Don Bosco - Sueños 40 a 42
   
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LA SERPIENTE Y EL AVE MARÍA

 

 

SUEÑO 40.—AÑO DE 1862.

 

 

(M. B. Tomo Vil, págs. 238-239)

 

 

En su crónica particular escribe Don Provera en fecha

correspondiente a la última semana de agosto:

 

 

«[San] Juan Don Bosco tuvo una nueva prueba de los

continuos asaltos promovidos por el demonio contra las

almas, de los perjuicios que ocasiona, de la necesidad de

emplearse        en     continuas       batallas       para      rechazarlo       y

arrancarle sus víctimas.            Militia est vita hominum super


 

 

 

 

 

 

terram.


 

 

238


 

 

Un centenar de alumnos habían regresado de casa

para prepararse, después de los exámenes de reparación,

al nuevo curso escolar.

 

 

El 20 de agosto de 1862, después de rezadas las

oraciones de la noche y de dar algunos avisos relacionados

con el orden de la casa, el buen padre dijo:

 

 

Quiero contarles un sueño que tuve hace algunas

noches.

 

 

Tal vez se trata de la noche precedente a la festividad

de la Asunción observa Don Lemoyne—.

***************************************************************

Soñé que me encontraba en compañía de todos los

jóvenes en Castelnuovo de Asti, en casa de mi hermano.

Mientras todos            hacían recreo,             viene      hacia mí un

desconocido y me invita a acompañarle. Le seguí y me

condujo a un prado próximo al patio y allí me indicó entre

la hierba una enorme serpiente de siete u ocho metros de

longitud y de un grosor extraordinario. Horrorizado al

contemplarla, quise huir.

 

 

—No, no, —me dijo mi acompañante—; no huya; venga

conmigo.

 

 

—¡Ah!, —exclamé—, no soy tan necio como para

exponerme a un tal peligro.

 

 

—Entonces —continuó mi acompañante—, aguarde

aquí.

 

 

Y seguidamente fue en busca de una cuerda y con ella


 

 

 

 

 

 

 

en la mano volvió nuevamente junto a mí y me dijo:


 

 

239


 

 

—Tome esta cuerda por una punta y sujétela bien; yo

cogeré el otro extremo y me pondré en la parte opuesta y

así la mantendremos suspendida sobre la serpiente.

 

 

—¿Y después?

 

 

—Después se la dejaremos caer sobre la espina dorsal.

 

 

—¡Ah! No; por caridad. Pues ¡ay de nosotros si lo

hacemos!        La      serpiente         saltará enfurecida                 y     nos

despedazará.

 

 

—No, no; déjeme a mi —añadió el desconocido—, yo sé

lo que me hago.

 

 

—De ninguna manera; no quiero hacer una experiencia

que me puede costar la vida.

 

 

Y ya me disponía a huir, cuando el tal insistió de

nuevo, asegurándome que no había nada que temer; y

tanto me dijo que me quedé donde estaba dispuesto a

hacer lo que me decía.

 

 

El, entretanto, pasó del lado de allá del monstruo,

levantó la cuerda y con ella dio un latigazo sobre el lomo

del animal. La serpiente dio un salto volviendo la cabeza

hacia atrás para morder al objeto que la había herido, pero

en lugar de clavar los dientes en la cuerda, quedó enlazada

en      ella      mediante un            nudo corredizo.             Entonces       el

desconocido me gritó:

 

 

—Sujete bien la cuerda, sujétela bien, que no se le

escape.


 

 

 

240

 

 

 

Y corrió a un peral que había allí cerca y ató a su

tronco el extremo que tenía en la mano; corrió después

hacia mí, cogió la otra punta y fue a amarrarla a la reja de

una ventana.

 

 

Entretanto la serpiente se agitaba, movía sus espirales

y daba tales golpes con la cabeza y con sus anillas en el

suelo, que sus carnes se rompían saltando en pedazos a

gran distancia. Así continuó mientras tuvo vida; y, una vez

que hubo muerto, sólo quedó de ella el esqueleto pelado y

mondado.

 

 

Entonces, aquel mismo hombre desató la cuerda del

árbol y de la ventana, la recogió, formó con ella un ovillo y

me dijo:

 

 

—¡Preste atención!

