toda aquella gente; y más allá, a poca distancia, un amplio
y magnífico jardín cercado, de abundante sombra y
cubierto de macizos de las más bellas y variadas flores.
La separación entre los que labraban la tierra y los
segadores representaba a los que abrazan el estado
eclesiástico y a los que no siguen esta vocación. Yo, con
todo, no entendía aquel misterio y volviéndome a mi guía,
le dije:
—¿Qué significa esto? ¿Quiénes son los que cavan?
—¿Aún no lo entiendes?, —me replicó)—. Los que cavan
son los que trabajan solamente para sí mismos, esto es, los
que no son llamados al estado eclesiástico sino al laical.
Y entonces comprendí inmediatamente que aquellos
trabajadores eran los artesanos, a los cuales en su estado,
les basta pensar en la salvación de la propia alma, sin que
tengan especial obligación de dedicarse a la de los demás.
—¿Y los segadores que se encuentran en la otra parte
del campo?—, repliqué.
Y pronto supe que eran los llamados al estado
eclesiástico, de forma que ahora sabría decir quién se hará
sacerdote y quién seguirá otra carrera.
Mientras contemplaba yo con verdadera curiosidad
aquel campo de trigo, vi que Provera distribuía las hoces
entre los segadores, lo que significaba que podría llegar a
ser Rector de un Seminario o Director de una Comunidad
religiosa o de una casa de estudios o algo más. Ha de
notarse que no todos los que trabajaban recibían la hoz de
sus manos, ya que los que acudían a él eran solamente los
165
que formarían parte de nuestra Congregación; los demás la
recibían de otros distribuidores que no eran de los nuestros,
lo que quería indicar que estos últimos se harían
sacerdotes, pero para dedicarse al Sagrado Ministerio
fuera del Oratorio. La hoz es símbolo de la palabra de Dios.
Provera no entregaba la hoz inmediatamente a
quienes se la pedían. A algunos les ordenaba que fuesen
antes a comer; y, en efecto, estos iban a tomar un bocado
aquí y allá: símbolo de la piedad y del estudio.
A Santiago Rossi le mandó que fuese a tomar un
bocado. Aquellos a quienes se les daba esta orden se
dirigían a un bosquecillo donde estaba el clérigo Durando
muy ocupado, entre otras cosas, preparando las mesas
para los segadores y dándoles de comer. Esta ocupación
indicaba a los destinados de una manera especial a
promover la devoción al Santísimo Sacramento.
Mateo Calliano era el encargado de dar de beber a
los segadores.
Costamagna segundo se presentó también pidiendo
una hoz, pero Provera lo mandó al jardín por dos flores. Lo
mismo sucedió a Quattróccolo. A Rebuffo se le ordenó que
fuese por tres flores, prometiéndosele, en cambio, que
después se le entregaría la hoz. También estaba allí
Olivero.
Entre tanto los jóvenes se habían desparramado por
entre las espigas. Muchos estaban alineados; otros, delante
de un cantero ancho; algunos, junto a otro más estrecho.
Don Ciattino, párroco de Maretto, segaba con la hoz que le
había entregado Provera. Lo mismo hacían Francesia y
Vibert, Perucati, Merlone, Momo, Garino, Iarach, los cuales
166
habrían de dedicarse a la salvación de las almas mediante
el ministerio de la predicación, si correspondían a su
vocación.
Quiénes segaban más, quiénes menos. Bondioni
trabajaba desesperadamente, pero nada violento puede
ser de mucha duración. Otros manejaban las hoces con
todas sus fuerzas, sin lograr cortar la mies. Vascheti
empuñó una hoz y comenzó a segar hasta que se salió fuera
del campo yéndose a trabajar a otra parte. A otros varios
les sucedió lo mismo. Entre los que segaban había muchos
que no tenían la hoz afilada; a algunas hoces les faltaba la
punta. Algunos las tenían tan gastadas que al querer
emplearlas destrozaban y estropeaban la mies.
