crecer
siempre más y más en su corazón el deseo de dedicarse a
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los jóvenes que acudían a su alrededor para aprender el
Catecismo y ejercitarse en la oración; aprovechando para
ello las ocasiones en que los superiores lo enviaban a la
Catedral para intervenir en las funciones religiosas.
La divina bondad, que tenía los ojos puestos en él con
amorosos designios, comenzó a manifestarle en forma más
detallada el género de apostolado que había de ejercer en
medio de la juventud.
Así ¡o hizo saber él mismo en el Oratorio, en forma
reservada, a algunos de los suyos, entre los que se
encontraban Don Juan Turchi y Don Domingo Ruffino.
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—¿Quién iba a imaginar —decía— la manera cómo me vi
cuando estudiaba el primer curso de filosofía?
Y uno de los presentes le preguntó:
—¿Dónde, en sueño o en la realidad?
—Eso no hace al caso—replicó Don Bosco.
Lo cierto es que me vi ya sacerdote, con roquete y
estola y qué así revestido trabajaba en un taller de
sastrería; pero, no haciendo prendas nuevas, sino zurciendo
algunas ropas muy deterioradas y uniendo entre sí una gran
cantidad de pequeñas piezas de paño. De momento no
pude comprender el significado de todo aquello, ni dije
nada a nadie de cuanto había visto, hasta que siendo ya
sacerdote se lo conté a mi consejero Don Cafasso.
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Este sueño —escribe Don Lemoyne— quedó indeleble
en la mente de Don Bosco. Con él se le quiso significar que
su misión no se limitaría simplemente a seleccionar jóvenes
virtuosos ayudándoles a conservarse en la virtud, sino que
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también habría de reunir a su alrededor a otros jovencitos
descarriados y amenazados por los peligros del mundo, los
cuales, merced a sus cuidados se trocarían en buenos
cristianos, cooperando ellos, después, a la reforma de la
sociedad.
EL SUEÑO A LOS VEINTIÚN AÑOS
SUEÑO 8.—AÑO DE 1831.
(M. B. Tomo I. págs. 423-425)
Hasta llegar al sacerdocio, el clérigo Bosco solía subir
todos los días a la colina que dominaba la viña propiedad
del señor Turco, pasando muchas horas a la sombra de los
árboles que la coronaban.
En dicho lugar se dedicaba a estudiar las materias que
no había podido ver durante el año escolástico;
especialmente la Historia del Antiguo y del Nuevo
Testamento de Calmet, la Geografía de los Santos Lugares
y los rudimentos de la lengua hebrea, consiguiendo
notables conocimientos sobre cada una de estas
disciplinas.
Aún en el 1884 se recordaba de los estudios hechos
sobre dicha lengua y así lo oímos en Roma, con gran
estupor, discutir sobre esta materia con un sacerdote
profesor de hebreo y hablar sobre el valor gramatical y el
significado de ciertas frases de los Profetas, confrontando
varios textos paralelos de diversos libros de la Biblia.
Ocupábase también de la traducción del Nuevo Testamento
del griego y de preparar algunos sermones. Previendo la
necesidad que tendría en el futuro de las lenguas
modernas, se dio en este tiempo al estudio de la lengua
francesa. Después del latín y del italiano, profesó una
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predilección especial a los idiomas hebreo, griego y
francés. Muchas veces le oímos decir:
—Mis estudios los hice en la viña de José Turco, en la
Renenta.
Y la finalidad que perseguía al estudiar, era hacerse
digno de su vocación, capacitándose para instruir y educar
a la juventud.
En efecto, como un día se acercase a José Turco, con el
cual le unía una estrecha amistad, mientras trabajaba en la
viña, éste comenzó a decirle:
—Ahora eres clérigo y pronto serás sacerdote. ¿Que
harás entonces?
Juan le contestó:
—No siento inclinación hacia el cargo de párroco o de
vicario-coadjutor; en cambio me gustaría congregar a mí
alrededor a muchos jovencitos abandonados para
instruirlos y educarlos cristianamente.