 

 

Metió  la  cuerda  en  una  cajita,  la  cerró  y  después  de

unos momentos la abrió. Los jóvenes habían acudido a mi

alrededor. Miramos el interior de la caja y nos quedamos

maravillados. La cuerda estaba dispuesta de tal manera,

que formaba las palabras: ¡Ave María!

 

 

—Pero ¿cómo es posible?, —dije—. Tú metiste la

cuerda en la cajita a la buena de Dios y ahora aparece de

esa manera.

 

 

—Mira —dijo él—: la serpiente representa al demonio

y  la  cuerda  el  Ave  María,  o  mejor,  el  Rosario,  que  es  una

serie de Avemarias con la cual y con las cuales se puede

derribar, vencer, destruir a todos los demonios del infierno.

 

 

Hasta aquí —concluyó [San] Juan Don Bosco— llega la


 

 

241

 

primera parte del sueño. Hay otra segunda parte más

interesante para todos. Pero ya es tarde y por eso la

contaremos mañana por la noche. Entretanto tengamos

presente lo que dijo aquel desconocido respecto al Ave

María y el Rosario. Recemos devotamente ante cualquier

asalto de la tentación seguros de que saldremos siempre

victoriosos. Buenas noches.

**************************************************************

«Séanos permitido       dice Don Lemoyne      hacer algún

comentario, ya que [San] Juan Don Bosco no dio ninguna

interpretación a esta escena.

 

 

El peral que aparece en el sueño es el mismo al que el

[Santo] amarrara una cuerda asegurando el otro tramo de

la misma a otro árbol poco distante, para entretener con

juegos de destreza a sus coterráneos, obligándoles de esta

manera a escuchar sus lecciones de catecismo. Nos parece

poder comparar este peral con aquella planta de la cual se

lee en "El Cantar de los Cantares", capítulo 11, versículo 3:

Sicut malus ínter ligna silvarum, sic dilectus meus ínter

filios.

 

 

El comentarista Tirino y otros renombrados intérpretes

de la Sagrada Escritura, hacen notar que el peral

representa aquí a cualquier árbol frutal. Dicha planta,

productora de una sombra agradable y salutífera, es

símbolo de Jesucristo, de su cruz, de la virtud de la cual

dimana la eficacia de la oración                   y   la seguridad de la

victoria. ¿Será este el motivo por el que un extremo de la

cuerda fatal para la serpiente, fue atada al peral? Y la otra

punta      amarrada        al    enrejado       de     la    ventana       podría

simbolizar que al morador de aquella casa y a sus hijos les

había sido confiada la misión de propagar el Rosario por

todas partes.


 

 

242

 

A sí parece que lo comprendió [San] Juan Don Bosco.

 

 

En Becchi instituyó la fiesta anual del Santo Rosario;

quiso que los alumnos de sus casas rezasen todos los días

la tercera parte del mismo; en sus pláticas                   y  mediante la

publicación de numerosos folletos procuró resucitar esta

devoción en el seno de la familia. Defendía siempre que el

Rosario era un arma capaz de proporcionar la victoria, no

sólo a los individuos, sino a toda la Iglesia. Por eso sus

discípulos publicaron todas ¡as Encíclicas de León XIII sobre

esta oración tan del agrado de María.


 

 

Expuesta a nuestros                    lectores


 

continúa        Don


Lemoyne nuestras pobres ideas sobre el significado de la

casita de Murialdo          y  del árbol visto por [San] Juan Don

Bosco en el sueño, hagamos uso de la Crónica de Don

Provera, que nos ofrece otras diversas circunstancias del

sueño, citando algunas palabras de [San] Juan Don Bosco.

 

Dice así: «El 21 de agosto por la noche estábamos

todos impacientes por oír la segunda parte del sueño que

[San] Juan Don Bosco había anunciado proclamando de

gran interés y       provecho para       todos, pero nuestros deseos

no quedaron satisfechos. [San] Juan Don Bosco subió, como

de costumbre, a su tribuna y dijo:

 

 

Ayer noche les anuncié que hoy les iba a contar la

segunda parte del sueño, pero muy a pesar mío creo que no

debo mantener mi palabra.

