LAS DOS CASAS
SUEÑO 31 .—AÑO DE 1861.
(M. B. Tomo VI, pág. 947)
En él mes de mayo de 1861 se hizo una vez más
palpable la protección de María Auxiliadora sobre el
Oratorio.
Carlos Buzzetti estaba ultimando las últimas
construcciones que le habían sido confiadas y llevaba los
trabajos con tal rapidez que, en el mes de noviembre, las
obras estaban terminadas. Con todo, había que dar los
últimos retoques al subterránea que serviría de cantina;
estando en estos trabajos, uno de los arcos cedió. Era pleno
día y los albañiles estaban quitando la armadura del
mismo. Uno de los obreros quedó suspendido en el aire por
un travesaño, pero deslizándose sobre el mismo pudo llegar
al vano de una ventana. Otro quedó sostenido por un trozo
de arco que no llegó a desprenderse. Un tercero estuvo a
punto de ser alcanzado por una viga, pero esta, al caer,
quedó apoyada en el muro a poca distancia del afortunado.
El cuarto quedó sepultado bajo un montón de escombros. Al
oír el ruido producido por el derrumbamiento acudió
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personal de todas partes de la casa. Se temía que uno de
los albañiles estuviese malherido o muerto bajo el peso de
los ladrillos. Con gran inquietud se comenzó el
desescombro. ¡Gracia singular de María! El obrero fue
extraído sin herida grave alguna. Las pocas contusione
sufridas desaparecieron pronto y su salud no sufrió
quebranto alguno.
Según cuenta Anfossi, también [San] Juan Don Bosco al
oír lo ocurrido acudió inmediatamente, pero al encontrarse
con Buzzetti; que venía a comunicarle que no había
sucedido desgracia alguna, sonriendo, según su costumbre,
dijo:
—El demonio ha querido meter el rabo una vez más,
pero ¡adelante!, nada hay que temer.
Algunas noches después de este incidente, [San] Juan
Don Bosco tuvo un sueño que le recordó otro habido en 1856
cuando se derrumbó parte del edificio en construcción.
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Le pareció encontrarse en su habitación preocupado
por aquella catástrofe, cuando vio entrar al Canónigo
Gastaldi, que le dijo:
—No se aflija porque se le haya caído la casa.
[San] Juan Don Bosco lo miró fijamente, extrañado de
aquellas palabras, y el canónigo, después de mirarle a él,
continuó:
—No se aflija porque se le haya caído la casa; surgirán
dos: una para los sanos y otra para los enfermos.
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El [Santo] recordó siempre este sueño y esta promesa,
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persuadido de que con el tiempo se levantaría cerca del
Oratorio una Casa hospital, grande o pequeña, no importa,
provista de todo lo necesario para atender a los salesianos
y a ¡os alumnos enfermos.
Carlos Buzzetti comenzó a frecuentar el Oratorio en
1842, era entonces peón de albañil y con el tiempo llegaría
a ser maestro de obras.
Era natural de Caronno Ghiringhello y en ese mismo
tiempo llevó a su hermano José a Turín para que
aprendiese también el oficio de albañil; pero el muchacho
se aficionó tanto con [San] Juan Don Bosco y a su Oratorio
que, a veces, prefería quedarse con el [Santo] en vez de ir a
pasar los primeros días del invierno con su familia, como
hacían sus hermanos y sus amigos.
El Canónigo Gastaldi nació en Turín e¡ mismo año que
[San] Juan Don Bosco. Habiendo sido elevado a la Sede
Arzobispal de San Máximo a propuesta del [Santo], este
nombramiento fue causa de una de las más dolorosas
pruebas con que la Providencia quiso acrisolar la virtud de
[San] Juan Don Bosco.
Murió el 25 de marzo de 1883.
LOS DOS PINOS
SUEÑO 32.—AÑO DE 1861.
(M. B. Tomo VI, págs. 954-955)
Don Ruffino nos dejó consignado en su Crónica
personal, entre otros, el siguiente sueño:
Por aquellos días —escribe—[San] Juan Don Bosco nos
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Parecióme encontrarme en Castelnuovo, en medio de
unos prados, en compañía de algunos jóvenes esperando
algo con qué obsequiar a [Beato] Pío Pp. IX en su fiesta
onomástica, cuando he aquí que vemos venir por el aire de
la parte de Buttigliera un gran pino de un grosor imponente
y de una altura extraordinaria.
