Don Bosco - Sueño 30 Parte b
   
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toda aquella gente; y más allá, a poca distancia, un amplio

y magnífico jardín cercado, de abundante sombra y

cubierto de macizos de las más bellas y variadas flores.

 

 

La separación entre los que labraban la tierra y los

segadores representaba a los que abrazan el estado

eclesiástico y a los que no siguen esta vocación. Yo, con

todo, no entendía aquel misterio y volviéndome a mi guía,

le dije:                                 

 

 

—¿Qué significa esto? ¿Quiénes son los que cavan?

 

 

—¿Aún no lo entiendes?, —me replicó)—. Los que cavan

son los que trabajan solamente para sí mismos, esto es, los

que no son llamados al estado eclesiástico sino al laical.

 

 

Y  entonces comprendí inmediatamente que aquellos

trabajadores eran los artesanos, a los cuales en su estado,

les basta pensar en la salvación de la propia alma, sin que

tengan especial obligación de dedicarse a la de los demás.

 

 

—¿Y los segadores que se encuentran en la otra parte

del campo?—, repliqué.

 

 

Y  pronto supe que eran los llamados al estado

eclesiástico, de forma que ahora sabría decir quién se hará

sacerdote y quién seguirá otra carrera.

 

 

Mientras contemplaba yo con verdadera curiosidad

aquel campo de trigo, vi que Provera distribuía las hoces

entre los segadores, lo que significaba que podría llegar a

ser Rector de un Seminario o Director de una Comunidad

religiosa o de una casa de estudios o algo más. Ha de

notarse que no todos los que trabajaban recibían la hoz de

sus manos, ya que los que acudían a él eran solamente los


 

 

165

 

que formarían parte de nuestra Congregación; los demás la

recibían de otros distribuidores que no eran de los nuestros,

lo      que       quería         indicar         que       estos        últimos         se harían

sacerdotes, pero para dedicarse al Sagrado Ministerio

fuera del Oratorio. La hoz es símbolo de la palabra de Dios.

 

 

Provera         no      entregaba             la      hoz inmediatamente                     a

quienes se la pedían. A algunos les ordenaba que fuesen

antes a comer; y, en efecto, estos iban a tomar un bocado

aquí y allá: símbolo de la piedad y del estudio.

 

 

A Santiago Rossi le mandó que fuese a tomar un

bocado. Aquellos a quienes se les daba esta orden se

dirigían a un bosquecillo donde estaba el clérigo Durando

muy ocupado, entre otras cosas, preparando las mesas

para los segadores y dándoles de comer. Esta ocupación

indicaba a los destinados de una manera especial a

promover la devoción al Santísimo Sacramento.

 

 

Mateo Calliano era el encargado de dar de beber a

los segadores.

 

 

Costamagna segundo se presentó también pidiendo

una hoz, pero Provera lo mandó al jardín por dos flores. Lo

mismo sucedió a Quattróccolo. A Rebuffo se le ordenó que

fuese por tres flores, prometiéndosele, en cambio, que

después se le entregaría la hoz. También estaba allí

Olivero.

 

 

Entre tanto los jóvenes se habían desparramado por

entre las espigas. Muchos estaban alineados; otros, delante

de un cantero ancho; algunos, junto a otro más estrecho.

Don Ciattino, párroco de Maretto, segaba con la hoz que le

había entregado Provera. Lo mismo hacían Francesia y

Vibert, Perucati, Merlone, Momo, Garino, Iarach, los cuales


 

 

166

 

habrían de dedicarse a la salvación de las almas mediante

el ministerio de la predicación, si correspondían a su

vocación.

 

 

Quiénes       segaban        más, quiénes           menos. Bondioni

trabajaba desesperadamente, pero nada violento puede

ser de mucha duración. Otros manejaban las hoces con

todas sus fuerzas, sin lograr cortar la mies. Vascheti

empuñó una hoz y comenzó a segar hasta que se salió fuera

del campo yéndose a trabajar a otra parte. A otros varios

les sucedió lo mismo. Entre los que segaban había muchos

que no tenían la hoz afilada; a algunas hoces les faltaba la

punta. Algunos las tenían tan gastadas que al querer

emplearlas destrozaban y estropeaban la mies.