A Domingo Ruffino se le encargó de segar un bancal
muy ancho; su hoz cortaba muy bien, pero le faltaba la
punta, símbolo de la humildad: era el deseo de ocupar el
grado más elevado entre los iguales. Acudió a Francisco
Cerrutti para que se la arreglara. En efecto, vi a Cerrutti
arreglando algunas hoces; señal de que debía de inculcar
en los corazones ciencia y piedad, lo que quería decir que
sería enseñante, por eso se le veía manejar diestramente el
martillo. Golpear con esta herramienta quería decir
dedicarse a la enseñanza del clero. Provera le presentaba
las hoces estropeadas. Don Ronchetti y otros recibían las
que necesitaban ser afiladas, pues se dedicaban a esto. El
oficio de afilar representaba a los que se encargaban de
formar al clero en la piedad. Viale fue a coger una hoz que
no estaba afilada, pero Provera le dio otra que acababa de
ser pasada por la piedra. Vi también a un herrero
preparando las herramientas de metal empleadas en la
agricultura: era Costanzo.
Mientras todos se entregaban con ardor, cada uno a su
167
trabajo, Fusero hacía las gavillas, lo que indicaba la
conservación de las conciencias en la gracia de Dios; pero,
detallando aún más y viendo en las gavillas representados
a los simples fieles, no destinados al estado religioso, se
sobrentendía que ocuparía en el porvenir un puesto de
enseñante en la instrucción de los clérigos.
Había algunos que le ayudaban a atar las gavillas y
recuerdo haber visto entre otros a Don Turchi y a
Ghivarello. Esto representa a los destinados a poner orden
en las conciencias, especialmente mediante la práctica del
ministerio de la Confesión, entre los adeptos o aspirantes al
estado eclesiástico.
Otros transportaban gavillas en un carro, símbolo de la
gracia de Dios. Los pecadores convertidos han de montar en
este carro para seguir la recta vía de la salvación, que
tiene como término el cielo.
El carro comenzó a moverse cuando estuvo
completamente cargado de gavillas. Tiraban de él, no los
jóvenes, sino dos bueyes, símbolo de la fuerza o esfuerzo
perseverante. Algunos iban conduciéndolo. Delante de
todos ellos [Beato] Miguel Don Rúa, que era el que guiaba,
lo que quiere decir que su misión sería dirigir las almas
hacia el cielo. Don Savio seguía detrás con una escoba
recogiendo las espigas y las gavillas que se caían.
Esparcidos por el campo estaban los espigadores,
entre los cuales Juan Bonetti y José Bongiovanni; esto es: los
que atendían a los pecadores obstinados. Bonetti
especialmente está designado por el Señor para buscar a
los desgraciados que han escapado de la hoz de los
segadores.
canto
sagrado,
cooperando,
en
suma,
moral
y
materialmente, a encaminar a las almas hacia la meta de
la salvación.
Un espacio de terreno estaba preparado como para
trillar las gavillas en él. Don Juan Cagliero, que se había
dirigido al jardín en busca de algunas flores, las distribuía
entre los compañeros y él con un ramito en la mano se
encaminó hacia la era para comenzar la faena. Esta labor
simboliza a los destinados por Dios para la instrucción del
pueblo llano.
A lo lejos se divisaban algunas negras humaredas que
levantaban sus penachos al cielo. Era el efecto de la labor
de los que recogían los rastrojos y sacándolos fuera del
campo sembrado de espigas, los amontonaban y les
prendían fuego. Esto simboliza a los destinados a separar a
los buenos de los malos, labor reservada a los directores de
nuestras futuras casas. Entre éstos estaban Don Francisco
Cerrutti, Tamietti, Domingo Belmonte, Pablo Albera y otros
que actualmente cursan sus primeros estudios, siendo aún
muy jóvenes.