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Habiéndose encontrado otro día con el mismo, Juan le
confió que había tenido un sueño en el cual se le indicaba
que al correr de los años se establecería en cierto lugar,
donde recogería un gran número de jovencitos para
instruirlos y orientarlos por el camino de la salvación. Nada
dijo del sitio que le había sido indicado, pero parece ser
que aludiese a cuanto contó por primera vez a sus hijos del
Oratorio en el año de 1858, entre los cuales se hallaban
presentes Cagliero, Rúa, Francesia y otros. Le pareció ver el
valle que se extendía al pie de la granja de Susambrino
convertido en una gran ciudad, por cuyas calles y plazas
discurrían grupos de muchachos alborotando, jugando y
Como sentía un gran horror a la blasfemia y estaba
dotado de un carácter un poco vivo e impetuoso, se acercó
a aquellos muchachos echándoles en cara su proceder y
amenazándoles con pasar a los hechos si no cesaban de
proferir blasfemias. Y como en efecto, aquellos jovenzuelos
prosiguiesen en sus insultos contra Dios y contra la
Santísima Virgen, Juan comenzó a golpearlos. Más ellos
reaccionaron y arrojándose sobre él lo abrumaron a
pescozones y puñetazos. Juan entonces se dio a la fuga;
pero al punto le salió al encuentro un Personaje, que le
intimó a que se detuviese, ordenándole que volviese entre
aquellos rapazuelos y les persuadiese de que fuesen
buenos y evitasen el mal. Hizo después referencia a los
golpes que había recibido, objetando que si volvía entre
aquellos muchachos tal vez le sucediera algo peor.
Entonces el Personaje le presentó a una nobilísima Señora,
que en aquellos momentos se acercaba hacia ellos, y le
dijo:
—Esta es mi Madre; aconséjate con Ella.
La Señora, fijando en él una mirada llena de bondad,
le habló así:
—Si quieres ganarte a esos rapazuelos, no debes
hacerles frente con los golpes, sino que los has de tratar
con dulzura y has de usar de la persuasión.
Y entonces, como en el primer sueño vio a los jóvenes
trasformados en fieras y después en ovejas y corderillos, al
frente de los cuales se, puso como pastor por encargo de
aquella Señora.
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Este sueño tuvo lugar en las vacaciones del 1838,
cuando Juan acababa de terminar el primer curso de
Teología; contaba, pues, entonces Don Bosco, veintiún años,
por eso a este sueño se le conoce con el nombre de "El
sueño de los veintiún años", no siendo otra cosa que ¡a
confirmación del que había tenido a los nueve años.
Manifestándole así la Providencia de una manera
superabundante la finalidad y el carácter de su futura
misión.
Don Lemoyne, después de hacer el relato del sueño,
añade estas palabras: "Probablemente fue en esta ocasión
cuando Don Bosco vio el Oratorio con todas sus
dependencias, preparadas para acoger a sus muchachos.
En efecto: Don Bosio, natural de Castagnole, párroco
de Levone Canavés, compañero de Don Bosco en el
Seminario de Chieri, habiendo visitado por primera vez el
Oratorio en 1890, al llegar al patio central del Oratorio y
estando rodeado de los miembros del Capítulo Superior de
la Pía Sociedad de San Francisco de Sales, girando la vista
a su alrededor y observando el conjunto de los edificios,
exclamó:
"De todo esto que ahora estoy viendo, nada me resulta
nuevo. Don Bosco, cuando estábamos en el Seminario me lo
describió todo, como si estuviese viendo con sus propios
ojos cuanto describía y como yo lo estoy viendo ahora,
comprobando al mismo tiempo la exactitud de sus
palabras». Y al decir esto se sintió presa de una profunda
emoción al recordar al compañero y al amigo.
También el teólogo Cinzano aseguraba a Don Joaquín
Berto y a otros sacerdotes, que el joven Bosco le había
asegurado, plenamente convencido de ello, que en el
porvenir tendría a su disposición numerosos sacerdotes,
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clérigos, jóvenes estudiantes y artesanos y una hermosa
banda de música.
He aquí las palabras con que cierra Don Lemoyne el
Capítulo XLVII del primer tomo de las Memorias Biográficas:
"Al llegar aquí no podemos por menos de echar una mirada
retrospectiva al progresivo y racional sucederse de los
varios y sorprendentes sueños. A los nueve años se le da a
conocer la grandiosa misión que le será confiada; a los
dieciséis se le prometen los medios materiales,
indispensables para albergar y alimentar a innumerables
jovencitos; a los diecinueve, una orden imperiosa le hace
saber que no es libre de aceptar o rechazar la misión que
se le encomienda; a los veintiuno se le manifiesta
claramente la clase de jóvenes de cuyo bien espiritual
deberá cuidarse; a ¡os veintidós se le señala una gran
ciudad, Turín, en la cual deberá iniciar sus apostólicas
tareas y sus funciones. No finalizando aquí estas
misteriosas indicaciones, sino que continuarán de una
manera intermitente hasta que la obra de Dios quede
establecida".