El pino se acercaba a nosotros en posición horizontal,
después se enderezó, adoptando la vertical, osciló y
pareció que iba a caer encima de los que lo
contemplábamos. Asustados, quisimos huir e hicimos la
señal de la cruz, cuando he aquí que soplo un viento
impetuoso que transformó a aquel árbol en un temporal de
relámpagos, truenos, rayos y granizo.
Poco después vimos otro pino menos grueso que el
anterior, avanzando en la misma dirección, y que se
colocaba encima de nosotros; después, siempre en posición
horizontal, comenzó a descender. Nosotros huimos
temiendo ser aplastados, mientras tanto hacíamos la señal
de la cruz. El pino descendió casi a ras del suelo,
permaneciendo suspendido en el aire; sólo sus ramas
tocaban la tierra. Mientras estábamos observándolo, he
aquí que sopló un vientecillio que lo transformó en lluvia.
No comprendiendo el significado de aquel fenómeno, nos
preguntábamos unos a otros:
—¿Qué quiere decir esto?
Y he aquí que uno, a quien no conocía, dijo:
—Haec est pluvia quam dabit Deus tempore suo.
—Hic est pinus ad ornandum locum habitationis meae.
Y me citó el lugar de la Sagrada Escritura en el que se
lee este versículo, pero no lo recuerdo.
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Yo creo que el primer pino era símbolo de las
persecuciones, de las tempestades que caen sobre aquellos
que permanecen fieles a la Iglesia.
El segundo representa a la misma Iglesia, que será
como lluvia fecunda y benéfica para aquellos que le sean
fieles.
El siervo de Dios no añadió más explicación —continúa
Don Lemoyne— y nosotros no vamos a discutir si el sueño
admite o no otro sentido, limitándonos a hacer una
comparación.
El pino de tamaño colosal y de un diámetro
excepcional que se levanta erguido en medio de la tierra
¿no se asemeja al árbol que vio Nabucodonosor y que
describe el profeta San Daniel, cuya altura llegaba al cielo,
tan rico en ramas verdes y frondosas que desde lejos
parecía una floresta? ¿No es símbolo de un poderío
extraordinario, de una actitud de desafío y de rebelión
contra Dios y de una amenaza de exterminio dirigida a sus
siervos? Pero desaparece de la tierra herido por la ira del
Señor: Un viento ardiente e impetuoso seca sus ramas, lo
envuelve en la tempestad y lo consume con el fuego.
El pino segundo, que también era alto y esbelto, pero
no en tanto grado como el anterior, representaba tal vez,
no tanto a la Iglesia en general cuanto a una porción
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elegida de la misma, como sería una congregación
religiosa, por ejemplo, la Sociedad de San Francisco de
Sales. Esto parece indicar el lugar que sirvió de escenario a
este espectáculo. La posición horizontal de este árbol en
contraposición con la vertical del primero, es símbolo de la
humildad, virtud fundamental. El versículo a que alude [San]
Juan Don Bosco es el 13 del capítulo LX de San Isaías:
Gloria Libani ad te veniet, abies et buxus et pinus simul, ad
ornandum locum sanctificationis meae; et locum pedum
meorum glorificabo.
EL PAÑUELO DE LA VIRGEN
SUEÑO 33.—AÑO DE 1861.
(M. B. Tomo VI, págs. 972-975)
En la noche del 18 de junio, [San] Juan Don Bosco contó
a los jóvenes la siguiente historia o sueño, como lo definió
en otra ocasión. Su forma de narrar era siempre tal que
bien pudo decir el clérigo Ruffino al recordarla lo que
Baruch de las visiones de San Jeremías: «Pronunciaba con
la boca estas palabras como si las estuviese leyendo y yo
las escribía en el libro con la tinta» (Baruch XXXVI).