 

 

Seguidamente, de todas partes se elevó un murmullo

que indicaba la contrariedad y el disgusto general. El

[Santo], después de dejar que se serenasen los ánimos,

prosiguió:


 

 

 

243

 

¿Qué quieres? Lo pensé ayer noche, lo he pensado

hoy y me he convencido de que no es conveniente contar la

segunda      parte de¡ sueño, pues contiene cosas que no

querría se supiesen         fuera de casa. Conténtense, pues, con

sacar algún provecho de             lo que les dije al narrarles la

primera parte.

 

 

Al día siguiente, que era 22 de agosto, le rogamos

insistentemente que si no quería hacerlo en público, al

menos nos contase en privado la segunda Parte del sueño.

Se resistía a condescender con nuestros deseos, mas

después de reiteradas súplicas accedió y nos aseguró que

por la noche continuaría el relato. Así lo hizo. Rezadas las

oraciones, continuó:

***************************************************************

«Dadas sus continuas peticiones, contaré la segunda

parte del sueño. Si no todo, al menos les diré aquello que

puedo referirles. Pero antes es necesario que señale una

condición, a saber, que nadie escriba ni diga fuera de casa

lo que voy a contar. Comentadlo entre Vosotros, tomadlo a

risa si quieren, hagáis lo que os plazca, pero sólo entre

Vosotros».

 

 

Mientras hablábamos el personaje aquel y yo sobre el

significado de la cuerda y de la serpiente, me volví hacia

atrás y vi algunos jóvenes que cogiendo los pedazos de la

carne de la serpiente, se los comían. Entonces les grité

inmediatamente:

 

 

—Pero ¿qué es lo que hacen? ¿Están locos? ¿No saben

que esa carne es venenosa y que les hará mucho daño?

No, no —me respondían los jóvenes—, está muy buena.

Pero, después de haberla comido, caían al suelo, se

hinchaban y se tornaban duros como una piedra.


 

 

244

 

Yo no sabía darme paz, porque a pesar de aquel

espectáculo, cada vez era mayor el número de los jóvenes

que comían de aquellas carnes. Yo gritaba al uno y al otro;

daba bofetadas a éste, un puñetazo a aquél, intentando

impedir que comiesen; pero era inútil. Aquí caía uno,

mientras que allá comenzaba a comer otro. Entonces llamé

a los clérigos en mi auxilio y les dije que se mezclaran entre

los jóvenes y se organizaran de manera que ninguno

comiera aquella carne. Mi orden no obtuvo el efecto

deseado, sino que algunos de los mismos clérigos se

pusieron también a comer las carnes de la serpiente

cayendo al suelo al igual que los demás. Yo estaba fuera de

mí cuando vi a mi alrededor a un tan gran número de

muchachos tendidos por el suelo en el más miserable de los

estados.   

 

 

Me volví entonces al desconocido y le dije:

 

 

—Pero ¿qué quiere decir esto? Estos jóvenes saben que

esta carne les ocasiona la muerte, y con todo la comen. 

¿Cuál es la causa?

 

 

El me contestó:

 

 

—Ya sabes que        animalis homo non pércipit ea quae

Dei sunt.

 

 

—Pero ¿no hay remedio para que estos jóvenes

vuelvan en sí?

 

 

—Sí que lo hay.

 

 

—¿Y cuál sería?

 

 

—No hay otro más que el yunque y el martillo.


 

 

245

 

 

 

—¿El    yunque?       ¿El     martillo?       ¿Y    cómo hay que

emplearlos?

 

 

—Hay que someter a los jóvenes a la acción de ambos

instrumentos.

 

 

—¿Cómo? ¿Acaso debo colocarlos sobre el yunque y

luego golpearlos con el martillo?

 

 

Entonces mi compañero, explicando su pensamiento,

dijo:

 

 

—Mira: el martillo significa la Confesión; el yunque, la

Comunión; es necesario hacer uso de estos dos medios.

 

 

Puse manos a la obra y comprobé que eran los

indicados unos remedios eficacísimos, aunque para algunos

resultasen inútiles; tales eran los que no hacían buenas

confesiones.