LA PASTORCILLA Y EL REBANO
SUEÑO 9.—AÑO DE 1844.
(Tomo II, págs. 243-245. —M. O. Déc. II, págs. 134-136)
Cuenta Don Bosco en sus Memorias:
«El segundo domingo de octubre de aquel año de
1884, tenía que comunicar a mis muchachos que el Oratorio
había de ser trasladado a Valdocco. Pero la incertidumbre
del lugar, de las personas, de los medios con que había de
contar me tenían grandemente preocupado. La noche
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precedente fui a descansar con el corazón lleno de
inquietud. Durante toda ella tuve un sueño que me pareció
como un apéndice del que tuve por primera vez en Becchi
cuando apenas contaba nueve años.
Mi deseo es exponerlo aquí literalmente».
«Soñé que me encontraba en medio de una gran
cantidad de lobos, de cabras, cabritos, corderos, ovejas,
cameros, pájaros, perros... Todos al mismo tiempo hacían
un ruido, un estrépito, o mejor dicho, un estruendo
diabólico, capaz de infundir espanto al más animoso. Yo
quise huir, cuando una Señora, admirablemente vestida de
pastorcilla, me indicó que siguiese y acompañase a aquella
extraña grey, mientras Ella iba delante. Anduvimos
vagando de un lugar a otro: hicimos tres estaciones o
paradas; en cada una de ellas muchos de aquellos
animales se trocaban en corderos, cuyo número iba
progresivamente en aumento. Después de haber caminado
mucho, me encontré en un prado, en el que aquellas
bestezuelas comenzaron a triscar y a comer al mismo
tiempo, sin que las unas molestasen a las otras.
Abrumado por el cansancio, quise sentarme al borde
de un camino cercano, pero la Pastorcilla me invitó a que
prosiguiese adelante. Después de recorrer un breve
espacio de terreno, me encontré en un amplio patio con un
pórtico alrededor, en cuyo extremo había una iglesia.
Entonces me di cuenta de que las cuatro quintas partes de
aquellos animales se habían convertido en corderos. Su
número se había hecho grandísimo. En aquel momento
llegaron algunos pastorcillos para custodiarlos, pero
después de detenerse un poco, se marcharon. Después
sucedió algo maravilloso. Muchos corderos se trocaban en
pastores, que, al crecer en número, cuidaban de los demás.
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Al aumentar tan considerablemente el número de los
pastores, se dividieron en grupos y marcharon a diversos
lugares, para reunir á otros animales extraños y guiarlos a
distintos rediles.
Yo quise marcharme porque me parecía que era la
hora de celebrar la Santa Misa, pero la Pastorcilla me
invitó a dirigir la mirada al mediodía. Entonces vi un campo
sembrado de maíz, patatas, repollos, remolachas, lechugas
y otras hortalizas.
—Mira otra vez, —me dijo la Pastorcilla.
Y al dirigir mi vista a aquel mismo lugar, vi una
magnífica iglesia.
Una orquesta y una banda de música instrumental y
una agrupación coral me invitaron a cantar la Misa. En el
interior de aquella iglesia se veía una franja blanca, en la
cual se leía escrito con caracteres cubitales: Hic domus
mea, inde gloria mea.
Continuando el sueño, quise preguntar a la Pastora
dónde me encontraba; qué significaban aquella caminata,
las paradas, la casa, la primera iglesia y la segunda.
—Todo lo comprenderás —me dijo— cuando con los
ojos materiales veas cuanto has podido apreciar con los
ojos de la mente.
Pero, pareciéndome que estaba despierto, dije:
—Yo lo veo todo claramente con mis ojos materiales;
sé adonde voy y lo que hago.
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En aquel momento sonó la campana del Ángelus de la
iglesia de San Francisco de Asís y me desperté.