Todas las escenas anteriormente descritas se
desarrollaban al mismo tiempo. Entre aquella multitud de
jóvenes vi a algunos que llevaban unas antorchas
encendidas para alumbrar a los demás a pesar de que era
169
pleno mediodía. Eran los que habían de servir de ejemplo a
los demás obreros del Evangelio, iluminando al clero con su
conducta. Entre ellos estaba Pablo Albera, el cual, además
de llevar la antorcha, tocaba también la guitarra, indicio de
que indicaría el camino a seguir a los sacerdotes
animándoles al cumplimiento de su misión. Se aludía a
algún otro cargo que ocuparía en la Iglesia.
Mas, en medio de tanto movimiento, no todos los
jóvenes al alcance de mi vista se ocupaban de algún
trabajo. Uno de ellos tenía una pistola en la mano, esto es,
tenía vocación de militar, pero aún no se había decidido a
seguirla.
Algunos otros, con las manos en la cintura, observaban
a los segadores, dispuestos a seguir su ejemplo; otros
parecían indecisos, pero al considerar la dureza del
trabajo, no se resolvían a empuñar la hoz. No faltaban
tampoco quienes acudían presurosos a la faena. Algunos, al
llegar el momento de tener que comenzar a segar,
permanecían ociosos; otros empuñaban la hoz al revés,
entre ellos Molino: símbolo de los que hacen lo contrario de
lo que deben hacer. Muchísimos se alejaban para coger
uvas silvestres, representando a los que pierden el tiempo
en cosas extrañas a su ministerio.
Mientras yo contemplaba lo que sucedía en el campo
del trigo, vi un grupo de jóvenes cavando la tierra; ofrecían
un espectáculo singular. La mayor parte de aquellos
muchachos trabajaba con singular interés, mas tampoco
faltaban los negligentes. Algunos manejaban la azada al
revés; otros golpeaban la tierra, pero la herramienta no
penetraba en ella; no faltaban quienes a cada azadonada
se les salía el hierro del mango. El mango representa la
rectitud de intención.
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Observé entonces que algunos que al presente son
artesanos, estaban en el campo de los que segaban, y, en
cambio, otros que ahora son estudiantes se encontraban
entre los que cavaban la tierra. Intenté tomar nota de
cuanto veía, pero mi intérprete me mostraba siempre el
cuaderno y no me permitía escribir.
Al mismo tiempo vi también a muchos jóvenes que
estaban sin hacer nada, no sabían resolverse a ponerse a
segar o a cavar la tierra.
Los dos Dalmazzo, Primo Ganglio y Monasterolo con
otros muchos, estaban mirando, pero ya habían tomado una
decisión.
También me di cuenta de que algunos, saliendo del
grupo de los cavadores, mostraban deseos de ir a segar.
Uno corrió al campo de trigo tan decidido que no se
preocupó antes de adquirir una hoz. Avergonzado de aquel
necio proceder, volvió atrás para pedirla. El que las
distribuía no quería dársela y el tal le urgía para que se la
proporcionase.
—Aún no es tiempo— le respondió el distribuidor.
—Sí que lo es, dámela.
—No; ve antes a coger dos flores del jardín.
—¡Ah!, —exclamó el solicitante encogiéndose de
hombros—; iré a coger todas las flores que quieras.
—No, solamente dos.
Se dirigió seguidamente al jardín, pero al llegar a él
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se dio cuenta de que no había preguntado qué flores eran
las que tenía que coger, y se apresuró a desandar él
camino.
—Has de cortar —le dijeron— la flor de la caridad y la
flor de la humildad.
—Ya las tengo.
—Eso es lo que te dice tu presunción, pero en realidad
no las tienes.
Y aquel joven se revolvía en un acceso de cólera y
daba saltos impulsado por la ira que le dominaba.
—No es este el momento más oportuno par enfadarse
de esa manera —le dijo el distribuidor—, negándose
resueltamente a entregarte la herramienta que le había
pedido. Ante tal actitud, el infeliz se mordía los puños de
rabia.
Al contemplar semejante espectáculo, aparté la vista
de la lente a través de la cual había contemplado tantas
cosas, sintiéndome lleno de emoción por las aplicaciones
morales que me había sugerido mi amigo.