***************************************************************

«Cuando los jóvenes se hubieron retirado a los

dormitorios       continúa Don Provera          pregunté a [San]

Juan Don Bosco por qué sus órdenes a los clérigos de que

impidiesen a los jóvenes comer las carnes de la serpiente

no habían conseguido el efecto deseado.

 

 

El siervo de Dios me respondió:

 

 

No todos obedecieron; por el contrario, vi a algunos

de los clérigos, como ya dije, comer también de aquellas

carnes».

 

 

Estos sueños continúa Don Lemovne representan en

resumidas cuentas la realidad de la vida. Con las palabras


 

 

246

 

y con los hechos [San] Don Bosco refleja la realidad de la

vida, el estado de una comunidad en la que en medio de

grandes virtudes, también existen miserias humanas. Y no

hay que maravillarse de ello, tanto más que el vicio por su

propia naturaleza tiende a expandirse más que la virtud, de

aquí la necesidad de una vigilancia continua.

 

 

Alguien       podrá       objetar        que      habría        sido      más

conveniente atenuar           u   omitir algunas descripciones un

tanto enojosas; pero nuestro parecer no es el mismo. Si la

historia ha de cumplir su noble oficio de maestro de la vida,

debe describir el pasado tal y como fue en realidad, para

que las generaciones futuras puedan animarse ante el

ejemplo del fervor y de la virtud de los que les precedieron

y, al mismo tiempo, conocer sus faltas y errores deduciendo

de ellos la prudencia con que debe regular los propios

actos. Una narración que sólo presentase un lado de la

realidad histórica, conducirá irremisiblemente a un falso

concepto de la misma. Errores y defectos repetidas veces

cometidos, al no ser reconocidos como tales, volverán a ser

causa de nuevas transgresiones sin gran esperanza de

enmienda. Una mal entendida apología, de nada sirve a los

benévolos, ni convierte ajos mal dispuestos; en cambio, una

franqueza ilimitada engendra crédito y confianza.

 

 

Por tanto, nosotros, al exponer nuestra manera de

pensar, diremos, además, que [San] Juan Don Bosco dio del

sueño las explicaciones más adecuadas a las inteligencias

de los jóvenes, dejando entrever otras de no menor

importancia, no presentándolas con toda claridad, porque

no creyó llegado el momento oportuno para hacerlo. En

efecto: en los sueños vemos que el [Santo] habla no

solamente del presente, sino también del porvenir lejano,

como  sucede  en  el  de  la  rueda  y  en  otros  que  iremos

exponiendo.


 

 

247

 

 

 

Las    carnes      podridas del           monstruo ¿no podrían

significar el escándalo que hace perder la fe; la lectura de

los libros inmorales, irreligiosos? ¿Qué indican la caída al

suelo, la hinchazón, la dureza de los miembros, sino la

desobediencia al superior, la soberbia, la obstinación en el

mal, la malicia?

 

 

El veneno es el mismo con que ha contaminado aquella

comida maldita el dragón descrito por Job en el capítulo

XLI, que aseguran los Santos Padres ser figura de Lucifer. El

versículo 15 de dicho capítulo, dice así:

 

 

«Su corazón es duro como la piedra». Y así se trueca el

corazón de los miserables envenenados, de los rebeldes

obstinados en el mal.

 

 

¿Y cuál será el remedio contra tal dureza? [San] Juan

Don Bosco emplea un símbolo un tanto oscuro, pero que en

sustancia señala un remedio sobrenatural. A nosotros se

nos ocurre esta explicación: Es necesario que la gracia

preveniente, obtenida mediante la oración                         y con       los

sacrificios       de      los     buenos,       encienda        los     corazones

endurecidos         y los         haga       maleables;        que      los     dos

Sacramentos, esto es, el martillo de la humildad y el yunque

de la Eucaristía sobre el cual el hierro recibe una forma

decisiva, artística, para que después de ser templada,

pueda ejercer su eficacia divina. Que el martillo que golpea

y  el yunque que sostiene concurran a realizar la obra que

en nuestro caso no es otra que la reforma del corazón

llagado, pero dócil al mismo tiempo. Será entonces cuando

éste, rodeado de un nimbo de espléndidos rayos de luz,

vuelva a ser lo que fuera en otro tiempo.