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Este sueño me ocupó casi toda la noche; vi durante él
otros muchos detalles. Entonces comprendí poco de su
significado, pues, desconfiando de mí daba poco crédito a
cuanto había visto; pero todo ¡o fui comprendiendo cuando
se impuso la realidad de los hechos.
Las tres paradas indicadas en este sueño representan
el traslado del Oratorio al Refugio de la Marquesa Barolo,
donde se instaló la primera capilla dedicada a San
Francisco de Sales; la marcha de este lugar a San Martín de
los Molinos Dora y, por último, la ida a la Casa Moretta,
alquilada por San Juan Bosco en noviembre del 1845 y
ocupada hasta la primavera del año siguiente.
El patio con sus pórticos y con la iglesia que vio en el
sueño, son los del Oratorio instalado ya definitivamente en
el cobertizo Pinardi; nos referirnos a la primera iglesia
contemplada en la visión.
La segunda iglesia, a laque califica de magnífica, no
es otra que lá de San Francisco de Sales, consagrada el 20
de junio de 1852.
La frase latina que aparece en el sueño, fue vista por
San Juan Bosco en tres ocasiones y formas distintas.
La primera en la "magnífica iglesia" del sueño que
acabamos de narrar en la que pudo ver escrito en
caracteres cubitales «HlC DOMUS MEA, INDE GLORIA
MEA». La segunda vez le pareció contemplar un mote
parecido en la Capilla Pinardi: «HAEC EST DOMUS MEA,
INDE GLORIA MEA». La tercera vez leyó en la fachada de
una casa capaz para dar acogida a varios centenares de
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jovencitos, casa que aún no existía: «HlC NOMEN MEUM,
HINC INDE EXIBIT GLORIA MEA».
EL PORVENIR DEL ORATORIO
SUEÑO 10.--- AÑO DE 1845.
(M. B. Tomo II, págs. 298-300)
Al presente sueño se le conoce también con el título de
"El sueño de ¡a cinta mágica". He aquí el texto del mismo tal
como nos lo ofrecen las Memorias Biográficas en el tomo y
página anteriormente citados:
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Pareció encontrarme en una gran llanura ocupada por
una inmensa multitud de jóvenes. Unos reñían entre sí, otros
blasfemaban.
Acá se robaba, allá se ofendían las buenas
costumbres. Una nube de piedras surcaba los aires,
lanzadas por los que hacían guerrillas los unos contra los
otros. Eran, pues, jóvenes corrompidos, abandonados por
sus padres. Yo estaba para alejarme de aquel lugar cuando
vi junto a mí a una Señora que me dijo:
—Ponte en medio de esos jóvenes y trabaja.
Yo obedecí, pero ¿qué hacer? No había local alguno
para acogerlos; deseaba hacerles un poco de bien y me
dirigí a algunas personas que me contemplaban desde
lejos y que me habrían podido ayudar muy eficazmente;
pero nadie me hacía caso, ni me quería socorrer. Entonces
me dirigí a aquella Matrona, la cual me dijo:
—Aquí tienes el local, —y me señaló un prado.
—Mi Hijo y los Apóstoles no tuvieron un palmo de
terreno donde reclinar la cabeza.
Comencé, pues, a trabajar en aquel prado,
amonestando, predicando, confesando, pero comprobé que
con la mayor parte de aquellos jóvenes mis esfuerzos eran
inútiles si no encontraba un lugar cerrado y algunos
edificios para albergarlos; sobre todo para los que habían
sido abandonados por sus padres y repudiados y
despreciados por la sociedad. Entonces aquella Señora me
condujo un poco más hacia el septentrión y me dijo:
—¡Mira!
Y al dirigir mi vista hacia el lugar indicado, vi una
iglesia pequeña y baja, un trozo de patio y muchos jóvenes.
Recomencé mi labor. Pero como la iglesia era insuficiente,
recurrí de nuevo a la Señora y Ella me hizo ver un templo
mayor y junto a él una casa. Después, llevándome hacia un
lado, a un trozo de terreno cultivado, casi frente a la
fachada de la segunda iglesia, añadió:
—En este lugar, donde los Santos Mártires de Turín,
Aventor y Octavio sufrieron el martirio, sobre esta tierra
bañada y santificada ron su sangre, deseo que Dios sea
honrado de un modo especialísimo.