 

 

A Domingo Ruffino se le encargó de segar un bancal

muy ancho; su hoz cortaba muy bien, pero le faltaba la

punta, símbolo de la humildad: era el deseo de ocupar el

grado más elevado entre los iguales. Acudió a Francisco

Cerrutti para que se la arreglara. En efecto, vi a Cerrutti

arreglando algunas hoces; señal de que debía de inculcar

en los corazones ciencia y piedad, lo que quería decir que

sería enseñante, por eso se le veía manejar diestramente el

martillo.      Golpear       con     esta      herramienta        quería      decir

dedicarse a la enseñanza del clero. Provera le presentaba

las hoces estropeadas. Don Ronchetti y otros recibían las

que necesitaban ser afiladas, pues se dedicaban a esto. El

oficio de afilar representaba a los que se encargaban de

formar al clero en la piedad. Viale fue a coger una hoz que

no estaba afilada, pero Provera le dio otra que acababa de

ser pasada por la piedra. Vi también a un herrero

preparando las herramientas de metal empleadas en la

agricultura: era Costanzo.

 

 

Mientras todos se entregaban con ardor, cada uno a su


 

 

167

 

trabajo, Fusero hacía las gavillas, lo que indicaba la

conservación de las conciencias en la gracia de Dios; pero,

detallando aún más y viendo en las gavillas representados

a los simples fieles, no destinados al estado religioso, se

sobrentendía que ocuparía en el porvenir un puesto de

enseñante en la instrucción de los clérigos.

 

 

Había algunos que le ayudaban a atar las gavillas y

recuerdo haber            visto     entre      otros     a    Don    Turchi    y    a

Ghivarello. Esto representa a los destinados a poner orden

en las conciencias, especialmente mediante la práctica del

ministerio de la Confesión, entre los adeptos o aspirantes al

estado eclesiástico.

 

 

Otros transportaban gavillas en un carro, símbolo de la

gracia de Dios. Los pecadores convertidos han de montar en

este carro para seguir la recta vía de la salvación, que

tiene como término el cielo.

 

 

El     carro       comenzó        a      moverse cuando              estuvo

completamente cargado de gavillas. Tiraban de él, no los

jóvenes, sino dos bueyes, símbolo de la fuerza o esfuerzo

perseverante. Algunos iban conduciéndolo. Delante de

todos ellos [Beato] Miguel Don Rúa, que era el que guiaba,

lo que quiere decir que su misión sería dirigir las almas

hacia el cielo. Don Savio seguía detrás con una escoba

recogiendo las espigas y las gavillas que se caían.

 

 

Esparcidos por el campo estaban los espigadores,

entre los cuales Juan Bonetti y José Bongiovanni; esto es: los

que      atendían        a     los pecadores             obstinados.        Bonetti

especialmente está designado por el Señor para buscar a

los desgraciados que han escapado de la hoz de los

segadores.


 

 

168

 

Fusero y Anfossi amontonaban gavillas en el campo,

para que fuesen trilladas a su debido tiempo: esto tal vez

quería decir que a su debido tiempo desempeñarían alguna

cátedra.

 

 

Otros, como Don Alasonatti, ataban las gavillas,

representación de los que administran el dinero, vigilan

para que se cumplan las reglas; enseñan las oraciones y el


canto


sagrado,


cooperando,


en


suma,


moral


y


materialmente, a encaminar a las almas hacia la meta de

la salvación.

 

 

Un espacio de terreno estaba preparado como para

trillar las gavillas en él. Don Juan Cagliero, que se había

dirigido al jardín en busca de algunas flores, las distribuía

entre los compañeros y él con un  ramito  en  la  mano  se

encaminó hacia la era para comenzar la faena. Esta labor

simboliza a los destinados por Dios para la instrucción del

pueblo llano.

 

 

A lo lejos se divisaban algunas negras humaredas que

levantaban sus penachos al cielo. Era el efecto de la labor

de los que recogían los rastrojos y sacándolos fuera del

campo sembrado de espigas, los amontonaban y les

prendían fuego. Esto simboliza a los destinados a separar a

los buenos de los malos, labor reservada a los directores de

nuestras futuras casas. Entre éstos estaban Don Francisco

Cerrutti, Tamietti, Domingo Belmonte, Pablo Albera y otros

que actualmente cursan sus primeros estudios, siendo aún

muy jóvenes.

 

 

Todas      las escenas             anteriormente          descritas        se

desarrollaban al mismo tiempo. Entre aquella multitud de

jóvenes       vi    a     algunos       que llevaban            unas      antorchas

encendidas para alumbrar a los demás a pesar de que era


 

 

 

169

 

pleno mediodía. Eran los que habían de servir de ejemplo a

los demás obreros del Evangelio, iluminando al clero con su

conducta. Entre ellos estaba Pablo Albera, el cual, además

de llevar la antorcha, tocaba también la guitarra, indicio de

que     indicaría el camino a seguir a                            los sacerdotes

animándoles al cumplimiento de su misión. Se aludía a

algún otro cargo que ocuparía en la Iglesia.