[San] Juan Don Bosco, pues, habló así:
«Era la noche del 14 al 15 de junio. Después que me
hube acostado, apenas había comenzado a dormirme,
siento un gran golpe en la cabecera, algo así como si
alguien diese en ella con un bastón. Me incorporé
rápidamente y me acordé de seguida del rayo; miré hacia
una y otra parte y nada vi. Por eso, persuadido de que
había sido una ilusión y de que nada había de real en todo
aquello, volví a acostarme.
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Pero apenas había comenzado a conciliar el sueño
cuando, he aquí que el ruido de un segundo golpe hiere mis
oídos despertándome de nuevo. Me incorporo otra vez, bajo
del lecho, busco, observo debajo de la cama y de la mesa
de trabajo, escudriño los rincones de la habitación; pero
nada vi.
Entonces, me puse en las manos del Señor, tomé agua
bendita y me volví a acostar. Fue entonces cuando mi
imaginación, yendo de una parte a otra, vio lo que ahora os
voy a contar.
Me pareció encontrarme en el pulpito de nuestra
iglesia dispuesto a comenzar una plática. Los jóvenes
estaban todos sentados en sus sitios con la mirada fija en
mí, esperando con toda atención que yo les hablase. Mas
yo no sabía de qué tema tratar o cómo comenzar el sermón.
Por más esfuerzos de memoria que hacía, esta permanecía
en un estado de completa pasividad. Así estuve por espacio
de un poco de tiempo, confundido y angustiado, no
habiéndome ocurrido cosa semejante en tantos años de
predicación. Mas, he aquí que poco después veo la iglesia
convertida en un gran valle. Yo buscaba con la vista los
muros de la misma y no los veía como tampoco a ningún
joven. Yo estaba fuera de mí por la admiración, sin saberme
explicar aquel cambio de escena.
—Pero ¿qué significa todo esto?, —me dije a mí
mismo—. Hace un momento estaba en el pulpito y ahora me
encuentro en este valle. ¿Es que sueño? ¿Qué hago?
Entonces me decidí a caminar por aquel valle.
Mientras lo recorría busqué a alguien a quien manifestarle
mi extrañeza y pedirle al mismo tiempo alguna explicación.
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Pronto vi ante mí un hermoso palacio con grandes balcones
y amplias terrazas o como se quieran llamar, que formaban
un conjunto admirable. Delante del palacio se extendía una
plaza. En un ángulo de ella, a la derecha, descubrí un gran
número de jóvenes agrupados, los cuales rodeaban a una
Señora que estaba entregando un pañuelo a cada uno de
ellos.
Aquellos jóvenes, después de recibir el pañuelo subían
y se disponían en fila uno detrás de otro en la terraza que
estaba cercada por una balaustrada.
Yo también me acerqué a la Señora y pude oír que en
el momento de entregar los pañuelos, decía a todos y a
cada uno de los jóvenes estas palabras:
—No lo abran cuando sople el viento, y si este los
sorprende mientras lo están extendiendo, vuélvanse
inmediatamente hacia la derecha, nunca a la izquierda.
Yo observaba a todos aquellos jóvenes, pero por el
momento no conocí a ninguno. Terminada la distribución de
los pañuelos, cuando todos los muchachos estuvieron en la
terraza, formaron unos detrás de otros una larga fila,
permaneciendo derechos sin decir una palabra. Yo continué
observando y vi a un joven que comenzaba a sacar su
pañuelo extendiéndolo; después comprobé cómo también
los demás jóvenes iban sacando poco a poco los suyos y los
desdoblaban, hasta que todos tuvieron el pañuelo
extendido. Eran los pañuelos muy anchos, bordados en oro
con unas labores de elevadísimo precio y se leían en ellos
estas palabras, también bordadas en oro: Regina virtutum.
Cuando he aquí que del septentrión, esto es, de la
izquierda, comenzó a soplar suavemente un poco de aire,
que fue arreciando cada vez más hasta convertirse en un
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viento impetuoso. Apenas comenzó a soplar este viento, vi
que algunos jóvenes doblaban el pañuelo y lo guardaban;
otros se volvían del lado derecho. Pero una parte
permaneció impasible con el pañuelo desplegado. Cuando
el viento se hizo más impetuoso comenzó a aparecer y a
extenderse una nube que pronto cubrió todo el cielo.