Y al decir esto, adelantó un pie señalando el lugar
donde dichos santos fueron martirizados, indicándomelo
con toda precisión. Yo quise colocar alguna señal para
recordarlo cuando volviese a aquel lugar, pero no encontré
nada a mi alrededor; ni un palo, ni una piedra; con todo, se
30
me quedó fijo en la memoria con toda precisión.
Corresponde dicho lugar exactamente al ángulo interno de
la capilla de los Santos Mártires, antes de Santa Ana,
situada al lado del Evangelio en la iglesia de María
Auxiliadora.
Entretanto me vi rodeado de un número cada vez más
creciente de jovencitos; pero dirigiendo la mirada a aquella
Señora, aumentaban también los medios y el local. Vi
después una grandísima iglesia, precisamente en el lugar
en que me había dicho haber sufrido el martirio los santos
de la Legión Tebea y alrededor de ella numerosos edificios
y un monumento en el centro.
Mientras sucedían estas cosas, yo siempre en sueños,
vi que me ayudaban en mi labor algunos sacerdotes y
clérigos, que después de estar conmigo algún tiempo, me
abandonaban. Yo procuraba con gran empeño atraérmelos,
pero ellos poco a poco se marchaban dejándome solo.
Entonces me dirigí a la Señora nuevamente, la cual me
dijo:
—¿Quieres saber lo que has de hacer para que no te
abandonen? Toma esta cinta y átales con ella la frente.
Tomé con toda reverencia una cinta blanca de la mano
de la Señora y vi que en ella estaba escrita esta palabra:
OBEDIENCIA.
Probé a hacer inmediatamente lo que Ella me había
indicado y comencé a atar la cabeza de mis auxiliares
voluntarios con la cinta, comprobando que se producía
seguidamente un efecto maravilloso; efecto que iba en
aumento mientras yo continuaba entregado a la misión que
31
me había sido señalada, pues aquellos sacerdotes y
clérigos desechaban el pensamiento de marcharse a otra
parte, quedándose conmigo ayudándome en mi labor. Así
quedó constituida la Congregación.
Vi también otras muchas cosas que no es del caso
relatar en estos momentos; baste decir que desde entonces
proseguí la ruta emprendida con seguridad, ya respecto al
Oratorio, ya respecto a la Congregación; bien sobre la
manera de conducirme en mis relaciones con las personas
externas revestidas de alguna autoridad. Las grandes
dificultades que sobrevendrán están todas previstas y
conozco los medios que he de emplear para superarlas. He
visto detalladamente cuanto nos sucederá y prosigo
adelante a plena luz. Después de haber contemplado
iglesias, casas, patios, jóvenes en gran número, clérigos y
sacerdotes que me ayudaban y la manera de llevarlo todo
adelante, comencé a dar a conocer a algunos ciertas cosas
como si ya existiesen, por eso muchos llegaron a creer que
yo había perdido la cabeza.
Uno de los detalles que más llama la atención en este
sueño es el relacionado con el lugar indicado por la
Santísima Virgen como escenario del martirio de ¡os Santos
Adventor y Octavio. Nuestra Señora no menciona a Solutor,
porque parece ser que este santo mártir al ser herido por
una lanza logró escapar, yendo después a morir a Ivrea.
Sobre esta circunstancia de la designación del sitio
preciso en que sufrieron el martirio Adventor y Octavio, San
Juan Bosco dejó consignado lo siguiente: «Jamás quise
contar este sueño a nadie y mucho menos dar a conocer mi
fundada opinión sobre el lugar exacto del glorioso martirio
de Adventor y Octavio».
32
«Más tarde, en 1865, sugerí al Canónigo Gastaldi la
idea de que escribiese las vidas de los tres santos mártires
de la Legión Tebea e hiciese indagaciones para encontrar
el lugar preciso de su martirio, sirviéndose de los datos
suministrados por la historia, la tradición y la topografía. El
docto eclesiástico aceptó la idea; redactó y dio a la
imprenta unas memorias sobre el martirio de los intrépidos
confesores de la fe, sacando como conclusión de su
documentado estudio que se ignoraba el lugar preciso del
mismo, pero que se sabía con toda certeza que se habían
refugiado fuera de la ciudad, cerca del río Dora y que
fueron descubiertos y sacrificados por sus perseguidores en
las proximidades del lugar en que se habían escondido.