 

 

Mas, en medio de tanto movimiento, no todos los

jóvenes al alcance de mi vista se ocupaban de algún

trabajo. Uno de ellos tenía una pistola en la mano, esto es,

tenía vocación de militar, pero aún no se había decidido a

seguirla.

 

 

Algunos otros, con las manos en la cintura, observaban

a los segadores, dispuestos a seguir su ejemplo; otros

parecían indecisos, pero al considerar la dureza del

trabajo, no se resolvían a empuñar la hoz. No faltaban

tampoco quienes acudían presurosos a la faena. Algunos, al

llegar el momento de tener que comenzar a segar,

permanecían ociosos; otros empuñaban la hoz al revés,

entre ellos Molino: símbolo de los que hacen lo contrario de

lo que deben hacer. Muchísimos se alejaban para coger

uvas silvestres, representando a los que pierden el tiempo

en cosas extrañas a su ministerio.

Mientras yo contemplaba lo que sucedía en el campo

del trigo, vi un grupo de jóvenes cavando la tierra; ofrecían

un espectáculo singular. La mayor parte de aquellos

muchachos trabajaba con singular interés, mas tampoco

faltaban los negligentes. Algunos manejaban la azada al

revés; otros golpeaban la tierra, pero la herramienta no

penetraba en ella; no faltaban quienes a cada azadonada

se les salía el hierro del mango. El mango representa la

rectitud de intención.


 

 

170

 

Observé entonces que algunos que al presente son

artesanos, estaban en el campo de los que segaban, y, en

cambio, otros que ahora son estudiantes se encontraban

entre los que cavaban la tierra. Intenté tomar nota de

cuanto veía, pero mi intérprete me mostraba siempre el

cuaderno y no me permitía escribir.

 

 

Al mismo tiempo vi también a muchos jóvenes que

estaban sin hacer nada, no sabían resolverse a ponerse a

segar o a cavar la tierra.

 

 

Los dos Dalmazzo, Primo Ganglio y Monasterolo con

otros muchos, estaban mirando, pero ya habían tomado una

decisión.

 

 

También me di cuenta de que algunos, saliendo del

grupo de los cavadores, mostraban deseos de ir a segar.

Uno corrió al campo de trigo tan decidido que no se

preocupó antes de adquirir una hoz. Avergonzado de aquel

necio proceder, volvió atrás para pedirla. El que las

distribuía no quería dársela y el tal le urgía para que se la

proporcionase.

 

 

—Aún no es tiempo— le respondió el distribuidor.

 

 

—Sí que lo es, dámela.

 

 

—No; ve antes a coger dos flores del jardín.

 

 

—¡Ah!,    —exclamó      el solicitante           encogiéndose          de

hombros—; iré a coger todas las flores que quieras.

 

 

—No, solamente dos.

 

 

Se dirigió seguidamente al jardín, pero al llegar a él


 

 

171

 

se dio cuenta de que no había preguntado qué flores eran

las que tenía que coger, y se apresuró a desandar él

camino.

 

 

—Has de cortar —le dijeron— la flor de la caridad y la

flor de la humildad.

 

 

—Ya las tengo.

 

 

—Eso es lo que te dice tu presunción, pero en realidad

no las tienes.

 

 

Y aquel joven se revolvía en un acceso de cólera y

daba saltos impulsado por la ira que le dominaba.

 

 

—No es este el momento más oportuno par enfadarse

de esa manera —le dijo el distribuidor—, negándose

resueltamente a entregarte la herramienta que le había

pedido. Ante tal actitud, el infeliz se mordía los puños de

rabia.

 

 

Al contemplar semejante espectáculo, aparté la vista

de la lente a través de la cual había contemplado tantas

cosas, sintiéndome lleno de emoción por las aplicaciones

morales que me había sugerido mi amigo.

Quise rogarle aún que me diera algunas explicaciones

más y él añadió:

 

 

—El campo sembrado de trigo representa a la Iglesia:

la mies es el fruto de la cosecha; la hoz es el símbolo de los

medios empleados para conseguir dicho fruto, sobre todo la

palabra de Dios; la hoz sin punta representa la falta de

piedad, y sin filo la carencia de humildad; salirse del campo

mientras se siega, quiere decir abandonar el Oratorio o la

Pía Sociedad.