Seguidamente se desencadenó un furioso temporal,
oyéndose el fragoroso rodar del trueno; después comenzó a
caer granizo, a llover y finalmente a nevar.
Entretanto, muchos jóvenes permanecían con el
pañuelo extendido, y el granizo, cayendo sobre él, lo
agujereaba traspasándolo de parte a parte; el mismo
efecto producía la lluvia, cuyas gotas parecía que tuviesen
punta; el mismo daño causaban los copos de nieve. En un
momento todos aquellos pañuelos quedaron estropeados y
acribillados perdiendo toda su hermosura.
Este hecho despertó en mí tal estupor que no sabía
qué explicación dar a lo que había visto. Lo peor fue que
habiéndome acercado a aquellos jóvenes a los cuales no
había conocido antes, ahora, al mirarlos con mayor
atención, los reconocí a todos distintamente. Eran mis
jóvenes del Oratorio. Aproximándome aún más, les
pregunté:
—¿Qué haces tú aquí? ¿Eres tú fulano?
—Sí, aquí estoy. Mire, también está fulano, y el otro y
el otro.
Fui entonces adonde estaba la Señora que distribuía
los pañuelos; cerca de Ella había algunos hombres a los
cuales dije:
—¿Qué significa todo esto?
—¿No leíste lo que estaba escrito en aquellos
pañuelos?
—Sí: Regina virtutem.
—¿No sabes por qué?
—Sí que lo sé.
—Pues bien, aquéllos jóvenes expusieron la virtud de
la pureza al viento de las tentaciones. Los primeros, apenas
se dieron cuenta del peligro huyeron, son los que guardaron
el pañuelo; otros, sorprendidos y no habiendo tenido tiempo
de guardarlo, se volvieron a la derecha; son los que en el
peligro recurren al Señor volviendo la espalda al enemigo.
Otros, permanecieron con el pañuelo extendido ante el
ímpetu de la tentación que les hizo caer en el pecado.
Ante semejante espectáculo me sentí profundamente
abatido y estaba para dejarme llevar de la desesperación
al comprobar cuan pocos eran los que habían conservado la
bella virtud, cuando prorrumpí en un doloroso llanto.
Después de haberme serenado un tanto, proseguí:
—Pero ¿cómo es que los pañuelos fueron agujereados
no sólo por la tempestad, sino también por la lluvia y por la
nieve? ¿Las gotas de agua y los copos de nieve no indican
acaso los pecados pequeños, o sea, las faltas veniales?
—Pero ¿no sabes que en esto non datur parvitas
materiae? Con todo, no te aflijas tanto, ven a ver.
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Uno de aquellos hombres avanzó entonces hacia el
balcón, hizo una señal con la mano a los jóvenes y gritó:
—¡A la derecha!
Casi todos los muchachos se volvieron a la derecha,
pero algunos no se movieron de su sitio y su pañuelo
terminó por quedar completamente destrozado. Entonces vi
el pañuelo de los que se habían vuelto hacia la derecha
disminuir de tamaño, con zurcidos y remiendos, pero sin
agujero alguno. Con todo, estaban en tan deplorable
estado que daba compasión el verlos; habían perdido su
forma regular. Unos medían tres palmos, otros dos, otros
uno.
La Señora añadió:
—Estos son los que tuvieron la desgracia de perder la
bella virtud, pero remedian sus caídas con la confesión. Los
que no se movieron son los que continúan en pecado y, tal
vez, tal vez, caminan irremediablemente a su perdición.
Al fin, dijo: Nemini dicito, sed tantum ádmone.
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La desgracia a que alude [San] Juan Don Bosco en el
sueño es el rayo que cayó en el dormitorio de San Luis del
Oratorio, en el que descansaban unos sesenta jóvenes
artesanos, en ¡a noche del 15 de mayo de 1851.
LAS DISTRACCIONES DE LA IGLESIA
SUEÑO 34.—AÑO DE 1861.