Quise rogarle aún que me diera algunas explicaciones
más y él añadió:
—El campo sembrado de trigo representa a la Iglesia:
la mies es el fruto de la cosecha; la hoz es el símbolo de los
medios empleados para conseguir dicho fruto, sobre todo la
palabra de Dios; la hoz sin punta representa la falta de
piedad, y sin filo la carencia de humildad; salirse del campo
mientras se siega, quiere decir abandonar el Oratorio o la
Pía Sociedad.
La noche del cuatro de mayo [San] Juan Don Bosco se
disponía a finalizar la narración del sueño en el que había
visto representados en el primer grupo a los alumnos
estudiantes del Oratorio y en el segundo a los que eran
llamados al estado eclesiástico.
Hemos llegado, pues, al tercer cuadro o visión en la
que, en apariciones sucesivas [San] Juan Don Bosco vio a
todos los que en 1861 dieron su nombre a la Pía Sociedad
de San Francisco de Sales; el prodigioso engrandecimiento
de la misma y el lento ocaso de los primeros salesianos a
los que habían de seguir los continuadores de la Obra.
El siervo de Dios aquella noche habló así:
***************************************************************
Después de haber contemplado a mi placer la escena
de la siega, tan rica en detalles, el amable desconocido me
dijo:
—Ahora dale diez vueltas a la rueda; cuéntalas y
después mira a través de la lente.
Me puse a hacer lo que me había sido ordenado y tras
haber dado la décima vuelta, me puse a mirar tras el
cristal. Y he aquí que vi a los mismos jóvenes a los que
recordaba haber contemplado días antes en edad
adolescente, convertidos en adultos de aspecto viril; a otros
con larga barba o con los cabellos blancos.
—Pero ¿cómo puede ser esto? Hace apenas unos días
aquél era un niño al que casi se le podía tomar en brazos,
¿y hoy es ya tan mayor?
—Pues bien: del 61 al 71. Todos tienen ya diez años
más de edad.
—¡Ah! ¡Comprendido!
Y como continuase observando a través d la lente pude
ver panoramas desconocidos, casas nuevas que nos
pertenecían y a muchos jóvenes dirigidos por mis queridos
hijos del Oratorio, convertidos ya en sacerdotes, en
maestros, en directores, que se dedicaban a instruirles y
proporcionarles honestas diversiones.
—Vuelve a dar otras diez vueltas —me dijo el
personaje— y llegaremos al 1881. Tomé el manubrio y la
rueda dio otras diez vueltas. Miré y solamente vi a la mitad
de los jóvenes que había contemplado la primera vez, casi
todos ya con el pelo blanco y algunos un poco encorvados.
—¿Y los otros, dónde están?—, pregunté.
—Ya forman parte del número de los más— me
respondió el guía.
Esta considerable disminución del número de mis
muchachos me causó un vivo desasosiego, pero me consoló
el contemplar en un cuadro inmenso, países nuevos y
regiones desconocidas y una gran multitud de jóvenes bajo
la custodia y dirección de nuevos maestros que dependían
Después di otras diez vueltas a la rueda he aquí que
solamente vi una cuarta parte de los jóvenes que había
contemplado pocos momentos antes; todos ellos se habían
trocado en ancianos de barbas y cabellos blancos.
—¿Y todos los demás?—, pregunté.
—Forman parte ya del número de los más. Estamos en
1891.
Y he aquí que ante mi vista se desarrolló una escena
conmovedora.
Mis hijos sacerdotes, agotados por la fatiga, estaban
rodeados de niños, a los cuales yo no había visto nunca;
muchos de fisonomía y de color distinto de los que
habitualmente viven en nuestros países.
Di aún otras diez vueltas a la rueda y solamente pude
ver un tercio de mis primitivos jóvenes, ya decrépitos,
cargados de espaldas, desfigurados, macilentos, en los
últimos años de su vida. Entre otros, me recuerdo haber
visto a [Beato] Miguel Don Rúa, tan viejo y desfigurado que
era difícil reconocerlo, ¡tanto había cambiado!
—¿Y los demás?—, pregunté.
—Pertenecen ya al número de los más. Estamos en
190Í.