 

 

 

 

 

 

 

III


 

 

172


 

 

La noche del cuatro de mayo [San] Juan Don Bosco se

disponía a finalizar la narración del sueño en el que había

visto representados en el primer grupo a los alumnos

estudiantes del Oratorio           y en el segundo a los que eran

llamados al estado eclesiástico.

 

 

Hemos llegado, pues, al tercer cuadro o visión en la

que, en apariciones sucesivas [San] Juan Don Bosco vio a

todos los que en 1861 dieron su nombre a la Pía Sociedad

de San Francisco de Sales; el prodigioso engrandecimiento

de la misma y el lento ocaso de los primeros salesianos a

los que habían de seguir los continuadores de la Obra.

 

 

El siervo de Dios aquella noche habló así:

***************************************************************

Después de haber contemplado a mi placer la escena

de la siega, tan rica en detalles, el amable desconocido me

dijo:

 

 

—Ahora dale diez vueltas a la rueda; cuéntalas y

después mira a través de la lente.

 

 

Me puse a hacer lo que me había sido ordenado y tras

haber dado la décima vuelta, me puse a mirar tras el

cristal. Y he aquí que vi a los mismos jóvenes a los que

recordaba         haber contemplado              días antes en edad

adolescente, convertidos en adultos de aspecto viril; a otros

con larga barba o con los cabellos blancos.

 

 

—Pero ¿cómo puede ser esto? Hace apenas unos días

aquél era un niño al que casi se le podía tomar en brazos,

¿y hoy es ya tan mayor?


 

 

 

 

 

 

 

 

El amigo me contestó:

 

 

—Es natural; ¿cuántas vueltas has dado?

 

 

—Diez.


 

 

173


 

 

—Pues bien: del 61 al 71. Todos tienen ya diez años

más de edad.

 

 

—¡Ah! ¡Comprendido!

 

 

Y como continuase observando a través d la lente pude

ver panoramas           desconocidos,         casas      nuevas      que     nos

pertenecían y a muchos jóvenes dirigidos por mis queridos

hijos del Oratorio, convertidos ya en sacerdotes, en

maestros, en directores, que se dedicaban a instruirles y

proporcionarles honestas diversiones.

 

 

—Vuelve a dar otras diez vueltas —me dijo el

personaje— y llegaremos al 1881. Tomé el manubrio y la

rueda dio otras diez vueltas. Miré y solamente vi a la mitad

de los jóvenes que había contemplado la primera vez, casi

todos ya con el pelo blanco y algunos un poco encorvados.

 

 

—¿Y los otros, dónde están?—, pregunté.

 

 

—Ya forman parte del número de los más— me

respondió el guía.

 

 

Esta considerable disminución del número de mis

muchachos me causó un vivo desasosiego, pero me consoló

el contemplar en un cuadro inmenso, países nuevos y

regiones desconocidas y una gran multitud de jóvenes bajo

la custodia y dirección de nuevos maestros que dependían


 

 

 

 

 

 

 

aún de mis primeros alumnos.


 

 

174


 

 

Después di otras diez vueltas a la rueda he aquí que

solamente vi una cuarta parte de los jóvenes que había

contemplado pocos momentos antes; todos ellos se habían

trocado en ancianos de barbas y cabellos blancos.

 

 

—¿Y todos los demás?—, pregunté.

 

 

—Forman parte ya del número de los más. Estamos en

1891.

 

 

Y he aquí que ante mi vista se desarrolló una escena

conmovedora.

 

 

Mis hijos sacerdotes, agotados por la fatiga, estaban

rodeados de niños, a los cuales yo no había visto nunca;

muchos de fisonomía y de color distinto de los que

habitualmente viven en nuestros países.

 

 

Di aún otras diez vueltas a la rueda y solamente pude

ver un tercio de mis primitivos jóvenes, ya decrépitos,

cargados de espaldas, desfigurados, macilentos, en los

últimos años de su vida. Entre otros, me recuerdo haber

visto a [Beato] Miguel Don Rúa, tan viejo y desfigurado que

era difícil reconocerlo, ¡tanto había cambiado!

 

 

—¿Y los demás?—, pregunté.

 

 

—Pertenecen ya al número de los más. Estamos en

190Í.

 

 

En algunas casas no encontré a ninguno de los

antiguos; maestros y directores me eran completamente

desconocidos; la muchedumbre de los jóvenes era cada vez


 

 

 

175

 

más numerosa; las casas aumentaban cada vez más y el

personal directivo había crecido también de una manera

admirable.