El gran trecho existente entre los muros de la ciudad y
el río Dora, hacia el occidente del barrio de este nombre,
fue conocido en la antigüedad con la denominación latina
de Vallis o Vallum occisorum, que se transformó con el
tiempo en Val d'occo, aludiendo quizá a los mártires allí
sacrificados.
Según el Canónigo Gastaldi, teniendo a la vista la
topografía de la ciudad de Turín, el Oratorio de San
Francisco de Sales se levanta precisamente en el lugar
bendito regado con la sangre de los confesores de Cristo».
San Juan Bosco se alegró mucho de esta opinión que
venía a confirmar cuanto había visto en el sueño;
profesando desde entonces una gran devoción a los santos
mártires. Todos ¡os años, en la festividad de San Mauricio,
incorporando el nombre y la gloria del jefe al de los
componentes de la Legión Tebea y de una manera especial
a sus tres esclarecidos soldados, Adventor, Solutor y
Octavio, quiso que se celebrase dicha festividad con
solemnes actos religiosos.
Un nuevo sueño había de ilustrar la mente de San Juan
Bpsco sobre el fin glorioso de los esclarecidos mártires de
Turín, Adventor, Octavio y Solutor, cuyo martirio había
tenido como escenario, según lo indicara la Señora de sus
pensamientos, el mismo lugar en que sus obras
comenzaban a incrementarse prodigiosamente.
He aquí lo que nos dice Lemoyne, que recogió el relato
de labios del Santo:
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Le pareció encontrarse en el extremo septentrional del
Rondó o Círculo Valdocco y dirigiendo la mirada hacia el
Dora, entre los esbeltos árboles que en aquel tiempo
adornaban, perfectamente alineados, la avenida hoy
denominada Regina Margherita, vio hacia la parte baja, a
una distancia de unos setenta metros de la contigua calle
Cottolengo, en un campo sembrado de patatas, maíz,
fréjoles
y
repollos,
a
tres bellísimos
jóvenes
resplandecientes de luz. Estaban a pie firme en el mismo
espacio que le había sido indicado en el sueño precedente,
como teatro de su glorioso martirio. Los tres le invitaron a
bajar y a unirse a ellos. San Juan Bosco se apresuró a
hacerlo, y cuando, estuvo en su compañía le condujeron
amablemente hasta el extremo del lugar en el que ahora se
eleva la majestuosa iglesia de María Auxiliadora. El Santo,
después de recorrer un breve espacio, yendo de maravilla
en maravilla, se encontró en presencia de una Matrona
magníficamente ataviada y de una indecible hermosura, de
34
extraordinario esplendor y majestad, junto a la cual se veía
un venerable senado de ancianos con aspecto de príncipes.
A Ella como a Reina formábanle cortejo innumerables
personajes de una belleza y de una gracia deslumbradoras.
La Matrona, que había aparecido en el lugar que hoy ocupa
el altar mayor de la iglesia grande, invitó a San Juan Bosco
a que se le acercara. Cuando lo tuvo junto a sí, le manifestó
que aquellos tres jóvenes que le habían conducido a su
presencia, eran los Mártires Solutor, Adventor y Octavio, y
con esto parecía quererle indicar que ellos serían los
patronos especiales de aquel lugar.
Después, con una encantadora sonrisa y con
afectuosas palabras lo animó a que no abandonara a sus
jóvenes y a proseguir cada vez con mayor entusiasmo la
obra emprendida; le anunció que encontraría obstáculos al
parecer insuperables, pero que todos serían vencidos y
allanados si ponía su confianza en la Madre de Dios y en su
Divino Hijo.
Finalmente le mostró a poca distancia una casa, que
realmente existía y que después supo ser propiedad de un
tal señor Pinardi, y una pequeña iglesia en el sitio preciso
en el que ahora se encuentra la de San Francisco de Sales
con los edificios anexos. Levantando la diestra, la Señora
exclamó con voz inefablemente armoniosa: «HAEC EST
DOMUS MEA: INDE GLORIA MEA».
Al oír estas palabras, San Juan Bosco se sintió tan
emocionado que se estremeció y entonces la figura de la
Virgen, que tal era aquella Señora y toda aquella visión
desapareció como la niebla en presencia del sol. El, entre
tanto, confiado en la bondad y en la misericordia divina,
renovó a los pies de la Santísima Virgen la consagración de
sí mismo a la obra a la cual había sido llamado.