En algunas casas no encontré a ninguno de los
antiguos; maestros y directores me eran completamente
desconocidos; la muchedumbre de los jóvenes era cada vez
175
más numerosa; las casas aumentaban cada vez más y el
personal directivo había crecido también de una manera
admirable.
—Ahora —continuó mi amable intérprete— darás otras
diez vueltas y verás cosas que te llenarán de consuelo las
unas, y otras que te proporcionarán una gran angustia.
Y di otras diez vueltas.
—¡Estamos en 1911!—, exclamó el misterioso amigo.
—¡Ah, mis queridos jóvenes! Vi nuevas casas, jóvenes
nuevos, directores y maestros con hábitos y costumbres
nuevas.
¿Y mis jóvenes del Oratorio de Turín? Busqué una y
otra vez entre una gran muchedumbre de muchachos y
solamente pude ver a uno de Vosotros con los cabellos
blancos, consumido por la edad, rodeado de una hermosa
corona de jóvenes, a los cuales contaba los comienzos de
nuestro Oratorio, recordándoles y repitiéndoles las cosas
aprendidas de labios de [San] Juan Don Bosco; y les
señalaba una fotografía que estaba colgada de la pared
del locutorio. ¿Y los otros alumnos ancianos, los superiores
de las casas que había visto ya envejecidos?
Tras una nueva señal tomé el manubrio y di algunas
vueltas más. Después, solamente vi una llanura desolada
sin ser viviente alguno:
—¡Oh!, —exclamé aterrado—. ¡Ya no veo a ninguno de
los míos! ¿Dónde están, pues, ahora todos los jóvenes a los
cuales acogí y que eran tan vivarachos y robustos y los que
se encuentran actualmente conmigo en el Oratorio?
ahora cuenta
anteriormente.
tantas vueltas
cuantas has
dado
La rueda giró.
—¡Ahora, mira!—, me dijo el guía.
Miré y he aquí que vi ante mí una cantidad inmensa de
jovencitos, todos desconocidos, de una infinita variedad de
costumbres, pueblos, fisonomías y lenguas, de forma que
por mucho que me esforcé sólo pude apreciar una mínima
parte de ellos con sus superiores, directores, maestros y
asistentes.
—A éstos, en realidad, no los conozco— dije a mi guía.
—Pues a Pesar de ello —me respondió—, son hijos
tuyos. Escúchalos hablan de ti y de tus primeros hijos que
fueron sus superiores y que ya no existen; recuerdan las
Seguí observando con atención, pero cuando aparté la
vista de la lente, la rueda comenzó a girar por sí sola a
tanta velocidad y haciendo tal ruido, que me desperté,
encontrándome en el lecho presa de un cansancio mortal.
***************************************************************
«A hora que ¡es he contado estas cosas, Vosotros
pensaráis:
—¡Quién sabe! A lo mejor [San] Juan Don Bosco es un
hombre extraordinario, un personaje, tal vez un santo. Mis
queridos jóvenes, para impedir que se susciten
conversaciones necias en torno a mi persona, les dejo en
plena libertad de creer o no creer en estas cosas, de darles
más o menos importancia; sólo les ruego que no tomen
nada de cuanto les he referido a risa al comentarlo, ya con
los compañeros ya con personas de fuera. Me complace el
decirles que el Señor dispone de muchos medios para
manifestar a los hombres su voluntad. A veces se sirve de
los instrumentos más ineptos e indignos, como se sirvió en
otro tiempo de la burra de Balaán haciéndola hablar y del
falso profeta del mismo nombre, que predijo muchas cosas
referentes al Mesías.
Por eso, lo mismo puede suceder conmigo. Les digo
además que no se fijen en mis obras para regular las suyas.
Lo que deben hacer es tomar en cuenta lo que les digo,
pues tengo la certeza de que de esa forma cumplirán la
voluntad de Dios y todo redundará en provecho de sus
almas. Respecto a lo que hago, no digan nunca: Lo ha hecho
[San] Juan Don Bosco y, por tanto, está bien; no. Observen
primero mis acciones, si ven que son buenas, imítenlas; si
acaso me ven hacer algo que no está bien, guárdense
mucho de imitarlo: deséchenlo como cosa mal hecha».