 

 

—Ahora —continuó mi amable intérprete— darás otras

diez vueltas y verás cosas que te llenarán de consuelo las

unas, y otras que te proporcionarán una gran angustia.

 

 

Y di otras diez vueltas.

 

 

—¡Estamos en 1911!—, exclamó el misterioso amigo.

 

 

—¡Ah, mis queridos jóvenes! Vi nuevas casas, jóvenes

nuevos, directores y maestros con hábitos y costumbres

nuevas.

 

 

¿Y mis jóvenes del Oratorio de Turín? Busqué una y

otra vez entre una gran muchedumbre de muchachos y

solamente pude ver a uno de Vosotros con los cabellos

blancos, consumido por la edad, rodeado de una hermosa

corona de jóvenes, a los cuales contaba los comienzos de

nuestro Oratorio, recordándoles y repitiéndoles las cosas

aprendidas de labios de [San] Juan Don Bosco; y les

señalaba una fotografía que estaba colgada de la pared

del locutorio. ¿Y los otros alumnos ancianos, los superiores

de las casas que había visto ya envejecidos?

 

 

Tras una nueva señal tomé el manubrio y di algunas

vueltas más. Después, solamente vi una llanura desolada

sin ser viviente alguno:

 

 

—¡Oh!, —exclamé aterrado—. ¡Ya no veo a ninguno de

los míos! ¿Dónde están, pues, ahora todos los jóvenes a los

cuales acogí y que eran tan vivarachos y robustos y los que

se encuentran actualmente conmigo en el Oratorio?


 

 

176

 

 

 

—Pertenecen ya al número de los más. Has de saber

que han pasado diez años cada vez que hacías girar la

rueda otras tantas veces.

 

 

Hice la cuenta y resultó que habían transcurrido

cincuenta años y que alrededor del 1911 todos los alumnos

actuales del Oratorio habrían muerto.

 

 

—¿Quieres ver ahora otro espectáculo sorprendente?—

me dijo aquel buen hombre.

 

 

—Sí— le respondí.

 

 

—Entonces presta atención si te agrada ver y saber

algo más. Da una vuelta a la rueda en sentido contrario, y


ahora        cuenta

anteriormente.


tantas vueltas


cuantas        has


dado


 

 

La rueda giró.

 

 

—¡Ahora, mira!—, me dijo el guía.

 

 

Miré y he aquí que vi ante mí una cantidad inmensa de

jovencitos, todos desconocidos, de una infinita variedad de

costumbres, pueblos, fisonomías y lenguas, de forma que

por mucho que me esforcé sólo pude apreciar una mínima

parte de ellos con sus superiores, directores, maestros y

asistentes.

 

 

—A éstos, en realidad, no los conozco— dije a mi guía.

 

 

—Pues a Pesar de ello —me respondió—, son hijos

tuyos. Escúchalos hablan de ti y de tus primeros hijos que

fueron sus superiores y que ya no existen; recuerdan las


 

 

 

 

 

 

 

enseñanzas que de ti y de ellos recibieron.


 

 

177


 

 

Seguí observando con atención, pero cuando aparté la

vista de la lente, la rueda comenzó a girar por sí sola a

tanta velocidad y haciendo tal ruido, que me desperté,

encontrándome en el lecho presa de un cansancio mortal.

***************************************************************

«A hora que ¡es he contado estas cosas, Vosotros

pensaráis:

 

 

¡Quién sabe! A lo mejor [San] Juan Don Bosco es un

hombre extraordinario, un personaje, tal vez un santo. Mis

queridos        jóvenes,        para       impedir que se susciten

conversaciones necias en torno a mi persona, les dejo en

plena libertad de creer o no creer en estas cosas, de darles

más o menos importancia; sólo les ruego que no tomen

nada de cuanto les he referido a risa al comentarlo, ya con

los compañeros ya con personas de fuera. Me complace el

decirles que el Señor dispone de muchos medios para

manifestar a los hombres su voluntad. A veces se sirve de

los instrumentos más ineptos e indignos, como se sirvió en

otro tiempo de la burra de Balaán haciéndola hablar y del

falso profeta del mismo nombre, que predijo muchas cosas

referentes al Mesías.

 

 

Por eso, lo mismo puede suceder conmigo. Les digo

además que no se fijen en mis obras para regular las suyas.