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***************************************************************
A la mañana siguiente, muy contento por el sueño que
había tenido ¡a noche anterior, Don Bosco se apresuró a
visitar la casa que la Virgen le había indicado.
Al salir de su habitación dijo al teólogo Borel:
—Voy a ver una casa a propósito para nuestro
Oratorio.
Pero, cual no sería su sorpresa cuando, al ¡legar al
lugar indicado, en vez de encontrar una casa con una
iglesia, halló una morada de gente de mala vida.
Al regresar al Refugio y habiendo sido interrogado por
el mismo teólogo, sin más explicación, le dijo que la casa
sobre la cual había fundado sus proyectos, no le servía para
el fin propuesto.
En otro sueño recibió de la Virgen la explicación, y el
sitio le sirvió.
SUERTE DE DOS JÓVENES QUE ABANDONAN EL
ORATORIO
SUEÑO 12.—AÑO DE 1846.
(M. B. Tomo II, pág. 511)
Ante los peligros y pérdidas de las almas y frente a la
ofensa de Dios, San Juan Bosco nunca pudo permanecer
indiferente.
***************************************************************
En aquellos días San Juan Bosco tuvo un sueño que le
causó un dolor profundo. Vio a dos jovencitos, a los cuales
36
conocía, saliendo de Turín para dirigirse a Becchi; pero
cuando llegaron al puente del Po se les echó encima una
bestia de aspecto feroz. Esta, después de haberlos
embadurnado con su baba, los arrojó al suelo y
revoleándolos largo tiempo en el fango los dejó recubiertos
de tal suciedad que sólo el mirarlos causaba náuseas.
***************************************************************
San Juan Bosco narró este sueño a algunos de los que
estaban con él, diciendo los nombres de los dos jóvenes que
había visto en el mismo; y los hechos demostraron que no se
trataba de mera fantasía, pues aquellos dos infelices,
después de abandonar el Oratorio se dieron a toda clase
de desórdenes.
Testigo del relato de este sueño fue el fiel Buzzetti, una
de las primeras figuras del Oratorio a pesar de su condición
de coadjutor, vocación que siguió por imposición de los
hechos.
Nacido en Caronno Ghiringhelio, provincia de
Lombardia, el 7 de febrero de 1832, vivió con San Juan
Bosco hasta la edad de cincuenta y nueve años, en que
murió en el Oratorio un 13 de julio.
Fue uno de los cuatro escogidos por el Santo para
fundar la Congregación Salesiana, recibiendo el hábito
talar el día de la Purificación de Nuestra Señora de 1851,
fecha en la que en el Oratorio se celebraba también ¡a
fiesta de San Francisco de Sales.
En marzo del año siguiente, como consecuencia de un
accidente pirotécnico, perdió el dedo índice de la mano
izquierda, accidente que le obligó a dejar la sotana.
Continuó viviendo con San Juan Bosco y durante muchos
años, debido a su gran delicadeza de conciencia, no se
37
atrevió a profesar, hasta que en 1878, dio definitivamente
su nombre a la Congregación.
ENTREVISTA CON COMOLLO Y PRECIO DE UN CÁLIZ
SUEÑO 13.—AÑO DE 1847.
(M. B. Tomo III, págs. 30-31)
Luis Comollo fue compañero de San Juan Bosco en el
Seminario de Chieri; joven de raras virtudes, pronto entabló
estrecha amistad con el Santo.
Luis era el monitor de Juan y viceversa. Amistad pura,
desinteresada, de noble, de verdadera emulación. De salud
enfermiza, Comollo ¡legó a desmejorar visiblemente y
acentuándose el mal, murió santamente el 2 de abril de
1839. Esto afligió profundamente el corazón sensibilísimo
de Juan, causándole al mismo tiempo graves trastornos en
la salud.
Los dos amigos y émulos en la virtud, discurrieron
sobre cosas espirituales,
llegaron a prometerse
recíprocamente, entre broma y serio, el comunicarse
después de la muerte la suerte corrida al pasar los
umbrales de la eternidad; promesa que conocían muchos
otros de sus compañeros.