178
El efecto que produjo en el Oratorio el relato de este
sueño lo sabremos por los que escucharon su relato de
labios de Don Bosco.
El canónigo Jacinto Ballesio en su obrita: “Vita intima
di Don Giovanni Bosco”, añadiendo algunos detalles
omitidos por la crónica, escribe al comentar el sueño
precedente: «[San] Juan Don Bosco era todo para nosotros
e incluso durante el brevísimo tiempo que dedicaba al
descanso, su pensamiento estaba fijo en sus hijos. El poeta
cantó que "sogna il guerrier le schiere"; [San] Juan Don
Bosco soñaba con sus jóvenes. Pero ¿qué digo soñar?, las de
[San] Juan Don Bosco eran visiones celestiales. El las
narraba como sueños, pero yo y todos estábamos
persuadidos de que se trataba de auténticas, de
sorprendentes visiones. Recuerdo aquella en la que vio a
los 400 muchachos del Oratorio, estudiantes y artesanos, en
diversas actitudes y en circunstancias diferentes, que
representaban el estado moral de cada uno. El [Santo]
contó cuanto había visto, durante varias noches
consecutivas, después de los oraciones, y lo hizo con tal
viveza de colorido y con tal fuerza expresiva, que parecía
un anuncio profético. A algunos los vio resplandecientes de
luz; a otros, con el alma y el corazón lleno de tierra; a otros,
asediados, acompañados o atacados por animales diversos,
símbolo de las tentaciones, de las ocasiones peligrosos y de
los pecados. Este relato expuesto por [San] Juan Don Bosco
con sencillez, gravedad y afecto paterno, dando al mismo
tiempo mucha importancia a lo que decía, causó en todos la
mayor y más saludable impresión. Todos los presentes, uno
después de otro, quisieron saber de labios del siervo de
Dios lo que sobre cada uno había visto, pudiendo
comprobar con gran admiración que cuanto el buen padre
les decía se adaptaba perfectamente a la más estricta
En el Oratorio fue tan grande el saludable efecto de
este relato, según se pudo apreciar por la conducta de los
jóvenes, que mayor no se habría podido esperar de la más
fructífera de las misiones. Todas estas cosas extraordinarias
que apenas si he mencionado, no se pueden achacar a una
atenta observación de la vida ordinaria o a los
conocimientos que el mismo [San] Juan Don Bosco hubiese
podido recabar de ¡as confidencias que le hacían ¡os
jóvenes o a las relaciones con sus colaboradores. El [Santo]
hablaba y obraba estas maravillas de tal modo, que a
nosotros, que ya no éramos niños; no se nos ocurría otra
explicación plausible o razonable, sino que se trataba de
dones extraordinarios que el cielo le concedía. Y
refiriéndonos simplemente al sueño o visión que acabamos
de indicar, ¿cómo habría podido ver y recordar con tal
exactitud el estado de cada uno de los cuatrocientos
jóvenes, entre los cuales se hallaban los que acababan de
ingresar en el Oratorio y otros muchos que no se
confesaban con él, los cuales al oír de labios del [Santo], la
descripción viva e íntima de sus almas, de sus inclinaciones
y pasiones, de sus actos más ocultos, reconocían que les
había dicho la verdad?»
Escribe Mons. Cagliero: «Yo me encontraba presente
cuando [San] Juan Don Bosco, en el año 1861, contó el
sueño de la rueda, en el cual dio el porvenir de nuestra
naciente Congregación. Narraba estos sueños, porque
habiéndose aconsejado con [San] José Don Cafasso, éste le
había dicho que siguiese adelante tuta concientia, en
darles importancia, pues juzgaba que era para gloria de
Dios y bien de las almas. Tal opinión la supimos de labios
de [San] Juan Don Bosco sus amigos más íntimos, poco
antes de la muerte de [San] José Don Cafasso.