Lo que deben hacer es tomar en cuenta lo que les digo,

pues tengo la certeza de que de esa forma cumplirán la

voluntad de Dios y todo redundará en provecho de sus

almas. Respecto a lo que hago, no digan nunca: Lo ha hecho

[San] Juan Don Bosco y, por tanto, está bien; no. Observen

primero mis acciones, si ven que son buenas, imítenlas; si

acaso me ven hacer algo que no está bien, guárdense

mucho de imitarlo: deséchenlo como cosa mal hecha».


 

 

 

178

 

 

 

El efecto que produjo en el Oratorio el relato de este

sueño lo sabremos por los que escucharon su relato de

labios de Don Bosco.

 

 

El canónigo Jacinto Ballesio en su obrita: “Vita intima

di Don Giovanni Bosco”, añadiendo algunos detalles

omitidos por la crónica, escribe al comentar el sueño

precedente: «[San] Juan Don Bosco era todo para nosotros

e incluso durante el brevísimo tiempo que dedicaba al

descanso, su pensamiento estaba fijo en sus hijos. El poeta

cantó que       "sogna il guerrier le schiere";                 [San] Juan Don

Bosco soñaba con sus jóvenes. Pero ¿qué digo soñar?, las de

[San] Juan Don Bosco eran visiones celestiales. El las

narraba       como     sueños,      pero yo         y    todos      estábamos

persuadidos de             que se trataba                de     auténticas,        de

sorprendentes visiones. Recuerdo aquella en la que vio a

los 400 muchachos del Oratorio, estudiantes y artesanos, en

diversas actitudes y en circunstancias diferentes, que

representaban el estado moral de cada uno. El [Santo]

contó       cuanto había             visto,      durante        varias       noches

consecutivas, después de los oraciones, y lo hizo con tal

viveza de colorido y con tal fuerza expresiva, que parecía

un anuncio profético. A algunos los vio resplandecientes de

luz; a otros, con el alma y el corazón lleno de tierra; a otros,

asediados, acompañados o atacados por animales diversos,

símbolo de las tentaciones, de las ocasiones peligrosos y de

los pecados. Este relato expuesto por [San] Juan Don Bosco

con sencillez, gravedad y afecto paterno, dando al mismo

tiempo mucha importancia a lo que decía, causó en todos la

mayor y más saludable impresión. Todos los presentes, uno

después de otro, quisieron saber de labios del siervo de

Dios lo que sobre cada uno había visto, pudiendo

comprobar con gran admiración que cuanto el buen padre

les decía se adaptaba perfectamente a la más estricta


 

 

 

 

 

 

realidad.


 

 

179


 

 

En el Oratorio fue tan grande el saludable efecto de

este relato, según se pudo apreciar por la conducta de los

jóvenes, que mayor no se habría podido esperar de la más

fructífera de las misiones. Todas estas cosas extraordinarias

que apenas si he mencionado, no se pueden achacar a una

atenta       observación        de     la vida          ordinaria       o     a     los

conocimientos que el mismo [San] Juan Don Bosco hubiese

podido recabar de ¡as confidencias que le hacían ¡os

jóvenes o a las relaciones con sus colaboradores. El [Santo]

hablaba y obraba estas maravillas de tal modo, que a

nosotros, que ya no éramos niños; no se nos ocurría otra

explicación plausible o razonable, sino que se trataba de

dones      extraordinarios         que      el     cielo      le     concedía.       Y

refiriéndonos simplemente al sueño            o visión que acabamos

de indicar, ¿cómo habría podido ver y recordar con tal

exactitud el estado de cada uno de los cuatrocientos

jóvenes, entre los cuales se hallaban los que acababan de

ingresar en el Oratorio y otros muchos que no se

confesaban con él, los cuales al oír de labios del [Santo], la

descripción viva e íntima de sus almas, de sus inclinaciones

y pasiones, de sus actos más ocultos, reconocían que les

había dicho la verdad?»

 

 

Escribe Mons. Cagliero: «Yo me encontraba presente

cuando [San] Juan Don Bosco, en el año 1861, contó el

sueño de la rueda, en el cual dio el porvenir de nuestra

naciente Congregación. Narraba estos sueños, porque

habiéndose aconsejado con [San] José Don Cafasso, éste le

había dicho que siguiese adelante                     tuta concientia,          en

darles importancia, pues juzgaba que era para gloria de

Dios y bien de las almas. Tal opinión la supimos de labios

de [San] Juan Don Bosco sus amigos más íntimos, poco

antes de la muerte de [San] José Don Cafasso.


 


 
   
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