 

 

LOS COLABORADORES DE DON BOSCO


 

 

 

 

 

 

 

SUEÑO 41 .—AÑO DE 1862.

 

 

(M. B. Tomo Vil, págs. 336-337)


 

 

248


 

 

[San] Juan           Don     Bosco     aseguraba,         con mucha

frecuencia, que el Señor realizaría todos sus designios

sobre      el    Oratorio      sirviéndose       de     los    jóvenes      a     él

pertenecientes.

 

 

Don Pablo Albera recuerda una de las conferencias de

aquel      tiempo      dada al          personal,      perteneciente         a    la

incipiente Sociedad Salesiana, la cual produjo un efecto

extraordinario entre los oyentes.

 

 

En ella contó [San] Juan Don Bosco a sus hijos que

había tenido un sueño.

***************************************************************

Un sueño en el cual pareció verse rodeado de jóvenes

y de sacerdotes. Habiéndoles propuesto que se pusiesen en

camino para subir a una alta montaña que se encontraba

poco distante, todos se manifestaron conformes. En la

cumbre de la misma estaban preparadas las mesas para un

espléndido banquete que había de ser realzado con música

y otros festejos. Se pusieron, pues, todos en viaje; la subida

era empinada y fatigosa, sembrada de dificultades a veces

difíciles de superar y otras casi impracticables a causa del

cansancio, de forma que al llegar a determinado lugar

todos se sentaron.

 

 

[San] Juan Don Bosco también se sentó, y después de

animar a sus compañeros a continuar la subida, se puso de

pie y reemprendió la marcha a un paso apresurado. Pero

habiéndose vuelto para ver a los que le seguían, comprobó

que todos le habían abandonado, dejándolo solo. Bajó


 

 

 

249

 

inmediatamente y fue en busca de ellos y después de

reunirlos nuevamente, los encaminó otra vez hacia la

cumbre áspera; pero pronto le abandonaron.

 

 

Entonces pensó que tenía que subir a aquella altura,

no solo, sino en compañía de otros muchos. Aquella es mi

meta... esta es mi misión... ¿Cómo haré para llevarla a

cabo? ¡Ya comprendo!

 

 

Los primeros en seguirme fueron personas recogidas,

virtuosas, de buena voluntad, pero a las cuales no había

probado y que, por tanto, no tenían mi espíritu, no estaban

acostumbrados a superar los senderos difíciles, no estaban

unidos entre sí ni conmigo mediante la práctica de

especiales virtudes... Por eso, me abandonaron... Pero yo

pondré remedio a este fracaso... Este desengaño me causó

gran amargura... Ya veo lo que tengo que hacer... Sólo

puedo contar con los que fueren formados por mí... Por eso,

volveré a las faldas del monte... Reuniré a muchos niños; me

haré amar de ellos; los adiestraré para que sepan soportar

sin desmayo pruebas y sacrificios... Me obedecerán de

buena gana... subiremos juntos al monte del Señor.

***************************************************************

Y  dirigiéndose de una manera especial a los que

estaban allí congregados, les aseguró que había puesto en

ellos sus esperanzas y durante un buen espacio de tiempo,

les estuvo animando con palabra encendida, a que fuesen

fieles a su vocación, en vista de las incontables gracias que

la Virgen les concedería          y  del premio seguro que el Señor

les tenía preparado.

 

 

Entre      aquellos jóvenes             que      habían respondido

prontamente y con devoto entusiasmo a la llamada de [San]

Juan Don Bosco, estaba el diácono José Bongiovanni, el

promotor de la Compañía de la Inmaculada, fundador y


 

 

250

 

presidente de la Compañía del Santísimo Sacramento y del

Clero Infantil, que fue ordenado sacerdote en las témporas

del 20 de diciembre de aquel año.

 

 

ASISTENCIA A UN NIÑO MORIBUNDO

 

 

SUEÑO 42.—AÑO DE 1862.