(M. B. Tomo VI, págs. 1060-1061)
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En la noche del 24 de noviembre de 1861, según refiere
Don Ruffino. [San] Juan Don Bosco contó un sueño o
apólogo, comenzando así:
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Los sueños se tienen durmiendo; por tanto, yo estaba
durmiendo. Mi imaginación me llevó a la iglesia donde
estaban reunidos todos los jóvenes. Comenzó la Misa y he
aquí que vi a muchos criados vestidos de rojo y con cuernos,
esto es, a numerosos diablillos que daban vueltas entre los
jóvenes como ofreciéndoles sus servicios.
A unos le presentaban el trompo; delante de otros la
hacían bailar; a éste le ofrecían un libro, a aquél castañas
asadas. A quién, un plato de ensalada o un baúl abierto en
el que había guardado un trozo de mortadela; a algunos le
sugerían el recuerdo del pueblo natal, a otros les
susurraban al oído las incidencias del último partido de
juego, etcétera, etcétera.
Algunos eran invitados con los hechos a tocar el piano,
los cuales accedían a la invitación; a otros le llevaban el
compás de la música; en suma, cada joven tenía su propio
sirviente que le invitaba a realizar actos ajenos a la iglesia.
Algunos diablillos estaban también encaramados sobre las
espaldas de ciertos jóvenes y se entretenían en acariciarles
y lisarles los cabellos con las manos.
Llegó el momento de la Consagración. Al toque de la
campanilla
todos
los jóvenes
se arrodillaron
desapareciendo los diablillos, a excepción de los que
estaban sóbre los hombros de sus víctimas. Unos y otros
volvieron la cara hacia la puerta de la iglesia sin hacer acto
alguno externo de adoración.
Terminada la Elevación, he aquí que se vuelve a
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repetir la escena anterior, reanudándose los pasatiempos y
volviendo a desempeñar cada criado su papel.
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Si quieren que les dé una explicación de este sueño,
hela aquí: creo que en él están representadas las diversas
distracciones a las que, por sugestión del demonio está
expuesto cada joven en la iglesia. Los que no
desaparecieron en el momento de ¡a Elevación, simboliza a
los jóvenes víctimas del pecado. Estos no necesitan que el
demonio les presente motivos de distracción, porque ya le
pertenecen; por eso, el enemigo les acaricia, lo que quiere
decir que sus víctimas son incapaces de hacer oración.
LOS JUGADORES
SUEÑO 35.—AÑO DE 1862.
(M. B. Tomo Vil, págs. 50-51)
En el Oratorio estaba ordenado que el dinero enviado
por los padres de los alumnos fuese entregado al Prefecto,
el cual lo administraría prudentemente según las
necesidades y deseos de sus dueños respectivos. Medida
muy razonable para evitar numerosos desórdenes.
He aquí lo que leemos en la Crónica de Don Bonetti: El
día 31 de enero, paseaba [San] Juan Don Bosco después del
almuerzo bajo los pórticos, con algunos jóvenes, cuando de
repente se detuvo y llamando al Diácono Juan Cagliero le
dijo en voz baja:
—Oigo sonido de dinero y no sé dónde se está
jugando. Ve y busca a estos tres jóvenes —y les dijo sus
nombres— y los encontrarás jugando.
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—Inmediatamente comencé a hacer lo que me había
sido indicado --- prosigue el mismo Cagliero—, buscando
por una parte y otra, sin lograr localizar a los muchachos
que [San] Juan Don Bosco me había indicado; cuando he
aquí que veo ante mí a uno de los tres.
—¿De dónde vienes? ¿Dónde te habías escondido, pues
hace mucho tiempo que te estoy buscando sin poderte
encontrar?
—Estaba en tal y en tal lugar.
—¿Y qué hacías allí?
—Jugaba a los dados. * —¿Con quién?
—Con N y con R.
—Estabas jugando dinero, ¿verdad?
El joven dijo alguna palabra de excusa sin negar que,
en efecto, había estado jugando dinero.
Entonces me dirigí al lugar que me había indicado, que
era muy escondido, pero no encontré a los otros dos.
Continué buscando y llegué a saber con toda exactitud que
los tales, diez minutos antes, habían estado jugándose
acaloradamente una buena cantidad.
Seguidamente fui a comunicar a [San] Juan Don Bosco
el resultado de mi gestión.
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El [Santo] contó que la noche precedente había visto
durante el sueño a aquellos tres jóvenes jugando
apasionadamente el dinero.