Y precisamente la noche del 3 al 4 de abril o la
inmediata siguiente al sepelio de Comollo, hacia la
madrugada, y cuando todos dormían, oyóse un estruendo
formidable en el dormitorio de Juan, mientras una luz
vivísima avanzaba hacia su cama y una voz le decía clara y
distintamente:
—¡Bosco, Bosco, me he salvado! Cesó seguidamente el
Juan, incorporado en el lecho y sobrecogido ante
aquella visión, distinguió perfectamente la voz de su amigo,
quien había venido a cumplir ¡a palabra empeñada.
Los seminaristas que ocupaban las camas inmediatas,
también lo oyeron.
Los más, aterrados, saltaron del lecho y agrupados en
torno al vigilante pasaron levantados el resto de la noche,
no faltando quienes fueron a refugiarse a la Capilla.
El hecho produjo el consiguiente revuelo, pero todo
sirvió para poner de relieve la recia personalidad del
seminarista de Becchi.
Este llevó, sin embargo, la peor parte, pues el
acontecimiento le costó una enfermedad larga y penosa.
Después, amaestrado por esta experiencia, solía aconsejar
que no se hicieran tales pactos; pues no es fácil a la
flaqueza humana soportar ¡as relaciones con lo
sobrenatural.
Al producirse, pues, el sueño que vamos a exponer a
continuación y en el que aparece nuevamente Luis Comollo,
habían pasado ya más de seis años de la muerte de éste.
He aquí lo que narra Don Lemoyne:
«La habitación ocupada por San Juan Bosco fue
siempre considerada por los jóvenes como el santuario de
las más bellas virtudes; como un tabernáculo en el cual la
Santísima Virgen se complacía en manifestarle la voluntad
divina; como un vestíbulo que ponía al Oratorio en
comunicación con ¡as regiones celestes. Y cuantos se
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personaban en ella, no podían por menos de experimentar
un sentimiento de profunda reverencia.
Mamá Margarita no pensaba diversamente. Ella
misma había trasladado su propio lecho a la habitación
más próxima a la de su hijo. Estaba persuadida, pues así se
lo habían demostrado algunos detalles, de que su hijo
pasaba en oración gran parte de la noche y de que en
aquellos días sucedía algo sorprendente que ella no se
sabía explicar.
En efecto: Margarita contaba al joven Santiago Bellia
que en cierta ocasión, algunas horas antes del amanecer,
había oído hablar a [San] Juan Bosco en su habitación.
Unas veces parecía que contestase a las preguntas que se
le hacían y otras, que respondía a su interlocutor. A pesar
de la atención de la buena mujer, no pudo entender ni una
sola palabra de aquel extraño diálogo. Por la mañana,
aunque tenía la seguridad de que nadie podía entrar en la
habitación de [San] Juan Bosco sin que ella lo notase,
preguntó a su hijo con quién había estado hablando. Este le
contestó:
—He hablado con Luis Comollo.
—Pero Comollo hace años que murió, —replicó
Margarita.
—Y con todo, es así. He hablado con él.
San Juan Bosco no añadió explicación alguna, dando
muestras de que una gran idea le preocupaba. Encendido
el rostro como una brasa y con los ojos extraordinariamente
brillantes, fue presa de una emoción que le duró varios
días.
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El joven Santiago Bellia, que figura en este relato, fue
uno de ¡os afortunados elegidos por San Juan Bosco en 1849
para formar la Congregación Salesiana. Vistió el hábito
clerical de manos del fundador el 2 de febrero de.1851.
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«Poco tiempo después —continúa Don Lemoyne— [San]
Juan Bosco necesitaba un cáliz y no sabía cómo adquirirlo,
pues no disponía de la cantidad necesaria para comprarlo.
Cuando he aquí que una noche le fue indicado en un sueño
que en su baúl había una cantidad suficiente para tal
objeto. A la mañana siguiente fue a Turín para varios
asuntos y mientras caminaba con la mente fija en el sueño
que había tenido la noche precedente, pensaba al mismo
tiempo en la satisfacción que sentiría si aquel sueño se
hubiese trocado en realidad; de forma que se decidió a
volver a casa para registrar el baúl. Al hacerlo, se encontró
en él ocho escudos. Precisamente la cantidad que
necesitaba para la compra del cáliz. Ningún extraño podía
haber puesto aquella suma allí, porque la casa estaba
siempre cerrada. Su madre no disponía de dinero como
para proporcionarle semejantes sorpresas, quedando
también ella gratamente sorprendida cuando supo lo
sucedido».