 

 

(M. B. Tomo Vil, págs. 345-346)

 

 

He aquí el relato que nos legó en su crónica el joven

Jerónimo Sutil. «El sábado, 20 de diciembre, [San] Juan Don

Bosco, después de las oraciones de costumbre, dijo a los

jóvenes estas precisas palabras:

 

 

Para la fiesta de Navidad, uno de nosotros irá al

Paraíso.

 

 

La enfermería estaba completamente vacía y cada uno

de los presentes pensaba con cierta inquietud en sus

asuntos particulares. El domingo 21 transcurrió sin novedad

alguna; la enfermería continuaba vacía; muchos fueron a

visitarla para asegurarse de ello. Por la noche, en el teatro

se representaba el drama "Cosme II visitando las cárceles".

 

 

El    día     22,     después       de     la función         de     iglesia,

celebrábase         la     Novena      de     Navidad;       José Blangino,

ejemplar alumno de diez años, natural de San Albano,

comenzó a sentirse mal y marchó a la enfermería. En pocas

horas el mal se agravó y el médico perdió toda esperanza

de curación».

Don Francisco Provera continúa en su crónica: «La

noche del 23 de diciembre se le administró el Santo Viático

al jovencito Blangino. Hacia las diez [San] Juan Don Bosco

estaba en la enfermería y hablaba del peligro de muerte en


 

 

251

 

que se encuentra el enfermito. [Beato] Miguel  Don Rúa

dijo:

 

 

Si [San] Juan Don Bosco quiere que yo pase aquí la

noche, por si el enfermo necesita los últimos auxilios de la

Religión, estoy dispuesto a hacerlo.

 

 

-—No es necesario        replicó [San] Juan Don Bosco—;

hasta las dos de la noche no habrá peligro; vete a dormir

tranquilo, deja ordenado que a esa hora te vayan a llamar,

pues entonces deberás estar aquí.

 

 

En efecto, a la hora indicada, el jovencito recibió la

Extremaunción y media hora después había entregado su

alma a Dios».

***************************************************************

Por la mañana [San] Juan Don Bosco contó que la

noche precedente había soñado con Blangino, al cual había

visto moribundo. He aquí sus palabras:

 

 

«Soñé      que      el     Prefecto        Don     Alasonatti        estaba

arrodillado rezando; mi madre, muerta hacía seis años y yo,

asistíamos al enfermo. Ella estaba arreglando algunas

cosas alrededor de la cama y yo estaba sentado a cierta

distancia del paciente. Mi madre se acercó al lecho y dijo:

 

 

—Está muerto.

 

 

—¿Está muerto?, —pregunté yo—.

 

 

—Sí, está muerto.

 

 

—Mirad a ver qué hora es.

 

 

—Pronto serán las tres.


 

 

 

 

 

 

 

Don Alasonatti entretanto exclamó:


 

 

252


 

 

—¡Oh! Quisiera el Señor que todos nuestros jóvenes

tuviesen una muerte tranquila.

 

 

Después de esto me desperté. Seguidamente sentí un

golpe fortísimo, como si alguien golpease en la pared.

Inmediatamente exclamé:

 

 

—Blangino parte ahora para la eternidad.

 

 

Abro los ojos para comprobar si había luz; pero no vi

nada. Recé entonces el De profundis, persuadido de que el

joven había muerto, y mientras lo rezaba oí que sonaban en

el reloj las dos y media».

***************************************************************

En la noche de Navidad un número muy consolador de

comuniones sufragaba el alma del querido difunto y los

jóvenes, como sucedía en casos semejantes, se estrechaban

cada vez más alrededor de [San] Juan Don Bosco.

 

 

He aquí lo que dicen las crónicas sobre el joven

Jerónimo Sutil, que nos legó la primera parte de este relato:

 

 

«Vino también a buscar refugio en el Oratorio el joven

y  buen músico Jerónimo Sutil, que era buscado en Venecia

por la policía por haber pronunciado algunas palabras

imprudentes. Este tal se aficionó a [San] Juan Don Bosco y

durante muchos años alegró la vida del Oratorio con sus

canciones venecianas, y             habiendo marchado a Francia,

regresó después a Valdocco. Vivió siempre como fervoroso

cristiano».


 
   
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